Ivan Casadó
"Ivan el pródigo", ha regalado un millón de pesos
Por Pedro Patti
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HOY me siento realmente feliz, hombre bueno, magnánimo, filántropo, algo así como mecenas de la estirpe rockefelleriana.
—¿A qué se debe tan extraordinaria sensación?
—Pues, con los doscientos pesos que entregué al último joven en la audición de hoy, acabo de regalar... ¡un millón de pesos! ¡Y pensar que nadie creía en mí! Pensar que me llamaron poco menos que borrico cuando pasé las primeras tandas de avisos; pensar que me ofrecí de animador radiofónico y casi se mueren de risa; pensar que tuve que meterme en la radio como dactilógrafo de ochenta palabras por minuto; pensar que iba a quedarme mudo por toda la vida... Los vaticinios, ¡qué cosa seria, señor!
Casadó se interrumpe, mordiéndose los labios, gesto clásico del que se indigna de improviso y estrangula mentalmente a más de cuatro. ¡La cosa no es para menos! Un día de Carnaval de 1934, un amigo amarrete, de esos que no dan puntada sin sus lindos tres nudos-cadena, le dice meloso: Iván, te invito a la fiesta de esta noche, en el teatro Colón. ¡Será fenomenal! Habrá ballets, chicas en abundancia, como para tirar al techo, y se bailará hasta las cuatro de la mañana.
Medio fascinado por la inesperada invitación, Casadó acepta, y esa noche, vistiendo el mejor traje que tiene y con la cabeza llena de bellos lances donjuanescos, llega a la esquina de Tucumán y Cerrito, donde ya lo está esperando el amigo: un apretón de manos y diez minutos después entran en la sala colmada de gente, de música, de luces, de bullicio, de lindísimas chicas que, llenando los palcos, cazuelas, tertulias y paraíso, llegan, efectivamente, hasta el techo.
Casadó ya está eligiendo con mirada ávida a la más hermosa cuando el amigo le toma del brazo, diciéndole con tono confidente: Iván, tendrás que hacerme un favor. Vine al baile enviado por la Broadcasting, para pasar avisos entre pieza y pieza. Pasalos vos, ¿querés?, mientras voy a saludar a aquella odalisca de Sherezade. Mira, allá está el micrófono, aquí tenés los avisos y... hasta prontito. En seguida vuelvo, es cuestión de minutos.
Sin esperar que el invitado diga siquiera "pío", el amigo le entrega una pequeña carpeta con los textos, alejándose; rápidamente, en dirección a uno de los palcos-bagnoire de la derecha. Como cumplido que es, Casadó no pierde el tiempo: va hasta un ángulo del escenario y, por primera vez en su vida, habla ante el micrófono pasando una tanda de diez avisos; sigue un fox, luego otra tanda de anuncios, después otra pieza... y la alternada seguida de música y avisos se prolonga una, dos, cuatro, seis horas; y del amigo invitante nunca más se supo... en el resto de la noche, hasta la tarde del día siguiente, cuando el otro lo busca, recriminándolo:
—Pero, Iván, ¿qué te pasó anoche con los avisos? Me dijeron que hiciste la gran ensalada con los textos, que te equivocabas
vuelta a vuelta. En fin, por tu culpa, me suspendieron quince días. ¡Lindo speaker resultaste para enterrarlo a uno! Está visto que el micrófono no es para vos.
Casadó se siente herido en lo más íntimo de su fuero interno. Instantáneamente piensa en el desquite y, a la chita callando, esa misma tarde se ofrece en una transmisora como locutor. Lo prueban y lo rechazan, diciendo: No tiene voz ni condiciones para el micrófono. ¡Buenas tardes! Es otra estocada a su amor propio que le incita a redoblar las tentativas. que siempre terminan de la misma manera rotunda y terminante: ¡NO! Carece de las condiciones propias del locutor. Sin embargo. presiente, ¡sabe!, que las tiene y le sobran. Entonces, ¿por qué el fracaso? Reflexiona y descubre que los fiascos se deben a que ataca de frente, es decir, que va directamente al grano ofreciéndose de locutor. Cambia de estrategia y durante seis meses estudia dactilografía, y cuando ya escribe a ochenta palabras por minuto se presenta en las oficinas de Radio El Mundo, ofreciéndose de mecanógrafo: lo prueban y lo aceptan con ciento cincuenta pesos mensuales. ¡Eureka, al fin dentro! Sigue desarrollando su estrategia.
A las dos semanas se presenta a! director artístico, pidiéndole un puesto de locutor; el director artístico lo prueba y le da un ataque de risa: Por favor, Casadó, volvé a la máquina de escribir: tenés tantas condiciones de locutor como yo posibilidades para un viaje a la luna. Casadó sigue tecleando. pero quince días después, vuelta a abordar al director artístico: Quiero ser speaker, quiero que me dé una oportunidad. El director dice ¡NO!: Casadó insiste a las dos semanas y el director artístico se da por vencido: Bueno, serás locutor, pero pasarás avisos en las horas menos escuchadas.
inmediatamente le asignan doscientos pesos: al otro año, trescientos: al siguiente, cuatrocientos: luego, quinientos, aumentos que están señalando su marcha lenta pero progresiva hacia la consagración, cuando descubre que algo anda mal en su garganta. Ve a un otorrinolaringólogo que diagnostica lo peor que puede ocurrirle a un locutor.
Tiene las cuerdas vocales atacadas por un nódulo maligno. Hay que operar; la curación será larga y es posible que quede definitivamente mudo. Serán diez mil pesos por la operación.
Casadó ríe con amargura: ¡Diez mil pesos para quedar mudo! Lindo chiste para una audición humorística. Alguien le habla del doctor León Elkín, gran amigo de la gente de radio. Va a verlo y el diagnóstico ahora es otro.
— Extirparé ese nódulo y usted volverá al micrófono dentro de una semana.
Dicho y hecho: a los ocho días. Casadó vuelve a transmitir sus anuncios y, lo que es más, la operación ha sido absolutamente gratuita. Tres años más tarde, en 1943, pasa a Radio Splendid, con mil quinientos pesos mensuales, animando la media hora del "Pozo Bidú", un programa de gran suceso en la radiofonía porteña, al punto de que siguen otros programas de Casadó con preguntas, respuestas y premios en dinero efectivo y en bonos postales, cuyo monto alcanza hoy, a siete años de distancia del "Pozo Bidú", al millón de pesos, récord que ha valido a Casadó el remoquete de "Iván el pródigo", y la consagración como uno de los mejores locutores y animadores de nuestro país y de la América latina.
Para terminar digamos que aquel dactilógrafo que se metió en la radio ganando ciento cincuenta pesos mensuales, hoy redondea quince mil en el mismo tiempo, y que, a partir de mayo próximo, todos los lunes tendrá que abandonar la transmisora de la calle Maipú con los minutos contados, para alcanzar el barco de la carrera, porque al día siguiente tiene transmisión en Radio Carver. de Montevideo.
Cierto. ¿Los vaticinios?, ¡qué cosa seria, señor!...
Revista Mundo Radial
27.04.1950

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Ivan Casadó y Ruth Romero

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