Los intérpretes de "La lección de anatomía", que ya araña
las 600 representaciones, analizan su singular
experiencia. Cuentan qué les pasa cuando se quitan las
ropas en el escenario, confiesan sus pudores y explican
qué sienten cuando al final de la obra abrazan, besan y
acarician a los espectadores: un dramático intercambio de
afecto
con siete, cuatro varones y tres mujeres. Aparecen,
extraen una bolsita de plástico y comienzan a desvestirse,
pacientemente, guardando las ropas en esa bolsa. Quedan
sobre la escena desnudos, casi estáticos, pétreos. Así,
sin asomo de erotismo, con límpida simpleza, se inicia 'La
lección de anatomía', una obra escrita y dirigida por
Carlos Mathus, que el grupo Tim representa, desde hace dos
años, en el porteño escenario del Theatron. Describir lo
que sucede luego -90 minutos en que la pieza fustiga los
prejuicios, la castración, la alienación- es una tarea
emprendida ya por la crítica teatral y que la prensa
especializada describió en su momento. No obstante, nadie
se ocupó de esos primeros, tensos minutos en que los
actores exponen sus cuerpos al público: aunque son jóvenes
y tienen, claro, una actitud abierta, igualmente saben que
están desafiando a uno de los ritos más severos, a un
atavismo clásico, a la vez que lanzando sobre los
espectadores una propuesta nueva, estremecedora.
Para hurgar en los sentimientos de esos siete seres
humanos que -en la búsqueda de una expresión artística-
viven a diario una experiencia henchida de ternura, Siete
Días concurrió al teatro un día que se había suspendido la
función por enfermedad de uno de los muchachos; entonces
durante más de dos horas charló con el grupo. Al borde de
la plataforma en que ellos actúan, envueltos por la luz
cruda que emite el único spot, Ariel Bianco, Arnaldo
Colombadori, Cecilia Córica, Margarita Gralía, Antonio
Leiva, Jorge Mayorano y María Simbonnet contaron,
desprolijamente, sus más profundas vivencias. Vestidos
informalmente, con ropas de ensayo -shorts, vaqueros
desgastados, buzos de gimnasia, viejos y queridos
pulóveres-, rodeados por butacas ahora vacías,
insensibles, los actores pasaron revista a sus emociones,
sus primeros pudores, la alegría que representa para ellos
arañar las 600 representaciones, índice del éxito que los
acompaña.
En realidad, es el mejor momento para realizar la nota:
habiendo madurado la experiencia, con el asombro superado,
capaz ya de autocriticarse sin incurrir en apremios, el
grupo pudo explicar frente al grabador algunos
sentimientos íntimos, vitales, a los que el espectador no
puede acceder. También charlaron, claro, sobre otro de los
fenómenos más rescatables de La lección de anatomía: al
terminar la obra los actores van a la platea y repiten,
con el público, un diálogo que antes habían mantenido
entre ellos, con sus manos. En ese sutil intercambio de
afectos se inscribe, también, el éxito de la pieza: tomar
la mano de los espectadores, enhebrar con ellos un abrazo,
romper las distancias y elaborar un clima de solidaridad y
ternura entre desconocidos es, sin duda, un logro que
excede las fronteras tradicionales del teatro.
Para ordenar el material de la nota -una experiencia nueva
también para el periodista de Siete Días, que por primera
vez entrevistó a un grupo que horas antes había
permanecido literalmente desnudo ante él-, el redactor
confeccionó una serie de fichas, tomadas directamente de
las dos horas de grabación, que recogen los fragmentos más
importantes de las declaraciones. Al revisarlas comprobó
que esos testimonios tenían mucha fuerza y que era mejor
presentarlos así, directamente, sin someterlos a los
ensambles de rutina. Ese material se ofrece a
continuación:
1. Mathus. No es la primera vez que el grupo Tim incluye
desnudos; ya se habían hecho antes. Para nosotros es tan
natural como estar con ropas; es lo mismo.
2. Ariel. Cuando empezamos a desnudarnos siempre hay
tensión entre el público. Algunos comentan: "Si así
empiezan, cómo van a seguir".
3. Mathus. En nuestra obra el desnudo no es erótico, y eso
rompe con uno de los tabúes más viejos de nuestra
civilización. Al ver que un prejuicio se destruye, el
público queda predispuesto para que se le cuestionen otras
cosas.
4. Simbonnet. Hay que destacar algo muy importante: al
final de la obra nadie comenta el desnudo, los
espectadores no piensan en el desnudo; hablan de ellos
mismos.
5. Arnaldo. A mí no me costó hacer el desnudo. Pensé ¿por
qué no iba a hacerlo, si nacimos desnudos?
6. Cecilia. Para mí no fue tan fácil. Sabía que era
necesario desnudarse pero sentía miedo; finalmente, como
tenía que hacerlo, lo logré. Después me sentí bárbara.
7. Arnaldo. Creo que eso es lo que sentimos todos: orgullo
de poder hacerlo.
8. Margarita. Yo personalmente en la parte en que mejor me
siento es en el desnudo. Un día que no pude participar en
la función porque estaba un poco enferma, viví algo muy
raro: me ubiqué entre el público y lo que más me gustó de
la obra fue el desnudo; incluso empecé a sacarme mis ropas
en la platea, me quité un chaleco, un pulóver, las
cadenas, el reloj. No soportaba la vestimenta.
9. Mathus. Lo que nos ayudó mucho para poder hacer el
desnudo fueron un par de preguntas que cada uno de
nosotros se hizo: "Si yo me desnudo, ¿qué se pierde?; si
yo hago un desnudo, ¿a quién le molesta?" Las respuestas
son claras: lo único que uno pierde desnudándose son
prejuicios, y a nadie puede molestarle eso, como lo
demuestra la positiva reacción del público.
10. Arnaldo. A mí, particularmente, me costó mucho más
hacer la escena en que represento a un padre castrador que
el desnudo. Sin embargo, nadie me pregunta cuánto trabajo
me costó componer ese personaje y todos tienen curiosidad
de saber cómo hace uno para desnudarse. Es muy fácil: uno
sube al escenario y se saca toda la ropa. Hay cosas que
decimos en escena que tienen que ver con nuestra propia
vida y realmente es más difícil decir esas cosas que
desnudarse.
11. Margarita. El año pasado vinieron mis padres a ver la
obra -no sabían que había desnudos- y mi madre después me
comentó: "Yo no podría hacerlo".
19. Simbonnet. Mis padres la vieron cuando la
representamos en el Sheraton, donde la parte del desnudo
no se hizo. Después no la quisieron ver más, sabiendo que
había desnudos.
13. Jorge. Mi viejo no vino.
14. Cecilia. Yo el único día que tuve vergüenza fue cuando
vino mi hermano. Me desnudo todas las noches delante de
200 espectadores y no siento vergüenza, pero ese día no sé
qué me pasó.
15. Simbonnet. Nosotros no miramos a los espectadores. Si
hay algún conocido y se cruzan las miradas, yo me siento
un poco mal. Es una décima de segundo, pero algo se me
moviliza; no alcanzo a entender bien qué me sucede.
Después, afuera, no; la cosa cambia y nadie comenta el
desnudo.
16. Margarita. Mi jefe, por ejemplo, vino a ver la obra y
después me dijo que no me había podido ver desnuda, lo
borró; se le olvidó.
17. Cecilia. Yo siempre pregunto a los conocidos qué les
pareció el desnudo, y todos dicen que es maravilloso.
Incluso gente con muchos prejuicios. Eso me tranquiliza.
18. Antonio. Por lo general todo el mundo coincide en que
se siente conmovido por nuestra desprotección. Nos ven
realmente desnudos, solos. Lo que no se puede negar es que
miran. Las mujeres le hacen a uno la radiografía de todo.
Empiezan desde abajo y siguen para arriba sin perder
detalle. La verdad es que todas las noches yo siento un
poco de vergüenza, me caen litros de transpiración A veces
me da miedo de cómo pueda reaccionar el público.
19. Jorge. Yo tengo necesidad de sacarme la ropa, de tirar
todo, de desnudarme. Me siento muy bien y me quito las
vestimentas con muchas ganas.
20. Arnaldo. El desnudo técnicamente es una escena fácil
de hacer porque es un paseo sobre el escenario.
21. Simbonnet. Claro que cada uno vive el desnudo en forma
distinta, porque si uno se cree la Venus de Milo no se
pone nunca ropa. Si uno ve sus defectos puede tener una
relación mejor con su cuerpo.
22. Mathus. Pasa una cosa curiosa: los cuerpos de todos no
son ni dechados de perfección ni muestras de imperfección.
Son normales. Sin embargo, los comentarios de la gente
indican que los consideran bellísimos; me han preguntado
incluso cómo había hecho para seleccionar cuerpos tan
iguales y tan perfectos. Eso indica que la gente ve de una
manera muy especial el desnudo.
23. Margarita. Cuando miro los cuerpos de mis compañeros
en la escena me parecen bellísimos.
24. Mathus. Creo que en realidad casi los únicos
prejuicios que tuvieron los actores fue que se los viera
gordos, feos, demasiado altos o demasiado bajos.
25. Margarita. Yo jamás tuve problemas afuera por el
desnudo; no hubo agresiones ni nada. Algunos lo comentan
con envidia por no poder hacerlo, otros se burlan un poco,
intentan descalificarlo como escena, pero es por sus
prejuicios.
26. Cecilia. Los "problemas femeninos" se solucionan con
métodos modernos. Lo único que molesta son los dolores.
27. Jorge. Al principio yo sentía que mi órgano sexual
desaparecía, como si hubiera una mano adentro que lo
escondía. Después eso se fue pasando.
28. Ariel. Nosotros salimos al escenario con la misma ropa
que usamos ese día en la calle. A veces hay problemas
térmicos al desnudarse: siempre sentimos las manos muy
frías, en comparación con el cuerpo.
30. Simbonnet. No tuvimos inconvenientes con nuestras
parejas. En realidad, casi todos tenemos relaciones
libres.
30. Cecilia. Para que haya celos tiene que haber pareja.
31. Arnaldo. Hay parejas que son castradoras y que no
permitirían el desnudo, pero creo que ninguno de los
integrantes del grupo tendría una pareja así.
32. Jorge. Mis hijos me preguntaban si es cierto que salgo
desnudo delante de toda la gente. Yo les expliqué que era
muy natural, pero ahora se quieren meter en el baño
conmigo. A veces quieren que me desnude ante ellos.
33. Simbonnet. A los chicos les gusta el desnudo.
34. Mathus. Hay un trato en el grupo: nada de lo que se
diga o haga los 15 ó 20 primeros minutos después de
terminada la función tiene valor. Lo olvidamos todo.
35. Simbonnet. Para mí lo más importante de la obra es el
reconocimiento final. A veces la gente me toca y se
produce entonces un segundo de intimidad que es muy
difícil lograr, porque uno se pasa la vida haciendo
juegos, fingiendo. Todavía hoy, con casi 600
representaciones, lloro cuando logro un contacto así con
el público.
36. Margarita. Muchas veces el contacto con el público es
positivo, pero también hay veces en que se siente un
rechazo. Hay ocasiones en las que desde el escenario
advierto que la persona del tercer asiento de la segunda
fila no me gusta, por ejemplo. Y no la conozco ni sé quién
es; sin embargo, siento como una corriente en contra.
37. Arnaldo. O reciben o rechazan; no hay términos medios.
Por supuesto, se producen todo tipo de reacciones, mucha
gente se para y se va con el desnudo. Hay quienes han
llegado a vomitar en la sala y luego negar que fue por el
desnudo, afirmando que se habían descompuesto y que no era
nada. Hubo casos de personas que se quedaron dormidas
durante el desnudo y se despertaron justo cuando nos
vestimos; lograron regular sus emociones de una manera
increíble.
38. Alberto. Los domingos vienen las señoras que salen a
tomar el té, casi todas arriba de 50 años. Sin embargo,
suelen ser las que mejor reaccionan, tal vez porque ya
están de vuelta de la vida.
39. Arnaldo. Un día, durante el reconocimiento, vi un
señor dormido. Entonces me acerqué, creo que con un poco
de bronca, pero al levantarle la cabeza vi que se le caían
las lágrimas y que tenía el rostro desencajado. Había
envejecido como 10 años de golpe. No me olvido más la cara
de ese tipo.
40. Ariel. He visto gente que está en última fila y viene
a abrazarme; hubo chicas que se sacaron los anillos y los
medallones que llevaban y me los regalaron con un gesto
muy conmovedor.
41. Alberto. Una vez una señora me abrazó y me besó con
tanta fuerza que me tuve que arrodillar frente a ella.
Lloraba y me decía "Gracias, gracias, gracias". Me hizo
llorar a mí también. Después me di cuenta de que ella
estaba con el hijo y terminó abrazada a él, llorando los
dos.
42. Margarita. Yo me manejo mucho con la mirada, como si
ya no fuera necesario tocar a la gente porque sólo con
vernos nos reconocemos.
43. Simbonnet. En una ocasión una mujer vino al camarín y
me contó en un mar de lágrimas la historia de su vida. Me
dijo que era prostituta y que se había sentido muy
identificada con lo que me había pasado a mí; que se
sentía muy sola y muy mal. Salió corriendo, llorando, y no
la volví a ver nunca más.
44. Alberto. La gente nos ve por la calle, nos para, nos
saluda y nos agradece lo que hacemos en la obra, pero ni
se acuerda del desnudo. A lo más hacen un chistecito: Lo
reconocí pese a que está vestido"; pero lo dicen con
cariño. Creo que no les queda el desnudo como una
experiencia negativa, al contrario.
45. Mathus. El público suele hacernos regalos valiosos. Yo
recuerdo que un día fui a comprar algo bastante caro y los
dueños del comercio se acordaron de mí por los reportajes
que me habían hecho. Cuando llegó el momento no me
quisieron cobrar y me dijeron algo muy hermoso: "Nosotros
tenemos mucho dinero, pero nada más que dinero. Lo que
ustedes tienen, en cambio, no se puede comprar".
Rodolfo Andrés
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Una lección de ternura
Vi por primera vez la obra en noviembre de 1972, pocos
días después de su estreno. La Argentina vivía, entonces,
momentos de pasiones intensas. Casi a fin de mes -más
exactamente el viernes 17, al filo del mediodía- regresaba
del exilio Juan Domingo Perón. La lección de anatomía, sin
embargo, no pasó inadvertida en ese contexto cargado de
política, de especulaciones y de euforia.
La semana pasada volví a verla; muchas cosas habían
ocurrido en el país y en mi vida -en el aspecto
profesional y privado- para que mis sensaciones fueran
diferentes. Entonces como ahora dos momentos me
impactaron: el primero, cuando los actores se desnudan
sobre el escenario; el segundo, al término de la pieza,
cuando los intérpretes se mezclan con el público y
efectúan lo que ellos llaman el "reconocimiento táctil" de
los espectadores.
Un silencio pesado se desploma sobre el teatro desde el
instante en que todos quedan desnudos en escena. Nadie
respira. Confieso que sentí una especie de incomodidad y
que mi respiración comenzó a experimentar algunas
modificaciones. De pronto, cuando se visten y comienzan a
inspirar con fuerza, quedé aliviado; pero el impacto me
duró hasta la escena final. Es verdad que, de alguna
manera, observé todo como curioso y atento espectador.
Pero algo se quebró en mí cuando las luces del teatro se
encendieron y los actores comenzaron a incursionar por la
platea, mirando a la cara del público, tocando con sus
manos sudorosas las caras de algunos, besando la cabeza de
otros y dejándose abrazar y acariciar sin el menor gesto
lascivo, sin intención erótica.
Cuando una de las actrices se me acercó, con los ojos
húmedos, vacilé un instante y me sentí tentado a desviar
la mirada para que ella pasara de largo, pero no pude.
Ella me agarró las manos y en ese momento me sentí como si
yo fuera un viejo amigo de ella. Apenas unos minutos antes
yo la había visto completamente desnuda: me habían gustado
sus formas, su manera de caminar y de mover los brazos.
Pero me olvidé do todo eso y sólo pensé que tenía delante
de mí a un ser humano que me ofrecía una cálida,
inesperada cordialidad. Entonces yo también le tomé las
manos y me di cuenta de que a esa mujer desconocida le
pasaba lo mismo que a mí: yo era, en ese segundo de
comunicación táctil, un antiguo, querido amigo.
A mi alrededor la escena se repetía: un señor como de 50
años, de lentes oscuros, se abrazaba con uno de los
actores como si fueran dos chicos jugando a la ternura.
Una señora flaca, pálida y empolvada le besaba las manos a
uno de los intérpretes. Nadie hablaba, nadie se movía de
su butaca, todos se habían olvidado de los desnudos y
entonces me invadió un sentimiento de bienestar que no
alcancé a definir. Después me di cuenta de que se parecía
mucho a un orgullo: al de poder estar ahí, junto a un
grupo de hombres y mujeres de mi misma ciudad, tratando de
comprendernos y de amarnos. Sólo entonces comprendí por
qué 'La lección de anatomía' me había golpeado más la
segunda vez que la primera.
Abel González
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Carlos Mathus. Director y autor de la obra. Tiene 35 años
y hace 19 que está vinculado al teatro. Es fundador del
grupo Tim. Nació y se crió en Rosario; cursó estudios de
abogacía hasta el segundo año. Es regisseur en el Colón y
uno de los mejores iluminadores del país. Vive de su
actividad teatral.
Arnaldo Colombadori. Tiene 35 años, es rosarino y
fundador, también, del grupo Tim. Hace más de 17 años que
se dedica al teatro. Trabaja en el Colón, donde se
desempeña como fotógrafo oficial. Abandonó sus estudios de
odontología después de superar el segundo año. Trabaja
también en televisión.
María Simbonnet. Tiene 29 años, nació y vivió siempre en
la ciudad de Buenos Aires. Es profesora de danzas
clásicas, estudió 8 años el piano y es diplomada en
lencería y bordado en blanco (sic). Hace 5 años que se
dedica al teatro. Es empleada en la Dirección General
Impositiva. Sus compañeros siempre la llaman por el
apellido.
Margarita Gralía. Es la más joven del grupo: nació en
Buenos Aires hace 20 años. Sólo hace dos que se dedica al
teatro. Acredita estudios secundarios y como las entradas
que le brinda su actuación teatral no le alcanzan, trabaja
como productora de cortos publicitarios.
Ariel Bianco. Es de Rosario, donde fundó el grupo junto
con Mathus y Colombadori. Tiene 30 años y actúa desde que
tenía 11. Cursó estudios de arquitectura, que abandonó
antes de terminar, y actualmente se desempeña como
escenógrafo del teatro Colón.
Cecilia Córica. Tiene 24 años y es modelo publicitaria.
Egresó del Conservatorio de Arte Escénico en La Plata y
trabaja en teatro desde hace 10 años, además es profesora
de piano. Hizo varias películas, una con Palito Ortega, y
representa un papel en la serie televisiva Dos para
quererse.
Jorge Mayorano. Nació hace 35 años en la Capital Federal.
Está casado y tiene dos hijos. Hace 8 años que se dedica
al teatro. Como eso no le alcanza para vivir, vende
máquinas de escribir. Es, además, licenciado en Relaciones
Públicas y en algunas ocasiones trabaja -cuando puede- de
modelo publicitario.
Antonio Leiva. Nació en Tucumán hace 25 años y vino de muy
chico a Buenos Aires. Empezó sus actividades teatrales
hace 6 años y ése es su único medio de vida. También es
maestro pero no ejerce, pues prefiere producir
espectáculos teatrales.
Revista Siete Días Ilustrados
21.10.1974
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Carlos Mathus y Arnaldo Colombadori
Margarita Gralía y María Simbonnet
Ariel Blanco y Cecilia Córica
Jorge Mayorano y Antonio Leiva
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