"El que desee desvirtuar una realidad ha de comenzar
por cambiarle de nombre. En esto el demoliberalismo ha
sido maestro (...) No hay
Peronistas y Antiperonistas, sino revolucionarios y
antirrevolucionarios."
JUAN PERON (Peronismo y Antiperonismo, 5 de julio de
1972)
"... mono antropomorfo, de color pardo oscuro y de
estatura igual a la del hombre; [...] es membrudo y
muy fiero, y habita en el África a orillas del río
Gabón." Tal, la definición de gorila en el diccionario
de la Real Academia. Pero hay algo que los lingüistas
españoles ignoran. También se observan ejemplares de
esta especie en Argentina, vistiendo en ocasiones el
uniforme de general. Sucede, inclusive, que detenten
el poder, haciendo uso del único derecho que conocen.
Hay aún más cosas que no saben los peninsulares
académicos. Quienes se autodenominan con orgullo
gorilas surgieron históricamente para que el Pueblo, a
cualquier costo, olvide su participación en una
realidad que lo ignoró hasta 1946. Este, por su parte,
parecería resistir hasta la exasperación los embates
de la símica pedagogía. Un tira y afloja en que, hasta
ahora, las mayorías parecen destinadas a ocupar un
lugar dentro de la jaula.
Para arribar a este resultado, los pilosos cuadrumanos
debieron recurrir —además de a dientes y uñas— a la
astucia. Así inventaron un lenguaje, y con él
lucubraron una historieta. El relato consistió en el
descubrimiento de castigadas y desvalidas minorías,
que sufrieron el asalto de la masa. Pero luego, vino
la revolución libertadora para restablecer la
democracia, proscribiendo al Pueblo y llamando tirano
prófugo a su Líder.
Con el correr del tiempo, sin embargo, la función de
simio ordenador se volvió engorrosa. Se hacía difícil
mandar y ser obedecido. Recordaron entonces los
gorilas aquella gran afición entre los griegos: el
teatro. Y con alegría aprendieron el juego limpio de
dar la cara con la máscara. A partir de 1962, la
estratagema dio sus buenos resultados, llegando a
ocupar un grupo de ellos primerísimos lugares en la
escena y en forma sucesiva. Con más de una década de
ensayo tras ensayo, llamaron
en el 72 a un gran acuerdo nacional de corifeos.
Recién entonces descubrirían que, como los antiguos
helenos, eran expertos en tragedia.
EL ROSTRO DESCUBIERTO
Para muchos, el discurso del Comandante Lanusse ante
sus subordinados tuvo un doble sentido: conseguir algo
de la confianza de éstos y, sobre todo, constituirse
en una dura respuesta para Juan Perón. Quienes piensan
así se sienten atentos espectadores de un partido de
ping-pong protagonizado por dos rivales de primera
línea.
Errónea interpretación. El 28 de julio, cuando Lanusse
decidió ejercitar el "contacto personal" con 1.100
oficiales superiores del Ejército, en realidad no
hacía otra cosa que dirigirse al Pueblo argentino. Es
verdad que él pretendía lanzar una estocada a su
contrario, y que intentaba sumar adhesiones entre sus
camaradas de arma. Pero no consiguió sus objetivos.
El Líder Justicialista daría su respuesta cuarenta y
ocho horas más tarde: "Se trata de sus acostumbradas
amenazas que, hasta ahora, le han dado poco resultado
y han ahondado el repudio popular con que cuenta el
jefe". En otras palabras, si Lanusse cree que sólo
mantiene un duelo con Perón, está equivocado; su
contendor real es el Pueblo.
En cuanto a los militares, seguramente no habrá
obtenido mejor suerte. Más allá de la acción
psicológica, contaba de antemano con la adhesión de
los sectores gorilas. Y a los otros, ¿pensó seriamente
en convencerlos a esta altura del partido? Es difícil
que ésta haya sido su intención; AAL tiene, además de
su carácter impulsivo, algo de sentido pragmático.
Si era su interés llegar al país, transmitiendo "así,
en voz alta, con la única preocupación de ser claro,
sin ninguna limitación", hay que reconocer que alcanzó
plenamente su objetivo. Si quedaba alguna pequeña duda
sobre su filiación gorila, o sobre la limpieza de
juego proclamada en mil oportunidades, dio por tierra
con ella. Y esto, a pesar que ordenara a la
concurrencia admitir: "Nunca tuve la necesidad de
esconder la cara".
Algo, sin embargo, no funcionó demasiado bien. En el
tintero del Comandante-Presidente quedaron atrapados
infinidad de temas, cuya explicitación soslayó, no
porque los dejara de ver, sino porque no le
interesaban. Un ejemplo de esto: "Lo que se dijo el 7
de julio [lo que él, Lanusse, dijo] nos exige a todos
profundas, detenidas y repetidas reflexiones". Ignoró
que es eso lo que piensa la mayoría argentina, y sobre
todo que el propio AAL se haya incluido en la
exigencia de reflexión. Lo único que no se explica es
que no la haya hecho hace 21 días, o inclusive algo
más.
Pero otro fue el tema, de coloreados ribetes, que el
teniente general no debería haber tocado: "A los que,
como nosotros, tenemos el privilegio y la
responsabilidad de empuñar las armas por mandato
constitucional..." Y zas, lo había dicho. Es verdad
que todo el mundo ya sabe que, si eso fuera cierto, él
no estaría ocupando el sillón de Rivadavia; que la
tortura a los adversarios políticos no está
contemplada en ningún artículo de la Constitución,
como no sea para abolirla (la Asamblea del año 13 es
uno de los "pactos preexistentes"); que la Carta Magna
tampoco hace hincapié en la necesidad de crear fueros
especiales y Cámaras del Terror. ¿Por qué hablar,
entonces, justamente de eso, si sólo crea
desagradables suspicacias? ¿Eh?
Claro que el párrafo íntegro venía mal barajado.
Terminaba planteando la necesidad de "tener bien claro
qué es lo que queremos, qué es lo que estamos haciendo
y hacia dónde vamos". Sí, por supuesto. Que de una
buena vez defina los objetivos, pero no con el falso
lenguaje de siempre, sino llamando a las cosas por su
verdadero nombre. Pero, además, especificando que son
sus objetivos, inclusive los de algunos de sus
camaradas (los gorilas), y los del establishment
financiero. Y sin involucrar en ellos a nadie más,
porque el Pueblo jamás se engañará con que los puntos
de vista de Alejandro Agustín son también los suyos
propios. Y hasta en el propio Ejército muchos de sus
integrantes podrían sentirse molestos porque se los
incluyera en proyectos que no desean.
Por ejemplo, aquella utopía que enunciara el 7: "No me
detendré a enumerar cuánto se ha hecho en estos años
de revolución argentina ... Ese pueblo silencioso que
trabaja... sabe y reflexiona sobre los miles de
kilómetros de caminos que fue capaz de construir en
estos seis años... El Chocón, Zárate-Brazo Largo,
Ullún, Cabra Corral, Futaleufú... y sabe de su acero,
de su petróleo argentino..."
Claro, una señora sensibilizada por la pobreza hubiera
pensado en la imagen del niño pobre, que para distraer
su hambre cuenta las figuritas pasándolas de una mano
a la otra ... Pero, en general, la gente que juzga lo
dicho por Lanusse es adulta. Y él, además, es el
Presidente. ¿Olvidó quizá que la deuda externa
argentina supera los 5.000 millones de dólares, diez
veces más que al caer Perón? Seguramente pensará, como
los viejos economistas del café, que las deudas son
irremediablemente arrastrables, y que con el
tiempo se agigantan. Y que la de ahora encuentra su
causante total en aquella otra. ¿Habrá olvidado quizá
que en aquel momento los gorilas decían que Perón
estaba hipotecando al país?
Los vencimientos de la deuda actual se concentran en
los próximos años, y para cualquier argentino honesto
pueden transformarse en una pesadilla. Representan más
de 500 millones de dólares para el próximo ejercicio,
y sólo en lo que respecta al sector público, es decir,
sin contar la deuda privada. Mientras tanto, Jorge
Bermúdez Emparanza ya estará preparando sus valijas,
para ser el viajero pedigüeño del 73, o refinanciar la
deuda —estrategia que Brignone descartó en su última
gira—.
El costo de la vida ha subido un 34,1 por ciento, en
los primeros siete meses del 72. La tasa anual desde
julio del 71 es del 61,1 por ciento, una cifra que no
se registra desde el primer año del Gobierno de
Frondizi. El salario ha caído por debajo del vigente,
desde el momento en que Lanusse asumió el poder. En
cuanto a la participación de los asalariados en el
Ingreso Nacional, amenaza con caer por debajo del 37
por ciento. Un dato que, en épocas de Perón, no fue
negativo; muy por el contrario, superó el 50 por
ciento. Esta es una cifra record, que nunca se
volvería a alcanzar. Como decía el Líder
Justicialista, "la realidad es la única verdad".
¿Sería por eso mismo que el Comandante-Presidente no
quiso detenerse a enumerar cuánto se ha hecho en estos
años de revolución argentina?
Y si se realizó algún tipo de operación no
catastrófica, entonces, ¿cuál será el grupo
favorecido? El Pueblo seguramente no.
Más aún. Existe la amenaza de recesión. La industria
de la construcción trabaja al 40 por ciento de su
capacidad. Por primera vez en diez años bajaron las
ventas de automotores: esto revela que la crisis ha
llegado a sectores que hasta el momento no habían sido
tocados. La demanda global está cayendo. La
recaudación de los primeros siete meses por parte de
la DGI sólo subió un 28,7 por ciento, es decir, menos
que el aumento de los precios. Los industriales ya no
invierten, porque la demanda baja y el dinero es
escaso; una consecuencia, esta última, de la política
restrictiva del Banco Central. Las obras públicas
están detenidas (Cayetano Licciardo no quiere
modificar su torpe presupuesto, hecho con una
hipótesis de inflación del 25 por ciento anual; a las
empresas del Estado no les alcanza la plata para
continuar sus obras). La tasa de desocupación casi
llega al 10 por ciento en el Gran Buenos Aires. Y ni
qué hablar de la descapitalización.
Claro está, Cano Lanusse tiene su disculpa. Él nunca
entendió demasiado bien qué es la economía. Por eso
cuenta con los dedos la cantidad de mamotretos de
hormigón armado, y después sacude la cabeza
satisfecho. Mientras tanto, el pueblo pasa hambre.
Cómo no reconocer con Perón, entonces, que en
Argentina "no hay Peronistas y Antiperonistas, sino
revolucionarios y antirrevolucionarios". O, mejor aún:
"En la Argentina actual, como en muchos otros países,
se está desarrollando esa lucha que agrupa, en un
bando, a los hombres que obedecen a la evolución [no
antinómica de la revolución] y en el otro a los que la
resisten".
Revista Siete Días Ilustrados
08.08.1972
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