En la noche de Buenos Aires acaba de apagarse, hace pocos
días, una luz que brilló durante 39 años y cuyo fulgor se
sintetiza en un nombre: Tabarís. Detrás de este nombre hay
otro: el de su creador, un inmigrante nacido en Francia,
en la región del Aude, hijo de padres españoles, que en
1908 llegó a la Argentina y en 1925 ya era millonario.
Andrés Trillas —así se llama— impresiona, ante todo, por
su solidez física. No es de alta estatura, pero lo parece.
También parece, sentado a su escritorio del primer piso
del Alvear Palace Hotel (del que es propietario), entre
pulidas boiseries, alfombras grises y corteses
secretarias, una roca; una sólida roca. Que habla.
Cuenta la historia de su vida, que es un poco la fabulosa
historia de una América donde la leyenda de Eldorado podía
ser realidad ("En esa época no había laudo ni actividades
lucrativas", suspira). El adolescente Trillas, huérfano,
quería irse a Inglaterra; el tío en cuya casa vivía, en
España, le dijo:
"¿Acaso hablas inglés? Ve adonde se hable castellano". Y
se vino a Buenos Aires, recomendado a un amigo del tío,
domiciliado en Rivadavia al 1800. La historia toma un giro
novelesco: cuando el pequeño inmigrante llegó a destino,
las casas de esa altura de Rivadavia ya no existían, pues
las habían demolido para construir el Congreso. Con muy
poco dinero y una valija, Andrés deambula por la ciudad
hasta que tropieza, en Reconquista 357, con el Hotel du
Midi. El nombre le sugiere una asociación: él también es
del Midi, los propietarios podrían ser paisanos suyos. Lo
eran. Y como Trillas provenía de una familia de hoteleros,
se puso a lavar copas a cambio del alojamiento y de la
comida. El hijo de los dueños era un chiquito a quien
Andrés sacaba a caminar de la mano; después fue importante
funcionario del Banco Central ("Pero nunca recurrí a él,
para nada; nunca recurrí a nadie, se lo aseguro; fueron
puras calumnias").
La defensa se suscita mecánicamente en este hombre tan
fuerte. Le ha quedado, quizá, como reflejo de una época en
que se lo acusó de vinculaciones con el régimen peronista.
A menudo vuelve a pasar por su conversación el fantasma de
esos días. Pero la realidad lo envuelve de nuevo, le
reclama la vigilante atención con que rige su hotel, con
que dirige su cabaret ("La Municipalidad lo hizo declarar
así para cobrar mayores impuestos"), con que regirá su
flamante balneario de Comarruga, entre Barcelona y
Tarragona, que él ha hecho urbanizar y cuya arteria
principal, de cuatro kilómetros y medio, se llama
República Argentina. La historia prosigue en varias etapas
vertiginosas: camarero de hotel, maitre, primer maitre del
Sportsman, de la calle Florida 48 ("Allí me formé de veras
y aprendí todo lo que sé: el arte de cultivar una
clientela. Allí también le oí decir a Clemenceau que este
país siempre sería rico, y más aún si no tuviera
gobierno"); gerente, a los 20 años de edad, del viejo
Armenonville; gerente, por fin, del Royal-Pigalle, en los
altos de Corrientes 829, donde hasta hace poco estaba
Tabarís, y en cuya planta baja funcionaba el Royal, teatro
de revistas picarescas. De allí, a habilitado de la firma
y socio del propietario del local, Mario Lombard, quien
finalmente dejó todo en manos de Trillas y se fue a vivir
a París.
"Cuando cerré el Tabarís por tres meses, hace dos años,
lloré; ahora no
he llorado, porque entiendo que ha dado lo que tenía que
dar y ha durado lo que tenía que durar". La pequeña boite
Paradis, en el subsuelo del local, seguirá funcionando
("Será como un reflejo de lo que fue Tabaris"); lo demás
se convertirá en el Palacio de las Novedades, donde
titilantes máquinas electrónicas tragamonedas
proporcionarán presunto entretenimiento a los porteños. En
estos dos años en que el cabaret siguió funcionando,
Trillas dice haber perdido 5 millones. "Eran 75 a 80 mil
pesos diarios de gastos; me he descapitalizado, pero lo he
hecho a sabiendas, con fe en que iba a poder recuperar
todo". Las traga-monedas se encargarán de recuperarlo, sin
duda, aunque el cauteloso millonario se previene de todo
malentendido asegurando que él aporta sólo el local de
Corrientes 829, y sus socios un capital de 40 millones.
Grecia, Marsella, Buenos Aires
El nombre curioso de Tabaris, proviene, según Trillas, de
Grecia. Uno de los primitivos miembros de la sociedad
explotaba un dancing homónimo en Marsella, explica, y de
ahí el traslado de la denominación a Buenos Aires, donde
llegó a transformarse en símbolo de calidad en diversiones
nocturnas. La lista de nombres ilustres que desfilaron por
el floor-show y por las mesas de Tabaris es portentosa:
por un lado, Mistinguette, ante todo ("Gran amiga mía; fui
el único empresario con el que no se peleó; pero yo nunca
me he llevado mal con nadie"); y después Lucienne Boyer,
Josefina Baker, Ray Ventura y su orquesta, José Bohr, la
mayoría de los nombres que iluminaron las noches del mundo
entre 1924 y la segunda guerra europea. Como espectadores,
desde el actual duque de Windsor hasta el marajá de
Kapurtala, desde Bernardo de los Países Bajos hasta Albert
Camus; todas las personalidades, en fin, que desde hace
treinta
años ilustran las columnas sociales, políticas, artísticas
y hasta científicas de la prensa internacional.
Hay anécdotas en todos los idiomas y de todos colores. El
marajá de Kapurtala concurrió a Tabaris hace 27 ó 28 años,
con su séquito; manifestó haberse divertido mucho, y dejó
2.000 pesos de propina para repartir entre el personal de
servicio de la casa. Mistinguette es descubierta en un
palco, en 1938, comiendo a la salida de una de sus
funciones en el teatro; el público le pide insistentemente
que cante y baile, y ella manifiesta que lo lamenta, que
le encantaría satisfacer a sus admiradores del Tabaris,
pero que al salir del teatro lo hizo tan apurada que
olvidó ponerse su. . . (aquí el nombre de una prenda
íntima que Trillas traduce literalmente del francés como
"pantalón"); risas y aplausos saludan la ocurrencia. En su
primer viaje a Buenos Aires, el príncipe Bernardo de
Holanda va a bailar a Tabaris e invita a acompañarlo en la
pista a una acordeonista de nombre, Dolores, que forma
parte del show; la muchacha acepta, es convidada a la mesa
del príncipe y termina por rechazar firmemente otra
invitación aparentemente menos ingenua, al Alvear Palace,
nada menos. Cuando el dancing cumple 25 años, en 1949,
convida a todos los clientes que deseen concurrir, hasta
colmar su capacidad, con faisán y champagne francés: "Esto
fue durante toda la noche: se destinaron 350 faisanes de
mi criadero propio en General Rodríguez, y sólo cobré lo
que cobraba habitualmente entonces: 56 pesos el cubierto".
Este, según Trillas, es el secreto del éxito del lugar:
alta calidad a bajo costo ("Claro que no todos los días se
servía faisán y champagne por esa suma; pero el show era
por lo general valioso, y la comida excelente"). El año de
mayor ganancia fue 1948, con dos millones y medio de
pesos, netos, como promedio de ingreso mensual.
"En mi profesión no me han faltado ocasiones de tener
intimidad con algunas de las más bellas mujeres del mundo. Jamás las he
aprovechado. Podría decir que me he movido en un ambiente
pecaminoso, pero mi temperamento y mi carácter firme me
retuvieron de incurrir en algún desliz. Y aquí me tiene
usted: feliz y sano, y muy contento con mi mujer, aunque
ella no pueda caminar". Basta verlo: los setenta años
parecen no más de cincuenta, el pelo pulcramente peinado
es apenas gris, la piel es fresca, los ojos brillantes, la
energía desbordante. No tiene hijos, y eso es lo único que
de veras lamenta de su vida: "Los afortunados serán mis
sobrinos; solamente mi criadero de árboles y plantas en
General Rodríguez está valuado en 50 millones". Los
setenta años los cumplió Trillas hace escasos días, a
12.000 metros de altura, al regreso de un viaje a Europa
de quince días de duración. "Mis hermanos me mandaron
llamar; si tú no vienes, me dijeron, el negocio del
balneario puede fracasar: tú eres el único que puede
salvarlo." La satisfacción desborda cuando el afortunado
empresario afirma: "Y así fue. Si yo no iba, todo se
hundía. Pero cuando uno tiene habilidad comercial...". El
balneario sigue su marcha: todo lo que Trillas toca se
convierte en oro. La mano señala por la ventana las obras
del Alvear Palace: "Los departamentos del frente se han
vendidos todos, los de Posadas están en venta; una galería
correrá entre ambos cuerpos del edificio, ofreciendo en
exclusividad productos de las más famosas firmas
francesas. Pero sobre todo...". La mandíbula se endurece,
las frases caen como hachazos: "Sobre todo, tendré
centralizado aquí, a mi alcance, la contaduría, la
gerencia, las secretarías, todo. He mandado ubicar la
gerencia de tal manera que el gerente, cada vez que sale,
no tiene más remedio que tropezar con los clientes del
hotel y saludarlos, obligatoriamente. Lo que le digo: todo
en un puño". Y el puño se cierra, en efecto, tan
sólidamente implacable que no admite réplica.
Página 33 - PRIMERA PLANA
9 de julio de 1963
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Tabaris
Lucienne Boyer con su "Parle-moi d'amour
Mistinguette con sus piernas inmortales
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Trillas se despide con alguna melancolía
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