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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE  ESTO TAMBIEN

Revista Siete Días Ilustrados
enero 1975

 

 



 

 

El dibujante de más larga trayectoria en el humorismo argentino evoca sus primeros pasos y narra las jugosas anécdotas que dieron nacimiento a sus célebres personajes. Además, critica a sus colegas "copiones" y confiesa su nueva vocación de ceramista.

Es alto, delgado. Mantiene su cuerpo siempre erguido y sus movimientos son suaves y elegantes. Cada detalle de su sobria vestimenta denota un cuidado especial. Generalmente permanece serio, con gesto casi adusto. Pocas veces sonríe y nunca deja escapar una carcajada. Por algunas de sus poses, especialmente la que adopta cuando se sienta en su sillón favorito, acariciándose el mentón cubierto por una prolija barba blanca, uno siente la tentación de asociar su imagen con la de un maduro conde ruso o la de un refinado aristócrata parisino. Sólo el particular brillo de sus ojos o el tinte de picardía que suele asomar en su mirada denuncian al genial humorista que anida en su interior. Además, Lino Palacio se jacta de haber matizado su dilatada carrera de dibujante —actualmente cristalizada en las tiras cómicas Ramona, Avivato y Don Fulgencio, en el diario La Razón y en las caricaturas políticas que bajo el seudónimo de Flax publica en el semanario Panorama— con otra serie de actividades que caracterizan un peculiar estilo de vida: en su juventud fue eximio jugador de rugby y básquetbol; se recibió de arquitecto; más tarde sería durante 32 años ejecutivo de una de las más importantes agencias de publicidad argentinas. Como si eso fuera poco, desde hace un tiempo desarrolla una intensa labor creativa en el campo de la pintura y la cerámica, con tanto acierto que no sólo ha realizado ya varias exposiciones sino que recibió invitaciones para mostrar sus obras en el exterior. Todo ello, claro, sin abandonar la tinta china y el humor.
Lino Palacio —tal vez por un exceso de autocensura— no quiso revelar su edad a los periodistas de Siete Días que lo entrevistaron, la semana pasada, en su lujoso departamento de la calle Callao: "Eso es algo que jamás confesaré. Asumo esta actitud porque muchos piensan que la gente grande no puede superarse, y eso me pone incómodo. Además, tengo las mismas ganas de vivir que hace 20 años", ensaya a modo de justificación. Al comprobar que no era muy convincente, aceptó: "Está bien, diga que tengo más de sesenta. Con eso es bastante". Superado el amargo trance, LP no ofreció reparos en evocar los principales momentos
de su trayectoria, la forma en que creó a sus inolvidables personajes de historieta y su propia visión del mundo, la política y sus colegas de profesión. El resultado de la charla es algo así como una síntesis de la historia del humor gráfico argentino.
—Yo dibujé siempre, casi desde que nací. En el colegio, en papeles que encontraba por allí, en los pizarrones y hasta en las paredes de mi casa. Por suerte mis padres no se enojaban con esa manía mía. Lo cual me ayudó y me alentó mucho. Dibujaba libremente en las paredes de dos inmensos patios que había en la casona que teníamos. Las manchaba sólo hasta la altura que alcanzaba con mis escasos años. En cambio, en la pieza mía llegaba más alto porque podía subirme a la cama.
—No puede negar que es una curiosa forma de alentar la vocación de un hijo, ¿no?
—Bueno, la verdadera influencia de mi padre en la vocación mía llegó a través de su profesión: él era arquitecto y tenía un estudio. Los dibujantes que tenía empleados me sacaban esas puntas largas a los lápices y me daban buenos papeles. Era algo que me fascinaba. Aún hoy no puedo dibujar si no dejo más de dos centímetros de punta a mis lápices. Esa influencia también me llevó a recibirme de arquitecto.
—¿Ejerció la arquitectura alguna vez?
—Sí, hice tres o cuatro casas, pero después largué. Ahora, cada tanto, me pongo a proyectar algo, aunque sólo para mí, porque me divierte hacerlo.
—¿Qué cosas proyecta para usted?
—Por ejemplo, una iglesia sobre una montaña. Me salió tan linda que alguna vez pienso mostrarla en público.
—¿En qué estilo es esa Iglesia?
—Moderno, muy moderno y simplificado.
—Sin embargo, el estilo de sus dibujos no es tan moderno, o por lo menos no ha cambiado mucho a través del tiempo...
—Lo que pasa es que yo, para el público, debo seguir siendo Lino Palacio. Las historietas de más éxito y perduración en todo el mundo son aquellas que conservan el estilo. En cambio, para mí, practico diversos estilos que nunca serán expuestos pero que me permiten descubrir nuevas posibilidades.
—¿En qué año se publicó su primer dibujo?
—Fue en 1912, en la revista Caras y Caretas, en la sección Dibujo Infantil. Era la figura de un fotógrafo. Pero el más importante para mí fue el primero que cobré, el que me inició en el profesionalismo. Se publicó en 1920 en el diario La Razón, cuyo director, Ángel Sojo, era amigo de mi padre y había visto mis dibujos.
—¿Cuál era el tema de ese dibujo?
—Un atleta que había ganado no sé qué competencia. Me mostraron una fotografía y yo hice la cabeza. Me parecía imposible que saliera publicado el mismo día. Estaba muy ansioso y me fui al taller del diario a espiar por una ventana para ver cómo imprimían mi dibujo. Al día siguiente me pagaron 5 pesos.
—¿Y qué pasó después?
—Descubrí que allí estaba el filón y cada vez que había un acontecimiento importante yo hacía una caricatura que, por aquel entonces, estaba de moda. Al final me di cuenta que el gran negocio estaba en los cambios de gabinete franceses, que tenían muchos personajes. ¡Cobraba cincuenta pesos por gabinete!
—¿Cuándo empezó su verdadera fama?
—Fue en los días previos a la pelea Firpo-Dempsey cuando en el diario me pidieron que ilustrara una página entera con notas y chistes sobre el evento; ese trabajo causó sensación. A partir de allí empecé a dibujar en la revista Atlántida, que era una especie de El Hogar con actualidad y humor. Después, también me llamaron de Caras y Caretas, en la que colaboré a partir de 1922.
DON FULGENCIO, RAMONA, AVIVATO
—¿Cuáles fueron las primeras historietas que creó?
—La primera fue Don Fulgencio. La hice porque me lo pidieron de La Prensa. Ellos nunca habían publicado una historieta y querían una que fuera muy especial. Hace ya más de treinta años de esto.
—¿Se basó en algún personaje de la vida real?
—Si. Me inspiré en un hombre que vendía Biblias y llamaba la atención por su solemnidad. Un día, el hombre iba por una calle cuando vio una caja de fósforos tirada en el piso, miró para todos lados y le dio un puntapié. Entonces, entusiasmado, siempre mirando para todos lados y sin advertir que yo lo observaba, la siguió pateando a lo largo de la cuadra. Yo pensé: Pobre, ése nunca tuvo infancia.
—¿Cómo nació Avivato?
—Nació simplemente porque Peralta Ramos, del diario La Razón, me pidió una historieta que reflejara al típico porteño de aquel entonces. Se la llevé y al día siguiente comenzó a salir.
—¿Sigue Avivato reflejando al porteño actual?
—No exactamente. Antes el porteño era distinto y entonces Avivato lo reflejaba. Pero, de todas maneras, la tira satiriza a un tipo de personalidad bien definida y muy común aún en estos días. El éxito de Avivato resultó enorme: hasta se filmó una película que fue la que mayor cantidad de público llevó a las salas de todo el país. Sólo la superó recientemente Z.
—El papel principal lo hacia Pepe Iglesias.
—Sí, usted que es joven lo debe saber, porque la dan muy seguido por televisión. ¿Sabe que todos los meses cobro una suma interesante por los derechos de esa película? ¡Y eso que ya pasaron más de 20 años! En el Times también me hicieron una nota de una página por esa historieta.
—¿Todos sus personajes se basan en la vida real?
—Sí. Esa es una regla básica. Ramona, por ejemplo, está inspirada en una mucama de mi abuelo. Lo primero que hizo al llegar de España fue barrer una escalera de dos pisos, empezando desde abajo. ¿Sabe una cosa?: cada vez que cuento esto, los gallegos se enojan mucho y me mandan cartas y publican notas de protesta. Esto es muy extraño, porque la mayoría de las anécdotas de Ramona me son contadas por los propios gallegos.
—¿Quiénes completan su galería de personajes?
—Doña Tremebunda, Tarrino y Cicuta. Los dos primeros aún se siguen publicando en muchos diarios de toda América. Quiero aclararle que Ramona y Cicuta se los regalé hace 10 años a cada uno de mis hijos —Cecilia y Jorge (Faruk)— para que los sigan dibujando y publicando ellos.
—Hay algo que sinceramente no entiendo: ¿por qué cada tanto a Don Fulgencio lo acompañan personajes que utilizan un idioma inexplicable y absurdo en el que se cambian letras y cuya lectura es casi imposible?
—Don Fulgencio es un personaje que necesita de otro a su lado, para subsistir. Ya se agotaron todas las aventuras infantiles que podía correr solo, y no me quiero repetir. Entonces, un día, hace muchos años se me ocurrió ponerle a Radrágaz, que se convirtió en suceso. Se hizo tan popular la cosa, que un 25 de mayo todo un colegio cantó el Himno Nacional con la a. Se hizo un sumario y fue castigado todo el alumnado.
—Pero eso ocurrió hace mucho...
—Sí, pero después vino Fernández y, más recientemente, Rodolfo, que hablaba todo con la o. Bueno, este personaje se me agotó y se me ocurrió entonces no sólo cambiar las vocales, sino también unas cuantas letras e inventar un idioma propio. Eso me sirvió para tener un peculiar contacto con el público: sé que muchos se empeñaron en aprender ese lenguaje porque cuando ponía alguna palabra equivocada a propósito, en seguida llegaban cartas y llamados telefónicos. Nunca pensé que a tanta gente le interesaran los jeroglíficos. Ahora volví a Radrágaz, es más sencillo.
FLAX, LA POLÍTICA Y EL MONTE OLIMPO
—¿Por qué para sus dibujos políticos utiliza el pseudónimo de Flax?
—Porque quería hacer algo distinto en ese campo, entonces no sólo creé un estilo, sino que también inventé al dibujante.
—¿Qué quiere decir Flax?
—Mire, surgió en medio de la Segunda Guerra Mundial y Flax quiere decir Lino en inglés y alemán. Ese sí que fue un gran éxito: mis dibujos se publicaron en todo el mundo. Eran tan requeridos, que tuve que hacer el libro La historia de la guerra, en donde se reproducen todos los dibujos de Flax a partir de 1943. Fueron cuatro tomos que llegaron hasta 1946, con ochocientas caricaturas. El día que salió el libro se formaron colas en las librerías para comprarlo. Tuve muchas felicitaciones a nivel mundial.
—¿De quiénes, por ejemplo?
—La que más recuerdo es la de Hore Belisha, ministro de Defensa de Gran Bretaña, quien me mandó una carta en la que me dice: "Un hombre que consigue hacer sonreír a la humanidad en momentos tan crueles, ya tiene ganado un lugar en el Monte Olimpo".
—¿Y usted se creyó eso?
—Y... tanto, que estoy todo el día imaginándome instalado allí.
—No está celoso Lino del éxito de Flax.
—No. Son dos cosas distintas. Más en aquel momento en que Lino Palacio dibuja las tapas de Billiken. No podía firmar igual un tema para niños que las sátiras agresivas sobre la guerra mundial.
—¿Cómo define Lino Palacio a Flax?
—Como un caricaturista algo agresivo, pero más bien constructivo. Si es agresivo con alguien, el tiempo en general le da la razón. Hasta ahora nunca me equivoqué. En la época de la guerra, yo no estaba contra los hombres, sino contra las naciones que provocaban el conflicto.
—¿Y cuál sería la visión que tiene Flax de Lino Palacio?
—Flax definiría a Lino Palacio como un dibujante que día a día lucha por hacer lo que realmente quiere, pero que al mismo tiempo debe quedar prisionero de un estilo que es el que el público quiere.
—Faltaría, entonces, echar un vistazo al Lino Palacio de más allá de la historieta...
—Yo creo que el desenlace final va a dar lugar a un pintor. Por lo menos, en eso estoy trabajando ahora. Uso como base una pintura abstracta, inspirada en la luz, en algo que puede llamarse espectro solar. Para recibir mejor la luz, monté mi taller en Mar del Plata. Eso sí que es hacer lo que yo quiero.
A esta altura de la charla, Lino Palacio se incorpora y comienza a hurguetear en unos estantes; hojea amarillentas carpetas: quiere mostrar la mayor cantidad de aspectos de su obra. Se preocupa al no encontrar el Caras y Caretas en el que apareció su primer dibujo, pero en cambio despliega todos sus libros publicados. Cuando se refiere a Ese animal que ríe, supone —o lo finge— que lo escribió "hace tres años", pero descubre que en realidad había sido impreso en 1962. Quedó confundido con su propio lapsus. Se toma la cabeza y exclama: "¡Cómo pasa el tiempo! ¡Qué horror!"
—A mí me frenó mucho mi carrera de ejecutivo en mi propia agencia publicitaria. No tenía tiempo libre. Hasta los almuerzos y las cenas debía hacerlos con clientes para evitar que otras agencias me los robaran. Pero hace siete años que la empresa quebró y es a partir de allí que empecé a dedicarme a la auténtica labor creativa.
—¿Y qué resultados obtiene?
—Muy buenos. En la última exposición presenté algunas cerámicas y eso provocó que desde Canadá me invitaran para hacer una exposición con 30 obras mías en 1976. Eso me obliga a trabajar mucho. 
—Volviendo a su otro yo. ¿Cuál es la ideología política de Flax?
—Ninguna. Flax brinda una visión desde la vereda de enfrente. Yo estoy parado siempre en la vereda de enfrente. Creo que miro todo en forma imparcial.
—¿Y Lino Palacio, tiene ideología o milita en algún partido político?
—No, aunque la política me gusta mucho.
—¿Si tuviera que ganarse nuevamente el lugar que dice tener asegurado en el Monte Olimpo, qué temas elegiría para hacer reír a los argentinos? 
—Este es un momento difícil para hacer reír a los argentinos. A veces, cuando ocurren cosas graves, pierdo completamente el humor y me es imposible hacer nada.
—Sin embargo, existe una especie de auge del humorismo argentino.
—Sí. Yo le conté mi caso, pero éste es el momento en que hay mejores humoristas. Existen una serie de valores jóvenes muy interesantes, como Fontanarrosa, Caloi, Quino, Crist.
—¿Cómo son sus relaciones con sus colegas?
—Muy buenas. Muchos me consideran su maestro. Durante unos años tuve una revista que se llamaba Don Fulgencio. Allí se iniciaron Garaycochea, Quino, Faruk, Landrú.
—Hablando de colegas, ¿no cree que más allá de la existencia de importantes valores nuevos, abundan aquellos que copian directamente todos sos chistes de las principales revistas extranjeras?
—Sí, pero el término copiar es muy duro. Yo diría que unos cuantos que se dejan influir demasiado. Hay uno, a quien no quiero nombrar, está desesperado por dibujar como Sempé, y se esmera. Insiste e insiste, pero no llega pobre. Pero no sólo se copia lo extranjero: hace muchos años saqué una tira muda que fue bastante comentada. Bueno, la mayoría de las tiras mudas de ahora son copias de aquélla. Exactamente iguales
—¿Y usted nunca se dejó influir por nadie?
—Una sola vez. Por el dibujante inglés Bateman, que dibujaba a todos sus personajes con los pies chicos.
—¿Tuvo muchos alumnos de dibujo?
—Sí. Yo fui profesor en el Colegio Nacional Buenos Aires, en las escuelas normales número 5, 6 y 9 y en el Mariano Acosta. Al respecto tengo una anécdota increíble: en 1925 salió una resolución por la cual no se podía enseñar sin título. Yo tenía que dejar todas mis cátedras y me resistía. Un día se me ocurrió dar libre todas las materias de Bellas Artes. Me preparé y en una semana rendí libre las 21 materias y obtuve mi título Sólo dos personas logramos semejante hazaña.
Deliberadamente, antes de concluir la entrevista Lino Palacio muestra sus últimas obras y habla entusiasmado de aquellas que merecieron premios. Es indudable que —hábil publicitario, al fin— se esmera en dejar una imagen que le interesa cultivar, la del pintor, la del artista que es: algo que trasciende el "simple hecho -para él- de ser el más famoso dibujante de historietas del país.
Otelo Borroni
Fotos: Martolino Castellazzo

 

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