"Toda la propaganda, a favor o en contra, me tiene sin
cuidado —afirma Roberto Galán—, yo soy una persona
decente y de honor."
En 1499, irrumpe en la literatura española un
personaje trascendental en la historia de las
comadres: La Celestina. Esta mujer, preferentemente
vieja, era portadora de las desventuras de dos jóvenes
amantes: Calixto y Melibea. La comedia se ofrecía para
llevar mensajes de los novios a cambio de unas
moneditas. Con la aparición de la Celestina, muchas de
las alcahuetas se sintieron identificadas, y de ahí en
más quedó un nombre y una profesión. Con el correr del
tiempo, fueron surgiendo distintos tipos de oficiosas.
Por ejemplo, la Cenicienta la llamó "hada madrina" y,
gracias a sus malabares, pescó un hermoso príncipe de
ojos verdes. Pero no todas las hadas eran buenas. A
las malditas, feas y apergaminadas, se les dijo
brujas. Sus menesteres eran similares, aunque
opuestos. Estas eran consultadas para el "desganche",
o sea, que una triste damisela podía recurrir a sus
menjunjes para desprenderse de un marido gordo, y
éste, más tarde, podía morir "naturalmente".
Por aquel entonces, las hierbas corrían
indiscriminadamente; hasta que la Inquisición puso
coto a estas mateadas. Después de la quemazón que
sufrieron en Salem, las brujas se llamaron a sosiego.
Disminuyeron las muertes y, en consecuencia, los
casamientos.
Todos los siglos se caracterizaron por la aparición de
una buena amiga dispuesta a solucionar problemitas de
soledad. Quien más quien menos, cobijó en su familia a
una tía solterona bien dispuesta. También las vecinas
y las viudas tuvieron un papel preponderante en la
historia de los casamientos. Comenzó, al principio, en
voz baja. No pasaba de un ligero murmullo de patio o
de zaguán. Las madres se afanaron en colocar a sus
hijas y los hijos se limitaban a asentir tímidamente.
Hace apenas unos años, estos menesteres fueron
rubricados comercialmente con el título de Agencia
Matrimonial. Los diarios venían repletos de avisos,
donde podía leerse: "Cásese en veinte días con la
mujer o el hombre de sus sueños. Casa Rapid-Hogar,
tiene lo que
usted necesita". El auge fue tremendo y muchos
desahuciados lograron aparejarse felizmente.
Como resultó un buen negocio, la demanda era numerosa,
se introdujeron en el país empresas importadas como
Quickly o 'Home sweet home' y muchas por el estilo,
que dejaron pingües ganancias. Con la igualdad de los
derechas de la mujer, el negocio sufrió una caída
irrecuperable y fue desapareciendo de a poco.
El último informe en colores sobre las casamenteras,
vino del Norte. Cubierta de lentejuelas y piedras,
Dolly Levin unió muchos solitarios en cinemascope y,
entre valses y polkas, terminó por ubicar su corazón.
En Buenos Aires, el actual reducto donde se tejen las
historias de amor, es en el Canal 11.
La temperatura, en la calle, trepa a los 36 grados. En
el estudio, aumenta por lo menos dos; el ambiente es
insoportable. A las 20.30 del día 28 de diciembre de
1971, día de los Santos Inocentes, se inaugura el
tape. Los participantes, acomodados en dos filas de
tres asientos cada una, se mueven discretamente.
Roberto Galán saluda al público del día siguiente y
presenta a las mujeres y luego a los hombres. Los
oponentes soslayan, sin timidez, a su futura pareja.
Las preguntas, rutinarias al principio, se enriquecen
con las anécdotas individuales. Las respuestas
arrancan sonrisas contenidas a los colaboradores y
visitantes: el programa ha comenzado.
Roberto Galán, saco sport claro y pantalón oscuro,
habla de la carta aparecida en un matutino, firmada
por la Liga de Madres de Familia. Entre otras
acusaciones, se pudo leer: "Además de ser el programa
empleado con motivo de lucro, se rebaja en la
verdadera significación el sentimiento de amor". Galán
se acomoda los bien recortados bigotes, mira lejos, y
dice: "Yo me guío por el veredicto popular. Mi
programa está dedicado a todas esas personas que
puedan tener problemas de comunicación, de soledad. A
los participantes se los trata con educación y
respeto. La Liga, me persigue desde 'Si lo sabe,
cante', tiene la idea fija". Se acalora. Afloja la
corbata y continúa: "No le temo a ninguna
fiscalización, quien quiera puede venir al programa.
Me llaman demagogo y todo lo demás. Yo les digo a
todas esas honorables madres de familia, que no hacen
nada por el prójimo. Viven de subvenciones y de
ayudas, y para lo único que sirven es para rechazar
todo lo popular. Utilizan la Institución como
pantalla. Solamente se mueven en un núcleo vanidoso,
con deseos de figuración". Respira colérico. Se
sienta, toma un poco de agua o algo parecido. En un
intento conciliador, recuerda otros programas donde se
recurre a métodos más criticables para ganar
audiencia. "Yo, lo único que quiero es conmover.
¿Acaso no hay sketches cómicos que son pornográficos?
¿Algunos avisos comerciales no son excesivamente
eróticos? ¿Por qué se meten conmigo, cuando lo único
que busco es la comunicación y el beneficio de la
gente?"
La idea del programa no es original. Hay antecedentes
en USA y los cariocas tienen uno similar, aunque con
distinto ritmo. Después de una amistosa charla entre
Roberto Galán y Héctor Ricardo García, surgió: "¿Yo me
quiero casar y usted?". Se trasmite todos los días a
las 18.30.
Luisa Oddene, 42, ex cantante lírica, dice que vivió
mucho tiempo en Mar del Plata y que abandonó el canto
por un disgusto.
—¿Un disgusto? Cuénteme, cuénteme, ¿qué le pasó?
—Sí. (La muchacha, regordeta, mueve toda su anatomía
en cada respuesta.) Yo me había, me había comprado un
coche, no. Entonces quería sacar el registro, no. Me
pedían tantas cosas ... Que ir a la policía. Me
querían escribir los dedos, qué sé yo. Al final me lo
dieron, pero yo estaba tan nerviosa que fui al mar, lo
tiré y me puse a llorar.
A continuación desgrana toda una historia, que bien
podría ser una telenovela. Habla de un novio, muerto
hace veinte años. De un viaje a España de de seis
meses. De su trabajo en una fábrica textil. De
reiterados llantos junto al mar. Dicharachera y
simpática, la participante número tres se transforma
en la vedette. Su historia puede llegar a conmover y,
por lo tanto, las preguntas se hacen insistentes. "Mi
corazón ya no puede querer", culmina.
Francisco Foraci, 48, italiano. Traje gris, pesado y
con mucho uso. Camisa blanca de cuello chiquito, fuera
de moda. Podría ser aquel ciudadano anónimo que pasea
por Corrientes, el sábado a la noche.
—Eh, claro, io voglio casarme, per cuesto estoy aquí.
—Cree en los horóscopos?
—Y... a veces la pega
—Qué hace después del trabajo?
— Me piace molto mangiare un asadito tutti los días...
Sempre me piace mangiare. . . Lentejas. .. Sopa. La
sopa e buona. Claro. Claro. Sí...
Hilda Norama Isla, 33, trabaja en una fábrica.
Sencilla, modesta, tuvo un novio que entraba a la
casa. Cortaron después de seis meses. Está en la silla
número dos, a pedido de su madre. "Andá nena —cuenta—,
en una de esas conseguís un compañero." ¿Y por qué no?
Por eso vine. Su pasado es pobre, no le da muchas
posibilidades. Termina rápido.
Ángel Espagna Magne, 39, boliviano, sastre de primera.
—Nunca me enamoré. ¿Será cuestión de signo? Soy de
piscis.
—No hay que perder las esperanzas amigo (aconseja).
Está muy bien vestido. Su lenguaje, a diferencia de
sus compañeros, es más cultivado. Busca las respuestas
y por momentos recurre a frases dichas por el
protagonista de una tira.
"Corten. Corten", grita el conductor. "¿Quién habló?
¿Por qué dejaron la puerta abierta? ¿Estamos en un
canal o en una cancha?" La grabación se interrumpe.
Todos aprovechan para apantallarse y tomar algún
refrescante que ayude a espantar el calor. Blackie, la
productora, que ha permanecido callada, ordena que
abandonen los improvisados abanicos. Se reanuda el
tape.
Raquel Rutois, 43, no trabaja; vive con su madre y una
inquilina. Sandalias modernas, sujeta con pulseras a
los tobillos tostados y un conjunto veraniego,
acentúan su preocupación por la moda. No representa
más de 30 años. Comenta en un aparte: "Por tener esta
cara nunca me preocupé en casarme —se entusiasma—;
ahora me urge tener una relación estable. He
frecuentado gran cantidad de boliches —confiesa en voz
baja—, pero ya se terminó".
Peter Fucs, 38, austríaco: "En Austria me había
enamorado. Después la muchacha me dejó, y yo me
embarqué".
—¿Entonces usted se embarcó para olvidar?
—¿Cómo?
—Si usted tomó el barco para olvidar, ¿no es cierto?
—Ah... Si me embarqué para olvidar, sí, sí y olvidé en
Europa.
En Brasil ya estaba completamente curado. En la
Argentina no puede soportar la soledad. Las respuestas
son guiadas hábilmente por Galán y el pasado del
número dos, ahora, tiene ribetes aventureros y
románticos que lo hacen apetecible.
Presentados los personajes, se procede a un último
corte. Se recogen las tarjetas, donde los
participantes anotaron el número de la media naranja
que le resulte jugosa y, si coinciden, la pareja está
formada.
Al comenzar el programa, se les dio a los
participantes una tarjeta, donde cada uno anotará un
número. Si la votación del hombre coincide con la de
la mujer, el flechazo es ineludible. Por ejemplo: si
la mujer número uno coloca en su tarjeta al
participante número dos, y el dos a la número uno,
seguro que habrá casamiento.
"En este juego de la democracia —aquí el responsable
trata de ordenar una frase y busca cuidadosamente las
palabras, corrigiéndolas sobre la marcha—. Sí, sí. En
este juego de la democracia que se permite cobijar a
usureros y explotadores sin que intervenga la
justicia, no hay cabida para un programa que trata de
hacer felices a los demás. ¿Esta es la democracia?" El
escrutinio declara desierta la pareja. El programa
termina. Después de las recomendaciones de rigor, los
participantes se comprometen a seguir esperando,
siempre con fe. Galán se despide atentamente, hasta el
día siguiente, en que se presentarán tres hombres y
tres mujeres distintos, pero unidos en un mismo afán.
Abandonan las tarimas donde están colocadas las
sillas, en silencio. De pronto la señorita Rutois
exclama indignada: "Yo voté al número dos, pero él no
me eligió. Qué se cree... con esa cara. Yo lo voté
porque era lo mejorcito, y también me dio un poco de
lástima. Además creí que me tenía simpatía. Me miraba
continuamente. Con esa facha, ¿a quién le ganó?"
Raquel Rutois, transpira. De vez en cuando lanza
miradas incendiarias al número dos. Las mujeres la
rodean. Luisa Oddene, con el maquillaje de los ojos
borroneados, que le forma una pasta oscura en los
ojos, lagrimea y trata de consolarla. Los hombres
permanecen unidos en un rincón, esperando el okey del
director, que aprobará el tape.
Galán, más descansado, sonríe y dice: "Me critican
cualquier cosa. A algunos les cae mal que una chica de
Dock Sud y un obrero, vayan a Gong o Bwana, o a comer
a buenos restaurantes. Yo les contesto que mi programa
no tiene ninguna categoría social. No porque vivan en
una casa de chapa en la Boca, van a tener que comer
solamente pizza. Yo me río —se ríe— de los
periodistas. Son bastante falsos. Publican una nota en
contra y al otro día vienen y me dicen: "Hola, Beto,
cómo te va, perdóname no fue culpa mía". Pero a mí no
me interesa. Sé los hilos que los hacen bailar. Son la
coima, los regalos... Si yo hablara..."
El número 1 y el 3 se van sin saludar. La Rutois se
acerca lentamente al número dos. Hablan. La cara de la
uno se metamorfosea milagrosamente. De pronto exclama
eufórica: "Vieron, el dos me votó. Sí, me votó. Yo
tenía razón, me tenía simpatía. ¿Qué pasó? Se arma un
pequeño revuelo. Una futura participante, que deambula
de un lado a otro, trata de arreglar el entuerto. "Yo
me di cuenta. Yo, yo. Entonces le dije a la secretaria
lo que pasaba. Se confundieron con las tarjetas. Yo me
di cuenta. Yo, yo. "Que no se vaya nadie"— pretende
Blackie. Tarde. A pesar de todo el ajetreo, la
productora continúa en actitud desmayada. (Lo atribuye
al calor). Se la ve cansada en su fresca blusita con
la pollera haciendo juego. No está elegante, como
habitualmente sorprende. Se niega a toda posibilidad
de diálogo. Pide comprensión (se la comprende) y se
retira afirmando: "Yo no tengo nada que ver. Hago la
producción, nada más. Arréglese con Galán".
En el estudio quedan solamente los responsables del
programa y la participante 1 y el Señor Fucs. Se
intenta regrabar la última parte; es imposible. Los
demás se fueron, durante el desbande.
No obstante, se arma un copete, donde aparece la nueva
pareja, sentados uno al lado del otro. Galán se dirije
al público y alaba la actitud de los dos
participantes. "Estas dos personas se decidieron,
después de terminado el programa; nunca es tarde
cuando se tiene intención de formalizar una relación."
Había sucedido que después de recogidas las tarjetas y
acomodadas en un escritorio para su cotejo, un error
de la mesa examinadora salteó el voto del señor Fucs,
en consecuencia, no coincidieron las votaciones.
Roberto Galán sigue hablando de sus experiencias con
los periodistas. "Una vez publicaron una nota donde
decían que tenía 65 años. ¿Yo 65 años? Le dije al
cronista: «Fíjese bien. Mire mi pelo (aclarado, da
mejor en cámara) Mi cara. Fíjese detrás de las
orejas...» Desde luego no soy un pibe, pero estoy en
la plenitud de mis condiciones físicas en todo
sentido. ¿Qué? ¿Cómo? Ah, no, la edad no se la digo".
El primer programa salió al aire el 15 de noviembre de
1971. Desde ese entonces se han formado muchas parejas
y actualmente se barajan cinco matrimonios en ciernes.
Inés Margarita Blanes, 29 y Guillermo César Suárez,
30, se casan este mes. El acontecimiento será
anunciado con mucho bombo y arroz. La feliz pareja,
por ser la primera, se hará acreedora a infinidad de
regalos, por parte del público y, fundamentalmente,
del Canal.
"La ceremonia va a ser televisada —explica Galán—
desde una iglesia. Además de muebles, viajes de
novios, el Canal 11 se compromete a pagar toda la
carrera al primer hijo del matrimonio. Así que desde
que nace hasta que se reciba de abogado, o lo que
quiera, va a tener todos los gastos pagos. A ver,
dígame si la Liga de Madres es capaz de un gesto
semejante."
Las cámaras apagan la sorprendida luz roja. Roberto
Galán y sus ayudantes despejan el estudio. La última
en irse es Blackie. Callada, se escurre por un
pasillo. Se va sola: no parece tener la suerte de
Dolly.
11/1/72 • PRIMERA PLANA Nº 467