Las memorias de "El Pera Torres", un inmigrante de los que
vinieron a hacerse la América —y terminaron construyendo
la Argentina—, acaba de ser publicada en una edición
particular, limitada a sus 14 descendientes, en donde
aflora todo el encanto y el dramatismo, la frustración y
la sabiduría de una generación de hombres y mujeres que
murieron sin saber que habían hecho la historia del país.
HACE exactamente cuarenta años, moría El Pera Torres. un
inmigrante español que resumió en su vida la historia de
trabajo, ilusiones, afanes y desarraigo, común a todos
aquellos que partían de Europa con su familia y bagajes,
para echar raíces en el campo argentino. La pampa, dura de
conquistar, no era peor que los escollos que erigían la
codicia de los hombres, con su constante revoloteo de
caranchos hambrientos, que en representación de
gobernantes y terratenientes, merodeaban en torno al
trabajo de los gringos.
En un manuscrito. El Pera Torres —Alberto Torres Alarcón,
padre de once hijos—, dejó asentada "hasta la edad de 53
años" su experiencia, "para que con el tiempo mis
descendientes puedan leerla, aunque no me hayan conocido;
lo escribo siendo sereno del aserradero El Fueguino, para
matar las horas de la noche".
La aventura
Inicia la breve historia de su vida "recordando los
tiempos de la niñez transcurrida en el pueblo de
Campotéjar, hasta los siete años; en el regazo de los
padres, labradores en dicho pueblo" (1880-1887). Con
innegable gracejo andaluz, rememora el comienzo de su paso
por la escuela, donde cometió "la primera cagada de su
vida", merced a una pillería que le provocó una intensa
descompostura imposible de dominar.
Cuenta que, ya mozo, por rencillas familiares estuvo a
punto de embarcarse para luchar por la independencia de
Cuba (1898), pero dominó su espíritu aventurero y acometió
el duro trabajo de sacar sus frutos de la tierra de
Andalucía. Con placer, matiza su narración en la historia
de sus aventurar galantes y con la de las divertidas
tiestas en las que gozaban los jóvenes de su tierra, para
evocar con melancolía: "Aquello era la edad de oro".
Llega la hora de servir a la patria. y lo hace durante
veintiocho meses. "Después de 840 días, de 20.160 horas,
de 1.209.600 minutos, o sea 72.576.000 segundos —que es
como se cuenta el tiempo todas las noches, cuando se está
acostando en los cuarteles— quedaba en libertad", y tras
una temporada de juergas contrajo matrimonio.
Cuando nació su primer hijo, con la responsabilidad de una
familia decidió tentar fortuna en América y se embarcó con
ella hacia la Argentina. Se instalaron todos en Meridiano
Quinto (hoy González Moreno) y sembraron alrededor de 130
hectáreas de maíz, mientras cazaban liebres para variar la
dieta y poder comer algo de carne.
Parte de la primera cosecha de maíz fue devorada por la
langosta; después sembraron trigo y lino, pero Santa
Aurelia "pagaba lo que quería porque no había competencia
de otro comprador". En la última cosecha, les ganó la
batalla la helada (1907-1909). La familia se fue
acriollando y se transformaron en baqueanos para todo.
Entonces se trasladaron a Colonia Barón y alquilaron 300
hectáreas, aunque esta vez con más suerte; hubo buenas
cosechas y tuvieron un período de abundancia, no obstante
'"los intermediarios que chupaban el sudor de nuestro
trabajo". Pero lo bueno no dura y en 1916, en esa zona, se
produjo una intensa sequía, la que culminó con una
invasión tan increíble de langostas "que tapaba el sol".
Su existencia, de tantos sacrificios y privaciones, tan
mal recompensada y tan similar a la de la mayoría de los
inmigrantes que poblaron el país, decidió al Pera Torres a
vender sus pertenencias y regresar a España, "a ese pedazo
da tierra más alegre del mundo, porque en Andalucía las
penas se pagan con alegrías y las alegrías con penas".
Pero el retorno no los satisfizo, ya no era lo mismo,
porque las raíces de la familia, aunque precariamente,
habían penetrado en suelo pampeano. Entonces volvieron a
la Argentina, "a rodar esta vida de América, que es como
la de los bohemios, hoy aquí, mañana allá... por la poca
estabilidad que el campo ha ofrecido, que es donde hemos
estado".
El arraigo
Orlando Sergio Torres Rojas, uno de los hijos del Pera
Torres, nacido luego del segundo y definitivo viaje
familiar, hizo suya una frase de la última página del
manuscrito de su padre, que decía: "Pasa a otro libro", y
cuatro décadas más tarde elaboró un ameno y profundo
relato, en el que la historia de la familia se transforma
en el microcosmos de toda una época.
Los dos grandes tomos del singular esfuerzo constituyen un
libro único en la historiografía argentina, en una edición
limitada a sólo catorce ejemplares, para otros tantos
nietos que no conocieron al Pera Torres. Su intención
expresa, es cumplir con un anhelo paterno, pero el
resultado trasciende largamente los límites familiares
para alcanzar las fronteras de la literatura nacional y
adentrarse, especialmente, en la intimidad de ese ser que
aún no tiene muy decantados sus componentes: el argentino.
Para eso abre su análisis con las memorias del Pera Torres
y luego Comienza una cronología mundial, otra nacional y
una crónica de la familia. Torres Rojas elabora con
inteligencia esos materiales y al reflexionar de lo
general a lo particular logra efectos insospechados. Como
lo hacía Máximo Gorki, se puede decir que al explicar su
pequeño mundo ayuda a entender a su país.
"Habría que volver muchos años atrás, a ese segundo viaje
a América de Encarna y Alberto, ese viaje en el que la
familia vuelve del desencanto hacia la desesperanza —dice
con emoción pero sin empañar la sensatez—; atrás queda una
España que ya no es de ellos, la muerte, la miseria, la
amenaza de nuevas guerras; delante una América
desencantada, el trabajo sin recompensa, los caminos
cerrados por los dueños de la tierra... Habría que volver
por los años atrás, cuando Pepe era un boyerito, un
lecherito que andaba con sus hermanos los caminos
polvorientos de las chacras".
Desde allí empieza a remontar la cuesta del tiempo. "Son
muchos años de trabajo duro, de angustias económicas, en
los que la familia vive esta vida de América, esta vida de
los inmigrantes en la Argentina, que es como la de los
bohemios, hoy aquí y mañana allá, como barco que ha
perdido el timón, Años en los que se soportan enfermedades
y muertes, la muerte del padre, del jefe natural, la
muerte de un hermano... Años en los que la familia triunfa
sobre todas las amenazas —y subraya—: la más importante,
la amenaza de la disolución que aniquiló a tantas otras
familias de inmigrantes e impidió el progreso material e
intelectual de sus descendientes. No, no fue fácil lograr
ese título universitario, ese primer título universitario
para un descendiente de Encarna y Alberto, de los
labradores andaluces que vinieron a hacerse la América en
1905 y en 1921".
El episodio sobre el título universitario toma otra
trascendencia que la meramente circunstancial. Significa
el afianzamiento económico. la ambición de cultura y de
progreso; el arraigo de la familia en suelo argentino. El
inmigrante desconocido entra en la historia del país de
adopción. Ya ha echado raíces que se extenderán y
multiplicarán con el correr de los años para abarcar todas
las gamas del quehacer nacional: comercio, pintura,
folklore, literatura, teatro, radio, docencia, no
escaparán a la acción fecunda de los descendientes del
Pera Torres.
El epílogo
Precisamente el hijo que publicó los dos tomos con la
recopilación de estas memorias y añadió los comentarios
familiares, es dibujante y escritor. Sus caricaturas
—firmaba ORSE— aparecieron en publicaciones argentinas y
uruguayas; sus semblanzas sobre la vida porteña y sus
personajes componen una original serie: "¡Araca que viene
el gil!"; y entre sus cuentos hubo uno —publicado en la
revista Centro, de la Facultad de Filosofía y Letras de
Buenos Aires— que mereció el premio de un jurado compuesto
por Vicente Fatone, José Luis Romero y Erwin F. Rubens.
Todo esto a pesar de su profesión de contador público
nacional.
El 10 de marzo de 1934 moría El Pera para reaparecer
cuarenta años después en el trabajo de uno de sus hijos.
Este, a su vez, ubicándose en el tiempo dejó al final de
los dos tomos unas hojas en blanco como "apéndice para
escribir". pues considera que la obra del Pera Torres no
ha terminado; por el contrario, lo sucedido hasta ahora es
un prólogo al que le falta la parte principal: lo que está
por hacerse.
Revista Redacción
marzo de 1974
Acerca del autor de la crónica en
https://es.wikipedia.org/wiki/Oscar_Troncoso