Piero tiene bronca pero no protesta Volver al índice
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En un departamento de paredes desnudas, sin lámparas ni cortinas porque "es sólo un lugar de paso", Piero De Benedictis —nacido en el sur de Italia el 19 de abril de 1945 y llegado a la Argentina cuando tenía tres años— se olvida de que es Piero para decir simplemente lo que siente. Esa sinceridad tiene sus riesgos: todavía se agita en las revistas especializadas el escándalo que promovió al expresarse libremente sobre sus colegas cantantes, desde los hispánicos Raphael y Serrat hasta los ídolos argentinos Sandro y Palito Ortega, pasando por toda una pléyade de valores "prefabricados" por los comerciantes del disco. Esa iracundia contrasta con la primera impresión que se tiene de Piero: un muchacho que habla en voz baja, aunque sabiendo muy bien lo que dice, y que resulta inesperadamente simpático.
"Suelo ser polémico y dado a la crítica, tanto para los demás como para mí mismo —dice—. Tal vez esa costumbre de pensar y expresarme libremente me impide ser avinagrado: el equilibrio interior es un buen factor de sonrisa." Tiene otros motivos para sonreír: una carrera ascendente, principalmente en Latinoamérica, dos LP grabados y uno a punto de salir, una impresionante colección de trofeos, tres triunfos en festivales de la canción, y bastante dinero. "Para mí, el dinero significa fundamentalmente tranquilidad y tiempo para madurar mis composiciones —acota—. He llegado a percibir 7 mil dólares por una hora de actuación, pero canto gratis siempre que puedo. Mi proyecto es hacer una gira en automóvil por toda América cantando en los pueblos, en las plazas, dondequiera que se reúna gente para escucharme. Es una forma de devolver lo que se me ha dado, y de seguir conociendo a mi público."
El sobrante de sus ganancias es invertido en rubros habituales: un departamento que le sirve de oficina, una vivienda que sueña cambiar por una casa aislada, donde pueda escuchar a todo volumen la música que le gusta, un automóvil elegante pero no estrepitoso y algún hobby, como su colección mundial de instrumentos de cuerda o la fotografía. Por donde pasa, y pasa por muchos sitios al cabo del año, toma una foto o se lleva un recuerdo. "Es increíble lo generosa que es la gente para regalarme cosas", comenta junto a un mueble repleto de objetos, en el que se destaca un recipiente de cobre, obsequio del presidente chileno Salvador Allende. Encima de la mesa hay un grabador, una guitarra, una bandeja con los adminículos para tomar mate y cigarrillos negros, que Piero consume con absoluta despreocupación de su voz:
"En realidad, más que cantar hablo", advierte con su habitual franqueza y lo que él llama "conciencia de las limitaciones". Pero cantando o hablando, no hay duda de que ha sabido hacerse escuchar.

UNA HISTORIA DIFERENTE
Se diría que Piero siempre arribó a su meta por el camino que menos esperaba. A los doce años ingresó en un seminario para seguir
los pasos de un amigo y sin saber demasiado dónde se metía. Allí permaneció hasta los diecisiete, cursando el bachillerato y aprendiendo a pensar o, como él dice, "a buscar el fondo de las cosas". Ese hábito de profundizar en sí mismo, la alegre camaradería en torno a una guitarra y los cinco o seis grandes amigos que aún conserva fueron lo más positivo de su paso por el seminario. Salió de allí dispuesto a convertirse en médico "y lleno de elevados ideales", sin sospechar que su destino estaba en otro sitio. Unos compañeros del seminario que habían formado un conjunto folklórico llevaron unas cintas grabadas para ofrecerlas en distintas empresas, y entre aquellas cintas había una serie de temas italianos que Piero cantaba para sus amigos. El entonces jefe de prensa de Canal 9 de Buenos Aires reparó en aquella voz fresca que decía sin pretensiones las canciones populares de su tierra natal, y le escribió a Piero una carta invitándolo a una entrevista.
"Estudiar medicina era, para mí, una ilusión recién nacida —recuerda—.No hice caso a aquella carta, lo que sin duda motivó que recibiera una segunda invitación. Decidí probar, como experiencia. El día que me presenté dio la casualidad de que estaban en la sala los directivos del canal. Me pusieron frente a las cámaras, a cantar inmediatamente. Se comenzaron a recibir cartas aprobatorias de mi actuación, y, casi en seguida, me llovieron ofertas de negocios y contratos. Las cosas me iban tan bien que me entusiasmé y poco a poco me fui enredando. Sólo tomé conciencia de lo que significaba la carrera de cantante cuando se habló de grabar en serio. Por primera vez pensé en un repertorio: quería una canción nueva, que yo pudiera crear, o cantar mis propias composiciones. Prácticamente, me vi competido a hacer A la cara, cara nonna, mi primer éxito."
Al poco tiempo, Piero comenzó a grabar en castellano. Cantó sinceramente temas intrascendentes hasta que conoció a artistas como Jacques Brel, Georges Brassens o Violeta Parra. Fue entonces cuando se sintió "malgastado" en un éxito fácil y comenzó a complicarle la vida a su grabadora. "El sistema habitual (Grabas una como queremos nosotros y la siguiente como quieres tú) no prosperó, y me dediqué a hacer mil y una cosas hasta que expirara el contrato. Tenía en sociedad un boliche bailable cuando me llegó la libertad." Esta coincidió con una circunstancia importante en su carrera: el encuentro con su letrista, el periodista José Tcherkaski.
"Las letras deben ser ricas, tener consistencia humana y poética —explica Piero—. Las que hacía José me interesaron y decidí trabajar seriamente. Vendí mi parte en el negocio que tenía, me fui a un hotel y llegué a trabajar quince horas diarias durante seis meses. De aquel esfuerzo salieron dos docenas de temas que conformaban un trabajo redondo. Sólo entonces grabamos varias cintas y las llevamos a todas las grabadoras. Era una época pésima para el negocio del disco en virtud de cierta ley que dificultaba la irradiación de 1os temas, pero las grabadoras que oyeron nuestra cinta dijeron que sí. Sólo tuve que elegir."
Por supuesto, esta segunda etapa se vio afectada por los mismos obstáculos que la anterior: "No es fácil la lucha contra la comercialización y los intereses creados —advierte el cantante—. Mis canciones no eran ni son de protesta, sólo pretenden indagar problemas humanos. Por ello, aunque mis discos no fueron nunca prohibidos (hubiera resultado promocional), fueron apagados con mil recursos".
La respuesta suscita un breve aunque sustancioso diálogo entre Piero y SIETE DIAS, una suerte de ping-pong verbal:
—¿Te interesa la política?
—Como a cualquier tipo que vive en una comunidad y una sociedad determinadas. Es decir, estoy metido y participo en lo que puedo. No me afilié a ningún partido, pero estoy al tanto de lo que pasa.
—¿Por qué no te afiliaste?
—El partido que yo quiero no existe.
—¿Pero podés definirte ideológicamente?
—Sí, claro: soy izquierdista.
—¿Qué pensás acerca del Gran Acuerdo Nacional?
—Mirá, no creo que estén dadas las condiciones socio-económicas que permitan llamar a un gran acuerdo. Las elecciones, se me ocurre, apenas pueden ser el principio de un camino importante para mejorar las cosas. Pero hace falta crear una conciencia política que el pueblo no tiene y que necesita para poder votar.
—¿Desde cuándo defendés esos puntos de vista?
—Desde hace seis o siete años, cuando comencé a sentir inquietud por lo que pasaba a mi alrededor, cuando observé el desnivel de posibilidades que existe entre los hombres. Si esas posibilidades no se emparejan, desde la base y para todos, yo no puedo creer en acuerdo alguno. Mirá, como están las cosas en el país, estoy convencido que aunque venga el mejor economista del mundo fracasa igual: no tendrá medios para resolver los problemas de Argentina, carcomida como está por la intermediación, la burocracia y, en muchos casos, la mala fe.
—¿Qué opinión te merece Perón?
—Es un tipo superinteligente y, a esta altura del partido, lo único que quiere es solucionar las cosas de la mejor manera posible. Creo que hará todo lo que esté a su alcance para lograrlo.

EN TODAS PARTES MENOS AQUI
Mi viejo, grabado por Piero en 1969 y últimamente por Iva Zanicchi en Italia, ha superado los 5 millones de discos, "vendidos en cualquier país menos en la Argentina", dice el cantante con una sonrisa que no es amarga. Una reciente gira por veinte países en los que ha obtenido triunfos que estaban más allá de todas sus previsiones lo ha inmunizado contra el resentimiento.
"Cuando canté en La Media Torta, anfiteatro natural de Bogotá, tuve 60 mil espectadores el primer día, 70 mil el siguiente y 100 mil el tercero. Canté gratis, respetando esa imposición colombiana a los artistas extranjeros, que deben regalar su primera actuación o bien abonar el equivalente a 200 mil pesos viejos, como prefirió hacerlo Sandro. En realidad, yo hubiera pagado por cantar ante un público tan entusiasta ..." Piero repitió la hazaña en el anfiteatro de Los Cristales, en Cali, ante 100 mil personas, y pulverizó el record de Libertad Lamarque, obtenido en 1948 con 35 mil espectadores. Colombia le otorgó el premio al artista más vendedor, distinción que también obtuvo en México, Venezuela, Perú, Ecuador y Chile.
Entre las cosas que lo enorgullecen figura un gallo de oro adornado con piedras preciosas: vale intrínsecamente más de un millón y medio de pesos viejos, pero para él tiene más significado como primer premio del V Festival Internacional de la Canción Popular de Río de Janeiro, ganado en 1970 con Pedro Nadie. Con Soy un hombre que viene, soy un hombre que va triunfó en Yugoslavia, en el Festival de Split 1971, y un Obelisco de Plata conmemora su éxito en 1969 en el III Festival Buenos Aires de la Canción, con Como somos: un curriculum al que hay que añadir tres discos de oro.
Piero tiene un recuerdo para todos los países latinoamericanos donde actuó: en Ecuador, cantando en la Feria de Quito para 20 mil personas, comenzó a llover en tal forma que la guitarra eléctrica de un ejecutante le dio una descarga. Nadie se movió y Piero terminó su recital ante una multitud de cabezas cubiertas con diarios. En Venezuela, con sólo un simple en circulación (Mi viejo), congregó en Maracay a 45 mil espectadores; en Perú, donde obtuvo un record de rating en la televisión, sueña con ese estadio para 25 mil personas que tendrá el honor de inaugurar próximamente; en Chile todavía flotan los ecos del Festival Internacional de la Canción en Viña del Mar, donde compartió aplausos con Serrat y Myriam Makeba; en Uruguay, donde estuvo seis veces, protagonizó espectaculares como nunca lo hizo en la televisión de su país, Argentina. En efecto, a pesar de su origen europeo, Piero se siente profundamente americano, latinoamericano, apasionado por esa revolución de Panamá que el propio presidente Demetrio Lacas le hizo conocer en un recorrido del territorio panameño. "Me sentía Piero en el País de las Maravillas
—recuerda—. Allí se vive un proceso notable que muy poca gente conoce. Te doy un ejemplo: en sólo tres años, un obrero que ganaba 30 dólares diarios percibe un salario de 100, sin que el costo de la vida registrara aumentos en ese lapso. Otro caso: si un muchacho estudia, recibe 120 dólares por mes para mantenerse. Muchos creen que Panamá es un quiosco de Estados Unidos, pero se equivocan."
Uno de los últimos temas de Piero reza Tengo la bronca en la voz. Tal vez, repasando sus declaraciones, se localicen las motivaciones de ese estado de ánimo y su empecinamiento en "hacer canciones con aguijón".
Revista Siete Días Ilustrados
01.05.1972

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