CAFE-CONCERT
Odio, amor y otros delirios
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Las cosas que hay que ver, de y por Antonio Gasalla. El Pollito Erótico.

Son diez momentos los que se eslabonan entre la presentación y 'El partido', la canción final. Desde el comienzo, cuando entra solemne por la platea, con un traje deslumbradoramente blanco y el aire tímido de una novia emocionada, Antonio Gasalla asume un ritmo que lo distancia inmediatamente de la histeria agresiva, el ingrediente que Carlos Perciavalle aportaba en los trabajos conjuntos.
En un medio acosado por la superficialidad, deteriorado por el snobismo, limitado por la economía, corroído por la falta de ideología, 'Las cosas que hay que ver' es un serio intento por asumir la responsabilidad total de lo que se dice y se hace sobre el escenario.
El resultado es desparejo en cada sketch, pero el balance arroja un saldo de inteligencia y espectáculo que pocos pueden igualar hoy en Buenos Aires.
Porque está muy de moda / y parece una "joda" / todos quieren hacer / café-concert, explica Antonio al comenzar su show, para denunciar de inmediato: Hoy lo sabe hasta un niño / con cuentos de Gudiño / unas pocas canciones / cuatro recitaciones / de clásicos autores / al final tirar flores. / Y te sorprenderás: / ¡No falla jamás!
Después hay una "recitación según la gran Berta": el Coro de Alfonsina Storni. Con una voz poderosa y trémula, el poema adquiere cumbres de cursilería, abismos de locura. En seguida, Antonio se desdobla y es un niño méndigo y la dama-no-benéfica que lo escucha a la puerta de una iglesia. Ambos roles, a pesar de un texto no pulcramente ajustado, se dibujan con impecabilidad.
Un momento después, Josefa pende del techo y, balanceándose a impulsos de odio, cuenta su historia de muñeca postergada y vengativa en un crescendo pavoroso, que construye la instancia más rica y deslumbrante de la noche.
Con camisa de voile negro, voz tenue y gestos medidos, Gasalla se convierte en un consejero sentimental. Y esta propuesta, quizá la más ambiciosa, es la menos lograda, porque el monólogo se diluye por momentos sin encontrar la imagen clave. Sin embargo, la declaración-bolero que culmina el sketch resume sin desperdicios todos los lugares comunes, los mitos y el mal gusto implícitos en el tratamiento popular de "lo sentimental". Vale la pena reproducir algunas estrofas de ese delirio: ser la preclara idea / que tu mente atesora / y el átomo del aire / que entra por tus narices / ser todas las palabras, / las comas y las pausas / que con tu boca dices, anhela primero, para quejarse de inmediato: El precio que he pagado / por ser tu enamorado. / La sangre que chorrea / mi pecho lacerado / pues el torpe angelito / con mano temeraria / me dio en la coronaria.
Después hay un cuento con moraleja bifurcada, una canción dedicada a la comunicación compulsiva y, antes del fin, una broma genial que comienza en un baile, con Antonio de espaldas susurrando equívocas proposiciones a su pareja hasta el final (que sería imperdonable describir).
Como intérprete, el espectáculo permite valorar a un Gasalla de recursos sutiles y riquísimos. Como autor Las cosas que hay que ver revela a un observador inteligente, a un manipulador seguro de sus medios pero huérfano de lo que siempre falta en el café-concert: dirección. Una mirada de afuera que evite los trazos más gruesos mediante la decantación que, así, sólo el tiempo puede obrar.
A. B.
Revista Panorama
21.11.1971

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