La increíble estafa del vapor Gelria Volver al índice
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La estafa del vapor Geria
EL BARCO SALE A LAS DIEZ
Doce de marzo de 1934. Cargado de esperanzados pasajeros y de productos regionales
argentinos el Gelria debe partir de un momento a otro. Son las 10 de la mañana y la alegría inunda los rostros. A las 11 comenzaría la preocupación. A las 12, la angustia. Por la noche, la estafa era el comentario de toda la ciudad. Luego, el largo camino jurídico.
Era un viaje maravilloso. Por 5 mil pesos podían conocerse 32 países y hacer conocer productos argentinos El gobierno lo apoyó. Pero el barco nunca soltó amarras
ESCRIBE CARLOS REZABAL

Cierto día de verano, hace 35 años, un peatón de Buenos Aires se topó con una irresistible tentación: embarcarse en una lujosa nave que haría un viaje maravilloso.
¡Ese sueño podía realizarse con sólo 5.000 pesos!
Cuando ya había decidido entrar en la agencia de viajes de Diagonal Norte 760 el peatón de Buenos Aires volvió a mirar la vidriera para cerciorarse. ¿No sería un cuento? La crisis le había sacado punta al ingenio de mucha gente. . . y a lo mejor. . . Pero, ahí decía que el gobierno apoyaba el crucero.
—Así es, señor —le contestaron—. El comité ejecutivo de la primera Exposición Transoceánica Argentina le ofrece a usted la oportunidad de realizar un viaje alrededor del mundo por sólo 5.000 pesos. El crucero se hará en el vapor holandés Gelria; durará 10 meses y recorrerá 32 países. Tendrá exactamente 180 días de navegación; 120 días de estada en los puertos y un recorrido total de 80.000 kilómetros.
El peatón, una vez en su casa, leyó concienzudamente el folleto que le dieron y poco después lo tenía resuelto: liquidaría su negocio; empeñaría sus cédulas hipotecarias; contraería deudas si fuera preciso; levantaría su casa. . . cualquier cosa, con tal de poder reservar su pasaje. ¡Era un año de viaje!
Tal como lo pensó lo hizo. Luego armó sus maletas y el día estipulado, bien temprano, se instaló en el barco a esperar la partida. Pero. . . ¿zarparía el barco?
El 25 de agosto de 1933 el gobierno de la Nación resolvió prestar su auspicio moral para la organización de una Exposición Transoceánica Argentina. Ordenó a instituciones y dependencias oficiales que facilitaran al comité ejecutivo la colaboración que se le solicitaba y dispuso que el Ministerio de Relaciones Exteriores diera instrucciones al cuerpo consular, a fin de que las representaciones argentinas en el extranjero prestaran todo el apoyo posible para el mejor éxito de la iniciativa.
El comité, presidido por un abogado y dirigido técnicamente por un ingeniero alemán, instaló sus oficinas en un gran edificio de Diagonal Roque Sáenz Peña y contrató un barco, el Gelria, nave con capacidad para 250 pasajeros en primera clase.
Folletos, carteles, estampillas benéficas y una rifa recorrieron toda la República. Se irradiaron charlas por dos o tres emisoras. El periodismo
difundió ampliamente el proyecto. La publicidad hizo un certero impacto. De todas partes llegaban pedidos de informes, de pasajes y de stands.
"Iremos a los países del mundo —dijo un diario de la época— con una embajada representativa de nuestras riquezas. Iremos, puerto por puerto, mostrando los productos nacionales. En cada lugar que toquemos estableceremos una avanzada de las fuentes productoras argentinas en busca de nuevos mercados. Daremos banquetes con nuestra manteca, nuestras carnes, nuestros jamones, nuestras frutas, nuestros magníficos quesos. Enseñaremos a comer la parrillada criolla. Y como esta exposición no será solamente una muestra de trabajo sino una bella manifestación del estado cultural del país, la falange de turistas hará una demostración incontrastable de nuestra situación social paseando por todos esos países el exponente de su cultura y la belleza de sus mujeres."

ITINERARIO FANTASTICO
En realidad, el viaje era una verdadera olla podrida —condimentada por un cocinero de fonda portuaria—, con nombres tentadores, ordenados por un experto en geografía.
La marejada entusiasta golpeó en las costas extranjeras.
Por ejemplo, mister Ralph Shaffer, presidente de la Cámara de Comercio de Tacoma, Washington, se interesó para que el barco tocara esa ciudad. La United States National Bank y el First National Bank de Portland, Oregón, expresaron que ese centro, con sus 300.000 habitantes, "podría ser un buen mercado para los productos argentinos que trasporte la nave".
Entidades comerciales del Japón, Gran Bretaña y la India; centros culturales de España, Francia, Panamá y Cuba; una sociedad folklórica de Oriente, se interesaban por el crucero.
El barco era cumplidor: llegó en la fecha prevista, amarró en la Dársena A de Puerto Nuevo y comenzaron las instalaciones suplementarias. Las bodegas quedaron convertidas de inmediato en salones de exposición, en los que se dio cabida a los muestrarios.
El Banco de la Nación abrió una agencia a bordo. Lo mismo hicieron el Ministerio de Guerra, el de Agricultura, el Consejo de Educación, varios gobiernos de provincias, la JeFatura de Policía y otras dependencias oficiales.
Un mes y medio después al arribo de la nave a Buenos Aires estaba todo listo. A las 11 de un día del mes de marzo se inauguró oficialmente la exposición flotante. Asistieron el presidente de la República, general Agustín P. Justo, y su esposa; el ministro de Agricultura; el arzobispo de Buenos Aires; los embajadores de Alemania, Italia y Brasil; el jefe de Policía y el comandante en jefe de la Aviación Militar.

EL BARCO NO SE MUEVE
El Gelria debía zarpar el 12 de marzo de 1934 a las 10 de la mañana. El público que nunca falta a la partida de los barcos comenzó a llegar temprano al muelle.
A las 10, sin embargo, el barco todavía estaba inmóvil. No se observaba uno solo de los movimientos habituales del desamarre. No había llegado ninguno de los organizadores. Se decía que demoraban la partida porque el delegado oficial había ido a despedirse del presidente de la Nación y tardaba en regresar. Los remolcadores que debían llevar la nave hasta las afueras del canal no aparecían.
Una serie de versiones comenzó a crear incertidumbre. Bien pronto los comentarios se volvieron amargos, corrosivos. Al mediodía algunos pasajeros, como no podían invitar a los parientes que fueron a despedirlos, bajaron a comer frugalmente a los restaurantes de Retiro. Cuando regresaron se encontraron con 20 agentes de policía montada y varios marineros que custodiaban el barco. A las 6 de la tarde se enteraron de que el Gelria no partiría, pero sin conocer las causas. Alguien trajo la noticia de que se había producido un déficit que excedía el medio millón de pesos y que el crucero no se realizaría.
Al día siguiente el gobierno destapó la olla retirando, por medio de un decreto, su apoyo moral a la E. T. A. Un poco tarde, claro. La burocrática prosa oficial fue, esa vez, derecho al bulto. Apretó exactamente en la raíz del forúnculo. Considerada digna de estímulo la iniciativa, decidió, a su hora, auspiciarla. Más tarde, al tomarse cierta 'medida sobre cambios de monedas, los organizadores se vieron en algún aprieto. Concurrieron al Ministerio de Hacienda a solicitar divisas y se las negaron. Como no insistieron, el gobierno supuso que las dificultades habían sido vencidas. Tiempo más tarde los organizadores de la E. T. A. renovaron su petición. El gobierno le sintió mal olor al asunto y entró a desconfiarle. Nombró dos contadores para que revisaran los números. Las cuentas salieron bastante embarulladas. Informaron que los inconvenientes financieros de la empresa no sólo provenían de los 356.000 pesos que importaban las diferencias de cambio, sino que los tropiezos partían de un déficit que ascendía a más de 1 millón de pesos.
Como el gobierno nombró contadores demasiado curiosos, éstos comprobaron también que habían sido admitidas como pasajeros personas de actividades dudosas: gente que campeaba por los barrios bajos de la "peca", de la baraja tramposa; que el director técnico de la exposición, el ingeniero alemán, registraba antecedentes incompatibles con las altas funciones que se le asignaron y que a bordo se encontraba lista para funcionar a título de kermesse una verdadera empresa de juego, cuyo establecimiento había sido objeto de un contrato con los organizadores.
El 14 de marzo una comisión de pasajeros, encabezada oor el señor Juan B. Torres —director y propietario de un colegio secundario de Rosario— concurrió a la Casa Rosada para entrevistar al primer mandatario e interesarlo en la solución del conflicto, pero no logró su cometido.
Ante el fracaso de la entrevista con el presidente de la comisión de viajeros fue a ver al representante de la empresa armadora holandesa. El señor E. D., representante de la compañía naviera, les informó que el Lloyd Real Holandés ya había dado por rescindido el contrato de fletamiento del Gelria porque la E. T. A. no dio cumplimiento a algunas cláusulas.
La rescisión —les explicó— se operó por falta de pago de los 40.000 florines establecidos como cuarta cuota, que debió haber sido abonada el 9 de marzo.
La comisión se enteró con asombro de la situación y se planteó esta pregunta:
—¿El conflicto podría arreglarse si se redujera el itinerario, se habilitara la segunda clase vendiendo nuevos pasajes y se procurara toda clase de economías en el crucero?
El señor D. no pudo darles respuesta concreta, pero les hizo esta sugerencia:
—El barco debe volver a Holanda. Desembolsando otros 2 ó 3 mil pesos ustedes podrían realizar un viaje por lo menos hasta Amsterdam. Los equipajes ya los tienen listos y a bordo.
No obstante la sugerencia, los pasajeros estuvieron de acuerdo en que un viaje a Amsterdam no valía ese dinero y que por esa suma podrían realizarlo en buque mucho más confortable que el Gelria y con mejor servicio.
A la noche siguiente concurrió a la nave a dar algunas explicaciones el director técnico de la exposición. La palabra del ingeniero L. parecía, ciertamente, convincente.
—Hemos vendido tantos pasajes a tanto y tenemos tanto. Hemos alquilado tantos stands a tanto y hemos cobrado tanto. Si conseguimos ...
Un pasajero se ganó la ojeriza de todos porque interrumpió para manifestar:
—Nos han dicho que no hay ni siquiera el combustible necesario para soltar amarras.
—¡No es verdad! ... —replicó el ingeniero con tono airado—. Esa es una de las tantas versiones antojadizas que se han hecho circular no sé con qué intenciones. Los tanques del Gelria tienen 180.000 pesos en combustible.
Más tarde un experto expresará a los periodistas que con esa cantidad no podían ir a ninguna parte. Necesitaban por lo menos 400.000 pesos en combustible.
A todo esto, un pasajero impulsivo, incrédulo o realista, con el pequeño envión de una denuncia puso en marcha la rueda de la justicia. La rueda se detendría años después.
Detrás del señor J. P. se presentaron un comerciante, el señor J. B.; la señora L. V. de F.; un farmacéutico alemán; un sacerdote; el contratista de los juegos; un rentista muy conocido: J de U. A. y cincuenta, ochenta, un centenar de denuncias mas.
El sacerdote J. M. reclamó la devolución de 5.000 pesos que abonara como precio de su pasaje. Y, de paso, destapó otro tarro que contenía algo maloliente. El reverendo denunció que si bien él no había entregado el dinero en las oficinas de la E. T. A., lo había hecho, en cambio, a un representante instalado en la calle San Martín, quien aparecía actuando en la venta de una rifa a favor de la exposición.
La rifa que mencionaba el presbítero fue otro de los medios a que recurrieron los estafadores —juntamente con la venta de pasajes, e1 alquiler de los quioscos y la explotación del juego a bordo— para financiar el negocio.
Esa rifa la manejaba directamente un señor M. F., y el premio que se ofrecía era de 5.000 pesos o un pasaje de primera clase en el Gelria. Para la colocación de los billetes se tomaron 400 corredores que hicieron una amplia propaganda en todo el país.
Requerido por el juez, el concesionario manifestó que la venta de los billetes de lotería había producido escasamente 40.000 pesos y que ese dinero se invirtió totalmente en la compra de muebles y objetos para E. T. A.
Otro de los afectados, L. G., demanda al director de la E. T. A. para obtener la devolución de 53.000 pesos que entregó para el pago de la concesión de los juegos que se explotarían durante el crucero.
Cuando se habló del juego, el doctor A. —director de la empresa— se refirió a este rubro de recursos afirmando que se trataba exclusivamente de la instalación y funcionamiento de una sala en la 2ª clase con aparatos mecánicos y de destreza, con exclusión terminante, bajo pena de rescisión, de todo juego de azar.
Sin embargo, no todos los pasajeros abandonaron el barco para dar motivo con sus denuncias a las diligencias judiciales. Algunos resolvieron quedarse instalados en la nave a ver qué pasaba. Entre los más empecinados estaba J. B. T., director de la escuela rosarina.
Entonces, el capitán del Gelria peticionó ante el juez para que los pasajeros recalcitrantes fueran desalojados: el barco debía partir de regreso a Amsterdam.
El Gelria partió el 21 de marzo, a las 16, en lastre con destino a Amsterdam, después de haber soportado, amarrado en Dársena A, de Puerto Nuevo, casi en tierra, la peor borrasca de su existencia navegante.
Revista Semana Gráfica
31.10.1969

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Estafa
EL FINAL DE LA AVENTURA
Dos semanas después de la fecha en que debía zarpar el barco, los changadores del puerto descargan de a bordo las vitrinas, los telares y todos los ricos objetos producidos por el campo y la industria del país. Estaban destinados a mostrar a la Argentina por el mundo e incrementar el comercio exterior, pero todo fue quimera. Quedaron en tierra.
Estafa
HASTA LA MUÑECA SE RIE
Cuando terminó la historia del viaje del Gelria, el vapor zarpó hacia Holanda. Sin pasajeros, por supuesto. Y sin los hermosos stands que llevarían con orgullo la artesanía criolla por el mundo. Junto con las ruletas, los obreros bajaron al muelle los maniquíes que lucían ropa argentina. El changador se ríe de todo lo ocurrido. Y la muñeca, también.