ORESTE BERTA
EL GENIO FANATICO
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NO HAY MAS QUE DECIR SU NOMBRE PARA QUE CUALQUIERA RECUERDE LA HISTORIA RECIENTE DEL TC Y DEL SP. ORESTE BERTA ES, NADIE LO DUDA, UN GENIO. QUE AHORA HA PUESTO TODA SU CAPACIDAD Y SU ESFUERZO EN LA CONSTRUCCION DEL PRIMER PROTOTIPO TOTALMENTE ARGENTINO QUE COMPETIRA EN EL CAMPEONATO MUNDIAL DE MARCAS. DESDE SU FORTALEZA DE ALTA GRACIA, BERTA SE LAS ARREGLO PARA REVOLUCIONAR EL MUNDO DEL AUTOMOVILISMO DEPORTIVO. EL SECRETO: TALENTO, TRABAJO Y UNA VOLUNTAD INCLAUDICABLE. NADA MAS Y NADA MENOS. CUANDO ESTA NOTA ESTE EN LA CALLE, EL BERTA LR AGUARDARA, EN EL AUTODROMO MUNICIPAL, LA BANDERA A CUADROS QUE INDIQUE QUE LA TEMPORADA INTERNACIONAL EMPIEZA. TODO EL PAIS ESTARA PENDIENTE.
SUERTE ORESTE BERTA

El sol. El sol sobre la pista. Sobre el pavimento, el calor desdibuja los contornos; alrededor de 45 grados centígrados se encargan de hacer soñar con cerveza helada, barras de hielo, piletas de natación, témpanos, la Antártida. A pleno fuego, un grupo de hombres concentra su atención sobra una ruidosa rayita azul metálico que se mueve sobre la pista. Algunos llevan el inconfundible buzo antiflama, otros están en traje de baño, uno que otro de riguroso sport. Algún overall denuncia la presencia de mecánicos. El sol implacable se refleja sobre las frentes traspiradas, sobre los antebrazos cruzados tensamente. Hay un reflejo, sin embargo, que no es solar. Dos ojos muy claros brillan por derecho propio, están encendidos sobre la rayita azul metálico, la acompañan, la siguen hasta cuando algún recodo de 1a pista la oculta, la reconocen cuando reaparece. Se alcanza a sospechar —no es más que eso, una sospecha— que el brillo de los ojos muy claros es de satisfacción. Curiosamente, también es un destello azul metálico, idéntico al de la ruidosa rayita que ahora pasa frente al grupo. Todos ladean sus cabezas hacia donde se va el estruendo.
—¿Cuánto? —pregunta el hombre de los ojos muy claros sin el menor asomo de nerviosismo, como quien consulta algo cuya respuesta ya conoce.
—54 y algo: —responde alguien.
En silencio, los ojos de brillo azul metálico buscan el fugaz destello que repite el dibujo por séptima vez. Y se olvida del resto.
—Parece que camina —dice uno de los buzos antiflamas.
—Ajá. Así parece no más —contesta un overall.
El hombre de los ojos muy claros tiene las manos apoyadas sobre el blanco parapeto de protección. El sol le calcina el torso descubierto. El pelo alcanza a cubrirle parte de los hombros, una rodilla se apoya sobre la parecita blanca. Sus ojos son un fuego helado que se concentra sobre el fugaz destello en la pista. Eso es lo único que parece importarle en el mundo.
Se llama Oreste Berta y nació hace 33 años en Rafaela, provincia de Santa Fe. Está casado desde hace casi trece años con Liliana Dentesano y tiene tres hijos: Cheryl, Brian y Oreste. No es ingeniero y —según dicen— jamás pisó una universidad. Lo cual no le impide contar con una de las inteligencias más activas, lúcidas y tenaces del mundo de la mecánica. La rayita azul que velozmente se desliza sobre la pista del Autódromo Oscar Cabalén, cerca de Alta Gracia, es, de punta a punta, obra suya. Diseño, motor y rendimiento han salido de esas manos grandes y diestras que ahora dejan de descansar en el parapeto para quitar el sudor que chorrea sobre el rostro. Lo que ni las manos, ni los previsibles —y ocasionales— fracasos, ni las tremendas dificultades técnicas pueden ocultar es el brillo casi fanático que emana del fuego helado de esos ojos claros y resueltos. No importa, entonces, que el nuevo Berta LR se detenga ahora en boxes, con el motor herido de muerte, como no importó que hace alrededor de quince días el fuego transformara en nada otro de sus esfuerzos. Oreste Berta —no hay más que mirarlo a los ojos— es de los que transforman el mundo y no hay fuego ni bielas fundidas que lo detengan. Por eso, quizás, el rostro de Néstor Jesús García Veiga —que conducía al Berta LR cuando reventó el motor— muestra la misma impasibilidad que el de Berta: sabe que en un par de días todo estará como al principio. Mejor que al principio, porque ya se sabrá lo que ocurrió. Y no volverá a ocurrir. Además, los 54 y algo que clavó el Berta LR son —a pesar de no tener puntos de referencia para comparar— excelentes. El coche anda, vuela, sueña con la bandera a cuadros triunfal.
Cómo va a preocupar el motor literalmente reventado si hay otros seis casi listos, si el día de la carrera habrá tres en condiciones de competir. Cómo va a preocupar si ahora, en la Fortaleza —el taller de Oreste Berta a la entrada de Alta Gracia—, el hombre de los ojos muy claros no muestra el menor signo de urgencia, de nervios, de desesperación. No hay más que verlo pasearse de un lugar a otro del taller, meter mano en el motor totalmente desarmado, embadurnarse las manos con grasa, mirar cada piecita del auto con la tranquilidad de saber de qué se trata. Entonces se tiene la plana seguridad, la certeza, de que el domingo 9 de enero, cuando se larguen en el Autódromo Municipal los Mil Kilómetros con puntaje para el campeonato mundial de marcas, el Berta LR estará en la línea de partida mezclado con los Lola, los Alfa Romeo, los Ferrari.
Hay veinte hombres —sin incluir a Oreste Berta— detrás del Berta LR. Cada cual en lo suyo, y bajo la directa supervisión del Mago, se comportan como hábiles engranajes de la compleja maquinaria que permitió el milagro: un auto totalmente argentino va a competir con marcas que tienen el respaldo de muchos años de experiencia, de centenares de carreras, de miles, millones de liras, libras, dólares, de fábricas gigantescas, de batallones de mecánicos especializados, de ingenieros y técnicos. Hay veintiún hombres —contando a Oreste Berta— que trabajan afanosamente, aunque sin ningún apuro, para que el sueño de Berta —el sueño de todo un país— se vuelva realidad.
El galpón que alberga el taller es amplio y cómodo. Son más de mil metros cuadrados cubiertos por un techo alto, con una entrada para coches ahora clausurada por una baranda de hierro. El Berta LR está casi totalmente desarmado en el centro del taller. Berta está en cuclillas, mirando quién sabe qué. Le dice algo a José "Pepe" Díaz, su empleado más antiguo —"una especie de hombre orquesta"—, que asiente. Se pone de pie y enfila hacia uno de los rincones del taller, donde un torno zumba de la mano de otro de los colaboradores de Berta. Allí estará dos o tres minutos, dirá "la precisa" y se dirigirá hacia donde están terminando la segunda carrocería. Después dará media vuelta y marchará, sin prisa pero con paso seguro, hacia el tablero de diseños. Así toda la mañana, toda la tarde, todos los días desde hace meses. ¿Hablar con él? Prácticamente imposible. Con una amable sonrisa dirá: "no, ahora no, un poco más tarde", o si no se quedará en silencio, como no entendiendo lo que se le pregunta, y seguirá caminando hacia donde vaya.
Hay una consigna tácita en la Fortaleza: no interrumpir al que está trabajando. Y Oreste Berta está trabajando; de eso no hay duda.
Se levanta a las siete. Una hora después está en el taller, que no abandona hasta las diez de la noche. Hace un pequeño intervalo al mediodía, para comer algo que le lleva su esposa, Liliana. Cuando termina, con la fresca noche cordobesa abrumada de estrellas, se va a dormir a su casa del Barrio Golf, de la cercana Alta Gracia. Cena y a la cama. En la mesa apenas habla. Liliana está acostumbrada a esos largos silencios sólo interrumpidos por el tañido de un tenedor buscando cargamento en el plato. Sabe que en a cabeza de Oreste hay un problema sin resolver. Y que no volará a hablar hasta que lo resuelva. Cuando se le incendió el coche, su rostro no perdió la impasibilidad ni sus ojos el fuego helado. Su preocupación —la tenía, claro, no. es de mármol— se traslucía en sus horarios. Estaba en pie algo más temprano que de costumbre y terminaba su jornada mucho más tarde: rara vez antes de medianoche, muchas veces hacia las tres de la mañana. O más. El accidente estaba en sus cálculos. Lo que no podía suponer era que el coche quedaría absolutamente inutilizado. No quedó nada; sólo cenizas y. metales retorcidos. Ahora, a quince días del desastre, hay dos coches listos para correr. Pero correrá uno solo. El otro estará listo "por cualquier cosa" pero no saldrá a la pista. Potencia: 440 HP. Parejo con el Cosworth aunque "en baja el Berta tira bastante más". Problemas: varios menores y uno mayor. Las tapas de cilindro aparecieron sin el tratamiento térmico adecuado, lo que provocó el problema del día anterior. Eso es lo que están resolviendo ahora. En Balcarce, segunda carrera de la temporada, estarán los dos Berta LR en la línea de largada. En Buenos Aires prefieren contar con un coche en óptimas condiciones. En cuanto a los pilotos, serán de la partida Néstor Jesús García Veiga y el campeón argentino de SP y TC Luis Rubén Di Palma, a pesar del enorme vendaje que le protege el dorso de la mano izquierda, quemada cuando el incendio del primer Berta LR. El miércoles 5 de enero estará todo el equipo Berta en Buenos Aires, probando en el Autódromo. Para ese entonces Luisito Di Palma ya estará en condiciones de subir al coche. Mientras tanto, la rutina de Oreste Berta no se alterará. Salvo imprevistos, seguirá trabajando con los mismos horarios y el mismo fervor. No hay domingos ni feriados que valgan. El esquí acuático y la pesca tendrán que esperar. Un chapuzón en la pileta y el sueño reglamentario serán toda la pausa que se permita. Sin embargo, no parece cansado. El cansancio es un lujo que elegidos como Berta no se pueden permitir. Basta ver su cara aniñada e imperturbable sobre tos fierros para darse cuenta de que no hay una gota de cansancio corriendo por su sangre. El incendio que arrasó su primer Berta no es sino un recuerdo sepultado bajo las innumerables complicaciones que supone construir un motor V8, diseñar una carrocería, extraer 440 HP del motor y, por
supuesto, hacer que el coche ande. Y el Berta LR, doy fe, anda. Los 54 segundos y monedas que tardó en recorrer el circuito del Autódromo Oscar Cabalén de Córdoba lo prueban.
Son veintiún hombres.
Y una mujer.
Liliana Dentesano de Berta, pequeña, nerviosa y activa, parece la antítesis temperamental de su marido.
—Es que en Oreste la procesión va por dentro. Candidato clavado a la úlcera. Ya se lo han dicho. ¿Qué hago yo aquí? Bueno, un poco de todo; hasta metí mano en los fierros, cuando se empezó a construir el coche. Ahora me encargo de la parte administrativa y de las relaciones públicas. Me contagié —un poco— de su ritmo. Ya me acostumbré. A veces añoro unas vacaciones, como antes, que nos subíamos al coche, metíamos una carpa y nos íbamos a pescar al Sur. Pero, por ahora, ni pensarlo.
El aire acondicionado vuelve respirable el ambiente, amplio y cómodo. El teléfono suena con insistencia: empresarios, amigos, periodistas, desconocidos. Todos quieren saber cómo anda la cosa. Para todos tiene Liliana una palabra, algo que decir. Centenares de cartas, telegramas, tarjetas de Navidad, testimonian el apoyo que recibe Berta de cualquiera.
—Es conmovedor. Llegan cartas de personas que ni yo ni Oreste conocemos. Todas con una palabra de aliento. Parece que la gente tiene cifradas muchas esperanzas en lo que se está haciendo acá. Le aseguro que Oreste no los defraudará. ¿El carácter? Oreste es, usted lo habrá notado, más bien parco. No exterioriza nada, ni lo bueno ni lo malo. Puede estar muy contento o muy triste, pero él siempre tiene la misma cara. En las carreras parece el tipo más calmo del mundo. No explota nunca. ¿Qué le gusta? La pesca y el esquí acuático, todos saben. Además, le encanta la música. Se encierra en el cuarto, prende el grabador y se pasa horas escuchando música clásica. Y jazz, también clásico. De los chicos, Cheryl y Oreste salieron medio tuercas. Oreste hijo ya tiene su karting a pedales, preparado por su padre y por Luisito Di Palma.
Suena el teléfono. Llaman de Buenos Aires. Como un fantasma, aparece Oreste, me sonríe y toma el teléfono. Treinta segundos después sale, con ese pacífico apuro que parece ser su marca de fábrica, en dirección al taller.
—Sí, estoy un poco cansada de todo esto. Sueño con que termine, pero falta tanto. La idea es ir a competir a Europa, siempre que el Gobierno cumpla con lo que prometió. Extraño un poco la posibilidad de tener tiempo libre con Oreste. Pero pienso que me resultaría raro. Tiempo es esto: trabajar con él, ayudarlo, compartir su obra. ¿Amigos? Sí, es íntimo amigo de Luis Di Palma. Hay un gran entendimiento entre ellos. Cada uno sabe lo que piensa el otro sin necesidad de hablar. Se divierten como locos. Aparte, es una dupla triunfadora. Con el agregado del Nene García Veiga, un piloto sensacional, tiene que irles bien. Sí, tiene que irles bien.
El hombre de los ojos muy claros sigue sin detenerse un instante. Para mi sorpresa, acepta perder dos minutos para sacarse unas fotos con Brian y Oreste hijo. Mira fijo a la cámara, pero es evidente que su cabeza está en otro lado. Quizá en las tapas de cilindros que vinieron sin tratamiento antitérmico y provocaron la rotura del motor. Tal vez en obtener algún HP más de su flamante V8. Cuando la bandera a cuadros indique que el Campeonato Mundial de Marcas está en marcha, ya no tendrá que pensar más. Entonces sí, con ese brillo que proviene del fuego helado que alimenta la sangre de los elegidos, sus ojos mirarán la rayita azul metálico partir rumbo al curvón, a la curva de Ascari, al mixto, a la horquilla, a la bandera a cuadros, que tal vez premie tanto talento, tanto esfuerzo. Entonces sí, cuando la bandera a cuadros señale el fin de la carrera, quizá Oreste Berta cierre los ojos y descanse.
EMILIO GIMENEZ ZAPIOLA
Fotos: JORGE DIAZ
(Enviados especiales a Alta Gracia)

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