Diadema
...y los vecinos compraron el pueblo
Operación sin precedentes en Chubut
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del sitio
Ubicados a 27 kilómetros de Comodoro Rivadavia, los habitantes de un ex campamento petrolero emprendieron una inédita experiencia cooperativa: desembolsaron 220 millones de pesos viejos y compraron el pueblo entero -llamado Diadema-, con sus casas y servicios públicos, su escuela y su comisaría, sus clubes y paseos.

El paisaje de Diadema es apacible. Las calles son monótonas y sus habitantes están acostumbrados a la prudencia. Sin embargo, bajo esa calma recoleta, casi acartonada, se esconde una marea de audacias y de innovaciones. Situado a 27 kilómetros de Comodoro Rivadavia, el pequeño pueblito se ha convertido en epicentro de un acontecimiento insólito. Culpables del estremecimiento son los mil pobladores de este antiguo campamento petrolero, otrora perteneciente a la compañía Shell. El 28 de octubre de 1970, los diademenses —reunidos en una flamante cooperativa— decidieron que ya era tiempo de gratificarse con la casa propia y concretaron la compra más desmesurada de toda la historia del Chubut: adquirieron el pueblo íntegro. Un rutilante ejido que incluye 236 viviendas, un hospital, dos clubes, una escuela, una comisaría, una pileta de natación cubierta y con agua caliente (sólo hay dos en toda la Patagonia), parques, plaza con juegos infantiles, central telefónica, vivero, tambo, panadería, cinco comercios varios, un cine con 300 butacas, un campo destinado a la extracción de agua potable y su correspondiente acueducto de 57 kilómetros. Por supuesto, no faltan en ese inventario ni los imprescindibles bares y confiterías, ni las clásicas boutiques femeninas, ni tampoco el consabido monumento a San Martín. El precio pagado por tan parafernálico conjunto es casi irrisorio: 220 millones de pesos viejos, que los diademenses deberán abonar, con los usuales intereses bancarios, en un plazo de diez años.
Con todo, más que la compra en sí, lo que resulta sorprendente es la vigorosa experiencia humana y colectiva que rutila debajo de esa simple transacción comercial. Para indagar la intensa aspiración gregaria de los flamantes cooperativistas, un equipo de SIETE DIAS hormigueó por todos los rincones de Diadema, la semana pasada, y relevó un acabado plano del fenómeno que —en verdad— no reconoce paralelos en el sur argentino. Por extraño que parezca, el operativo tampoco cobija detractores o pesimistas. Al contrario: quienes participan en él, sólo pronuncian ditirambos y esperan —confiados— que el ejemplo se repita en otras comunidades y en otras latitudes del país. Algo bastante difícil, ya que el caso Diadema se enmarca en una serie de peculiaridades más o menos exclusivas, lo cual no mengua para nada el valor ecuménico de la experiencia.

HISTORIAS PARA SER CONTADAS
"Llegué a este lugar en 1.929 y soy el primer poblador de Diadema —memora Gerardo González (65, dos hijas)—. Por aquel entonces sólo se alzaban en este paraje algunas que otras viviendas precarias; recién a fines del año 30 se levantaron las primeras casas de material, muchas de las cuales todavía están en pie." Con todo, la mayor parte del actual conglomerado urbano data del auge de la explotación petrolera en el sur argentino: la década del 40.
El período de esplendor de Diadema, al igual que la riqueza de los yacimientos petrolíferos que le dieron vida, duró poco: con el tiempo, los pozos petroleros se fueron agotando y Shell debió prescindir de la mano de obra sobrante. Así, a partir de 1959, al emigrar el personal despedido —y al volver a sus países de origen los técnicos extranjeros— muchas casas fueron quedando vacías. Algunos pensaron que el campamento pronto se convertiría en un pueblo fantasma, habitado sólo por el viento. Sin embargo, los malos augurios no se cumplieron. Temerosos de que las casas se vinieran abajo si las abandonaban, los ejecutivos de la compañía comenzaron a alquilar las viviendas a gente que no trabajaba en la empresa. De esa suerte, un ejército de foráneos se mezcló a los viejos residentes. Aunque recién llegados, los nuevos moradores no pudieron escaparse al hechizo que ejerce la zona sobre cuantos la contemplan. Uno a uno fueron deglutidos por el paisaje, fascinados por el silencio cósmico de la naturaleza. Muchos de ellos echaron raíces para siempre.
Claro que los bajos alquileres (que aún en la actualidad, hasta tanto no se concrete el traspaso, oscilan entre los 5 y los 15 mil pesos viejos), el gas gratis y los servicios de recolección de basura, barrido y limpieza igualmente gratuitos, contribuían a que los nuevos vecinos se arraigaran en el sitio. No obstante, los días del campamento parecían contados: los pozos de petróleo disminuían progresivamente su rendimiento y Diadema dejaba de ser útil para la compañía.
Sorpresivamente, en 1965, Sip de Witt, administrador de la empresa, comenzó a realizar una serie de sondeos para medir el interés de los pobladores en comprar las casas que arrendaban. "Eso revolvió el avispero —recuerda Eduardo Lorusso (42, dos hijas, distribuidor de productos Esso en Comodoro Rivadavia), actual secretario de la cooperativa—: aunque la gente aún no imaginaba otra solución que la compra individual de cada vivienda, la oferta de la Shell era el comentario obligado de todos. Pero pasó un tiempo y finalmente no se llegó a ninguna solución, pues la decisión de la venta debía llegar de Holanda y la casa central se demoraba en la resolución".
De todas maneras, las gestiones se repitieron nuevamente en varias oportunidades. En 1968, la compañía inició una ringlera de tratativas con la provincia, sin que se llegara tampoco a ningún acuerdo. Los diversos fracasos para concretar la venta, ya sea en forma individual a los ocupantes, o a la provincia de Chubut el conjunto entero, polarizó la opinión de los diademenses. "De cualquier forma —concluye Lorusso—, la gente sacó una importante experiencia de ese período: si queríamos tener nuestras casas propias debíamos organizamos y actuar en forma unida".
A mediados de 1969, las ofertas de la Shell fueron concretas y se fijó el precio de algunas unidades: varias viviendas de 60 metros cubiertos, por ejemplo, se cotizaron en 170 mil nacionales, en tanto que otras más grandes, de 196 metros y amplio terreno, fueron tasadas en 600 mil pesos viejos. Lo barato de estas cotizaciones produjo una turbamulta en todo el pueblo; por último, después de algunas discusiones, se decidió formar una cooperativa, solicitar un préstamo al banco provincial y adquirir el pueblo íntegro.
Los primeros pasos para concretar el ambicioso operativo fueron dados en el mes de noviembre de 1969, en ocasión de una visita del gobernador de Chubut a Comodoro Rivadavia. Entrevistado por los aspirantes a cooperativistas, el contralmirante (R) Jorge Rafael Costa se entusiasmó con la idea; lo mismo ocurrió con el secretario general de la Gobernación, capitán Van Gelderen. "Nos llevamos una grata sorpresa por la atención que nos prestaron y por el apoyo que prometieron a nuestro proyecto", se sorprende aún el secretario Lorusso.
Lo cierto es que una semana después, los complotados viajaron a Rawson, donde fueron recibidos por las autoridades del Banco de la Provincia de Chubut, quienes comprometieron el apoyo financiero y jurídico de la institución. Sólo faltaban algunos detalles: dar estado legal a la cooperativa y fijar el monto de la operación. "Una noche —confiesa Lorusso— nos reunimos las tres partes, barajamos
cifras y llegamos a la cantidad de 220 millones de pesos viejos. Como justamente ése era el monto que la Shell adeudaba a la provincia en concepto de regalías, la solución era obvia: nosotros nos haríamos cargo de la deuda a cambio de que la compañía nos entregara el pueblo".
De ahí en más, la historia se precipita: en abril de 1970 se realizó una reunión de las partes interesadas en la cual se aprobó el plan expuesto; el 28 de octubre de ese mismo año, en un acto público efectuado en Diadema —al que concurrió el gobernador—, se firmó el convenio definitivo. El acta rubricada establecía tres artículos
claves: 1) Shell pagaría en dinero efectivo a la provincia la suma de 226.104.520 pesos viejos en concepto de regalías adeudadas; 2) la provincia efectuaría un préstamo de 220 millones de nacionales a la cooperativa, por medio de su agente financiero, el Banco de la Provincia de Chubut, a reintegrar en el plazo y con los intereses comunes en este tipo de operaciones; 3) la cooperativa, por su parte, destinaría dicho préstamo a la compra de las viviendas e instalaciones de administración y servicios que componían el Campamento Diadema Argentina, ubicado en kilómetro 27 de Comodoro Rivadavia.
Quizá convenga hacer notar que, en realidad, cuando se tiene la escritura no se habrá movido ni la más modesta cantidad de dinero en efectivo. Todo el camino será transitado por un simple, aunque cuantioso cheque: éste será entregado por la Shell a la provincia para saldar su deuda atrasada con ella; el tesorero de la Gobernación —por su parte— endosará ese cheque a favor del banco provincial en concepto de ampliación de la cartera de créditos; el -cajero del banco, a su vez, lo traspasará a manos de la cooperativa, que cerrará el círculo devolviéndolo al administrador de Shell en paga del pueblo Diadema Argentina. Sólo quedará, entonces, la obligación de la cooperativa de reintegrar los 220 millones en diez años. "Es la primera vez que un cheque volador no perjudicará a nadie", se alegró ante SIETE DIAS un alborozado diademense.
Con todo, la euforia de los cooperativistas llegará a su ápice el próximo mes de junio, cuando se firmen las escrituras definitivas y el traslado de bienes quede canonizado con los burocráticos requisitos que marca la ley. "Entonces podremos trazar planes para el futuro y convertir a Diadema en un importante centro urbano, con un mínimo de 2 mil habitantes", se exalta Lorusso, esgrimiendo una confianza que no carece de sustentación; la infraestructura del poblado y la vocación colectiva de sus moradores prestan, en efecto, un amplio marco para el optimismo.

DIADEMA ES UNA JOYITA
Para recorrer los 27 kilómetros de la ruta provincial número 26 —que une Comodoro Rivadavia con Colonia Sarmiento y que festonea el antiguo campamento de la Shell— sólo hay dos posibilidades: transitarlo en automóvil propio (que es lo que hace la mayoría de los pobladores, pues en Diadema están patentados 150 vehículos privados, casi uno por cada familia) o someterse a 35 minutos de traqueteo a bordo del Expreso Diadema, única línea que presta servicios regulares entre Comodoro Rivadavia y la población. Tiempo que habrá de disminuirse, ciertamente, cuando se construya el tramo de asfalto recientemente licitado; mientras no esté terminado, no queda otro remedio que remontar los 15 kilómetros de tierra.
Sin embargo, el periplo vale la pena, pues el paisaje de Diadema es algo insólito en esas latitudes de la costa patagónica: una vegetación abigarrada y jardines teñidos con una sorprendente variedad de flores, lo convierten en un oasis. Aunque las temperaturas son tan extremas como en Comodoro Rivadavia (14 grados bajo cero en invierno, y 35 de canícula en verano), las suntuosidades del paraje lo trasforman en un lugar ideal para vivir. "Este sitio es una joyita —murmuran sin excepción sus habitantes—: se puede decir que es algo así como las Lomas de San Isidro con respecto a Buenos Aires".
La comparación, aunque exagerada, no deja de ser aproximativa: en algunas zonas de la villa hasta cuesta distinguir las casas entre la espesa arboleda de los parques y jardines. Con todo, una circunstancia heredada de los tiempos de la Shell encapota el vergélico horizonte. Como todas las ciudades del mundo. Diadema tiene su sector exclusivo, su barrio modesto y su precaria villa de emergencia. Un fenómeno social que, según el oftalmólogo Atilio Tiscomia (49, cuatro hijos), presidente del Consejo Administrativo de la cooperativa, habrá de desaparecer con el tiempo.
De las tres barriadas del pueblo —construido a ambos lados de la ruta—, la denominada Central es la única que cuenta con algunas calles asfaltadas: antes era reducto de altos empleados y ejecutivos de la Shell. El barrio Iglesia, al norte del camino, muestra una edificación más compacta, pero igualmente decorosa: allí las casas están más juntas, hay menos espacios libres y las calles son de tierra. Estos dos sectores son los que integran el dominio de la flamante cooperativa: el tercero, Tranquera, está fuera de los límites de la propiedad y saturado de casuchas de lata y madera, aunque no faltan ni los árboles ni los jardines bien cuidados.
Esta división explica la diferencias de precios que deberán pagar los moradores de los distintos barrios: en Central —donde las casas tienen techos de chapa pintados de rojo y se asemejan más a una suntuosa residencia de fin de semana—, las cotizaciones oscilan entre los 25 y los 29 mil pesos viejos el metro cuadrado; en Iglesia —donde los chalecitos están techados con láminas de fibrocemento y los lotes son más reducidos—, el metro cubierto pendulea entre los 15 y los 19 mil nacionales. Pero todos los habitantes de Diadema, sin distinción de barrios, tienen los mismos derechos cooperativos: cualquiera que lo desee, en efecto, puede concurrir al natatorio, al acogedor club social o al inesperado estadio de fútbol, el único de toda la Patagonia que posee una tribuna techada. Estas prerrogativas también se extienden, desde el éxodo de la Shell, a los humildes habitantes de Tranquera y a las 37 personas que trabajan para el pueblo.

¿OUIEN MATO AL COMENDADOR?
¡FUENTEOVEJUNA, SENOR!
Al igual que en la famosa obra de Lope de Vega, Fuenteovejuna, los vecinos de Diadema parecen haberse complotado para conspirar contra intendentes y políticos. Ante la posibilidad de que la provincia de Chubut convierta al ejido en un municipio —con su edil y su burocracia— los diademenses se atrincheran en una titánica e insólita vocación regicida. "Las ventajas del sistema cooperativo sobre el político parecen evidentes —argumenta el médico Tiscornia—, pues no es muy común que la gente tome conciencia de sus problemas de la manera en que lo hizo aquí. En un principio, sobre 116 candidatos posibles, se asociaron a la cooperativa 101 vecinos y en la actualidad ya somos 207. Una buena idea de la ejecutividad de este sistema lo da el hecho de que en sólo un año y medio, con la realización de apenas cuatro asambleas generales, se resolvió la compra del pueblo y la marcha futura de la comunidad. Ahora nos resta nombrar un gerente que resuelva los problemas diarios y canalice la organización."
La tarea, en verdad, no es minúscula; por el contrario, hasta resulta apasionante. En los próximos meses, los cooperativistas deberán legislar sobre un cúmulo de perfiles que por lo general son —en otros pueblos— resorte del municipio o de la gobernación. El prorrateo de gastos —administrativos y de toda índole—, algo así como los clásicos impuestos municipales, deberán ser estudiados a fondo y la consumición repartida entre todos. Tendrán que hacer frente, asimismo, al futuro código de edificación, algo que comúnmente cae bajo la férula de los especialistas de la burocracia provincial: el indudable estirón urbano que pegará Diadema en los años futuros les obligará a sancionar ordenanzas acerca de las características que tendrán las próximas viviendas a levantarse, así como el tamaño de os predios aún no loteados y susceptibles de ser vendidos. Cosas más o menos difíciles de ajustar si no se tiene la suficiente experiencia catastral. De cualquier forma, para los diademenses, el cooperativismo parece ser la única respuesta a todos los problemas, y su Biblia diaria consiste en aplicar el estatuto que los asocia. Pero eso no es lo único: entusiasmados por el buen resultado del operativo, no dudan en propagar su evangelio.
"Esta experiencia, posiblemente, sirva para que en el futuro se creen
otras comunidades independientes, bajo la forma de cooperativas. Si obtenemos un buen resultado —se esperanza el presidente Tiscornia—, cundirá el ejemplo. Nosotros pensamos que el verdadero fin del cooperativismo no es solamente el de unir a gente que desea una vivienda propia, sino que su misión más importante es la de formar sólidas alianzas entre cooperativas, como único instrumento para eliminar a los intermediarios en todos los campos de la actividad humana."
Por lo pronto, las huestes lideradas por Tiscornia —pensando, tal vez, que la caridad bien entendida comienza por casa— están procurando crear nuevas fuentes de trabajo para que la mano de obra quede en Diadema, en lugar de desplazarse hacia la vecina Comodoro Rivadavia. A la puesta en marcha del hospital (uno de los más modernos del sur argentino, con 22 camas y pabellón de infecciosos separado), habrá que contabilizar el proyecto de crear un internado escolar para chicos del interior de la provincia y el despegue de un museo regional, que funcionará en el antiguo edificio que albergaba a las oficinas administrativas de la Shell. "Siempre y cuando —claro está— la gobernación de la provincia acepte nuestra propuesta", se desespera el pope Tiscornia.
Para terminar con las diferencias exteriores impuestas por la Shell a uno y otro barrio, el equipo directivo de la cooperativa ya decidió asfaltar algunas calles del barrio Iglesia que —de esa forma— se beneficiará con el primer esfuerzo comunitario. El hecho, aunque pueda parecer anecdótico, tiene una significativa importancia, pues cuando se sometió a votación el proyecto, todos lo aprobaron de inmediato, desenvainando una clara voluntad igualitaria. "Poco a poco —recomienda Alberto Ekonen (48, dos hijos, peruano)—, la gente tendrá que tomar conciencia de que al formar la cooperativa, no sólo se compró una casa sino que se comprometió con un estilo de vida determinado."
En verdad, todos coinciden en opinar que el futuro de la comunidad radica no solamente en la potencialidad económica del pueblo, sino —más que nada— en las condiciones humanas de la gente; que en Diadema parece aproximarse bastante al ideal buscado. "Yo estoy en condiciones de hacer comparaciones —asegura Manuel Ricciotti (42, tres hijos), concesionario del club social—, ya que antes viví en otros campamentos petroleros. Aquí no solamente son mejores las casas sino que la gente es más culta, más preparada para vivir en grupos reducidos, y extremadamente sociable. Hay auténticos deseos para que la comunidad sea mejor y más bella en todos sentidos; sólo mencionaré un detalle para que pueda darse cuenta —prometió M.R. a SIETE DIAS—: éste es el único campamento de los alrededores en que los habitantes plantan árboles y cultivan su jardín. A mí eso me parece macanudo", elogia el bufetero.
El slogan más repetido en Diadema, en efecto, parece ser el de alabar al prójimo y cantar loas al paradisíaco paisaje. No obstante, algunos de los habitantes más jóvenes suelen arriesgar ciertas dudas: "La vida aquí es demasiado tranquila —se queja Cristina Berón (17), estudiante de bachillerato en el colegio Perito Moreno, de Comodoro Rivadavia—. Si bien podemos disfrutar de la pileta de natación y de los bailes organizados en el club, me parece que falta unión y camaradería en la juventud local: la mayoría de las chicas tiene su novio en Comodoro Rivadavia, que es donde trabajan o estudian. Además —se lamenta— somos muy pocos: no hay ya chicos y chicas como antes." No le falta razón: según un censo realizado por SIETE DIAS, no llegan a 100 los jóvenes entre 15 y 20 años. Fenómeno que también desespera, aunque por otras razones, al hispánico comerciante Felicísimo Fuertes Fuertes (42, dos hijos, natural de la provincia de León): "La compra del pueblo será muy beneficiosa para todos y permitirá que esto crezca nuevamente —se ilusiona F.F.F.—. Las casas son muy buenas, palacetes, digamos, pero falta gente joven. ¡Imagínese que para poder formar el equipo de fútbol tuvimos que pedir a otros clubes de la zona que nos prestaran varios jugadores!".
Pero ese revés futbolístico no alcanza a tiznar el orgullo que los diademenses sienten por su comunidad. Quizá quien mejor lo defina sea Raúl Calzetta (40, un hijo), residente desde hace 9 años en el poblado y ex intendente municipal de Comodoro Rivadavia: "Todos somos conscientes en este pueblo de la experiencia que estamos haciendo, sabemos que intentamos poner en marcha un cooperativismo integral, total, y que muchas de las medidas propugnadas fueron ensayadas sin éxito, en otras partes, por los gobiernos comunales.
Pienso —arengó Calzetta en una mesa redonda citada por SIETE DIAS— que cada uno de nosotros sabe que no ha comprado una casa sino una forma de vida, una especie de bienestar social y comunitario, donde cada uno trabaja para sí y para los demás. La experiencia será dura, es cierto, pero saldremos adelante porque la comunidad somos nosotros: un puñado de gente honesta, capaz de dejar abiertas de par en par las puertas de sus casas sin que por eso les falte nunca nada". Riesgosa afirmación que fue contestada por algunos jóvenes de la siguiente manera: "No diga eso, señor Calzetta, porque si sale publicado, se vienen a Diadema todos los chorros del país". El retruécano, en verdad, no era una crítica, sino otra manera de espolvorear elogios sobre la fecunda experiencia cooperativa.
OTELO BORRONI.
Revista Siete Días Ilustrados
31.05.1971

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Diadema en 1971 y en Street View actualmente
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