NESTOR MARTINS
"Ausente, con presunción de fallecimiento"
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Daba un poco de miedo ese brillo extraño de sus ojos. A veces— cuando sus sentimientos parecían estar a punto de traicionarla, dejando al descubierto las emociones— apretaba el puño y sus nudillos se ponían blancos. Ese era el único síntoma de desesperación que se dio el lujo de permitirse durante la conversación. Toda esa serenidad impresionaba mucho más que un ataque de llanto o una violenta crisis de nervios.

SU nombre es Nora y el de su esposo Néstor Martins, un abogado que un día desapareció sin dejar rastros. Los diarios continúan todavía dedicándote bastante espacio al asunto y comentan con un poco de sorpresa el hecho de que el letrado y un, aparentemente, circunstancial cliente se hayan esfumado sin otras ulterioridades. El hombre de la calle no se anima a sacar conclusiones de su estupor. La pregunta es una sola: ¿será, posible que aquí y ahora pueda desaparecer la gente —raptada, secuestrada o eliminada— sin que ni siquiera se sepa cuál fue su suerte?
Nora Martins transita desde hace muchos años por la senda interminable de la angustia. Lo hace con dolor y con furia, pero se cuida muy bien de demostrarlo. Es como si quisiera evitarle a ese enemigo —que para ella no tiene nombre ni apellido— la satisfacción de comprobar su angustia.
—Mi esposo es un ser humano que tiene la cabeza bien puesta -repite con los ojos entrecerrados. Para él, su profesión es lo más importante; siempre me impresionó su respeto casi reverente por la ley.
Y así comenzó a desgranar la historia doméstica de un marido que se crió en un ambiente extremadamente modesto; de un muchacho que a los 17 años tuvo que entrar a trabajar de dependiente en una pinturería porque se le murió el padre y la familia quedó en el desamparo.
—Siempre le gustó la lucha, nunca se da por vencido. Ni siquiera cuando estábamos casados, con un bebé de pocos meses y otro en viaje, cejó en su intento para ganarle a la vida. Todavía no se había recibido y tenía que trabajar para mantenernos. Llegaba a casa agotado, pero se quedaba a estudiar hasta la madrugada. Muchas veces lo encontrábamos dormido sobre los libros a la mañana siguiente.
La señora insiste en pintar a su marido como a un letrado "lírico", que la mayoría de las veces no cobra sus servicios y al que van a buscar a su casa a cualquier hora del día o de la noche para pedirle que evite un desalojo o que se ocupe de un preso político. "Basta con decirle «no tengo plata» para que él se olvide de cobrar. Y así sucede en el noventa por ciento de los casos".
—Las mujeres siempre tienen más sentido práctico que los hombres. ¿Usted no buscaba cambiar esa modalidad?
—Yo estoy curada de espanto. Además... como él lo siente así, ¿para qué voy a pelear? Sabe que tiene dos hijos y la obligación de que no les falte nada. Cumple con sus obligaciones. Antes de pisar sabe dónde tiene que apoyar el pie.
Según la señora, el doctor Martins está afiliado "a todos y a ninguno de los partidos políticos". Atiende a los radicales, peronistas o comunistas que buscan sus servicios.
—¿Es muy amigo de Ongaro?
—Somos muy amigos de su familia; vamos muy seguido a visitarlo a Los Polvorines. Raimundo es un hombre buenísimo, cabeza de una familia intachable.
—Eso de defender a presos políticos y denunciar torturas, ¿no habrá hecho que su marido ganara enemigos?
—Nunca hubo presiones. Los "capos-capos" lo aprecian, porque él juega siempre de frente.
—Usted se empeña en no describirnos el pensamiento político de su marido...
—Él vive todo muy intensamente. La situación del país lo preocupa y le disgusta profundamente... Es como todos. .. todo le duele mucho...
—¿Llegó el momento de acusar?
—Estoy segura de que si lo hago me llevan presa...
En ese comedor de la casa de Castelli y Rivadavia, extrañamente desnudo, como si se tratara de la ascética antesala de una casa conventual, la voz de la señora resonaba con una acústica particular. Y las frases seguían cayendo como latigazos: "La incertidumbre de no saber si está vivo"... "posiblemente ahora mismo lo estén por matar"... "no me hablan, no me escriben, ni siquiera me amenazan..."
Había que hacerle otras preguntas, aunque fueran crueles.
—¿Qué siente ahora?
—Un profundo odio. A veces creo que estoy vacía y sólo tengo capacidad para albergar odio en mi corazón. ¿Cómo le parece a usted que se puede sentir una mujer en mi lugar?
—Señora, usted nunca llora...
—No tengo tiempo para eso, no puedo darme el lujo de permitirme una concesión así. Ya habrá tiempo después (ese "después" puede significar la vida o la muerte) para hacerlo con alegría o con resignación.
Pero no puede permanecer abroquelada en su fortaleza —tampoco es posible que alguien tenga tanto temple— y nos confiesa que usa la noche para desahogarse. Cuando se van todos los amigos, cuando se terminaron las frases de aliento y de consuelo, se encierra en su dormitorio y llora hasta dejar en las lágrimas la última esencia de su pena.
—Ese es el momento en que puedo sufrir conmigo misma, cuando estoy a solas con todos mis sentimientos.
Los dos hijos del matrimonio Martins están al tanto de la situación.
"Ellos lo saben todo, nunca les hemos mentido. El más grande, todos los días, al levantarse, me hace la misma pregunta: ¿ya volvió papá? Viven la situación junto conmigo".
—¿A veces la abandona la esperanza?
—Depende de muchas cosas. Hay días en que uno siente como si se encendiera una pequeña luz, en otros se experimenta una sensación tremenda, algo así como una voz interior que repite: "no hay que esperar más nada, tu marido está muerto..
Y dice todo eso con aparente tranquilidad, hay demasiada frialdad en ella para nombrar lo terrible. Como cuando dice:
—Ya lo creo que voy a hacer aligo. No sé qué es, pero sí estoy segura de que se trata de algo tremendo. Algo así como matar o morir... Ahora ya no creo ni siquiera en mí misma.
En esos momentos, Nora Martins podría haber tenido cualquier otro apellido. Hasta pudo haber sido la esposa de Vandor o de Alonso, o la llorosa viuda del vigilante que ametrallaron en la puerta de la residencia presidencial. El odio que algunos argentinos tienen hacia otros parece haber estallado en esa mujer quebrada pero no vencida.
Su drama no ha terminado; posiblemente sólo empiece. Esa mujer no tiene ahora tiempo para llorar. Sus minutos apenas alcanzan para que odie con todas sus fuerzas.
Revista Extra
02.1971

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Néstor Martins
Esposa e hijos

Néstor Martins
Néstor Martins
Nora
Su esposa Nora