Vida moderna
La fascinación de manejar en el agua
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Para el sábado último estaba programada una competencia motonáutica en el delta del Paraná (Primer Gran Premio de Turismo Isleño), en un circuito de 120 kilómetros, cuyo punto de partida sería la confluencia del río Luján y canal del Pajarito. La carrera fue organizada por el Club Motonáutico Argentino, que asocia a numerosos apasionados de un deporte que, aunque discutido por los tradicionales navegantes, logra fascinar cada vez más a la gente joven.
Quienes gustan de esa extraña sensación que sólo se experimenta al desarrollar altas velocidades, sueñan con reproducir sus habilidades automovilísticas a bordo de una lancha. El mar o el río que se ensancha aparecen como una carretera indefinidamente grande a los ojos del conductor. Con una singular variante: en caso de virajes peligrosos, el agua es mejor acolchado que el asfalto. Por otra parte, es casi imposible volcar una lancha, y menos aún ponérsela de sombrero. Por eso la motonáutica gana su gran mayoría de adeptos entre los aficionados al automovilismo.
Pero existen también quienes deciden practicar este deporte por el solo placer de internarse aguas adentro y descubrir nuevos lugares. Sin embargo, unos y otros son mirados con cierto desdén por los adeptos al yachting, quienes consideran que los motores nada tienen que hacer donde el viento resuelve todo sin necesidad de combustibles, salvo el necesario para encender un calentador. Mientras pasan incontables cabos por complicados lugares y estudian las corrientes térmicas más beneficiosas, los yachtmen no comprenden qué hay de deportista en ese señor que pasa fugazmente, esquivando embarcaciones, dejando un oleaje detrás. ¿Seguir maniobrando en el agua de la misma forma que se sortean automóviles durante el resto de la semana? Puede que sea así, aunque muchos consideran que para gustar del río es obligatorio aprender, durante largo tiempo, una montaña de cosas difíciles, cuando es mucho más sencillo empuñar un volante y cargar nafta como se hace todos los días. Además, existe una variante que sólo la motonáutica puede ofrecer: el esquí acuático.
Como sucede con el resto de los deportes náuticos, hay una gran variedad de modelos y tamaños de lanchas que van desde el simple chinchorro motorizado al más completo crucero, sin exceptuar el yate con motor.
Lo más común, y lo que más gusta, es la lancha con motor fuera de borda y con volante. La famosa "crif-craf", que los norteamericanos fabrican con motor interno de automóvil, y cuya popularidad ha hecho que se reproduzcan sus modelos en todo el mundo, es elaborada totalmente en madera. Pero una industria paralela, incipiente todavía en el país, ha logrado perfeccionar embarcaciones en plástico reforzado ("fiver glass"), cuyas fibras de vidrio impregnadas con resinas polyester alcanzan una resistencia y durabilidad sumamente ventajosas.
Estas lanchas poseen un doble fondo que se rellena con tergopor y que las hace completamente insumergibles. En caso de romperse el fondo siguen navegando lo mismo. Quienes las utilizan señalan las siguientes ventajas:
•No necesitan pintura anual, como las de madera, pues están confeccionadas con un material pigmentado que no sufre en el agua. (La madera pierde su pintura, absorbe humedad y se hace más pesada.)
•Son autoextinguibles: el fuego se localiza, pero no se extiende.
•No las afectan agentes climáticos.
•Son más livianas, de una sola pieza y muy resistentes.
•Fáciles de reparar para el propietario.
•Económicas, pues se fabrican más rápido, y aunque el material es más caro que la madera, el costo se abarata ante el volumen de producción.
La alta resistencia al impacto hace que la rotura quede localizada y no se diversifique. Esto facilita la reparación, que puede hacerse en poco tiempo, utilizando para ello las resinas y fibras de vidrio contenidas en el botiquín de la lancha. El propio conductor está en condiciones de hacer esta operación. Con sólo seguir las instrucciones escritas, podrá emparchar fácilmente su embarcación.
El primer fabricante de este tipo de lanchas, que han invadido prácticamente el mercado, es el doctor José Pruiti (químico; 52 años, 2 hijos), presidente de Juanjo S. A., un astillero especializado en náutica de plástico reforzado. Pruiti, que durante 15 años manejó y experimentó toda clase de plásticos, viajó a los Estados Unidos hace un par de años y comprobó que un porcentaje cada vez más avanzado de embarcaciones se producían con estos materiales. "Los norteamericanos comenzaron a desarrollar una industria que inicialmente descubrieron los ingleses durante la última guerra. En esos años se lo consideró un secreto de estado, pues no sólo se confeccionaban embarcaciones sino también otros elementos importantes, como la cúpula de los aviones Avro, donde se ubicaban las ametralladoras." Los ingleses producen ahora carrocerías de ómnibus con resinas polyester (ver PRIMERA PLANA Nº 58), mientras experimentan con vagones de ferrocarril. En la construcción de barcos chicos no admiten otra variante más que el "fiver glass".
Tradicionales astilleros, como Bader. Pagliattini y Ortholan, que hasta hace poco se dedicaban exclusivamente a embarcaciones de madera, han decidido adoptar la fibra de vidrio (que suministra VASA) y aplicarla junto a las resinas polyester para la elaboración de sus productos. Según explica el doctor Pruiti, al principio no fue fácil convencer a los clientes. "La gente tiene temor al barco de plástico con sólo escuchar su nombre. Cree que es tan frágil como el plástico de algunos elementos de cocina y piensa Que 1 reparación es imposible. Pero cuando se entera del grado de resistencia se da cuenta de que con una pequeña operación, que consiste en aplicar u remiendo y lijar la superficie, está solucionado su problema, entonces se rinde a la evidencia. Prueba de ello es la cantidad de barcos de este tipo que hay ahora navegando." El astillen Juanjo produce toda la variedad, des de la pequeña lanchita hasta la más completa, aunque recién inicia la fabricación en el país de los primero: cruceros "fiver glass".
La mayoría de los propietarios de lanchas utilizan un sistema distinto de de los yachtmen para guardar sus embarcaciones. Cuando su tamaño no pasa de ciertos limites, en lugar del amarradero del club usan un pequeño remolque adaptado al automóvil y se llevan la lancha a su casa. En las quintas de San Isidro, San Fernando, Acassuso y toda la zona costera es común ver lanchas depositadas en los jardines. Sus dueños también utilizan este método para llevárselas a Mar del Plata, Córdoba o Bariloche y aprovechar mejor sus vacaciones. Estos remolques cuestan entre veinte y veinticinco mil pesos.
La venta de lanchas es permanente en el país, pues una vez concluida la temporada estival, quienes comercializan estos productos, centralizan sus operaciones en el norte y el litoral del país; es decir, aquellos lugares en donde la pesca se practica intensamente.
Las velocidades que pueden desarrollar estas embarcaciones oscilan entre los 47 kilómetros por hora (motores de 28 caballos de fuerza) y los 85 kilómetros por hora (100 caballos). En los casos de competencias, en donde participan lanchas cuidadosamente preparadas con motores de automóvil y diseños especiales, se superan los 100 kilómetros con suma facilidad.
Para programar viajes de cierto alcance, como por ejemplo ir a puertos extranjeros o a ciudades distantes, debe contarse con un crucero que tenga, además de cuchetas para dormir, ciertas comodidades (baño y cocina) que permitan a sus tripulantes vivir en alta mar sin contratiempos y soportar los embates de una tormenta con un mínimo de seguridad.
Viajes más cortos, como cubrir la distancia hasta Carmelo, que es la ruta más utilizada por quienes se inician en la navegación, pueden efectuarse en una lancha tipo crucero, con cabina, aunque todo depende de la forma en que esté equipada la embarcación y de la pericia de sus tripulantes. Dos remeros argentinos lograron, hace pocos días, unir Buenos Aires con Punta del Este en una delgada y frágil canoa, pero ésta es una aventura no muy recomendable y que no debe tomarse como referencia.
Las excursiones a Mar del Plata o a Río de Janeiro sólo pueden hacerse con un crucero bien equipado y sin pretender desarrollar altas velocidades. Por otra parte, quienes efectúan esos viajes aprovechan para ahorrarse la estada en hoteles y utilizan su embarcación como casa flotante.

Precios y modelos
El costo de las lanchas varía considerablemente. Lo mínimo que necesita un iniciado en este deporte son 80.000 pesos: 22.000 para el modelo más pequeño de lancha v 58.000 para un motor de tres caballos de fuerza. A medida que las embarcaciones son más grandes exigen motores de mayor potencia. Un motor de 18 caballos cuesta 95.000 pesos, aunque una lancha con volante en el comando necesita por lo menos 28 caballos (130.000 pesos). De ahí en adelante, pueden usarse motores de hasta 100 caballos (2.000 dólares). Las tres marcas que más se adaptan son Scott, Johnson y Evinruden, fabricadas en los Estados Unidos.
Una lancha tipo crucero, de 4 metros de eslora y con cabina corrediza, cuesta 200.000 pesos y necesita un motor que tenga por lo menos 50 caballos de fuerza; o sea, un agregado de no menos de 150.000 pesos. Otros modelos muy utilizados en lanchas son los siguientes: tipo crucero sin cabina (160.000 pesos); lancha pescadora con volante (100.000 pesos); lancha "Bambina", con volante (80.000 pesos) y bote velero (35.000 pesos). Un bote auxiliar, el más pequeña cuesta 22.000 pesos.
Las ventas se hacen con facilidades que oscilan entre 6 y 12 cuotas, y el anticipo suele ser de un cuarenta por ciento. La construcción de todas las embarcaciones es verificada y aprobada por la Prefectura Nacional Marítima. En forma experimental todavía, se han comenzado a construir cruceros de dos cuchetas con el sistema "fiver glass". Los cruceros que actualmente se fabrican son de madera y cuestan, como mínimo, 400.000 pesos, los de 5 metros de eslora. Si bien no puede calcularse el costo máximo (porque el crucero llega a confundirse con, el yacht de motor o de vela), para adquirir una unidad completamente equipada, con cuatro cuchetas, baño cocina, debe invertirse no menos de medio millón de pesos. De acuerdo con las comodidades, determinados detalles de construcción y medidas, este precio puede llegar a duplicarse. En estos casos, el recurso de llevarse la embarcación a cuestas no cuenta. Se hace necesario entonces recurrir al clásico sistema del club náutico, de la misma manera que con los yachts. En los amarraderos pueden dormir custodiados por los servicios de mantenimiento que cada institución deportiva ofrece a sus asociados. (Ver PRIMERA PLANA Nº 62).

Carreras de lanchas
Quienes deciden hacer de la motonáutica un deporte mucho más excitante tienen cabida en cualquiera de las dos entidades que agrupan a los corredores de carreras: el Club Motonáutico Argentino y la Federación de Motonáutica. Ambos (producto de una misma raíz) organizan competencias en los lagos de Palermo para lanchas de carrera. Estas son diseñadas especialmente, construidas en madera (salvo alguna excepción) y con motores preparados de la misma forma que se hace con los automóviles. Todos estos detalles de fabricación hacen que su costo sea imposible de calcular, como en las competencias automovilísticas.
La motonáutica no ha logrado todavía imponer su personalidad deportiva y en los clubes náuticos se la acepta sólo como una forma más de placer. Sin embargo, cuando varios chiquillos juegan con su "batitú" (chinchorro de vela) y ven acercarse una lancha al amarradero, invariablemente piden a su conductor que los lleve a dar un paseo. Son capaces de dejar a la deriva a su barquito y treparse en segundos a la motorizada embarcación. La velocidad y los giros imprevistos fascinan a todos.
La otra variante que presenta la motonáutica es el esquí acuático. Diversas acrobacias suelen hacer los esquiadores mientras son arrastrados por una veloz lancha. Un par de esquíes cuesta 4.000 pesos y un mono-esquí (uno para ambos pies) alrededor de 3.000. Sin embargo, hay quienes no lo utilizan y prefieren deslizarse con la planta de los pies en una estudiada inclinación y a una velocidad determinada. Otros prefieren una tabla y los hay quienes forman entre varios una pirámide humana, aun a costa de ser confundidos con un espectáculo circense. Pero la última novedad la introdujo en el país el alemán Kurt Cassel, quien trajo de Suiza un gigantesco barrilete construido con tubos de acero y nylon (que reemplazan a las cañas y al papel). Este extraño aparato sirve para volar a treinta metros de altura. Su único tripulante se desliza en esquí acuático llevando en su hombro, fuertemente sostenido, el gigantesco barrilete, y al lograr cierta velocidad manipula sus brazos y comienza a elevarse. Son pocos todavía en el país quienes poseen este aparato, apenas tres o cuatro intrépidos pioneros, quienes semanalmente sorprenden a millares de personas durante sus vuelos sobre el delta.
Página 33 - PRIMERA PLANA
4 de febrero de 1964

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