El peso de la verticalidad
Juan Domingo Perón
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Verticalidad
Los episodios de Azul aceleraron el proceso de depuración ideológica. El Gobernador Bidegain y ocho diputados de la JP quedaron en el camino, víctimas de la verticalidad que ellos mismos tantas veces elogiaron. El ala izquierda del oficialismo busca ahora otras variantes —dentro y fuera del movimiento— mientras Perón se apresta a reducir el excesivo poder político que han acumulado los metalúrgicos.

SI los objetivos del grupo que asaltó la guarnición de Azul eran los de dar un golpe espectacular que ayudara políticamente a la izquierda, los resultados indican que el episodio sirvió para afirmar aún más a la línea derechista del Gobierno. El golpe produjo la irritación del Ejército, la reacción del Gobierno, la indignación general por las muertes ocurridas y la decapitación de otro sector importante del ala izquierda del peronismo. Si en cambio, el ataque apuntaba a comprometer al Gobierno en una política cada vez más dura y represiva, que se fuera diferenciando cada vez menos de los regímenes anteriores, la táctica habría dado algún resultado.
Lo cierto es que Perón consiguió, aún enarbolando las tradicionales herramientas del poder absoluto, que todos le prestaran un decidido apoyo político en la defensa del Estado.
En la noche misma del domingo 20, Perón se dirigió al país rodeado de sus principales colaboradores —incluyendo a su esposa—. prolijamente vestido con el uniforme de teniente general. No sólo era el Presidente, sino un comandante de operaciones alertando a amigos y a adversarios sobre la guerra sin cuartel contra la subversión que, se supone, entró ese día en su etapa decisiva. A partir de allí, además de ponerse en juego la tranquilidad del país, también está el lugar que ocupará Perón en la historia argentina.
No es demasiado arriesgado suponer que este último punto marca la clave de la acción subversiva: descolocar a Perón frente a sí mismo, las Fuerzas Armadas y la opinión pública. Entre las versiones que más circularon dentro de los oficiales de Inteligencia, había una que asignaba un propósito muy definido al ataque. Según esa hipótesis, el asalto al Regimiento 10 en momentos en que se suponía que no contaba con toda su capacidad de contraataque (debido al fin de semana y a que la nueva clase de conscriptos no se hallaba en condiciones de entrenamiento adecuadas), tenía por finalidad coparlo durante el tiempo necesario para enviar un radiograma a todas las guarniciones. De ese modo se generaba una lógica alarma y podía promoverse una reacción militar contra el Gobierno; tal vez un planteo exigiendo sustanciales modificaciones en el Gabinete o la intervención a las provincias gobernadas por peronistas presuntamente izquierdistas.
Si ello es así, la acción bélica consiguió el efecto contrario, pues la respuesta de la guarnición benefició al Gobierno. Desde el punto de vista de la estrategia guerrillera, lo más importante de la acción del ERP es su capacidad para ganarse el temor y la antipatía de la opinión pública, incluyendo la izquierdista. Como señalaba el propio Lenin, todo grupo con pretensiones revolucionarias debe buscar de granjearse el apoyo de la población y, especialmente, el de aquellos sectores más dinámicos o más útiles para sus fines en las próximas fases de su acción. Por ejemplo los oficiales más jóvenes y los suboficiales de las Fuerzas Armadas. Con este tino de acciones, en los que matan a sangre fría a un soldado conscripto de guardia como si se tratara de un enemigo, no lo logran.
Puede recordarse la experiencia de los Tupamaros uruguayos: mientras robaban camiones con alimentos para repartirlos entre los pobres, o cuando denunciaban negociados, despertaban la simpatía de la población. En cambio cuando comenzaron a matar vigilantes su estrella declinó. Es que en este tipo de organizaciones políticas, su estilo de acción elitista las aísla y sólo sirve para irritar a la derecha. no para vencerla.

Las consecuencias
Un buen síntoma de lo que se avecinaba fue la rápida reacción de los gobernadores Bidegain, Obregón Cano y Martínez Baca — todos cuestionados dentro del oficialismo— quienes se apresuraron a condenar lo sucedido y a expresar en distintos tonos su lealtad a Perón. Este, en su discurso del mismo domingo, ya había señalado la posible negligencia culposa de algunos gobiernos provinciales frente a la guerrilla, un dardo dirigido implícitamente contra Bidegain, pero que por elevación también cuestionaba a todos aquellos peronistas más o menos relacionados con actitudes calificadas de izquierdizantes.
Claro que ahora vale la pena preguntar hasta qué punto Bidegain, Obregón Cano y Martínez Baca son realmente izquierdistas, porque si nos atenemos a los hechos producidos por sus gobiernos, la respuesta es obviamente negativa. Hasta ahora, si algo hicieron, nada tuvo que ver con lo que se supone es parte de una política izquierdista. Ninguno de ellos dio muestras de intentar una reforma agraria, o de socializar —así sea parcialmente— algún rubro de la producción; ni siquiera en los limitados ámbitos reservados a la gestión provincial.
En cuanto a Bidegain, lo más espectacular de su gestión fue aceptar que su ministro de Educación, Alberto Baldrich, comenzara a aplicar una política educativa sectaria y con muy claros matices derechistas. La clave del presunto izquierdismo de estas cuestionadas figuras es su oposición a la línea sindical predominante, cuya hegemonía ejerce la Unión Obrera Metalúrgica, que es la que a su vez marca las coordenadas del oficialismo. Esa coyuntura derivó en peligrosas alianzas de los gobernadores con ciertos grupos juveniles —y activistas— del peronismo, aunque nunca a desarrollar una política de izquierda. Un buen ejemplo de ello pueden ser los fundamentos de las verticalizadas renuncias a las bancas que redactaron los ocho diputados que se negaron a convalidar la reforma del Código Penal: en las mismas no sientan una posición ideológica, sino una actitud coyuntural.
De esta manera, las posiciones izquierdistas fueron sólo una bandera, no un modelo político. El caso fue que en la última semana de enero se dio por finalizado el Operativo Dorrego, aquella labor conjunta —propiciada por el ahora ex gobernador Bidegain— entre efectivos militares y miembros de la Juventud Peronista para ayudar a las zonas anegadas por las lluvias a mediados del año pasado.
Como lo señaló oportunamente Redacción, el Operativo se parecía mucho al prolegómeno de una alianza política entre el entonces comandante general del Ejército, teniente general Jorge Raúl Carcagno, y los sectores calificados como "la izquierda" del oficialismo. En un momento se pensó que el famoso Operativo concluiría al conocerse la renuncia del general Carcagno, pero con lo de Azul su final se extendió a la —también vertical— caída de Bidegain.
En su ya mencionado discurso, Perón convocó a todos —especialmente a sus partidarios—, a una movilización general contra la subversión. También centralizó su acción política, ya que no la acción policial, a combatir el ala izquierda dentro de su movimiento, pues resulta evidente que los más peligrosos adversarios se encuentran precisamente allí.
Resultaba obvio que Bidegain, transformado por imperio de las circunstancias en "chivo emisario", debía pasar a cuarteles de invierno sin siquiera contar con el consuelo de una embajada. La idea primera había sido solucionar el problema con el expediente de la intervención federal a los tres poderes, algo que podría servir de antecedente para tomar medidas similares contra otras provincias. Pero la noticia de la intervención hizo pensar a Balbín en interrumpir su gira por el sur y entrevistarse con el Presidente a fin de disuadirlo.
La idea del jefe radical —en la que influyó decididamente el líder de su bancada de diputados nacionales, Antonio Américo Tróccoli— consistía en proponer las renuncias del gobernador y el vicegobernador (el dirigente metalúrgico Victorio Calabró). Según marca la constitución provincial, la Legislatura designaría entre sus miembros el nuevo Poder Ejecutivo para el resto del período 1973-77. Las motivaciones de los radicales eran claras: ellos también ven con temor el predominio del sector sindical. Obviamente, no lo lograron: Calabró fue ungido Gobernador, pues los dirigentes metalúrgicos no podían dejar pasar una oportunidad tan propicia de asegurarse una posición de poder tan significativa, aunque también peligrosa.
Desde luego que Perón hubiera preferido colocar allí a un político sin mayor apoyatura propia para tal cargo, pero —igual que Balbín — prefirió por el momento aceptar el curso marcado de la sucesión. Ahora su próximo objetivo será reducir el poder de los metalúrgicos.

La Juventud en la encrucijada
La ruidosa aprobación de las reformas al Código Penal tuvo un proceso sumamente discutido. El proyecto oficialista fue cuestionado incluso hasta por los diputados peronistas más jóvenes. Trece de ellos habían decidido disentir con la opinión del Poder Ejecutivo, y para fijar su posición ante el líder —se supone que no buscarían disuadirlo— solicitaron entrevistarlo.
Perón los recibió el martes 22 en la quinta presidencial de Olivos.
Asistieron once. Si pensaron que el Presidente los recibiría a solas se llevaron una gran sorpresa; además de los visitantes, Croatto, Díaz Ortiz, Giménez, Glellel, Iturrieta. Kunkel, Ramírez, Romero, Svesk, Vidaña y Vittar), estuvieron el presidente de la Cámara de Diputados. Raúl Lastiri; el ministro del Interior, Benito Llambí; el de Bienestar Social y secretario privado, José López Rega; el secretario general de la Presidencia, Vicente Solano Lima; el secretario de Prensa, Emilio Abras; y el presidente del bloque de diputados del Frejuli, Ferdinando Pedrini. Alrededor de ellos se instaló una impresionante batería de cámaras de telecenario que ya predecía todo, visión y micrófonos radiales.
Perón explicó su versión sobre los grupos subversivos y la necesidad de protegerse contra ellos. "El que no está de acuerdo, se va", repitió ese día. Ocho de ellos abandonaron luego sus bancas y al otro día se fueron verticalmente expulsados del movimiento.
El episodio acrecienta las dificultades que desde hace un tiempo vive la Juventud Peronista, que recién ahora ha empezado a descubrir que su idea de "Patria Socialista" no es compartida por Perón, ni por la mayoría de los peronistas. Se sabe, sin embargo, que una parte de este sector acatará finalmente la verticalidad, pero se descuenta que otra parte se irá alejando para constituir lo que ahora se bautizó como la Alternativa: un espacio político postperonista con pretensiones de heredar parte del caudal político de Perón, cuando llegue el momento —biológicamente inapelable— del retiro definitivo del viejo caudillo.
Todavía no se ve con claridad el futuro que puede tener tal Alternativa. Por ahora parece sólo una necesidad de algunos sectores (que accedieron al peronismo detrás del circunstancial camporismo) de replantear su posición apenas comprendieron que el peronismo no es ni más ni menos que eso: peronismo. Es decir, el partido de los fieles seguidores de Perón.

Otros efectos
En este caso de los diputados, el elemento catalizador fue la reforma penal, la que ahora adquirió un tono similar al de los últimos tiempos del gobierno militar y al de los viejos tiempos peronistas, períodos en los que se buscó que el Estado impusiera el orden desde arriba —verticalmente— en lugar de logarlo por una armonización de los sectores internos de la comunidad.
Lo más discutible de las reformas se refiere a ciertas ambigüedades, como por ejemplo cuando se refiere a la asociación ilícita, donde cualquier tendencia nueva que pueda surgir —y por ser nueva, no legalmente reconocida— por ejemplo contra la dirección de un sindicato, podría ser acusada de subversiva si asume un tono crítico muy violento. Según señaló el Presidente a los diputados disidentes de su partido, tales ambigüedades "serán salvadas por los jueces".
También debió pagar tributo al desgaste político el secretario general de la Presidencia, Vicente Solano Lima, cuando los amigos sindicalistas del nuevo gobernador Calabró lo acusaron de haber "buscado defender a Bidegain" debido a su intento de transacción en defensa del ex titular de la provincia de Buenos Aires. Le recordaron también que cuando acompañaba a Cámpora en el ticket de candidatos a la Presidencia —durante la campaña electoral anterior al 11 de marzo—, mantuvo una estrecha relación táctica con el sector juvenil.
A mediano plazo, la clave del éxito gubernamental radicará en su manejo de la economía. Si en febrero y marzo se superan los problemas de la escasez de productos, la opinión pública no perderá su tranquilidad. Si se logran las anunciadas inversiones para dinamizar la economía, el Gobierno podrá afirmar que ganó la partida. Si también termina con la intranquilidad motivada por la subversión, Perón realmente habrá ganado. Mientras tanto, tendrá que seguir sorteando los obstáculos acudiendo en primera instancia a su habilidad política, y en segunda al peso de su verticalidad.
REVISTA REDACCION
FEBRERO 1974

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Juan Domingo Perón

Perón y Balbín