Revista Periscopio
10 de marzo de 1970 |
El último 20 de febrero algo más de un centenar de turistas
sortearon sin mucho éxito el tenaz aguacero que caía sobre Mar del
Plata para encaminarse hacia la mismísima Rambla. Allí, en la
agencia de la Editorial Primera Plana, los aguardaba un bronceado y
expectante Lino Palacio. Para un sagitariano que se precie de
frecuentar con éxito cuanta actividad se proponga —llegó a
clasificarse campeón de box, polo, rugby, básquetbol, y ahora aspira
a incluirse entre los grandes del golf—, la muestra de pinturas y
dibujos que inauguraba ese día lo ponía, en cambio, de alguna manera
nostálgico.
Es que, como el mismo se encargó de aclarar a aquellos que iban
atraídos por la posibilidad del reencuentro con algún personaje de
la mítica tapa del Billiken o las tiernas anécdotas de Don
Fulgencio, la muestra era "un retorno a los recuerdos de la
infancia". Los dieciocho temas que ilustraron su particular visión
de la Belle Epoque porteña, que no alcanzó a disfrutar —"nací sobre
los umbrales del charleston, —lamentablemente"—, pasearon al público
por cansinos tranway de dos pisos, cimbreantes parejas de bailarines
de tango, aristocráticos caballeros en el hipódromo de don Carlos
Pellegrini.
El testimonio no es lo único que rescata su pintura. Humorista al
fin, Lino Palacio sabe dar a la bailarina de Can-Can la expresión
justa para entrever otras intimidades, como cuando reproduce en La
Familia la típica disposición para la fotografía del álbum; las
chicas sentadas sobre la alfombra, los varones apoyados sobre los
brazos del sillón donde la madre, inevitablemente, sostiene algo así
como una carta recién abierta, mientras el padre, muy serio, otea el
horizonte de la daguerrotipo.
La minuciosa reconstrucción de otras escenas tienen que ver con el
mismo Lino Palacio, su aristocrática familia, sus recuerdos...
"Todavía me parece ver a mis padres vestidos de gala para algún
baile del Tigre Hotel montando en el sofocado Daimler. Mi padre al
volante, vestido con guardapolvo de seda cruda y antiparras. Mi
madre, envuelta en mil velos, como si se preparara para una travesía
al Sahara", evoca acariciando inconsciente el anillo con el escudo
familiar. Y también están Jorge Newbery, Belisario Roldán, el Payo
Roqué, célebre bon vivant porteño que no conoció lo que era el
trabajo, gracias a la beneficencia de media aristocracia de aquellos
tiempos.
Pero no todo es nostalgia y encaje antiguo para Lino Palacio. A los
60 y tantos años —afirma haber olvidado su edad—, la firme
resolución de dedicarse a la pintura "hasta llegar a ser un pintor
de renombre" de alguna manera dará un respiro a frecuentes
protagonistas del afilado humor político de Flax, otra de las
múltiples y afiladas facetas de su actividad.
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