Aunque hay quienes recurren a académicas definiciones
para referirse a esta curiosa especie de la fauna social,
resulta más fácil reconocerlos por las frases que
pronuncian a diario y por sus actitudes. Siete Días
publica una lista de esas notorias chantadas y, además,
las opiniones de quienes tratan a diario con esos
característicos personajes
Los chantas están de moda.
Figuran en las revistas de actualidad y de ellos se había
y se discute en los bares, ferias y oficinas. Sus andanzas
se relatan alegremente, hasta un reciente film que se
llama, claro 'Los chantas', intenta retratar —muy
parcialmente— a tan pintorescos individuos. Sin embargo,
curiosamente, los personajes en cuestión, los "insolventes
morales" —como algunos los denominan— no se inmutan ante
la repentina popularidad y siguen enriqueciendo el
anecdotario callejero, ofreciendo "negocios", tomando
whiskies en despachos de funcionarios y "arreglando"
asuntos de la más diversa índole. Es que los chantas están
más allá de las modas o habladurías; tienen vigencia y
fama desde que el hombre es hombre en cualquier latitud
del planeta. Cada día ganan nuevos adeptos, perfeccionan
sus técnicas y acrecientan un sólido prestigio que, a
pesar de sus enemigos, puede mantenerse intacto a través
del tiempo. Eso, por lo menos, se desprende de la
investigación que llevara a cabo la semana pasada un
redactor de Siete Días: el resultado final de la encuesta
—ver recuadro en esta página— permitió, además,
confeccionar una jugosa radiografía del chanta porteño,
que si bien no supera a los del resto del mundo, por lo
menos adquiere características propias, que lo diferencian
netamente del conjunto.
En principio, para arribar a una definición del chanta,
conviene distinguirlo de otros personajes parecidos pero
de espíritu muy distinto: el fanfarrón, el estafador, el
coimero, el mitómano, el chantajista. El chanta tiene algo
de todos ellos, pero tiene más humor, está más alejado del
delito y es, por supuesto, mucho más
rico y pintoresco. Etimológicamente, el vocablo es el
apócope de chantapufi, que a su vez proviene del genovés
cianta-puffi, lo que viene a ser algo así como el que
"planta clavos" o, más concretamente, el que "clava" a la
gente. José Gobello (55), secretario de la Academia
Porteña del Lunfardo, lo define como un insolvente moral,
agregando: "El chanta no es un delincuente, es el
individuo que no tiene con qué responder por los créditos
morales que contrae; el que se precia y hace alarde de lo
que no es, el que habla de un tema que no conoce; el que
se jacta de las virtudes de las que carece."
Desde otro ángulo, el psicoanalista Arnaldo Rascovsky (68,
dos hijos), lo define como "el que pretende ocupar un
papel o una posición que no le corresponde, lo que en
términos psicológicos se ha llamado el 'como sí', algo que
se deriva de una característica muy común en la gente y
que consiste en la sobrevaloración de la apariencia en
desmedro de la autenticidad. Es un psicópata que tiende a
actividades o situaciones asociales y maníacas. En
realidad se podría construir toda una patología basada en
la abundancia del chanta que condiciona una corrupción
social colectiva."
Lo cierto es que más allá de las académicas definiciones,
cualquier lector, con un mínimo de atención, podrá
detectar a un chanta y, por consiguiente, evitar caer en
sus redes. Las siguientes frases lo delatan: "Quédese
tranquilo, ya le hablé de usted al director"; "Deje todo
en mis manos y despreocúpese"; "Este negocio se lo ofrezco
a usted, porque es mi amigo"; "Esta misma tarde, le voy a
preguntar al ministro"; "Estoy estudiando varias
propuestas de trabajo"; "Yo, que me las sé todas, le
aconsejo que. . ."; "¿Vio? Yo ya lo había dicho"; "Es
inútil, che, si no hablás con el dueño del circo, no pasa
nada"; "Papá arregla todo"; "Cualquier problema que tenga,
ya sabe. . ."; "Todo marcha sobre ruedas, en pocos días
más ya está cocinado"; "¡Ah! ¡Si no fuera porque yo me
encargué de darle una última miradita!"
La principal discusión en torno al tema es: ¿son
peligrosos o inofensivos los chantas? ¿Es pintoresca o
injuriosa la calificación? Entre los defensores de esta
fauna figura Lino Palacio, el dibujante humorístico
creador de Avivato, personaje que justamente intenta
reflejar al típico chanta porteño: "Estos individuos no
son peligrosos porque finalmente todos se dan cuenta de su
forma de actuar. Y es más; yo creo que hacen falta, porque
proporcionan un show cotidiano con sus verdaderas
condiciones actorales. ¿Qué sería de los humoristas sin
esa rica fuente de inspiración? No existirían ni Avivato,
ni El Doctor Merengue, ni tantos chistes cotidianos." No
es curioso que otro cómico, el actor Jorge Porcel (38),
también defienda la existencia de los chantas: "Yo siempre
los preferiré a los garcas. Esos sí que son peligrosos.
'El chanta es el tipo que las va de actor y, pese a que no
lo llaman nunca, habla siempre en los canales de TV
anunciando proyectos; es el patovica que toma sol y anda
trabado siempre, sacando pecho. Chantas son mis
representantes y ¿por qué no? yo también. ¡Para qué nos
vamos a engañar!"
Una de las "mercaderías" más preciadas por los chantas,
son las modelos. Según ellos "dan status", abren muchas
puertas y —como además las cierran— también tienen sus
encantos, por supuesto. Por eso, las chicas consideran al
chanta el enemigo público número uno. María Aurelia
Ramírez (30, dos hijos), dos veces Miss Argentina y actual
presidenta de la Asociación de Modelos Argentinos,
protesta: "Son peligrosos para las chicas que empiezan,
que todavía no los distinguen. Les prometen películas que
nunca se filmarán, desfiles que se suspenderán
indefinidamente y una serie de extraños trabajos para
hacerlas caer en sus redes. Hay ciertos chantas que dan
clases de modelos, que instalan academias y no saben
nada." Enrolados en el mismo bando, los miembros de una
Cámara de Apelaciones condenaron a seis meses de prisión y
multaron,
en 1968, a un señor que se había referido públicamente a
un abogado calificándolo de chanta, considerando, entre
otras cosas, que todas las variaciones y acepciones del
término "son ofensivas y giran alrededor de un común
denominador peyorativo, que indica falta de seriedad y
estatura moral."
La existencia de ese juicio —poco difundido— revela la
importancia que en ciertos sectores se le puede dar a la
palabra en cuestión. El querellante en esa ocasión —el
abogado Noel Maas (49)— recuerda ahora las razones por las
que se consideró ofendido: "Yo creo que el término es
injurioso en doble medida: por un lado se descalifica
moralmente a alguien y por otro se lo acusa de ser un
delincuente de poca monta. Al decirle chanta, se señala a
alguien como si fuera un sinvergüencita, ni siquiera un
sinvergüenza. Yo no creo que porque se use una palabra
extranjera y se diga entre los amigos del café, el insulto
sea de menor cuantía. Puede ser pintoresco, pero el
chanta, en cualquier lugar del mundo, es igualmente
negativo."
Por supuesto, existe un tercer grupo, muy numeroso, que le
resta importancia al asunto. Algunos de los entrevistados
llegaron a considerar que "tratar a nivel periodístico
esta cuestión es una chantada." Más ecuánime, el diputado
nacional Carlos Gallo prefirió descalificar al término:
"No es real definir a una persona como chanta. Yo prefiero
pensar que existen personas buenas o malas, hombres
honestos o deshonestos. Admito, si, que puede haber
picaros y tontos, pero jamás hablaría de chantas."
PERO, ¿SOMOS O NO SOMOS?
Lamentablemente, el orgullo de los porteños en este
aspecto, pueda quedar un tanto maltrecho: aparentemente en
Buenos Aires el culto de la chantada no supera al de casi
ningún país. Es más: muchos se pueden jactar de
superarnos. El lunfardista Gobello, insistió en afirmar,
de todas maneras, que "abundan en cualquier actividad,
entre los jóvenes periodistas que hablan como si supieran,
en los críticos que asumen una actitud doctoral para
definir a una película que no vale nada; en los políticos
que prometen y no cumplen y, finalmente, en el campo
artístico: allí encontrará más chantas que poetas."
Es Jorge Porcel quien ubica en su justo término la
discusión: "¿La verdad? Nosotros tenemos unos cuantos
ejemplares de colección, pero todavía nos falta aprender
mucho. Si alguien caminó alguna vez por una calle de
Italia habrá visto cientos de chantas. ¿Y puede haber
alguien más chanta que un andaluz? ¿Y los franceses? ¡Son
tan chantas que se creen que inventaron al amor! Claro: en
Buenos Aires somos todos
chantas los domingos desde las 11 de la mañana hasta que
empieza el partido: todos tenemos la precisa, somos del
mejor cuadro, hasta sabemos quiénes van a hacer los
goles." Pero eso no basta. María Amelia Ramírez apoya esos
argumentos: "Yo creo que esto es un fenómeno mundial,
propio de la condición humana. No se inventó en este
país."
En realidad, la lista de las "chantadas" incorporadas a la
vida diaria de los porteños sería interminable: meter la
panza para adentro cuando se cruza una chica; peinarse
cuando están por sacar la foto; gastar en ropa más de lo
que se puede; llamar doctor a todo el mundo; hacerse
llamar doctor; viajar en taxi aunque sea por pocas
cuadras; copiar gestos y dichos de otros y utilizarlos
como propios; decir que somos los mejores; decir "la
largué" al referirse a la mujer que se fue con otro;
llamar empresa a una oficinita de mala muerte y hasta
animarse a saludar confianzudamente a alguna personalidad
que, por supuesto, no los reconoce.
De todas maneras, y pese a semejante despliegue, son pocos
los que creen en el fatalismo del sociólogo José Miguens
quien según el diario La Razón, sería el autor de esta
frase: "En Argentina, el chantapufi desplaza siempre al
más capaz."
Revista Siete Días Ilustrados
02.05.1975
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