Durante dos semanas, la colaboradora Silvia Rodríguez
recorrió los cuatro puntos cardinales de la noche: una
peregrinación por el centro de la ciudad, San Telmo y el
rosario de locales que enhebra la calle Anchorena. Se
sumergió después en la ribera Norte, para culminar su
investigación en Ramos Mejia. Este es su informe:
El invierno suele ser la mejor época para los clubes
nocturnos. Decorados con extravagantes —¿psicodélicas?—
combinaciones de colores y sombras estratégicas, flamantes
tapicerías y renovados stocks de discos, esos boliches
—según la jerga de los porteños noctámbulos— despliegan
cada año una nueva y poderosa artillería para ganar la
ardua batalla del ruido. Están diseminados dentro y fuera
de la ciudad, pero en lugares muy bien elegidos,
preferentemente en los alrededores discretos y elegantes.
EN EL CENTRO. Al viejo centro, la aparición de otras zonas
le burló el cetro, hace ya más de dos décadas; pero eso lo
obligó a renovarse y ahora, a través del barrio Norte, la
zona céntrica ha vuelto a reconquistar el pináculo de la
sofisticación.
• MAU MAU. Reducto que los exquisitos definen como number
one. La decoración de Bruzzoni, dormidas armas de caza
sobre los albos muros y cálidos desniveles, contribuyó a
encumbrarlo en una época (cinco años atrás) reacia a las
innovaciones. Un batallón de 45 personas sirve copas,
guarda abrigos, atrapa remises y aun estaciona los
automóviles de la clientela en los laberintos de la calle
Arroyo. El discjockey (Daniel Ríos), además de ser el
mejor remunerado de plaza, es quien más ofertas de trabajo
rechaza por día. En la puerta, Julio Fraga —ahora
memorioso relator del best-seller De Charleston a Mau-Mau—
no deja pasar a la gente fea, ni a la que despistadamente
lo encara con ropa sport. Aquí todos se conocen, se
saludan y escudriñan los trapos del prójimo. Los mellizos
José y Alberto Lata Liste —sus propietarios— pergeñaron un
lugar para sentirse único y parte de un grupo especial.
Bajo sus bóvedas artesonadas, las mujeres lucen sus galas
y los hombres a sus mujeres. Al compás del trío Sucheras
—músicos estables de la casa— el scotch se cotiza entre
700 (en la barra) y 800 pesos viejos (en la sala), sin
recargos durante el fin de semana. (En Arroyo al 800).
• AFRIKA. Aquí también, llegado el caso, el moreno
Maximiliano —espléndidamente enfundado en su smoking— se
las arregla para no dejar pasar a los paracaidistas. Casi
no hay noche, entre once y cuatro, en que "la gente más
divertida del barrio Norte" (así define Jorge Torres, su
propietario, a la clientela) no se apoltrone en los
sillones tapizados de rojo o se desparrame por la barra o
las escaleras. Y desliza un secreto: "Los conocidos jamás
caen los sábados. Es el día mersa". La noche del jueves,
en cambio, es la de los elegidos. Dos equipos de asombrosa
fidelidad reproducen ininterrumpidamente la música
seleccionada por El Puma, un discjockey con inclinaciones
antropológicas. A la hora de las brujas, el conjunto The
Rainbows obliga a las parejas a sacudirse. En cuanto a
precios. Torres informa muy poco: "No son fijos, pero a
los amigos la copa les cuesta una bicoca". Nunca menos de
500 pesos viejos. (En Alvear al 1800).
• SNOB. De estilo very british, sus paredes lucen
recubiertas de finas maderas y atesoran nostálgicos
grabados marinos y escenas de caza. Sus habitués —a quien
el gerente José A. Harrington define como "serios y bien"—
solamente los domingos transitan de sport. El discjockey
Rolo Salerno descarga su excelente música estereofónica,
aunque a comienzos de semana los sonidos se atemperan
cuando la guitarra de Joaquín Pereyra Lucena arremete con
la bossanova. El ambiente orilla lo hermético y quienes se
arrinconan a la distancia revelan su condición de
intrusos. "A esos los matamos con los precios; no nos
interesan como futuros clientes", sentencia Harrington.
Esos precios van desde 400 pesos viejos el Tom Collins,
hasta 1.200 el whisky especial. (En Ayacucho al 2000).
• NOOK. Un cueva hecha con piedra y espejos que cobija a
la gente más joven, capaz de cabriolar al ritmo de
melodías soul, beat y sus derivados, Es aconsejable
concurrir con atuendos informales, lo más llamativos
posible. Los escotes, por cavados que sean, a nadie
escandalizarán. Conviene recordar que aquí campeó por
primera vez la moda-verdad, sin inhibiciones ni timideces.
De lunes a viernes las consumiciones se cotizan a razón de
400 pesos viejos en la barra y 600 en las mesas. Sábados y
domingos: el drink tiene recargos de 200 pesos. (En Melo
al 1800).
• Rugantino. Un equipo de arquitectos itálicos capitaneado
por Gino Taormina decoró, al estilo psicodélico, los
amplios subsuelos de la galería Embassy Center;
trasformándolos en un cálido e íntimo refugio con
capacidad para mil devotos del jolgorio. Los turistas
suelen ser los bailarines más empedernidos, aunque viernes
y sábados se ven relegados por una afluencia masiva de
parejitas llegadas de todos los rincones de la ciudad. Por
trago deben oblarse 600 pesos viejos en cualquiera de
ambas barras y un plus de 200 en la sala. (En Marcelo T.
de Alvear —ex Charcas— al 600).
EN SAN TELMO. En un marco de legendarios muros sin revoque
y estrechos veredones de ladrillos y cascotes
traicioneros, siguen pululando los hombres de smokings,
los vestidos largos y ahora también los maxitapados. Es la
nueva imagen de San Telmo, que sin perder su serenidad
canyengue, fue ganado para la sofisticación porteña tras
una primera avanzada de pintores, artesanos y escultores.
Los bolicheros también tienen allí sus embajadas y
consulados.
• HIDROGENO. Un subsuelo con sabor medieval y luces
tenues, que admite el zarandeo de un centenar de parejas,
en su mayoría ejecutivos en ascenso, universitarios,
profesionales, modelos, faranduleros y businessmen
deseosos de no perder agilidad. Desde el clásico smoking
hasta el más extravagante atavío hippie, todas las
vestimentas han pasado sin asombrar a nadie. El acceso a
estas reminiscencias medievales cuesta 500 pesos viejos
los días de semana y 700 los feriados. (En Estados Unidos
al 200).
• VOLTAJE. La casa, sucesivamente hospital de la mazorca,
carbonería y corralón, conserva las bajadas, cuevas y
pasadizos de otrora, estremecidos ahora por la música
beat. La iluminación es a velas y hasta la humedad se
conserva Intacta, bajo la forma de hongos verdes. "Así
tiene más encanto", exulta Osvaldo Zanardi, uno de los
dueños. Por 500 pesos viejos se puede acceder a esta
reliquia que José Mármol cita en su Amalia. (En Cochabamba
al 200).
EN ANCHORENA. Ayer fue un refugio Ideal para los
enamorados. Hoy, en cambio, apenas vive de sus viejos
fulgores. Se trata de una sola cuadra (entre Santa Fe y
Charcas) atiborrada de escuetos saloncitos que ahora sólo
interesan a señores melancólicos y más bien solitarios.
• ORFEO NEGRO. El hombre de dicothéque (nota:textual en la
revista) no basta para otorgarle status. Menos aún el
fuerte olor a desodorante que flota en la penumbra. Como
no tiene portero a la vista, se mete cualquiera con ansias
de ejercitar los pies. Abre a la seis de la tarde y lo
frecuentan escolares del secundario, mucamas y marineros.
• MI CASA. Por temor a reportajes con juicio de valor,
está prohibido el acceso de periodistas en función
profesional. Nunca se hicieron refacciones y la decoración
es la misma de hace veinte años. Casi como los discos:
todavía hay allí algunas placas del Trío Los Panchos v
Glenn Miller.
• PICHIN. Abre a las cinco y se selecciona a la clientela
de visu: uñas cuidadas y cabellos limpios. Van muchos
turistas y marineros de paso. Cada trago cuesta 200 pesos
viejos y por la tarde se obsequian galletitas y cubanitos.
Los sábados y domingos la Invaden los cariñosos.
EN ZONA NORTE. Hace algunos años, la zona norte (San
Isidro, Olivos, Vicente López) reclutaba los fervores de
los nocheros porteños, obligados a emigrar del centro,
donde escaseaban los bailaderos sofisticados. Ahora, desde
que resurgió el centro, la ribera Norte sobrevive con los
nostálgicos cuarentones y las parejas que superan los 30.
Además de bailar, en esas remodeladas boites también se
puede cenar y tomar copas con fondo de bongó y ritmos
modernos.
• KOKESHI. Desde hace siete años abre sus puertas a la
hora del té y las clausura a las 4 de la mañana. Hasta las
10 de la noche son habitués del lugar los veteranos
ejecutivos y sus empleadas, señores gordos con chicas
prolijamente teñidas de rubio, que toman abundante cuba
libre y copetines con sandwiches tostados. A veces llegan
en remisse y no gastan demasiado sus zapatos en las
pistas. Tony Espina, el maítre, cuenta que "son discretos
y casi no se miran entre sí". El whisky nacional cuesta en
la mesa 400 pesos viejos y en la barra 300. Los fines de
semana trepa a 700 y 450. Es un ambiente de paredes
blancas, decoradas con redes y rejas de hierro forjado;
desniveles en el piso y sillones de cuero para recuperar
el aliento. (Figueroa Alcorta al 7400).
• MAMUT. Sus dos plantas alcanzan para albergar a 600
personas en distintas tareas: la danza, la comida o el
mimo. Los asistentes son obsequiados con gigantescas cajas
de fósforos y limas para pulir uñas femeninas. Desde hace
tres años funciona desde las siete de la tarde hasta las 4
de la mañana. Entre semana recalan allí señores entrados
en años y tan sólo los sábados aparecen jovencitos con
ánimo de jaranear. Tiene una especialidad: la copa Mamut,
a base de ananá, naranja, pisco, rum, triple sec y
cerezas. La consumición, el fin de semana, requiere 950
pesos viejos para la primera medida de whisky nacional.
Otros días cuesta apenas 700 nacionales. Una buena comida,
que incluye vino y café oscila en 4.000 pesos por pareja.
(En Libertador ál 1000).
• THE GOLDEN PUB. Desde hace 15 años cambió varias veces
de nombre. Lo que no han variado son las exquisiteces
ofrecidas: canapés de caviar y salmón, bifes a la
pimienta, pato a la naranja. Para gustarlos hay que pagar
no menos de 2.500 pesos viejos por persona. Alberto Burg,
el dueño, informa que el 60 por ciento de sus habitués son
mayores de 30 años y, además, extranjeros:
norteamericanos, alemanes, diplomáticos y turistas. Un
whisky cuesta 600 pesos. (En Libertador 1965).
• MACHU PICHU. Cecilio Donin decidió, hace 15 meses, mudar
el nombre y el ambiente (antes se llamaba El Rancho). No
consiguió mucho: el santuario parece excesivamente frío,
tal vez por culpa de sus techos tan altos y de sus sillas
y mesas pasadas de moda. También la música que elige el
discjockey Carlos Radrizzi peca de vetusta. Mejores
atractivos ofrece la piscina, en verano. Entretanto, una
comida de fin de semana cuesta 3.600 pesos viejos para dos
personas; un scotch vale 700 (500 los días de semana). El
reducto abre sus puertas a las seis y media de la tarde.
(En Juan B. Alberdi 421, Olivos).
• MOZAMBIQUE. Alcanza para apretar a 600 personas las
noches mejores. Lino Puente, el patrón, abre el negocio a
las siete y media de la tarde y lo cierra a las cuatro de
la madrugada. Hasta entonces ofrece whisky a 650 pesos
viejos la copa (800 los fines de semana); la música es
adecuada al ánimo de los asistentes por el especialista
Daniel Goregland. (En Juan B. Alberdi 439, Olivos).
• KOKODRIL. A cinco años de su fundación, su fama y su
status no han de-
caído; frecuentado por Jóvenes de 18 e 25 años,
rigurosamente ataviados de sport (las chicas prefieren
pantalones y maxis), el precio de las copas no asusta a
nadie: el scotch cuesta 400 pesos viejos en la barra y 500
en la mesa, con escaso aumento el fin de semana. (En
Libertador 14632, Martínez).
• REVIENS. Fundado en 1941, se convirtió entre 1954 y 1961
en templo del ruido. Hoy sólo conserva alicaídos fulgores.
Primo Babini (47) trabaja allí desde hace 17 años y
recuerda que "hasta tuvimos un muerto a tiros, porque
antes era un carnaval perpetuo: los hombres se peleaban y
las mujeres se cacheteaban por celos". Con dos mil pesos
viejos se puede comer un bife con ensalada; un trago
nacional cuesta 700 y un copetín 400. Más modesto, un jugo
de frutas exige 200 pesos. (En Libertador 2819, Olivos).
EN RAMOS MEJIA. Cerca de las vías del ferrocarril, este
Impetuoso suburbio ha levantado sus propios boliches. Si
bien no consigue toda la adhesión de los reductos
céntricos (con excepción del solariego Pinar de Rocha), es
ahora una nueva aventura para los exquisitos decididos a
tomar otros rumbos.
• PINAR DE ROCHA. No imaginó Dardo Rocha que su estancia
(Inaugurada en
1864), se convertiría 106 años después en boite de moda.
Restaurante, piscina y parque justifican los 500 pesos
viejos que cuesta un trago de lunes a jueves; viernes y
domingo hay que oblar 700 y los sábados 900. Los primeros
viernes de cada mes hay canilla libre por 3.000 pesos la
pareja. Los porteros, de color, abren a las 22. (En
Rivadavia 14701).
• AYERES. Inaugurada en 1964, trabaja con los elegantes de
la zona. La copa cuesta 400 pesos viejos los días de
semana y 2.000 por pareja (con canilla libre) los sábados.
Los primeros parroquianos llegan a las seis de la tarde.
(En Rivadavia 14234).
• TINY'S. Boliche íntimo, ideal para el mimo y la charla;
dos pisos de techos bajos cobijan a parejas que pagan 960
pesos viejos el trago (2.000 los sábados) . Los habitués
provienen de Olivos, Martínez, Lanús y hasta de Nueva
Pompeya, y llegan —sin ser mal vistos— en traje de calle.
(Rivadavia 14278).
• LO DE HANSEN. Toldos rayados, sillones de mimbre y
cuadros coloniales ambientan el reducto en un clima de
quinta de fin de semana. La copa cuesta 600 pesos viejos
(2.100 por pareja durante el week end). Predominan las
maxis y los palazzos; ellos, de sport. (En Alvarez Jonte
395, Ramos Mejía).
• IL CORNO. Posters de Beatles, muebles de acrílico rojo y
verde; aspecto juvenil en las dos plantas. Abre a las
siete de la tarde y allí estacionan alegres adolescentes.
El trago cuesta 1.200 pesos viejos por pareja durante los
días de trabajo; 1.700 los sábados. (En Rivadavia 14300).
Revista Panorama
23.06.1970
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