Uno (Raúl Rossi) es alto, de ojos celestes, porta una
corpulencia lindante con la obesidad, habla con un tono de
voz mediano y controlado, luce una acicalada, ligeramente
obsesiva elegancia en la vestimenta. El otro (Rafael
Carret) es sustancialmente más bajo, nervioso, acompaña
cada uno de sus comentarios con un brinco, fluctúa entre
los extremos de una voz por momentos muy baja y luego casi
estridente, soporta frecuentes carraspeos. Los dos son
actores, nacieron al promediar la década del 20, jamás
pisaron un conservatorio y se conocieron —casi en la
infancia —en la Pandilla Marilín, de la que formaron
parte. Este año, sus nombres se unieron en una
circunstancia accidental pero común: ambos quebraron una
imagen —emergente en especial de sus presentaciones
humorísticas en radio y televisión— parcializada,
alimentada, sin embargo, por la mayoría de sus trabajos
anteriores. Ese estigma —el de actores "populares"—
comenzó a resquebrajarse luego de sus dos excelentes
trabajos para la presente temporada teatral de Buenos
Aires.
Raúl Rossi fue el ropavejero judío de "El precio", un
drama de Arthur Mi11er que acaba de bajar de cartel en el
teatro Odeón. Luego de asumir con calidez y precisión
infrecuente este personaje, Rossi logró quizá, su mérito
mayor: no llevarlo a los extremos de la caricatura a la
que se presta, darle la densidad, la gracia, la mezquindad
humanamente creíble que posee. Rafael Carret, por su
parte, tomó al Sancho Panza propuesto por Dale Wasserman
en la versión musical del Quijote de Cervantes —El hombre
de la Mancha— y cumplió ampliamente con una de sus
interpretaciones posibles: la del hombre básicamente
inocente, guiado por el amor hacia el Quijote. También,
con el desafío que implicaban las partes cantadas.
"Hacer el Sancho me costó menos que armar una entrada de
10 minutos en un teatro de revistas. Porque, claro, tengo
todos los elementos servidos: Cervantes, el Quijote,
Dulcinea. Tengo todo en mis manos. Si con eso no puedo
hacer un trabajo aceptable... En la revista, en cambio, me
tengo que arreglar yo solo frente al público; si se
utilizan recursos limpios la tarea es dificilísima. Pero
este trabajo, el Sancho, sirve para que el público, la
prensa, los empresarios, se den cuenta...", revela,
sorpresivamente, Carret.
"Fui feliz haciendo este tipo de teatro; sobre todo porque
la gente se fijó en el personaje, no en mí. Antes, en
cambio, siempre hice de Raúl Rossi, aunque el personaje se
llamara Luis, Juan o José. La gente comentaba: «Mirá la
cara que tiene Rossi», no importaba el papel que
representara. Además, me vi sujeto a una disciplina
profesional que había abandonado", reconoce Rossi.
Tanto Carret como Rossi comienzan a relacionarse en los
albores de una profesión que luego ejercerían el resto de
su vida, durante la infancia. Después, el camino fue
diverso: "Luego de los festivales infantiles comencé a
trabajar en radio, en 1937" (Carret). Poco después filma
su primera película, iniciadora de una serie de 42,
coronada por tres actuaciones últimas: en 'Martín Fierro'
de Torre Nilsson, 'El gran robo' de Rossano Brazzi y 'El
día que me quieras' de Cahen Salaberry, esta última sin
estrenar todavía. ("El cine y la televisión son una
mentira para el actor; en el primero está el director, el
fotógrafo, los verdaderos protagonistas del hecho; un buen
director con un mal intérprete puede hacer una película
genial. En el teatro, en cambio, el actor carece de
primeros planos, necesita años para probar su valor, su
calidad. Allí la nariz o el flequillo no pesan como en
televisión. La única verdad es el teatro", dijo, la semana
pasada, Carret, mientras retorcía sus manos en amplias
gesticulaciones, movidas por espasmos nerviosos sin fin).
En 1948 se incorpora a los Cinco Grandes del Buen Humor,
viaja por América y España con ellos, y 10 años más tardes
accede al teatro de revistas. Luego de una veintena de
espectáculos ingresa a la televisión y actualmente
protagoniza uno de los sketchs de mayor éxito del programa
presumiblemente humorístico La Tuerca; actúa, también, en
Mis hijos y yo, engendro melodramático tramado por el
libretista Hugo Moser.
Fanático de la fotografía, viajero empedernido ("Recorrí
casi todo el mundo, menos Medio y Extremo Oriente",
advierte), el Pato Carret traza finalmente una alegoría de
su situación profesional. Dice: "Siempre quise hacer
trabajos como éste, como Sancho; 10 años atrás lo hubiera
hecho igual. Pero si a un fotógrafo usted le dice: sáqueme
esto y le señala una pared, sus posibilidades están muy
limitadas. Si lo manda a la calle y le permite elegir las
tomas que quiere, puede trabajar mejor".
"Fue nuevamente Viñoly Barreto quien confió en mí; ya en
1957 me había llamado para protagonizar 'Cada amor tiene
lo suyo', un vodevil de Claude Magnier; un papel de gran
responsabilidad", narra Rossi. También él empezó en radio
haciendo radioteatros; luego, en 1953, debuta en teatro en
La tercera palabra, de Alejandro Casona, dirigido por el
autor y por José Cibrián. Llega la televisión y es el
primer actor rentado de Canal 7: fue en un teleteatro con
Mabel Lando. Realizó hasta el momento una decena de
películas ("El cine no me
gusta, no me gusta la discontinuidad del trabajo, la falta
de participación", anota Rossi) y actualmente se apresta a
filmar con Palito Ortega y Armando Manzanero, bajo la
batuta de Enrique Carreras. Luego de 1959 pasa a ser
cabeza de compañía durante 8 años en un teatro de la calle
Corrientes: "No me daba cuenta de lo que eso significaba;
yo era un empleado más, se había convertido en una rutina
y lo que sí noté era que el público me pedía eso; y yo
creo que el actor no puede hacer lo que a él le gusta a
riesgo de que no lo vea nadie; se debe al público y si no
hace algo que éste le pide —no cualquier cosa, por
supuesto— está defraudando. Por eso, quizá, hice algunas
obras que no debí hacer en esa larga cadena de
temporadas", opina.
Ahora Rossi está vinculado a cuatro programas de
televisión (El Special, donde interpreta monólogos de
Wimpi; produce y dirige Jacinta Pichimahuida; realiza
algunos sketchs de La revista dislocada, y está
relacionado a Carolina y el conejo de la siesta, con
Mercedes Carreras); planea viajar a Europa en el verano
(por quinta vez) y, de pronto, finaliza: "Es increíble
cómo se encasilla en la Argentina a la gente. Desde la
Pandilla Marilín aprendí que un actor (intuitivo, como yo,
sin estudios en la academia tiene que hacer de todo.
Premeditadamente lo estoy cumpliendo. Pero lo de 'El
precio' fue muy importante. Me juzgó gente seria y me
aprobó; la disciplina del trabajo retornó. En las otras
cosas la tarea es menos rigurosa. Sobre todo porque, por
lo general, el único personaje soy yo mismo".
ANALISIS • No 399 • 6 DE NOVIEMBRE DE 1968
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