Los adolescentes dan 2 millones por noche
Algunos de los directivos más tradicionales del Club Atlético Vélez Sarsfield, de Buenos Aires, enarcaron las cejas cuando los organizadores de los bailes del último Carnaval reclamaron la habilitación de treinta boleterías y la preparación de cinco pistas abiertas, a más de los salones del club. Tampoco entendieron por qué, si el baile era en otro lugar, el escenario para las orquestas se armaba en la cancha de fútbol. La explicación la tuvieron al ser prácticamente arrollados, en la primera noche de celebración, por más de 30 mil personas que colmaron las instalaciones de la entidad. Al cabo del Carnaval, Vélez pudo ostentar el promedio más alto de recaudaciones: dos millones por noche, aproximadamente.
El autor de este record es un afable señor de 50 años, casado, con una hija: Antonio Barros, quien, con sagacidad unánimemente detestada por sus colegas, se ha colocado a la cabeza de los disc-jockeys porteños (lo que equivale a decir del país). El instrumento de su promoción es un programa matutino en una radio relativamente modesta (Antártida), frecuentado por la inmensa mayoría de los adolescentes de la capital y el Gran Buenos Aires. La astucia de Barros consiste en "inventar" figuras que representen una imagen aceptable por los teen-aqers argentinos, y lanzarlas a través de su auditorio: 'Una ventana al éxito'. Cierta dosis de extravagancia o de ambigüedad en las personalidades "fabricadas", y la empeñosa reiteración de sus discos hasta el delirio, bastan para crear tempestades de admiración en torno de ídolos que —Barros lo sabe muy bien— deben ser reemplazados sin cesar.
El director de 'Una ventana al éxito' se encargó de programar las fiestas de Carnaval en Vélez, club que hasta el año pasado se defendía pasablemente para las mismas fechas con música grabada. Pero sus 45 mil socios nunca habían sido movilizados por una estrategia tan hábil como la que Barros y su equipo desplegaron este año. Para empezar, la programación incluyó a Bryan Hyland (conjunto norteamericano), Los Teen-Agers (colombiano, a pesar del nombre), Trini López (mexicano), The Blue Diamonds, Juan Ramón, Johny Tedesco (con su pelo platinado y sus sweaters estrafalarios), Lee Dan, Hugo Marcel, Néstor Fabián, Rodolfo Zapata, Chicote López, Héctor Varela y su orquesta típica, y la frenética Roxana. Lo bastante como para enardecer a los adolescentes, quienes consagraron este año a la cumbia como la danza de moda, mucho más allá del hully-gully (no demasiado popular; más bien reservado para playboys), del surf y del ya decaído twist.
Una afanosa señora se lamentaba en un baile de Vélez: "Con tantas cosas para mirar, ya no tengo tiempo de vigilar a mi chica". También esto entraba en el plan de los organizadores del baile: armar en la cancha un estrepitoso escenario para la orquesta, era desalojar de la pista a los inevitables y siempre incómodos curiosos, quienes pudieron ahora ubicarse en las tribunas; y en la pileta, lustrosos nadadores consumaban un show acuático, con luce* policromas. Los mayores tenían con qué entretenerse, y la gente joven se sentía menos vigilada y más —mucho más— a sus anchas. También Vélez Sársfield consagró la modalidad del Carnaval porteño 1964: el adiós al disfraz. Todo el mundo concurrió con ropa sport, y aunque se improvisaron algunas farándulas bulliciosas, las comparsas fueron sólo un recuerdo no demasiado nostálgico, dados los abusos que solían acompañar sus andanzas.
En la lista de atracciones preparada por Barros para Vélez Sársfield, se advierte una ausencia notoria: la de su pupilo más cotizado, Palito Ortega, cuyo nombre, sin embargo, fue sólido atractivo para los concurrentes al club. La razón oficial fue un percance ocurrido durante la presentación del melancólico chansonnier en otra entidad. La verdad —que puso al agitado Barros en trance apoplético— fue que Ortega, contratado a razón de 40 mil pesos por cada club, cubría cuatro o cinco bailes por noche, a razón de quince minutos en cada uno; y no tenia interés en cobrarle menos a su esforzado promotor, a quien le debe su inesperada idolización. De todas maneras, la noticia del accidente de Palito sirvió para comprobar la adhesión de sus fans. centenares de jovencitas lloraron en Vélez, y dos sufrieron crisis nerviosas de proporciones.
En los pasillos de la asociación que agrupa a los músicos argentinos — SADAIC— se susurraba, además (mientras centenares de planillas en trance de liquidación se acumulaban sobre sus mostradores), que a las artes de Barros se debe que una típica descolorida como la de Héctor Varela haya podido desplazar del aplauso a la orquesta, de sólidos valores y tendencias modernas, de Horacio Salgán. Varela se acopló a último momento a 'Una ventana al éxito', en vista de una fracasada contratación para Montevideo, y conoció las ventajas de una promoción espectacular Pero la otra cara de la medalla suele ser bastante menos áurea.
El triunfo de Vélez Sársfield en el campo de los bailes juveniles quebrantó los récords que en recaudaciones ostentaban un club porteño (aunque de galaica prosapia), el Centro Lucense, y dos rosarinos, Gimnasia y Esgrima y Provincial. El carnaval de Rosario, por lo demás, de dos años a esta parte se ha convertido en un acontecimiento nacional, pues posee el atractivo de un corso colorido y bien planeado, con iluminación exuberante, carrozas alegóricas y premios considerables.
Pese a la competencia, el Centro Lucense mantuvo una concurrencia abundante, desinteresada de la cumbia (casi todos eran mayores de edad) y fiel a1 ritmo de Osvaldo Pugliese. Éxitos nada despreciables tuvieron, en el Club Comunicaciones, Julio Sosa (cobró 900 mil pesos por seis noches) y la caudalosa Ámbar La Fox. Las entidades rosarinas obtuvieron cifras abultadas: Gimnasia y Esgrima con Francini-Stamponi, y el Provincial con orquestas locales.
El Club Atlético Independiente conoció, en su sede de Avellaneda, un florecimiento de máscaras y comparsas totalmente insólito en el Carnaval de 1964, si se exceptúa el corso de la Boca (confinado este año a la calle Olavarría porque la avenida Almirante Brown está en reparaciones al parecer infinitas). Independiente cubrió su campo de juego con costoso tablado y tuvo su máximo atractivo en la infatigable twistera Sonia, quien supo mantener una animación indeclinable. Cerca de allí, en el rival Rácing Club, los organizadores prefirieron proponer una espaciosa penumbra de boite, muy elogiada por los bailarines y vituperada por inquietas madres de twisteras, quienes no suelen reparar en que, de todos modos, los bailes actuales imponen la separación de la pareja.
Independiente había confiado sus destinos carnavalescos a otro programa promocional de petimetres ululantes: Escala Musical, que organizó los bailes en ese club y en Huracán, Lanús, Quilmes, Montañés y Tigre Hotel. Escala Musical no estuvo a la altura de sus antecedentes, tal vez por diversificación de esfuerzos, y alcanzó cifras discretas nada más que en las sedes futbolísticas. En el Tigre Hotel, por ejemplo, a pesar del excitante itinerario programado (conducción de los asistentes en lancha desde la estación ferroviaria), no se hizo impacto. El triunfador fue el propietario de un modesto bar al aire libre ubicado frente al hotel, desde cuyo predio se podía ver perfectamente el costoso show. Una vecina comentó: "¿Cómo íbamos a ir a pagar enfrente si desde aquí, y con una botella de cerveza, se ve lo mismo y mucho más cómodo?".
Si en Vélez Sársfield se consumieron, en la primera noche de baile, cincuenta mil gaseosas en menos de cinco horas, los huéspedes más exigentes en materia de bebidas fueron los de las boîtes ubicadas en la zona norte del Gran Buenos Aires, sobre la ribera. Los establecimientos de Olivos estuvieron colmados, como todos los años, y la ubicación en sus tenebrosos recintos fue problemática, pese a que más de una sutil insinuación a los mozos fructificaba en una mesa que privaba de espacio a las bailarines, con las consiguientes protestas. También protestaban los automovilistas para estacionar sus coches (pese a la mano única), mientras los inspectores comunales, encargados de controlar una iluminación mínima y una concurrencia máxima, se disculpaban da su benevolencia aduciendo que "si bien las ordenanzas rigen, todavía no se exige su cumplimiento". Las consumiciones mínimas oscilaron entre 250 y 400 pesos, y Reviens, Buking, Enamour, Sunset, L'Hirondelle y Atelier fueron los lugares que más cobraron sus efusivas penumbras (hubo adiciones de 15 y 20 mil pesos)
Sin embargo, las boîtes de Vicente López conocieron un rotundo fracaso, pese a la vecindad con Olivos. Los entendidos en estos complejos negocios le atribuyen a que, a diferencia de la otra localidad citada, Vicente López es más frecuentada por familias, a las que ofendió la presencia en los "lugares de esparcimiento" de ciertas inquietantes señoritas a quienes la jerga popular ha bautizado como coperas y que metafóricamente se denominan "animadoras".
Los locales nocturnos del centro depararon también una decepción, pero esta vez a clientes potenciales, en su mayoría matrimonios del interior que veranean en Buenos Aires y estaban decididos a vivir noches peligrosas. Kings Club, Gong y Chez Tatave, por ejemplo, bajaron sus persianas y colocaron el clásico cartelito de "Cerrado por vacaciones".
Este cierre corresponde a la atmósfera general del centro durante el Carnaval, cuya cifra está en la palabra "desolación". Las acostumbradas víctimas, los niños disfrazados, ensayaron tímidas apariciones por Florida o Corrientes, recibidas con miradas de extrañeza cuando no de sorna. Perimidos los corsos oficiales, los de barrio fueron languideciendo paralelamente, y Belgrano y Flores ya no son ámbito apropiado para aquellas "damas antiguas" y aquellos "hijos del Zorro" que durante décadas pulularon en las páginas propicias de Caras y Caretas.
Únicamente la Boca apeló sagazmente a sus prestigios turísticos para desplegar comparsas y disfraces más o menos ostentosos. "No es lo mismo de antes", suspiran los boquenses veteranos, igual que suspiraron sus antepasados a añorar los candombes rosistas. Se noto la ausencia de los lujosos travestís que animaron otros corsos de Almirante Brown (corridos al parecer por la reprobación policial), y la de algunos indios que solían inquietar a las multitudes con sus caballos vetustos. Un grupo de jovencitos con ultrasintéticas indumentarias "griegas" provocó las iras de los concurrentes a San Lorenzo, que los abolieron de la pista de baile por medios contundentes; y cierta sinuosa odalisca que ensayó un strip-tease de modestas proyecciones en River, fue poco menos que linchada. El público argentino no escatima las contorsiones en la danza, pero es bastante más estricto que el brasileño en materia de exhibiciones anatómicas.
En los barrios hubo, sí, juegos con agua, de consecuencias a veces calamitosas, y los pomos plásticos permitieron una incesante renovación de las ofensivas. Afortunadamente han desaparecido los pestilentes pomos perfumados y los gélidos chorros de éter. Las serpentinas y el papel picado conocieron también su ocaso este año: 50 y 12 pesos el paquete, respectivamente.
En la Avenida Nueve de Julio, la Intendencia intentó una espectral resurrección de los bailes populares, con gallardetes, banderines y algunos números "artísticos" proclives a efusiones subidas de color. Y así pasó el Carnaval.
18 de febrero de 1964
PRIMERA PLANA

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Antonio Barros

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