El retorno de Perón
OPERACION MADRID
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Desde Madrid, el secretario general Carlos A. Mutto, envió el siguiente informe:
El sábado 17 por la noche, apenas unas horas después del arribo de José Rucci al aeropuerto de Barajas, los periodistas madrileños ubicados frente a la quinta 17 de Octubre hubiesen jurado que, en ese momento, los cinco hombres que rodeaban la mesa tendida por Isabel Martínez estaban decidiendo una parte del futuro institucional argentino: "Fuentes allegadas al general Perón aseguran que hoy se celebrará una reunión de altos dirigentes peronistas en la que se adoptará una posición definitiva respecto a la propuesta del presidente argentino, general Alejandro Lanusse, sobre el posible regreso a la Argentina del general Perón", especuló esa tarde —en un cable que alcanzó inusitada difusión— el periodista Francisco Basterra de la agencia Europa Press. "Hoy, día D para el peronismo", tituló Emilio Romero en el vespertino Pueblo una información que despertó febriles conjeturas en los medios politizados de Madrid; es que nadie ignora las estrechas relaciones comerciales que mantiene Emilio Romero con Perón y Jorge Antonio a través de la empresa inmobiliaria que concentró sus actividades en el sur de España. Pocos sabían en cambio que Romero no cesa de vociferar contra sus socios desde el martes 13, cuando los Guardias Civiles que controlan el acceso a la quinta 17 de Octubre le impidieron llegar hasta el despacho de Perón: "Necesita usted un pase especial de la Dirección de Seguridad", se disculpó López Rega esa tarde por teléfono.
El aluvión de especulaciones y conjeturas que se desencadenó hacia el mediodía del domingo, cuando el arribo de Lorenzo Miguel pareció clausurar la lista de notables del peronismo que debía congregar en la quinta climatizada del barrio Puerta de Hierro para analizar la posición de incorporar al peronismo a la salida electoral abierta por el gobierno; obviamente, no fueron pocos los que se dejaron encandilar por la presencia simultánea en Madrid de media docena de dirigentes de alto nivel: además de Jorge Daniel Paladino —que arribó en la tarde del martes 13—, el viernes 16 arribaron a Madrid el ex presidente de la Cámara de Diputados, Héctor J. Cámpora y el gremialista correntino Julio Romero; un día más tarde llegaron José Rucci y el metalúrgico rosarino Cayetano Demicheli. El domingo último, a primera hora de la mañana, llegó Lorenzo Miguel y desde el lunes 5 rondaba Puerta de Hierro el ex ministro de Industria y Comercio, José Constantino Barro. Esos 6 hombres, junto con Perón, Jorge Antonio y López Rega, debían ser, según las conjeturas que triscaban los periodistas madrileños, los participantes del mayor cónclave del peronismo en los últimos 10 años. Sin duda, en la mañana del domingo se ignoraba que José Constantino Barro había partido hacia Galicia con su esposa y una hermana, para visitar el terruño de sus antepasados. "Vine como turista, sin la menor intención de hacer política. Hace 15 años que estoy retirado y no creo que sea el momento oportuno para volver a la actividad", confesó el viernes 16 por la noche en el lobby del hotel Avenida, un residencial de tres estrellas ubicado en el número 34 de la Avenida José Antonio.
El miércoles 7 se desarrolló una actividad inusitada en Puerta de Hierro: luego de una prolongada entrevista con Rodolfo Puigrós, Perón habría aprovechado la tarde, luego de la siesta, para redactar una carta con instrucciones dirigida al mayor Pablo Vicente, en Montevideo. "Si el gobierno busca esta salida, es porque reconoce que está frente a la última alternativa que le queda; entonces, hay que golpear duro", diría, en términos aproximados, la carilla de esa carta escrita con la letra pareja, de trazos fuertes, levemente inclinados hacia la derecha. "Pero si van a actuar de mala fe —advierte—, yo también sé actuar de mala fe". Aun cuando Perón no parece confiar en la salida propuesta por el gobierno, de acuerdo con el escepticismo que destila la carta a Vicente, tampoco estaría decidido a retirarse de La Hora del Pueblo, si los peronistas se manejan con la prudencia imprescindible que les permitiría retirarse del acuerdo "si entran en el juego del gobierno". Se trata, claro, de dos problemas diferentes, pero de todos modos quizá la carta nunca existió y sólo forma parte de la intensa campaña de acción psicológica que dirige el secretario personal de Perón —López Rega— desde su gabinete de trabajo en Puerta de Hierro, para desorientar a los observadores políticos de Buenos Aires. Es cierto, en cambio, que Perón recibió a Rodolfo Puigrós, secretario general del Movimiento de Solidaridad con los pueblos de América Latina y organizador de un presunto bloque político en el Cono Sur, que parecería contar con el respaldo del chileno Salvador Allende y del boliviano Juan José Torres.
No es arriesgado suponer que Puigrós intentó seducir a Perón, tal vez, con el irresistible canto de las sirenas de ensayar en la Argentina una experiencia semejante a la Unidad Popular Chilena que condujo a Allende al Palacio de La Moneda. Aun para esa experiencia sería necesario —claro— afirmar la salida electoral. Veraces o
no esas especulaciones, lo cierto es que Puigrós volvió a compartir un paseo matinal con Perón por los jardines de la quinta el lunes 12; el día anterior sólo había recibido una delegación de la Facultad de Agronomía y Veterinaria que llegó hasta Puerta de Hierro encabezada por Horacio Bruzzone. Hasta última hora de ese domingo había aguardado la llamada telefónica de la televisión española para conceder una entrevista exclusiva; el proyecto se desmoronó estrepitosamente cuando los dirigentes del canal oficial consultaron al Ministerio de Asuntos Exteriores para determinar si la aparición de Perón en la pantalla, aunque no formulara declaraciones políticas, podría constituir un hecho lesivo a las relaciones con la Argentina o una violación al acuerdo que pactó con Francisco Franco cuando volvió a Madrid después del fracaso de la "Operación Retorno" en 1965: "No es posible. La aparición en cámara en estos momentos constituye un acto político que viola las normas del asilo político", respondió la Cancillería. No fue ésa, con todo, la única advertencia que habría deslizado el gobierno español a los oídos de López Rega: una clara advertencia de la Dirección de Seguridad —lanzada entre la noche del domingo 11 y el mediodía del lunes— habría frustrado una conversación telefónica de Perón con Buenos Aires, un espectacular golpe de efecto periodístico probablemente gestado por un escritor amigo del ex presidente, que después de acompañarlo durante los primeros años de su exilio se radicó nuevamente en la Argentina. La prudencia que exigía el gobierno madrileño al habitante de Puerta de Hierro y a sus huéspedes —una medida que, se afirma, fue sugerida desde el Palacio del Prado—, seguramente justifica el golpe de demagogia que asestó Paladino el miércoles 14 ante los periodistas: "Si el general Perón no puede hablar, yo tampoco formularé más declaraciones", se irritó hacia el mediodía, cuando recogió sus valijas en el Hotel Gran Vía, ubicado en la avenida José Antonio.

MARTES 13
Pocas veces Perón quiebra sus hábitos; pero el martes 13 dedicó algo más de diez horas —desde las 14 hasta la 0.30'— a dialogar con su delegado personal en Buenos Aires. La única interrupción se produjo al promediar la tarde, cuando Perón y López Rega tuvieron que idear un ardid para impedir que Emilio Romero, el director de Pueblo, penetrara en la quinta para husmear el resultado de la primera rueda de conversaciones en la cumbre del peronismo. Romero —a quien también se le atribuye una vinculación comercial con Perón en la empresa "Ediciones y Publicaciones Populares", editora de Pueblo— no fue con todo el único frustrado. Junto a la verja de la quinta 17 de Octubre también aguardó en vano hasta la medianoche una nube de periodistas cuyo único entretenimiento consistía en conversar con el piquete de guardias civiles que había enviado el gobierno para reforzar la custodia de la residencia de Perón. Ese asedio, sin duda,
impulsó al ex presidente a sugerirle a Paladino, casi cuando se despedían, que cambiara de alojamiento; la veloz huida del Hotel Gran Vía el miércoles 14 hizo crecer la sospecha de que Perón había decidido instalarse durante algunos días en un solitario refugio que posee su médico de cabecera, el doctor Florez Tascón, en el villorrio de Guadarrama, a 50 kilómetros de Madrid, sobre las sierras que bordean la capital.

HA LLEGADO UN MILITAR
El miércoles, cuando todo el mundo suponía a Perón en Guadarrama, junto a Isabel Martínez, Jorge Antonio, López Rega y Paladino, muchos hubieran pegado un respingo de asombro al ver ingresar a Paladino a las 20 y 30 en la quinta 17 de Octubre por una puerta discretamente ubicada en la parte posterior. Tampoco esa mañana Perón se alejó de Puerta de Hierro, pues, cerca de mediodía, recibió a un teniente coronel retirado del ejército español, viejo amigo suyo.
Algunos reducidos círculos políticos de Madrid, que tienen contacto estrecho con el staff doméstico de Perón, comenzaron a tejer febriles conjeturas hacia la tarde del jueves, cuando conocieron esa información deformada: entre chatos de manzanilla, Toro Collins y Cuba Libre, se aseguraba que Paladino y José Constantino Barro se habían entrevistado en un edificio de departamentos del Paseo de La Habana con un general argentino en actividad que atesoraba en su portafolio un mensaje personal de Alejandro Lanusse, y cuya misión en España era negociar la participación del peronismo en la salida institucional. Según esa misma versión, ese militar argentino, de unos 65 años de edad, de baja estatura y fuerte contextura física, también habría visitado la quinta Puerta de Hierro. Muchos siguen creyendo aún. como en un dogma, en la trama tejida bajo una visible influencia etílica; es que ignoran que el militar que entrevistó a Perón, pero no vio a Paladino ni a Barro, era el español. A esa hora, por otra parte, Paladino estaba ocupado en despistar a los periodistas madrileños con la excusa de que viajaba a Guadarrama con el ex presidente. En realidad, fueron pocos los que supieron que el delegado personal de Perón se hospedó esa misma tarde del miércoles en el Hotel Monte Real, ubicado en número 1 de la calle Arroyo del Fresno, en el barrio residencial de Bellas Pistas, a unas cuatro cuadras de Puerta de Hierro. Si todos los pesquisas fracasaron, aun los eficaces investigadores policiales, es porque el ocupante de la habitación 310 firmó el registro de pasajeros con el falso nombre de M. López.
El ardid tuvo algún efecto porque los primeros advertidos también conjeturaron: "Estamos seguros de no equivocarnos —suspiraba con optimismo El Alcázar del sábado 17— al afirmar que en los últimos días Paladino se ha alojado en un hotel de una zona residencial de Madrid, concretamente, de Puerta de Hierro". La hábil cortina de humo tendida por Paladino impidió que se conociera a tiempo la expedición hacia la cumbre de Guadarrama proyectada por Perón el jueves 15. El restaurante que funciona en la Ventas de Arias, en la cima del puerto de Navacerradas, a 50 kilómetros de Madrid, es uno de los lugares predilectos que suele escoger Perón cuando desea agasajar a algún visitante: el miércoles 13 de enero, durante el último viaje de Paladino a Madrid, el metódico habitante de Puerta de Hierro también eligió el Mirador de Navacerradas para despedir a su delegado personal, un día antes de retornar a Buenos Aires.
No mentía a esa hora el mayordomo de la quinta cuando aseguró: "No hay nadie en la casa". Recién a última hora de la tarde ingresaron por la entrada posterior de la casa, y nadie vio salir a Paladino por la noche.
El delegado personal ya estaba en la residencia el viernes a media tarde cuando llegó José Constantino Barro con su esposa y una hermana. Las dos mujeres se recluyeron en un salón íntimo para tomar el té con Isabel Martínez. Barro recién regresó a su hotel de la avenida José Antonio, cerca de las siete de la tarde, saldó la cuenta y conversó durante 15 minutos con el enviado de Confirmado. En medio de ese misterio parece natural que los diarios madrileños sin excepción hayan creído que la conferencia cumbre del peronismo continuaba en las sierras de Guadarrama, refugiados en la residencia del médico Florez Tascón; a pesar de las versiones que corrían como un reguero de pólvora, el facultativo no vio a su paciente ni jueves ni viernes. Parece probable que haya penetrado en la quinta 17 de Octubre hacia el mediodía del sábado 17: una vecina del hotel Monte Real, donde se refugió Paladino, creyó descubrir al médico de Perón en el bar del hotel mientras aguardaba al delegado personal. Pero también es verosímil que, en ese momento, sólo haya gestionado una entrevista para Cámpora y Romero.

INVITADOS Y COLADOS
En un momento particularmente delicado para el peronismo, el arribo de algunos dirigentes aparentemente alejados de la conducción —como Cámpora y Barro— suele alentar especulaciones de cambios en la cúspide del movimiento, aunque la mayor parte de esas visitas carecen generalmente de trascendencia. A nadie se le escapó, en cambio, la gravitación que tiene el arribo de José Rucci a Madrid para conocer a su líder: "Vengo a conocer Madrid como turista —dijo en el aeropuerto de Barajas—; no he negado que pueda ver al general, pero prefiero no hablar de la Argentina ni de los problemas argentinos fuera de mi país. Considero que sería antipatriótico". Un momento antes, apenas, había asegurado: "El problema argentino se solucionará cuando el pueblo elija a su gobierno y la mayoría del pueblo es peronista. Ahora hay más peronistas que nunca".
Rucci siguió el ejemplo de Paladino cuando desechó la posibilidad de alojarse en el hotel Gran Vía. El sábado por la tarde canceló las reservas que había hecho la noche anterior telefónicamente desde Buenos Aires, y prefirió hospedarse en la casa de Jorge Ceszarchi, un ex dirigente de la juventud peronista radicado hace algunos años en Madrid, donde trabaja en una empresa de productos químicos; con ese viejo amigo de la época de la resistencia consumió la tarde y la noche del sábado en recorrer la capital madrileña y a última hora de la noche se instaló definitivamente en el hotel Emperador. No parece verosímil pensar que ese mismo día visitara a Perón: cerca de las ocho paseó por La Gran Vía, y durante el domingo durmió hasta pasado mediodía y por la tarde concurrió a un partido de fútbol, luego de almorzar con Lorenzo Miguel, que había llegado esa mañana, y otros dirigentes sindicalistas, varias especialidades de mariscos en el restaurante Marcellino. Lorenzo Miguel aparecía nervioso y según sus allegados "muy caliente, pues la cosa no andaba bien". Ese estado de ánimo lo llevó a protagonizar un incidente con Confirmado, aparentemente por haberlo tildado de "participacionista". Toda esa actividad, sin embargo, estaba pendiente de la primera reunión cumbre que iban a realizar los dirigentes peronistas en la
quinta 17 de Octubre en la tarde del lunes.

... Y COMIERON PERDICES
Según las informaciones de Lorenzo Miguel, Perón recibiría a Paladino, Rucci y Lorenzo Miguel, seguramente para iniciar una rueda de consultas que se prolongará aproximadamente durante dos días con el propósito de analizar la futura estrategia del peronismo frente a la posición adoptada por el gobierno.
Antes de la reunión, José Rucci y Lorenzo Miguel mantuvieron un prolongado cónclave con Jorge Daniel Paladino en la habitación 310 del hotel Monte Real, el secreto refugio del delegado personal. Durante esas tres horas los tres jerarcas del peronismo habrían pulido asperezas, quizás con la intención de no ofrecer un bloque incoherente frente a Perón. Rucci no disimuló su asombro cuando retornó a su habitación del hotel Emperador y enfrentó a un puñado de periodistas en el bunker secreto de Paladino, cuando había asegurado que a esa hora ocuparía una platea en el estadio del Atlético de Madrid:
—¿Es cierto que la CGT mantiene divergencias con Paladino?
—El señor Paladino es el delegado de Perón en Buenos Aires y nosotros somos peronistas.
—¿Es cordial la relación entre el señor Paladino y usted?
—El cumple una misión y yo otra. Pero hay coherencia en lo que hacemos los dos. Mantenemos buenas relaciones.
Es posible que, tal vez, existieran algunas opiniones enfrentadas entre los tres bonetes del peronismo que habían acudido simultáneamente a Madrid. Aun los más desorbitados sospechan que el encuentro de los cuatro grandes no está destinado a analizar el eventual retorno de Perón a la Argentina, a pesar de que la mayoría de los diarios madrileños —entre ellos el influyente ABC— aseguran que el ex presidente ya ha tomado la decisión de emprender el regreso a Buenos Aires, pero mantiene todavía en suspenso el instante para abordar un avión en Barajas. En diversos medios, por otra parte, se atribuye una notable importancia al estado de salud de Perón.
La atención de los observadores se concentró en la decisiva reunión que mantuvieron Paladino, Miguel, Romero y Rucci con Perón a partir de las 18 horas del lunes. A las 17.35, Rucci y Miguel partieron del hotel en el que se alojan rumbo al esperado cónclave, cargando con un voluminoso paquete cuadrado envuelto en papel madera, algunas cajas pequeñas y un diminuto estuche de cuero negro: seguramente los huéspedes de Perón —recogidos minutos después por un auto remisa en el que viajaba Demicheli— llevaban obsequios para los habitantes de Puerta de Hierro. "La decisión política corresponde a Perón", aseguró José Rucci antes de zambullirse en el automóvil.
"La actitud a adoptar estará condicionada por la evolución de los acontecimientos políticos": así lo sugirió Paladino al término de la reunión pasadas las 22 horas en Madrid.
Los participantes del cónclave declararon que habían estudiado temas vinculados al proceso de salida electoral, aunque estimaban excesivo el plazo anunciado por el gobierno y que la normalización podía lograrse en el término de un año y medio.
No sólo temas políticos ocuparon la conversación: José Rucci, cuya estrella parece crecer en el peronismo, protagonizó las dos horas finales de la reunión con un minucioso informe de la CGT; al finalizar el mismo fue efusivamente felicitado por Perón, porque era la primera vez que un dirigente peronista viajaba por todo el país para conocer los problemas de los trabajadores.
Simultáneamente adquirieron singular importancia las sugerencias que realiza Perón en una carta a miembros de la Juventud Revolucionaria Peronista: "Si en el orden estratégico la iniciativa puede estar en manos de nuestros enemigos, tal cosa no significa que en el orden práctico no podamos imponer nuestra voluntad; todo es cuestión de método —dice el mensaje—. Sabiendo que la acción política radica en una combinación acertada de la fuerza con la habilidad, es preciso operar racionalmente. Tanto la fuerza como la habilidad tienen infinitas formas y grados, pero hay dentro de ellas un principio mutable: es preciso superar la fuerza y la habilidad del enemigo para someterlo a nuestra voluntad. Esa es nuestra misión por ahora". "Por otra parte —aconseja el párrafo más importante—, si realmente desean llegar a soluciones no les queda más remedio que cumplir con lo que el pueblo quiere o enfrentar a largo plazo las consecuencias de la guerra civil."
Aunque los vespertinos madrileños del lunes recogieron con escandalosos titulares este mensaje a la JRP, lo cierto es que parece, más bien, orientado a abrir una tregua vigilante de los grupos más radicalizados del peronismo frente al gobierno para no entorpecer los movimientos que comenzaría a desplegar el ala política del peronismo. Si esta especulación fuera cierta, podría inferirse que Perón ha decidido replegar la columna que agrupa a los sectores insurreccionales para colocar al movimiento en la probeta de ensayo de la institucionalización definitiva.
21 de abril de 1971 - CONFIRMADO

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