HOY me siento realmente feliz, hombre bueno, magnánimo,
filántropo, algo así como mecenas de la estirpe
rockefelleriana.
—¿A qué se debe tan extraordinaria sensación?
—Pues, con los doscientos pesos que entregué al último
joven en la audición de hoy, acabo de regalar... ¡un
millón de pesos! ¡Y pensar que nadie creía en mí! Pensar
que me llamaron poco menos que borrico cuando pasé las
primeras tandas de avisos; pensar que me ofrecí de
animador radiofónico y casi se mueren de risa; pensar que
tuve que meterme en la radio como dactilógrafo de ochenta
palabras por minuto; pensar que iba a quedarme mudo por
toda la vida... Los vaticinios, ¡qué cosa seria, señor!
Casadó se interrumpe, mordiéndose los labios, gesto
clásico del que se indigna de improviso y estrangula
mentalmente a más de cuatro. ¡La cosa no es para menos! Un
día de Carnaval de 1934, un amigo amarrete, de esos que no
dan puntada sin sus lindos tres nudos-cadena, le dice
meloso: Iván, te invito a la fiesta de esta noche, en el
teatro Colón. ¡Será fenomenal! Habrá ballets, chicas en
abundancia, como para tirar al techo, y se bailará hasta
las cuatro de la mañana.
Medio fascinado por la inesperada invitación, Casadó
acepta, y esa noche, vistiendo el mejor traje que tiene y
con la cabeza llena de bellos lances donjuanescos, llega
a la esquina de Tucumán y Cerrito, donde ya lo está
esperando el amigo: un apretón de manos y diez minutos después entran en la sala colmada de gente,
de música, de luces, de bullicio, de lindísimas chicas
que, llenando los palcos, cazuelas, tertulias y paraíso,
llegan, efectivamente, hasta el techo.
Casadó ya está eligiendo con mirada ávida a la más hermosa
cuando el amigo le toma del brazo, diciéndole con tono
confidente: Iván, tendrás que hacerme un favor. Vine al
baile enviado por la Broadcasting, para pasar avisos entre
pieza y pieza. Pasalos vos, ¿querés?, mientras voy a
saludar a aquella odalisca de Sherezade. Mira, allá está
el micrófono, aquí tenés los avisos y... hasta prontito.
En seguida vuelvo, es cuestión de minutos.
Sin esperar que el invitado diga siquiera "pío", el amigo
le entrega una pequeña carpeta con los textos, alejándose;
rápidamente, en dirección a uno de los palcos-bagnoire de
la derecha. Como cumplido que es, Casadó no pierde el
tiempo: va hasta un ángulo del escenario y, por primera
vez en su vida, habla ante el micrófono pasando una tanda
de diez avisos; sigue un fox, luego otra tanda de
anuncios, después otra pieza... y la alternada seguida de
música y avisos se prolonga una, dos, cuatro, seis horas;
y del amigo invitante nunca más se supo... en el resto de
la noche, hasta la tarde del día siguiente, cuando el otro
lo busca, recriminándolo:
—Pero, Iván, ¿qué te pasó anoche con los avisos? Me
dijeron que hiciste la gran ensalada con los textos, que
te equivocabas
vuelta a vuelta. En fin, por tu culpa, me suspendieron
quince días. ¡Lindo speaker resultaste para enterrarlo a
uno! Está visto que el micrófono no es para vos.
Casadó se siente herido en lo más íntimo de su fuero
interno. Instantáneamente piensa en el desquite y, a la
chita callando, esa misma tarde se ofrece en una
transmisora como locutor. Lo prueban y lo rechazan,
diciendo: No tiene voz ni condiciones para el micrófono.
¡Buenas tardes! Es otra estocada a su amor propio que le
incita a redoblar las tentativas. que siempre terminan de
la misma manera rotunda y terminante: ¡NO! Carece de las
condiciones propias del locutor. Sin embargo. presiente,
¡sabe!, que las tiene y le sobran. Entonces, ¿por qué el
fracaso? Reflexiona y descubre que los fiascos se deben a
que ataca de frente, es decir, que va directamente al
grano ofreciéndose de locutor. Cambia de estrategia y
durante seis meses estudia dactilografía, y cuando ya
escribe a ochenta palabras por minuto se presenta en las
oficinas de Radio El Mundo, ofreciéndose de mecanógrafo:
lo prueban y lo aceptan con ciento cincuenta pesos
mensuales. ¡Eureka, al fin dentro! Sigue desarrollando su
estrategia.
A las dos semanas se presenta a! director artístico,
pidiéndole un puesto de locutor; el director artístico lo
prueba y le da un ataque de risa: Por favor, Casadó, volvé
a la máquina de escribir: tenés tantas condiciones de
locutor como yo posibilidades para un viaje a la luna.
Casadó sigue tecleando. pero quince días después, vuelta a
abordar al director artístico: Quiero ser speaker, quiero
que me dé una oportunidad. El director dice ¡NO!: Casadó
insiste a las dos semanas y el director artístico se da
por vencido: Bueno, serás locutor, pero pasarás avisos en
las horas menos escuchadas.
inmediatamente le asignan doscientos pesos: al otro año,
trescientos: al siguiente, cuatrocientos: luego,
quinientos, aumentos que están señalando su marcha lenta
pero progresiva hacia la consagración, cuando descubre que
algo anda mal en su garganta. Ve a un otorrinolaringólogo
que diagnostica lo peor que puede ocurrirle a un locutor.
Tiene las cuerdas vocales atacadas por un nódulo maligno.
Hay que operar; la curación será larga y es posible que
quede definitivamente mudo. Serán diez mil pesos por la
operación.
Casadó ríe con amargura: ¡Diez mil pesos para quedar mudo!
Lindo chiste para una audición humorística. Alguien le
habla del doctor León Elkín, gran amigo de la gente de
radio. Va a verlo y el diagnóstico ahora es otro.
— Extirparé ese nódulo y usted volverá al micrófono dentro
de una semana.
Dicho y hecho: a los ocho días. Casadó vuelve a transmitir
sus anuncios y, lo que es más, la operación ha sido
absolutamente gratuita. Tres años más tarde, en 1943, pasa
a Radio Splendid, con mil quinientos pesos mensuales,
animando la media hora del "Pozo Bidú", un programa de
gran suceso en la radiofonía porteña, al punto de que
siguen otros programas de Casadó con preguntas, respuestas
y premios en dinero efectivo y en bonos postales, cuyo
monto alcanza hoy, a siete años de distancia del "Pozo
Bidú", al millón de pesos, récord que ha valido a Casadó
el remoquete de "Iván el pródigo", y la consagración como
uno de los mejores locutores y animadores de nuestro país
y de la América latina.
Para terminar digamos que aquel dactilógrafo que se metió
en la radio ganando ciento cincuenta pesos mensuales, hoy
redondea quince mil en el mismo tiempo, y que, a partir de
mayo próximo, todos los lunes tendrá que abandonar la
transmisora de la calle Maipú con los minutos contados,
para alcanzar el barco de la carrera, porque al día
siguiente tiene transmisión en Radio Carver. de
Montevideo.
Cierto. ¿Los vaticinios?, ¡qué cosa seria, señor!...
Revista Mundo Radial
27.04.1950
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Ivan Casadó
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