PRIMER REPORTAJE AL SECRETARIO GENERAL DE LA CGT LUEGO DEL TIROTEO DE CHIVILCOY
¿POR QUE LO QUIEREN MATAR, SEÑOR RUCCI?
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En una entrevista sin precedentes en el periodismo local, el dirigente obrero desnudó su personalidad descubriendo los aspectos más ignorados de su vida, de su trayectoria laboral y gremial. Antes de explicitar qué opina de sus enemigos y de las razones por las que se intenta agredirlo, evocó los primeros años de su vida de obrero en Buenos Aires y contó qué hizo el 17 de octubre de 1945.

Seguramente, pocas figuras del acontecer político-gremial han sido tan ásperamente atacadas como el secretario general de la CGT, José Rucci (49, dos hijos). No sólo quienes están del lado de enfrente, políticamente hablando, han dirigido sus dardos contra él: desde el seno del peronismo, su partido, y hasta desde las mismas filas gremiales, han sido numerosas las agresiones verbales. También ha sufrido ataques más graves: en varias ocasiones se llegó a amenazarlo con la liquidación física, y el pasado miércoles 14 un tiroteo —que muchos creen dirigido a poner en peligro su persona— acabó con la vida de su chofer y amigo, Luis Osvaldo Bianculli. Como las criticas que Rucci siempre ha suscitado son inseparables de su personalidad toda. Siete Días consideró necesario obtener un retrato total, minucioso y profundo del dirigente peronista. No poco trabajo le costó al redactor Daniel Plá lograrlo: tres entrevistas en dos días, interrumpidas por reuniones y compromisos de Rucci, depararon siete horas netas de grabación. Lo que sigue es una síntesis de los principales tramos de la charla.
—¿Por qué dicen que usted no tiene suficientes antecedentes en lo gremial?
—Yo no he tenido otra actividad que no sea gremial. Llegué a Buenos Aires a los 17 años y el primer trabajo que tuve aquí fue de lavacopas, en la calle Pedernera y Rivadavia, en una cadena de confiterías que se llamaba la Cosechera, en el año 1947.
—¿De dónde venía?
—De Rosario, donde desde los 14 años trabajaba en la sodería Biarritz y en el cine Heraldo vendiendo caramelos.
—¿Dónde nació?
—En un pueblo que se llama Alcorta, a unos 20 kilómetros de Rosario.
—¿Cómo se compone su familia?
—Yo y dos hermanas que están casadas.
—¿Por qué se vino a Bueno Aires?
—En aquel tiempo Rosario era una plaza difícil para conseguir trabajo, así que decidí largarme. Una vez instalado en Buenos Aires recorrí varios trabajos. Empecé en la Cosechera, después en la fábrica de naranja Bilz en Palermo de día y de noche en la cervecería. En ese entonces tenía apenas 19 años.
—¿Hasta los 20 años qué tipo de formación gremial recibe?
—Bueno, mi formación la hice en la calle. Lo que pasa es que desde los 12 años, por razones que no vienen ahora al caso mencionar, empiezo a andar solo por la vida.
—¿En su familia había antecedentes gremiales?
—Sí. Mi viejo fue secretario general del centro de estibadores de Alcorta.
—¿Cuándo despierta al peronismo?
—El 17 de octubre de 1945. Recuerdo que estaba trabajando en una confitería por Belgrano, pero ya no de lavacopas. Me habían dado el puesto de sereno, así que juntaba de noche las sillas y seguía meta lampazo. Ese día yo también fui uno de los tantos que ganaron la calle. Y a raíz de eso me quedé sin puesto.
—¿Y qué pasó después?
—Al poco tiempo entré en la Hispano Argentina, que era la fábrica de las pistolas Ballester Molina, pero me duró poco. El siguiente trabajo fue en la fábrica metalúrgica Ubertini, que queda enfrente de la plaza Martín Fierro. Ahí fue donde se realizó la huelga más prolongada del sindicalismo argentino. Y curiosamente fue a raíz de que me habían echado. En ese entonces ya estaban despertando en mí inquietudes sindicales. Y es cuando me nombran por primera vez delegado gremial. Un día después de haber estado enfermo vuelvo y me topo con un nuevo jefe de personal, que tengo entendido era de la policía, que me dice que yo ya no trabajaba más ahí. Me acuerdo que como yo quería entrar para hablar con los patrones, el jefe me agarró de un brazo y me tiró para afuera. Ahí nomás le pegué un trompazo, armándose una tremolina donde volaban mesas y sillas. Intervino la policía y fuimos todos a parar en cana. Cuando salimos terminamos con esa huelga que duró 7 meses. Es en ese momento cuando me llaman de la Unión Obrera Metalúrgica para integrar la paritaria. Y es desde ese momento —cuando tenía 25 años— que hasta el presente fui metalúrgico.
—¿Esa fecha entonces es el comienzo de su carrera gremial?
—Sí, se puede decir que es entonces cuando entro de lleno al gremialismo, si bien desde entonces, en el 52, hasta el 54, colaboro con la UOM pero no como dirigente. Al poco tiempo se crea una situación en el gremio y lo dejo, pasando a trabajar de peón en la fábrica Catita. Me pasaba las 8 horas meta barrer —y después el energúmeno de Kelly dice que yo nunca laburé— todas las secciones, aprovechando para hablar con la gente. Fue así que a los 6 meses me nombraron delegado. Por ese entonces yo ya tenía otras ideas. Así que de peón pasé a la comisión interna. Era el año 55, cuando los gorilas habían tomado el poder. Ese día salimos a la calle y montando los camiones nos acercamos a Plaza Mayo. Estaban a les balazos limpios. Me acuerdo que de repente aparecieron los aviones ametrallando; bueno, yo no sé cómo, pero en cinco minutos estábamos en Plaza Constitución.
—¿Cuáles eran sus principios gremiales en ese entonces?
—En el caso particular de Catita habíamos logrado, después de mucho batallar, una especie de participación en les beneficios de la empresa. Yo siempre sostuve que el trabajador debe estar integrado al capital, para que ese capital cumpla una función social.
—¿Por qué motivo piensa que lo nombraron delegado?
—Era una época en que recién aparecían los convenios colectivos de trabajo, a los cuales los patrones no le daban cumplimiento. Y como a mí siempre me gustó la discusión, mis compañeros pensaron que era el más indicado para representarlos ante los patrones. Así me fui creando una imagen de lo que en el futuro podría ser. Pero al poco tiempo fueren intervenidos los sindicatos y la CGT, pasando a trabajar en la clandestinidad.
—Siendo delegado de base, ¿se sentía representado por los entonces dirigentes de la CGT?
—Sí, me sentía representado, pero indudablemente no hay nada perfecto. Más en un proceso peronista como el nuestro que tenía la pretensión de romper con una situación que se venía arrastrando de años. Quiero decir que en este aspecto no podemos detenernos a calificar si aquel dirigente es bueno o malo. Porque nadie puede ser perfecto, pero sí hay una cosa que no se puede negar: el peronismo en su época dignificó a los trabajadores.
—¿Cómo es su día?
—Nunca me levanto antes de las 9 de la mañana porque siempre me acuesto pasadas las dos o tres de la mañana. En esta vida sindical y política todas las reuniones más importantes se hacen de noche. Me levanto, tomo mate dulce y leo los diarios. Una vez hecho eso otra vez al campo de batalla. Vengo a la CGT o al local de la Unión Obrera Metalúrgica de la calle Cangallo. Almuerzo a los saltos. Es muy raro que los mediodías me siente es una mesa a comer.
—¿A qué hora comienza su descanso?
—Al final del día, es decir cuando terminamos. Después ceno y veo un poco de televisión.
—¿Le atrae mucho la televisión?
—Sí, pero lo que no veo son los noticiosos.
—¿Por qué?
—Yo de las cosas me hago una composición muy particular y a veces siento algunos comentarios donde me estoy dando cuenta que ese tipo que está hablando ahí es medio idiota. Y para escuchar idioteces no escucho nada. Yo me hago la composición de lugar sobre las cosas y me puedo equivocar, pero tengo la satisfacción de decir que me equivoqué yo y no que me equivoqué por otro que hace cierto comentario en la televisión. Donde siempre tienden más que nada e equivocar a la gente. Si no, no tendríamos a ciertos energúmenos en la televisión que dicen barbaridades.
—¿El periodismo da la imagen real de quién es Rucci?
—No, realmente no me muestran como soy, claro que puede ser por desconocimiento o por intereses. Si mucha gente me conociera bien de cerca, si conociera lo que yo he sido y lo que soy no tendría mucha significación. No soy nada extraordinario, soy un hombre muy común, soy un hombre que no tengo vicios como pueden tener otros y que tienen la pretensión de hacerle críticas al secretario general de la CGT. Aunque parezca un absurdo yo no conozco un hipódromo, jamás he entrado al casino de Mar del Plata. Entonces yo veo a veces tipos que se erigen en el símbolo de la moralidad, pero ocurre que si a esos tipos los ven en el casino nadie dice nada. Pero es de imaginar si me ven a mí en el hipódromo, Dios me libre: paso a ser el tipo que se afanó toda la guita de los trabajadores para ir al hipódromo. Yo le he hecho juicio a una revista porque dentro de las barbaridades que dijo afirmó que yo tenía estancia en Jesús María. Y esto salió en un diario de Córdoba y dos abogados le mandaron un telegrama intimándole y el tipo luego sacó que había sido mal informado. Pero si yo no digo eso, queda la noticia y se crean la imagen de que soy un estanciero. Aparte de eso dijo que yo había viajado al Brasil para depositar mis gruesas finanzas y lo otro que dijo era que yo estaba complicado en un asalto. Es de imaginar que a este tipo le tengo que hacer una querella, no por salvarme yo, sino porque está levantando una injuria o una calumnia al secretario general de la CGT. Yo creo que acá se habla mucho de la libertad de prensa, incluso el gobierno. La libertad de prensa existe según criterio de este gobierno en este momento y yo digo que no hay libertad de prensa, que son todas mentiras. Acá hay libertinaje. Porque en un país ordenado donde nosotros nos propongamos hacer las cosas bien, no podemos de manera alguna permitir que un pasquín asqueroso formule una serie de agravios y de calumnias a cualquier hombre que se siente y que es una persona honorable. Sin embargo eso ocurre acá.
—¿Se refiere al mal uso de la libertad de prensa, o a la falta de ella? Porque en este momento usted manifiesta lo que quiere ...
—Yo digo que la libertad de prensa existe en este momento en la medida que esa libertad le convenga al gobierno. Si esa libertad determina criticar a la central obrera y sus dirigentes y al secretario general, el gobierno no hace ninguna objeción. Habría que ver si ciertos funcionarios del gobierno aceptarían que esa crítica que nos formulan a nosotros se la hicieran a algunos de ellos. No sé qué pasaría si esa revista que me atacó dijera del ministro del Interior las cosas que dice de Rucci.
—¿Cuándo tuvo el primer contacto con Perón?
—Fue cuando concurrí a Madrid en el año 70, unos seis o siete meses después de resultar electo secretario general. Fui el primer secretario de la CGT que se animó para verlo a Perón.
—¿Por qué?
—Porque ningún otro fue. No sé, sería porque tenían miedo de que el gobierno los defenestrara como secretarios generales. Como a mí eso no me preocupó, fui.
—¿Cómo lo impresionó ese encuentro con Perón?
—Yo creo que todo individuo que no lo conoce a Perón, cuando lo ve
enfrente siente una sensación de ver algo inalcanzable. Quizás a los minutos, a la hora de haber conversado con él vuelva a la realidad, pero en el primer instante uno está un poco allí como no sabiendo qué hacer ante algo sagrado. Para mejor cuando voy a entrar, cuando me dicen "Pase", estaba él pegado al portón. Así que yo cuando lo vi por primera vez estaba a un metro. Y lo único que me dijo fue: "Hola Rucci, ¿cómo le va?".
—¿Cómo es la relación entre usted y Perón?
—Yo creo que he cultivado ciertas relaciones con el general que me ligan un poco a ciertas cosas que a lo mejor en otros no sé si se dan. Por lo menos no las conozco. Yo he estado en la casa de él, en la cocina, hemos estado solos conversando, hemos ido arriba, donde tiene su escritorio. Es decir mi relación con el general es hasta un poco familiar. Tanto es así que, cuando yo voy, por respeto digo: "Bueno general, si usted considera que podemos seguir conversando ..." y él me ha dicho: "No, usted está aquí en su casa, ésta es su casa y venga las veces que quiera. Yo necesito que venga". Así que, generalmente, cuando voy a Madrid, que estoy 15 días, fácilmente 10 estoy en la casa de él.
—¿Es decir que le participa de cosas y momentos íntimos?
—No, para las cosas que se manejan a nivel político existe un hombre como Cámpora que es el hombre de más confianza de él. Ahora, en conversaciones de cómo se ve el panorama, en una oportunidad estuve con él y le dije que no me sentía capacitado 'para seguir al frente de la CGT porque había una serie de presiones que se habían planteado y que lo primero era comunicarle que no quería seguir más. Bueno, hubo una cosa que a mí me alentó, porque el general tiene un poder de síntesis muy grande. Dice dos palabras y lo convence a uno.
—¿Puede decirse que tiene una actitud paternal hacia usted?
—Un poco sí. A raíz de una charla donde le comentaba que me parecía que tenía la mitad del país en contra, frente a una serie de cosas que salen en los diarios y declaraciones que se hacían, a pesar de toda la buena voluntad de llevar las cosas bien, le dije que creía que había llegado el momento en que no me encontraba capacitado para seguir al frente de la CGT. Entonces me dijo: "Vea, usted nunca suponga que no lo apoyan por lo que le digan los que tiene alrededor. Si los que lo rodean le dicen que no lo apoyan, es porque realmente tiene apoyo. Si por el contrario dicen que lo apoyan, es ahí cuando tiene que tener cuidado". Entonces así conversando decidí seguir adelante. Tanto es así que en este último mandato, cuando terminé, yo ya decididamente dejaba la CGT, no quería seguir más.
—¿Por qué siguió?
—Puedo decir que seguí por un compromiso de lealtad y por una serie de cosas que se habían planteado en ese momento, y algunos consideraban que mi alejamiento de la CGT iba a provocar una situación bastante crítica en el movimiento obrero.
—¿Fue Perón el que lo alentó a seguir?
—Sí, indudablemente el hecho de que haya sido reelecto y el que en una oportunidad dijera que no se podía cambiar el caballo en la mitad del río, se estaba refiriendo a que tenía que seguir.
—¿Vive un poco angustiosamente la función de secretario general?
—No, puedo asegurar una cosa y que no es vanidad: en los primeros tiempos me costaba mucho, porque yo soy un dirigente gremial de cuarta categoría, porque yo no soy dirigente del orden nacional de mi gremio, no estoy en la cúspide de la Unión Obrera Metalúrgica. En consecuencia, cuando llegué a la CGT no tenía la más mínima noción de cómo se manejaba esto. Lo hice porque soy un poco corajudo y tenía mucho entusiasmo, además de estar imbuido de un profundo sentimiento obrerista. Así que le metí para adelante. Dije algunas cosas que yo creía que debían hacerse. Soy un convencido de que el movimiento obrero tiene que politizarse y cada día más, a pesar de que el gobierno dice que los dirigentes gremiales no pueden incursionar en política. Tanto es así que lo primero que hice es darle un matiz, si se quiere ideológico, a la CGT. Lógicamente ahora es distinto, hoy me siento capaz para ser secretario general. Estos dos años que he vivido me han dado mucha experiencia y creo que ciertas actitudes que he asumido han tenido el valor de permitir la unidad de la CGT. Por primera vez un secretario general es elegido casi por unanimidad, en el último congreso, cosa que quedó bien clara. Porque yo me puedo haber equivocado muchas veces pero siempre actué con convicciones.
—¿Alguna vez se reprochó haberse equivocado?
—Honestamente nunca me he equivocado fiero; es más: en varias oportunidades mi postura quizás un poco intransigente frente a determinados problemas permitió que muchos dirigentes no se equivocaran.
—¿Las decisiones las comparte o las toma unilateralmente?
—Hay mucha gente que cree que la CGT es un cuerpo inerte, pero yo puedo asegurar que de un año y medio a esta parte la central obrera se fijó una estrategia que la mantiene en forma inalterable.
—¿Cuál es esa estrategia?
—A veces cuando uno quiere lograr un determinado objetivo pareciera que no hace nada por alcanzarlo, pero es precisamente ese no hacer el que está permitiendo llegar a ese objetivo.
—¿Cómo se explica ese no hacer?
—Yo soy de aquellos que sostienen que los dirigentes gremiales que, en estos momentos, plantean como premisa reivindicaciones sociales de los trabajadores, o quieren quedar bien con la gente demagógicamente o son unos inconscientes.
—¿Por qué?
—Porque no conozco ningún país del mundo que haya logrado la justicia social si previamente los pueblos no tuvieron el poder en sus manos. Esto implica que el dirigente gremial tiene que tener como consigna primero el poder y como consecuencia de éste, la justicia social. Porque si el poder lo tienen quienes han colocado al país en un grado de dependencia, permitiendo el estrangulamiento económico, provocando a su vez una tremenda crisis, ¿cómo voy a ir a reclamarles reivindicaciones sociales? Sería lo mismo que pedirle peras al olmo. Entonces lo que hay que hacer es recuperar el poder a través del pueblo para que sea éste quien ejerza la justicia social.
—¿Usted es un hombre de mucha suerte?
—Sí, mucha suerte. Dentro del juego honesto y leal del enfrentamiento a un problema hay que tener habilidad para poder lograr el objetivo planteado. Yo he tenido momentos en que se había llegado a un acuerdo y he dicho no. muchos se agarraron los pelos porque yo decía que no.
—Me parece entenderle que a veces hay que tomar decisiones acerca de determinada estrategia no del todo resuelta. Que salga bien, ¿depende, a veces, de la suerte?
—Puede ser un poco de suerte y puede ser también que uno no es tan inútil como parece.
—¿José Rucci es un estratega?
—Yo, a nivel de central obrera nunca hago las cusas caprichosamente. Cuando yo hago algo es porque lo tengo bien pensado. Y porque lo que voy a hacer va detrás de determinado objetivo. Tengo la gran satisfacción de que muchos hombres del Consejo Directivo han aceptado ciertas tesis que yo he marcado y las cosas se han dado así.
—¿Usted es un intuitivo?
—Puede ser ... no sé. Pero yo no juego a la lotería con la CGT. Me puedo equivocar, pero creo que el asunto para que funcione se tiene que hacer así. Las cosas nos han demostrado que en muchos aspectos hemos dado soluciones concretas. Definir en este momento la situación de los trabajadores no sería hablar sobre una novedad. Y la CGT está en condiciones, en este momento, de parar todo el país. Pero no lo para. Y en este proceso que estamos viviendo, en estos momentos, dentro de la estrategia política que ha establecido el general Perón, vamos a las elecciones. Queremos las elecciones. Porque creemos que ganamos. Y si creemos que ganamos tenemos la pretensión de que la mayoría del pueblo es peronista y queremos que tenga el poder.
—¿Usted está convencido de que habrá elecciones?
—Yo estoy convencido de que el gobierno no tiene elementos valederos como para truncar las elecciones. Ahora, si alguien pretende o intenta obstaculizar las elecciones, bueno, yo creo que cosas muy desagradables pueden suceder.
—¿Qué actitud asumiría el peronismo si no hay elecciones?
—El peronismo tiene sus dirigentes, yo no puedo contestar, pero en lo que se refiere a la CGT puedo decir que truncar las elecciones implica frustrar las legítimas aspiraciones del pueblo, y que la CGT va a estar con el pueblo.
—Algunos sectores sostienen que muchos peronistas se desilusionaron con las actitudes de Perón...
—Las urnas van a demostrar el 11 de marzo la vigencia de Perón. Además soy un convencido de que si el general no venía no iba a haber elecciones.
—Hay quienes consideran un des acierto la composición de la fórmula Cámpora-Solano Lima...
—Acá los candidatos tienen relativa importancia. Lo único importante son las grandes coincidencias programáticas que esos candidatos tengan que plasmar en función de gobierno.
—¿Por qué se hace hincapié en la edad de Perón? ¿Puede desprestigiarlo?
—Para contestar eso basta con citar algunos ejemplos: Churchill, Stalin, De Gaulle, Adenauer y otros tantos. El problema no es la edad, sino que tenga mentalidad revolucionaria para enfrentar los hechos que estamos viviendo. El general me dijo una vez: "Mis herederos naturales son la juventud". Indudablemente existe un trasvasamiento generacional y obviamente nadie está más adiestrado que la juventud para ser el elemento de avanzada. Pero esto no significa que los jóvenes tengan que tirar todos los días un viejo por la ventana. Ahora bien, yo honestamente debo confesar que a veces viendo la televisión veo cada dirigente político que me parece que todavía estamos en el comité de la campaña y el asado con cuero.
—¿Se siente cansado de la responsabilidad que implica dirigir la CGT?
—Sí, y más por lo sucedido hace unos días cuando asesinaron a quien yo quería como a un hijo. Así que por razones afectivas me siento bastante decaído, como si pensara: "¿Para qué peleamos tanto si al final de cuentas la mayoría de las veces las consecuencias son trágicas?". Caen como un latigazo que llegan a minar el espíritu.
—¿Este análisis lo hace por primera vez?
—Sí, es la primera vez que me ocurre una cosa de ésas. Me ha mortificado mucho, pero no ha llegado a frustrarme. Han pasado los días y sigo con el mismo espíritu para estar al frente de la CGT.
—¿A usted lo han amenazado de muerte?
—Sí, dos por tres sale en los diarios: "Rucci amenazado de muerte". Pero en forma directa nadie me ha sentenciado.
—¿El día de la muerte de su compañero sintió miedo?
—Yo no considero que haya un hombre que diga que no tiene miedo.
Si lo dice, es un mentiroso, un hipócrita. También hay quienes asumen responsabilidades y son conscientes de los riesgos que corren: no es falta de miedo, pero sí es estar preparado para afrontar ciertas situaciones que saben que se pueden presentar.
—¿En el caso suyo está preparado para enfrentar la muerte?
—No sé si estoy o no. Pero si la cosa viene de frente no me tiembla el pulso.
—¿Por qué dice "de frente"? ¿Las demás veces viene de atrás?
—Sí, lamentablemente viene de atrás, pero como la situación es difícil, yo no puedo ahora —por vergüenza y por convencimiento— renunciar a la CGT y mandarme a mudar. No voy a hacer como otros dirigentes que se han mandado a mudar, yo voy a seguir y seguir. Es una especie de mandato que yo me he impuesto y lo voy a cumplir.
—Pero, ¿por qué lo quieren matar, señor Rucci?
—Porque como tengo amigos, también tengo enemigos. Además será porque le debe molestar a alguien que yo sea peronista y secretario general de la CGT. Mi conducta y lealtad con Perón le aseguro que irrita a muchos.
—¿Y a pesar de eso se piensa quedar?
—Dicen que los que no tienen fe no merecen vivir, y los que no tienen capacidad para que su conciencia les diga lo que tienen que hacer, tampoco. Yo no podría largar todo esto e irme. Me convertiría en nada y no quiero no ser nada.
—¿Qué quiere ser?
—Ser lo que soy, nada más. No tengo pretensiones, no tengo veleidades. Podría ser candidato no sé a qué del Frente, pero no quiero ser candidato a nada.
—¿Si le ofrecieran el Ministerio de Trabajo, ¿aceptaría?
—No, porque no me sentiría a gusto. Para ser ministro de Trabajo hay que tener chofer con uniforme, hay que andar de traje, corbata y camisa blanca. Además es más importante ser secretario general de la CGT que ministro.
—Cambiando de tema, ¿tiene tiempo para su familia?
—Muy poco. A los chicos (un hijo de 14 y una chica de 7 años) los veo los fines de semana. Soy un hombre que no tiene vida privada. Yo no me puedo dar el lujo de salir con mis hijos y mi señora. La verdad es que si me preguntaran qué quisiera hacer empezaría por no ser más secretario general de la CGT. Laburando en una fábrica ganaría 80 mil pesos por mes y podría subirme a los tablones para ver un partido de fútbol. Pero como no lo puedo hacer, entonces me siento un poco cansado.
—Pero algún momento libre debe tener...
—Sí, pero lo utilizo para dormir. A veces leo un poco. La verdad que tengo una biblioteca bastante numerosa, no la tengo de ahora sino de hace años. Siempre me gustaba caminar por la calle Corrientes y compraba libros a dos pesos en esas casas donde los liquidaban.
—¿Qué tipo de lectura prefiere?
—Biografías, libros ideológicos siempre me entusiasmaron los temas políticos. Hace poco en México compré libros de Emiliano Zapata, Pancho Villa y José Antonio Primo de Rivera.
—¿Por qué le atrae ese tipo de personajes?
—Me gustan también Quiroga, Güemes ... no sé, será por algo que digo siempre. Que las masas se mueven detrás de las ideas. Y las ideas, generalmente, pertenecen a los caudillos.
—¿Usted es un caudillo?
—No sé si tengo capacidad para mandar, pero que no me gusta que me manden, sí lo sé.
—¿Pero tiene aspiraciones de caudillo?
—Lo que yo siempre planteé en un Comité Confederal, salió. ¿Por qué?, no sé. Pero que me siento cómodo en esos congresos donde realmente hay que debatir les problemas, sí- Y como yo estoy fuera de todo tipo de especulaciones, como yo no tengo compromisos ni con este gobierno ni con ningún otro, tengo la autoridad moral para decir lo que se me dé la gana y hay otros que quién sabe si pueden. Hago lo que puedo y lo que no, lo dejo. Ahora sí, yo he tenido grandes satisfacciones con la gente. Debo reconocer que por mi función me he ganado también enemigos. Nadie en este mundo puede tener la uniformidad. Ahí está un tipo como Tosco. que si él pudiera encontrar una fórmula para que yo no fuera secretario general de la CGT, yo ya no estaría. Pero lo que pasa es que no la puede encontrar.
—¿Hay un enfrentamiento real entre Tosco y Rucci?
—Lógicamente. Yo lo conozco, ha actuado conmigo, hemos estado en una comisión juntos. Y sé lo que es él. Tosco es el dirigente que se ha tragado un montón de libros y da la casualidad que algunos de ésos yo también los he leído. Los ha asimilado en tal forma que hoy, para discutir cualquier cosa, no sale de ese esquema. Y yo soy un tipo que no. Primero, porque soy un obrero . . .
—El también ...
—No, él es un empleado. Y se supone que un empleado tiene mayor preparación que un obrero. Yo solamente tengo quinto grado. Entonces se da el caso del tipo que es obrero, frente al tipo intelectualizado. Él es un intelectualizado que está dentro del esquema filosófico marxista.
—Pero usted también es un conocedor del marxismo.
—Pero yo no lo llevo con la propiedad y la dialéctica que lo lleva él.
—Si me disculpa, parece que tuviera un complejo respecto a Tosco.
—No, lo que pasa es que yo hago la diferencia entre aquel tipo intelectualizado como creo que es Tosco y yo, pero a nivel ideológico. Es que entre nosotros hay una diferencia como de acá a la China. El peronismo no habla de un sindicalismo sectario, pero, ¿qué es lo que pasa? Que el sindicalismo que concibe el peronismo no es de ninguna manera el que profesa Tosco. Él puede decir cosas muy lindas y hasta ye comparto cuando le da con un caño al gobierno. Pero en los hechos él es el caballo de Troya de los comunistas. Él como marxista intenta sacarle las direcciones gremiales a los peronistas. El gran drama de Tosco es que yo sea peronista, por eso cuantas veces puede me da con un caño. En resumen, lo que pasa es esto: él combate al secretario general de la CGT. ¿Por qué? Porque el secretario general está dentro de un esquema sindical peronista, y él está en un esquema sindical marxista. Ese es todo el problema.
—¿Alguna vez habló con Perón sobre Tosco?
—Un día estábamos en Vicente López, y el general —que tiene la costumbre de tomar té con galletitas— se había sentado frente al televisor en espera de su merienda mientras charlábamos. De repente aparece Tosco en la pantalla y Perón me dice: "Otro más que está trabajando para Lanusse".
—Muchas gracias, señor Rucci. Creo que se ha franqueado conmigo como no lo había hecho nunca con ningún periodista.
—No, creo que nunca me hicieron hablar tanto.
Daniel Plá
Fotos: Osvaldo Dubini
Revista Siete Días Ilustrados
26.02.1973

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