Hugo Guerrero Marthineitz
"El negro" y su gente
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Más de tres mil personas enfervorizadas, abarrotaron el lunes el teatro Odeón y ocuparon Corrientes y Esmeralda. Pedían con aplausos la reposición de Guerrero Marthineitz en la programación de Radio Belgrano, de la que falta hace 50 días

Azul eléctrico el traje, avanzó rápidamente, juntó los talones en un firme casi militar y agachó la cabeza mirando al suelo. ¡Hugo! ¡Hugo! ¡Hugo! La multitud estalló en un aplauso ensordecedor. Las plateas se levantaron y desde los palcos cayó una lluvia de flores. Y el peruano allí firme, mirando el suelo, emocionado hasta las lágrimas cuando los gritos se esparcían por el amplio vestíbulo y alcanzaban la calle y la esquina de Corrientes y Esmeralda, interrumpiendo el tráfico con sus ¡Hugo! ¡Hugo! a toda voz. Los patrulleros se movilizaron para buscar la calma y él mirando el piso, serio, con claveles a sus pies y el trueno de tres mil voces resonando en sus oídos. Porque era la apoteosis, el delirio, la fiesta, el carnaval, lo inaudito, lo insólito, lo increíble. Por vez primera en el país, quizás en el mundo, miles de gargantas reclamaban la vuelta de un programa radial. ¡Hugo! ¡Hugo! ¡Hugo!
El peruano levantó la cabeza, impuso silencio, avanzó dos pasos. La voz aterciopelada del mulato, del mestizo incaico que pronuncia como el viejo castellano las palabras. La voz que dice que "se habla, se habla, se habla, se habla por todos lados y a veces uno tiene miedo a la soledad ante tanto palabrerío". ¡Con vos no hay soledad, mi negro!, grita una voz del palco de arriba, donde se pierde la multitud en las sombras. El sonríe, avanza otros dos pasos, llueven las flores. "Pero no importa la soledad porque hoy he descubierto ,e( basamento de ella. Si los políticos en vez de hablar y hablar y hablar ge dedicasen a esto, a sentir, otra sería la cosa. Por eso
—la voz se eleva, se detiene en el aire, el brazo hace un gesto como cortando los reflectores que iluminan la escena— por eso tenemos que estar juntos contra viento y marea". Y el teatro se viene abajo y la señora Consuelo, semiciega, dialoguista con el peruano de muchas tardes del "Show del minuto", se refriega una lágrima y el teatro se viene abajo y el negro abajo la cabeza, manejando a su público como ninguno podría hacerlo. "Esto as amor, el amor que no se ejerce a través de los micrófonos. Y yo no tenia cómo hablar... aunque parezca mentira". Y el público aplaude y grita "Viva Perú", "Viva Perú". Y el monólogo sigue entre las lágrimas de las mujeres, "mujeres del pueblo para aquellos que dicen que hablo para señoras gordas". Y da un paso atrás y levanta ambos brazos y se calla y agacha la cabeza y el tono de la ovación surge espontáneo de miles de gargantas que repiten estribillos. Y entonces el Negro peruano, el Negro parlanchín, el Negro criticón y criticado, pide un aplauso porque el lunes 3 de julio, cuando se le rendía homenaje, era el Día del locutor. "Y fíjense que no tengo título, yo no soy locutor". ¡Vos ya te has doctorado, negro! La voz surge ahora de la platea. "Debemos conseguir que el hombre de radio, como el artista, sea tratado como un creador. No queremos más el gato por liebre". Y termina la cosa, se agacha a saludar, toma a un muchacho de ocho años en sus brazos y grita: "Este es Diego Alonso Guerrero, mi hijo, argentino".
Los aplausos duran diez minutos por reloj. Paro el Negro ya ha
escapado a los bastidores. Se seca la frente, recibe saludos. "El corazón me hace así", y se lleva la mano al corazón y la convierte en puño que cierra y abre velozmente. Y no asoman las lágrimas porque —diría luego a GENTE— "uno tiene que tener pudor con sus propias emociones. Ahora me voy un rato a Europa y luego veremos qué pasa".
—¿Volverá al aire el Show del Minuto?
—No lo creo. No, no creo que vuelva, al menos como yo lo pido, en vivo y en directo.
La historia de la noche triunfal de Hugo Guerrero Marthineitz termina pronto, cuando debe escapar de sus adictos en un patrullero policial. Pero la real historia comienza hace casi cincuenta días cuando el Show del Minuto deja de salir al aire. Primero por presuntas criticas de su conductor a colegas. Luego, cuando le piden que grabe previamente sus programas, cuando él se niega a hacerlo. De ahí en más, silencio.
Teresa Rodes, una obstétrica admiradora del peruano, coloca un aviso en un matutino. Pide solidaridad para "el Negro Marthineitz". Llueven las llamadas telefónicas, los "telefonemas" de los que adhieren; se nombra una comisión organizadora, se colocan nuevos avisos, se alquila el teatro Odeón. "No creíamos en este éxito —dice la señorita Rodes—, la próxima vez vamos a alquilar el Luna Park o algún estadio de fútbol". La comisión eleva un petitorio al presidente Lanusse solicitando la reposición del peruano en su Show. Detrás de la movilización, el pesimismo del peruano parlanchín, que no cree posible volver.
Fotos: ALDO ABACA
Revista Gente y la Actualidad
06.07.1972

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