DOS AÑOS DESPUES, EL GOBIERNO ENFRENTA UNA DISYUNTIVA:
REVOLUCION, DICTADURA O ELECCIONES
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La semana transcurrida fue la más densa en acontecimientos significativos desde la instalación del gobierno revolucionario. A pesar de los disturbios del viernes 28, el problema fundamental del poder central fue una indefinición para articular una salida política que alivie la expectativa de la opinión

Nunca, desde la instalación del gobierno revolucionario, hubo una semana tan cargada de hechos significativos como la que coincidió con la del segundo aniversario de su instauración. Nunca, tampoco, los acontecimientos desplazaron más holgadamente a la ya tradicional secuela de rumores. Los hechos:
♦ Intervención al Poder Judicial de la provincia de Santa Fe.
♦ Renuncia del secretario de Promoción y Asistencia de la Comunidad, doctor Raúl Puigbó.
♦ Renuncia del eminente penalista Sebastián Soler al cargo de presidente de la Comisión Asesora, nombrada por el P. E., para estudiar modificaciones a la legislación penal argentina.
♦ Discurso del ex presidente Arturo Frondizi ante representantes de la Asociación de la Prensa Extranjera.
♦ Discurso de advertencia del ministro del Interior, doctor Guillermo Borda, el jueves.
♦ Disturbios callejeros del viernes 28, en varias ciudades del país, promovidos por la CGT opositora, los estudiantes y un conjunto de agrupaciones políticas.
Semejante seguidilla de sucesos tiene, sin embargo, un hilo común: el proceso de definición entre sus corrientes internas que parece haber acometido el gobierno de Onganía.
Es más: para la mayoría de los observadores políticos, la medida que dispuso la intervención de la justicia santafesina estuvo enderezada a provocar las iras del conglomerado liberal, dentro y fuera del gobierno.
Adelantándose a lo que sobrevendría 24 horas después, el matutino La Nación tituló su comentario político del domingo 23 con el interrogante '¿Fuerza versus derecho?'. Por su parte, el editorial del jueves 27 de otro vocero liberal, La Prensa, no trepidó en comparar la grave medida dispuesta por el gobierno con "la violencia dictatorial iniciada en 1943". Si la intención del gobierno fue provocar una reacción más virulenta, es evidente que ello no ocurrió. Pero dos días antes, en su edición del martes 25, el mismo periódico incluyó un extenso artículo firmado por Ricardo Sáenz-Hayes, en el que tras afirmar que "hoy la República sólo existe de nombre y no
es incorrecto escribirla con minúscula", reivindicaba la era del fraude patriótico, la "década infame".
Ello permitió que los núcleos adictos al equipo político del gobierno enarbolaran la siguiente interpretación: este tipo de manifestaciones resulta altamente beneficiosas para Onganía. Aunque éste permanece silencioso —razonaron— en cuanto a explicitar una definición política, las proclamas de la oposición no contribuyen sino a esclarecer "hacia qué lado se inclina el presidente". Quienes con mayor entusiasmo se dedicaron a propalar este esquema, durante la semana pasada, fueron los políticos de la heterodoxia peronista, que hasta hace un mes atrás se autocalificaban de "vandoristas".

Un balde de agua fría
El texto de la renuncia de Puigbó pareció apoyarse precisamente en dicha especulación. Es la primera vez, al menos, que un alto funcionario oficial menciona abiertamente la convivencia de dos tendencias contradictorias en el seno del gobierno. La "carta personal" de Puigbó intentó a todas luces identificar públicamente a Onganía con la corriente nacionalista del gobierno. Y aun suscitar un eventual respaldo presidencial hacia dichos postulados. "Me consta que usted desea —escribió el ex secretario de Promoción— esa comunicación (con el pueblo), y que la ha buscado a través de sus viajes y de muchas actitudes de apertura y de diálogo con sectores populares. Pero esos esfuerzos resultan insuficientes para compensar la retracción popular que provoca la actitud de algunos sectores del gobierno, que no sólo no comprenden las motivaciones populares, sino que parecen ufanarse en contrariar e irritar al pueblo". Pero al aceptar la renuncia, rechazando sus términos, Onganía echó un balde de agua fría sobre las esperanzas de Puigbó y las especulaciones del clan "nacionalista".
Con todo, antes que en motivaciones de orden ideológico, las causas del desplazamiento parecieron obedecer a la ineptitud del ex secretario de Estado. Ello tiende a confirmar que Onganía sigue firmemente resuelto a encarar los problemas económico-sociales de la actual etapa revolucionaria con técnicos idóneos antes que con ideólogos. Y es en el ámbito liberal donde parecen reunirse las mejores condiciones para lograr ese abastecimiento. Este hecho descubre otro de los pilares que sustentan la acción del equipo político y de sus adláteres del peronismo: la inevitable impopularidad de las medidas de saneamiento económico quedará anotada en la cuenta del ala liberal, sin mengua de la imagen presidencial y de su equipo político. Cuando dicha estrategia dé los resultados previstos y comience el tiempo de la expansión —el llamado "tiempo social"— habrá llegado el momento de introducir los cambios necesarios. Vale decir, desplazar al actual equipo económico. Entonces Onganía podrá encarar la batalla de la popularidad y la coherencia política.

Cómo remontar la espera
Quien se encargó de demoler cuidadosamente dichas especulaciones fue Arturo Frondizi, desde la tribuna que le cedió la Asociación de la Prensa Extranjera. Con los mismos fundamentos que Puigbó, el ex presidente incursionó con un bagaje mucho más profundo en la crítica a la tesis de la espera. "No comprendo a veces la confianza y la ingenuidad de sinceros partidarios del desarrollo nacional que aceptan la tesis de que esta etapa normalizadora servirá de base a la etapa desarrollista", expresó Frondizi en trasparente alusión a los integrantes del equipo político. "Durante dos años —dijo— la revolución ha sido neutralizada y alejada de sus verdaderos fines". La crítica de Frondizi apuntó entonces a advertir que el gobierno, "al no hacer la revolución", caerá en la alternativa de convertirse en una dictadura personal o verse forzado como otros gobiernos militares a improvisar salidas electorales.
De alguna manera, su discurso sintetiza las ideas que se iban a volcar en el abortado documento que darían a conocer los organizadores del denominado Congreso Nacional Justicialista, también frustrado.
Pero la operación política que despuntó de ese intento (Ver SIETE DIAS, Nos. 54 y 57) puede encaminarse hacia una convergencia insinuada igualmente por Frondizi. Ante los corresponsales extranjeros volvió a enarbolar un lema que había acuñado
una década atrás: el "movimiento nacional y popular". En 1968 ello significa vertebrar una alternativa política que materialice las ilusiones del equipo político del gobierno. Vale decir, crear un partido de la revolución.
Es lo que vinieron preparando desde hace 6 semanas los integrantes de la rama política del vandorismo, encabezada por Paulino Niembro, Delia Parodi y Alberto Iturbe. Los fuegos comenzaron a arder cuando a mediados de mayo, al regresar de un viaje a Santo Domingo, la Parodi fue homenajeada, en una cervecería de Buenos Aires, por la plana mayor de la entente. Allí, la ex diputada clamó abiertamente por un ruptura con Perón. El congreso debería servir entonces para fijar la posición doctrinaria de la heterodoxia y montar, en consecuencia, una dirección paralela a la que ejerce Jerónimo Remorino, delegado personal de Juan D. Perón. El puntal más importante con que contaban los conjurados era el apoyo de Augusto Vandor. Este no sólo lo negó, a la hora de las decisiones, sino que combinó su estrategia con la conducción oficial del peronismo. En la tarde del viernes 21, fecha en que debían comenzar las deliberaciones, el departamento de Delia Parodi albergó al postrer intento de recuperar las simpatías del Lobo. Pero el líder metalúrgico ya había elegido y su actitud se atuvo fielmente! a lo acordado con Remorino para llevar al congreso a una vía muerta. Uno de los asistentes pudo idear entonces un nuevo matiz político: "Aquí nació —dijo— el vandorismo sin Vandor; hasta ahora éramos solamente el peronismo sin Perón".

¿Regreso al 43?
No obstante, ese mismo viernes por la noche, 60 de los convocados concurrieron a la "sede" de las deliberaciones instalada en el otrora tradicional reducto vandorista, la Munich de Palermo. Pero tampoco escasearon las sorpresas en el encuentro. Pocas horas antes, ya habían desertado de la cruzada el abogado Vicente Saadi y el economista Antonio Cafiero. En el cónclave nocturno, Alberto Iturbe, autor del temario de 6 puntos, y Carlos Juárez, ex gobernador de Santiago del Estero, se encargaron de diluir cualquier intento de perpetrar realmente el congreso y emitir, como se había previsto, una declaración constitutiva. Lo curioso es que veinte días atrás, Juárez había asistido a una conferencia pronunciada por el ministro Borda en el Ateneo de la República. Pero no se limitó a escuchar. Fue el siguiente orador de la velada, y al finalizar se confundió en un abrazo entusiasta con el ministro del Interior. La actitud de Iturbe y Juárez evidenció que a pesar de todo, el rompimiento propiciado por los más decididos (Delia Parodi, Alberto Serú García, Miguel Unamuno) no resulta una empresa fácil. Los riesgos que sopesaron los modera-
dos son obvios: huérfanos del apoyo de Vandor y carentes, por ahora, de una apertura convocada por el gobierno, la empresa puede quedar suspendida en el vacío.
"La cuestión —explicó uno de los partidarios de la inmediata ruptura con Remorino— consiste en remontar este período, que es el más difícil, por la ausencia de hechos más concretos por parte del gobierno. Pero cuando éstos se produzcan, nosotros llevaremos la delantera. Los que se quieran acoplar van a llegar con retraso, pero no les vamos a decir que se vayan".
Los seguidores de esta tesitura, comparan el actual proceso con el que vivió el país a partir del 4 de junio de 1943. "El enemigo es el mismo: el liberalismo. El instrumento del cambio también es el mismo: el Ejército. Y como entonces, una convocación, lanzada desde el poder para la formación de una nueva fuerza política, no puede terminar en otra cosa que en un gran movimiento popular", aducen. Sin embargo, para muchos observadores, la comparación se invalida porque el actual ejército carece de una ideología homogénea, que constituyó el arma decisiva del 43. Y porque, además, es muy difícil que ahora se formule una convocatoria a la formación de un movimiento desde el propio poder, en virtud de que las condiciones no son las mismas que las existentes hace un cuarto de siglo.
Con todo, la última semana mostró que el gobierno contaba a su favor con dos elementos de primer orden para hacer frente a los aprestos de la oposición: el respaldo de las FF. AA. hacia la medida que dispuso la intervención de la justicia santafesina, y la actitud de expectativa propiciada por Remorino, ante los preparativos del 28 y las últimas evoluciones de la CGT de Paseo Colón.

Por ahora, sólo el orden
A medida que se fue acrecentando la fecha clave del 28 de junio, el apoyo político hacia la CGT comandada por Raimundo Ongaro quedó reducido, casi exclusivamente, a los grupos y partidos de izquierda. Tanto la conducción oficial del peronismo, como de la UCRP, no asistieron a ninguna de las reuniones que Paseo Colón 731 dispuso para los partidos políticos. En el caso de Remorino, su ausencia obedece a una estrategia combinada con Vandor que acaso tenga en la actitud de la CGT de Azopardo su expresión más acabada: abrir una expectativa a la espera de una definición política del gobierno, levantando al mismo tiempo un programa de reivindicaciones.
Es que Paseo Colón se estaba convirtiendo, en los hechos, en la cabeza aglutinante de toda la oposición. Para los grandes partidos, ello empezó a significar, prácticamente, la subordinación a la estructura sindical y el ascenso vertiginoso de un líder con "vuelo propio": Raimundo Ongaro.
En cambio, aislar sutilmente la furibundia opositora de Paseo Colón puede obligar a que el gobierno acceda a introducir cambios en su política o, de lo contrario, verse en la obligación de disolver el nucleamiento opositor e intervenir una serie de sindicatos. Debilitada la conducción sindical, los políticos quedarían con el campo libre para decidir cualquier tipo de salida o combinación política.
En este sentido, la delantera fue asumida por Arturo Frondizi. En la tarde del jueves, un comunicado de la CGT de Azopardo calcaba las frases que el ex presidente había vertido tres días antes. "Una revolución se hace con hechos, no con palabras", repetía. Para finalizar con un interrogante: "Los trabajadores se preguntan cuándo comenzará una auténtica revolución trasformadora". Pudo interpretarse como una exhortación al gobierno, o como un llamamiento a una definición institucional.
Pero la actitud del gobierno siguió ceñida a no formular alternativas frente al descontento. El jueves por la noche, un día antes del estallido del viernes, el ministro Borda se limitó, parcamente, a formular amenazas y proponer una vez más que "la paz y el orden constituyen hoy un supremo bien que la Nación está decidida a conservar a toda costa".
Al concluir la semana, a pesar de las alocuciones oficiales, lo que seguía sin definirse es si también resultará posible estirar a toda costa el plazo de una espera que cada vez se torna más incierta. Mientras tanto, la oposición parece alinearse tras otro nuevo plazo: 60 días. ¿Podrá responder antes el gobierno?
Revista Siete Días Ilustrados
02.07.1968

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Frondizi
Arturo Frondizi
CGT opositora
A la reunión de la CGT opositora solo concurrió la izquierda
Ongaro - Puigbó

Parodi
Delia Parodi
Ministro Borda
Guillermo Borda