"Je, je, mirá esos locos", suelen mofarse inefables
transportistas, pletóricos de abdómenes y socarronería
telúrica. Mas detienen, prestos, sus pesados vehículos
(galantería nacida en algún recóndito mecanismo de
autodefensa) para ceder paso al autito: un engendro
acaecido primitivamente en la imaginación de cierto
maduro yanqui, quien no supo qué hacer con su
destartalado Volkswagen; finalmente, terminó por
pergeñar una estilizada carrocería plástica, plena de
coléricas agresividades, y, merced a sofisticados
elementos de otros autos sport, definió al prototipo.
Con certeza, sus congéneres se espantaban al ver aquel
primitivo boogie. Desde aquel distante 1950 hasta hoy
las costas de California y Miami observan con regocijo
el centenar de establecimientos que intentan ganar su
pan mediante las virtudes del enfático aparato.
Es posible que la actual deserción de convertibles, en
la población automotriz, haya influido especialmente
en la irrupción del buggy argentino. Para los
poseedores de un vehículo descapotable, éste funciona
también como amante: hay coches hembras y coches
machos; los convertibles pertenecen al sexo que
patrocinó Eva, tras el affaire de la manzana. El buggy
no es, precisamente, un vehículo con cualidades
femeninas, pero tiende a cumplimentar ciertas
cualidades del sexo débil con cuatro ruedas:
convertible, su carrocería es liviana y tersa. La
superficie no es pródiga en tornillos, chapas,
baguetas; en el caso del Cavaro Brinco, el material
utilizado se sofistica hasta el fiberglass y la resina
poliéster; cada detalle del instrumental, asientos,
tablero y luces, son delicadamente semejantes a los
europeos.
En un principio se tuvo al auto como el característico
vehículo playero, pero los fabricantes en la Argentina
saben insistir sobre sus virtudes, en cuanto a la
movilización cotidiana. Es evidente que el desarrollo
de la motorización en amplios sectores de la vida
moderna (colonización, extracción petrolera,
irrigación, obras hidroeléctricas) implica la
incesante apertura de caminos, o bien la creación de
vehículos que cumplan con las exigencias planteadas.
Este factor parece convertir al buggy en una
revolución imprescindible: "En este momento tenemos
cincuenta y dos pedidos [hace tres meses comenzaron
las ventas], y la mayoría de ellos son para gente de
campo, empresas y aún gente urbana, que dedica muy
poco tiempo a las actividades playeras —se entusiasma
Osvaldo Holstein, 29, casado, gerente de
comercialización y ventas del Cavaro Brinco—. El
consumidor de nuestro producto tiene características
disímiles, pero todos parten de una premisa común: la
necesidad, ya sea de evasión, de trabajo, de peligro,
o de sentirse protagonista. Creo que el buggy las
satisface a todas".
LOS NUMEROS CANTAN
El vehículo que los proyectistas intentaron en los
planos, debía ser capaz de transitar vanidosamente por
terrenos abruptos, medanosos, plagados de rocas o
cubiertos de barro, llanos y montañas. Su área de
utilización normal sería el fuera de camino, aun
cuando estas cualidades no aceptaran causar detrimento
a sus posibilidades en ruta o ciudad.
De todas maneras, los ingenieros soportaron su primer
encontronazo con la realidad, al contemplar las
urgencias del público. En definitiva, el vehículo que
los dejó conformes, y sorprendidos, posee un estilo
diferente, llamativo, personal, deportivo y con líneas
bajas; da sensación de fortaleza, pero ninguna
estridencia detonante. Es capaz de aceptar el manejo
de un adolescente new look, o el del maduro deportista
middle age; el de la frágil niña que lo estaciona, con
sonrojada sapiencia frente a la Facultad, o el de la
señora que hace estallar de envidia a sus cofrades del
mercado. Cede ante el viajante agresivo, o el
estanciero atraído por las insospechables
prerrogativas que le ofrece la mecanización.
Simplificando: un pandemónium.
"Nuestra decisión, entonces —continúa Holstein—, se
basó en construir un modelo medio, que pudiera
satisfacer a todos los tipos que se incluyen en el
mercado potencial. Así llegamos a que el auto debía
reunir ciertos requisitos esenciales: la carrocería de
plástico reforzado viene construida en siete piezas
básicas, de fácil arreglo y reposición; Ja mecánica,
buscada dentro del mercado nacional de usados, es
Renault, con cilindrada de 845 centímetros cúbicos y
motor trasero; la fortaleza del vehículo reside en su
bastidor reticulado y soldado, con tubos de acero SAE
1010, que, pese a sus escasos 70 kilos tiene gran
resistencia a la flexión y torsión el agregado de
parabrisas, capota convertible, puertas y arco
antivuelco, completan un conjunto que nosotros creemos
muy homogéneo."
Sin embargo, todo es factible de ser reducido a una
llana estadística: peso total (vacío) del Brinco, 400
kilos; carga máxima aconsejada (y jamás respetada),
300 kilos; largo total, 3m 60; velocidad máxima (sin
toques), 145 kilómetros horarios. Y, por fin, el
precio fábrica: 1.290.000 nacionales, razonablemente
financiados. Además, debe tenerse en cuenta que la
sociedad Cavaro comercializa su producto no sólo
completamente terminado, sino también en forma de
kits, para ser armados por usuarios cándidamente
adictos a la mecánica automotriz.
Contra lo que podía suponerse, no todos los buggy son
cortados por la misma tijera: algunos modelos andan a
los saltos, y otros (el Brinco, como ejemplo), se
agarran al terreno con inusitado fervor. Aquellos que
pasan su existencia con los amortiguadores en acción,
no suelen ser especialmente recomendados para marchas
en terrenos medanosos: generalmente terminan sus tours
a remolque de algún bendito que los retire de la
blanda arena. Así y todo, poseen sus ventajas: el
conductor puede dar por tierra con el viaje (y la
humanidad) de cualquier acompañante poco aconsejable.
OTRA COSA ES CON GUITARRA
Francis Smith es un personaje frágilmente famoso. Sus
expediciones por el pentagrama no pueden calificarse,
precisamente, como desventuradas, sino que, y no
demasiado subrepticiamente, han sabido de los
cosquilleantes honores que suelen rendir adolescentes
ruidosos.
Francis, por otra parte, aborrece que se hable con él
de haberes, pero lo inocultable son sus tres medios de
locomoción cotidianos: un vertiginoso Camaro, un
sobrio Peugeot 504 y, desde el lunes 3, un Brinco
amarillo patito. Según la planilla de Cavaro, la
unidad entregada ese día al joven Smith es la número
doce en circulación. Mientras se filmaban, en una
quinta de Maschwitz, secuencias de la entelequia
titulada 'Movete, chiquita, movete', graciosos
mancebos y delicadas doncellas correteaban por el
parque, persiguiendo vaya uno a saber qué
ulterioridades. Fue cuando el autito en cuestión supo
llegar a escena, gallardamente. Un instante después,
ellos y ellas se apretujaban sobre la humanidad del
compositor, chillando por vivir el tan mentado vértigo
del Brinco. Livia Barbosa, 20, pelo ceniza, voz
premeditadamente sensual, exponía poco más tarde sus
emociones: "¿Emociones? ... bueno, a mí no me interesa
demasiado la velocidad, pero cualquiera puede
reconocer al buggy como una idea que va a atrapar a
todos los tuercas del mundo; la sensación de peligro
que se vive arriba del auto es sensacional. A mí,
personalmente —se imagina la etérea Livia— me gustaría
manejarlo sola, a orillas de un lago".
Es posible digerir ciertas filosofías gélidas, pero
generalmente, ante sutiles presencias —o ausencias—
cálidas, el tema se torna inmutable: del buggy se
comenta sospechosa relación con alternativas eróticas.
Sin embargo, la ninfa mantiene incólume su estoico
temple: "Ningún vehículo me produce alteraciones,
quizá porque pienso que el aspecto sexual es más
importante que dos pares de neumáticos. De todas
maneras, la mayoría de mis amigas siente todo lo
contrario. Claro, hay que tener en cuenta que hubo
gente que hasta se dejó motivar por una manzana". Poco
después era el propio divo quien exultaba su regocijo
ante el juguete nuevo, mientras sus amigos se
regodeaban, sabihondamente, a su vera. Luego de
haberse diluido las luces de la filmación, la Barbosa
aceptaba contradecirse: "Si yo estuviera en el lugar
de Francis, si tuviera la plata que él tiene, me
compraría el Brinco: para andar sola". Suspiró y,
haciendo gala de irrefutable lógica, trepó al asiento
posterior de un grisáceo Falcon.
MISION NO MUY IMPOSIBLE
Pese a todo, y hasta el día de hoy, los buggies han
sabido ver, casi con exclusividad, sus cuatro ruedas
transitando arenas. Inclusive, se han realizado
competiciones entre las distintas marcas: allí, la
profesionalidad de los volantes sucumbía ante el
entusiasmo por el coche. El Brinco, contra viento y
marea, superó a los modelos rivales; posiblemente este
tipo de satisfacciones avivó, aún más, el ardor
creativo de sus constructores, en especial el de Luis
María Cavallini, 46, casado, cinco hijos, presidente
de la sociedad.
No obstante la terquedad de ciertas friolentas
señoritas, es evidente que el buggy se ha convertido,
por definición, en un objeto de avecinamiento sexual.
Salvando las presumibles especulaciones románticas, el
nada convencional automóvil determina con claridad a
su dueño: una personalidad que roza, alegremente, una
cuantiosa colección de avatares sensuales. Sin duda,
la damisela que trepa a un buggy, instada por las
circunstancias, se haya decidida a participar en lo
que sea. Por otra parte, si bien el diseño del
vehículo otorga capacidad legítima para dos viajeros,
y otros dos de emergencia, es casi un suceso
sobrenatural verlo cargado con no menos de cinco o
seis humanos. Resulta, pues, que el buggy pasa a
transformarse en un medio de identificación grupal.
Algo así como una marca de jeans o de cigarrillos,
sólo que requiere un desembolso de mayor opulencia.
En estos días, el Brinco Cavaro ha comenzado a
efectuar una singular parábola: la clase media
argentina está empezando a aceptar sus posibilidades
reales, olvidándose de considerarlo como un privilegio
de los círculos encumbrados. De haber sido patrimonio
exclusivo de una clase, el buggy corría el riesgo de
verse envuelto en los tradicionales litigios de raza.
Más liberados. o tal vez menos conscientes, en otros
países hasta la Policía aventuró la severidad de su
imagen, ante la presumible frivolidad en que incurría,
persiguiendo bandoleros sobre un boogie. Sin embargo,
los resultados de tales zipizapes han sido más que
satisfactorios para los pesquisantes: en terrenos
abruptos, el auto siempre respondía a todas las
exigencias.
"Es una cuestión de mentalidad —arriesga Holstein—: el
buggy está hecho para gente distinta, que necesita
salir de los cánones cotidianos, que precisa escaparse
o encontrarse; que, por la zona en que trabaja, o anda
a caballo o anda en un Brinco."'
Uno de los prestigios de nuestro tiempo es, quizás, el
hecho de que humoristas, psiquiatras, arribistas,
contertulios de dudosos cafetines, hayan deslizado
graves horas de sus existencias promoviendo el
advenimiento de unos bichos fatídicos e irreverentes,
mixtura del Yeti y Carlos Gardel: los mutables. Es que
se está transitando, según el convencimiento de la
pléyade paracientífica, la era de los cambios.
Obviamente, el círculo automotor no está exento de
formar parte del singular fenómeno. y por eso,
seguramente, hoy se encuentra frente a una saludable
renovación imaginativa en el campo de los motores a
explosión. El buggy resulta ser, en consecuencia, uno
de los puntales de su modificación, y la más novedosa
de sus acepciones. Mutatis mutandis, trasciende el
antiguo proverbio latino. Ojalá que no se equivoque.
11/1/72 • PRIMERA PLANA Nº 467