ARTES Y ESPECTÁCULOS
Teatro: Copi vuelve al primer amor


Estados de dibujos de Copi hasta su versión definitiva. La señora sentada es protagonista de la obra

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la señora sentada y el patipollo

 

 

Está sentado en un almohadón e inclina la cara melancólica sobre una cartulina blanca, a la que rasga con una pluma delgadísima, mientras el fuego de la chimenea insiste en apagarse y Tita Merello canta en el tocadiscos 'Se dice de mi', alternándose con Napoleón Puppy y su 'Trisagio del soltero'. De vez en cuando, el hombre —un muchacho, de rostro sarcástico— se interrumpe para tomar un sorbo de whisky, y entonces debe buscar por todas partes el único vaso por el que no navegan los barquitos de papel que un amigo se empeña en botar sobre los restos de bebidas, en media docena de recipientes distintos. Dos horas después, unos sonidos profundos y guturales, la risa del dibujante y "estoy muy contento", dicho en un murmullo, indican que ha terminado su tarea.
Desde hace tres años, el argentino Raúl Natalio Damonte Taborda (el segundo nombre va por cuenta de su abuelo materno, el periodista Natalio Botana, director del legendario Crítica de los años veinte), Copi para todo el mundo, hace reír a los sofisticados lectores de Le Nouvel Observateur con su tira hebdomadaria. Hace una semana cumplió 28 años y su sexto aniversario en París. Ese día, con el pelo barriéndole la frente y el mismo aire de tristeza de siempre, asistió al primer ensayo de 'Tiempo de una soñadora', una obra que escribió hace cuatro meses y que la actriz Emmanuelle Riva (Hiroshima mon amour) protagonizará en estos días en el teatro Lutèce.

La silla del pollo
El principio se parece al de todos los argentinos, desde San Martín hasta Carlos Gardel, pasando por los exilados (voluntarios) de la belle époque, que un buen día sacan un pasaje y desembarcan en Francia para ver qué pasa. Para Copi, el "antes de París" se reparte entre un bachillerato trabajosamente hilvanado de Buenos Aires a Montevideo y viceversa, la colaboración en la mitológica revista Cuatro Patas, dirigida por Carlos del Peral, y una obra con evidentes influencias da Tennessee Williams, 'Un ángel para la señora Lisa', leída en una noche de setiembre en el Teatro Sarmiento, no lejos de la jaula de los leones: la protagonista estaba siempre sentada, como la mujer de la tira que consagró a Copi en el Observateur.
"Cuando llegué a París, a comienzos de 1962, quería estudiar teatro —contó Raúl Natalio, la semana pasada, a Silvia Rudni, de Primera Plana—, pero durante un año no hice nada; viví de los giros, no demasiado opulentos, que mi padre me mandaba todos los meses, y no pisé una sala ni siquiera como espectador." Los giros se acabaron y entonces "me acordé que cuando era chico me gustaba dibujar, y comencé a hacer algunas cositas que después vendía en el Pont des Arts y en los cafés de por ahí". Eran acuarelas, trazadas febrilmente por las tardes, y las entregaba a cambio de diez francos cada una. Fue en el Flore, todavía de moda en aquella época, que una señora quedó maravillada con lo que hacía 'le jeune argentin'. Era la mujer del dueño de la revista Twenty, Jean-Claude Fournet, y quince días más tarde Copi se había convertido en colaborador permanente de la publicación. Twenty cerró al poco tiempo, pero los dibujos cayeron en las manos del jefe de redacción de Le Nouvel Observateur, una revista que, al cambiar de fórmula, buscaba renovar el staff. "Nadie quería saber nada con la tira, yo mismo no estaba demasiado convencido y empecé a hacerla con el solo apoyo de Lafaurie; el resto opinaba que 'le truc' no hacía reír a nadie."
Ahora, 'le truc' es una de las razones del éxito de la revista: 'Les poulets n'ont pas de chaises', el libro en el que la editorial Denoel recopiló las colaboraciones de Copi, fue el regalo preferido de los franceses en la Navidad de 1966, y en ese mismo año su autor obtuvo el premio del Humor Negro. Medio oculto por la bufanda que alguien le trajo de Tucumán, Copi se niega a teorizar sobre el humor, a interpretar el simbolismo de la mujer sentada y el "pollo o pato, qué sé yo". Con un poco de paciencia y dos o tres whiskies es posible que confiese que "la mujer sentada es la estabilidad y, en última instancia, el Poder; el pollo es más débil porque no tiene silla, si tuviera una silla sería igual que la mujer, pero cuando dibujo nunca pienso en todo esto, sale así no más". No tan así no más, después de todo, como lo demuestran las etapas preparatorias por que atraviesa hasta llegar a la versión definitiva.
La historieta, sin título, se reproduce en España, Italia, los Estados Unidos y Dinamarca, "aunque si la hiciera originalmente para cada uno de esos países, no sé si sería así". Está seguro de que "en Buenos Aires hubiera hecho algo completamente distinto; la mujer sentada únicamente puede convenir a un país donde el kilo de tomates hace ocho meses que vale lo mismo, a un país que tiene edificios viejos de tres o cuatro siglos". Cuando le dicen que sus dibujos denuncian todos los males de la civilización tecnificada, él sonríe y desconfía. Pero, por debajo de un manto de ingenuidad, Copi dispara afilados dardos contra el matriarcado, la esclavitud impuesta por los objetos, las convenciones, la publicidad. "La gente cree que yo me identifico con el pollo y que hago a la mujer deliberadamente estúpida. No es verdad, siento mucha ternura por ella; es medio cursi; pero a veces dice cosas inteligentes y tiene buenos sentimientos", enuncia con un gesto perverso que parece inocente.

El otro yo
Hace menos de un año que Copi declaraba, en la revista Mundo Nuevo: "Si ahora yo escribiera teatro, lo haría de una manera completamente distinta" (de los dibujos). Y, tras afirmar su escasa simpatía por las piezas de Ionesco, concluía: "En Buenos Aires me pasaba la vida en el teatro, o leyendo teatro, y sentía esa especie de magia que se desprende de todo lo teatral. Ahora no la siento más, el teatro me aburre un poco". Pero, en el último verano europeo, Copi —que en 1966 interpretó personalmente a su famoso "pollo o pato", sumergido en una bañadera con la bailarina Graciela Martínez— decidió que hacía dos años que no se tomaba vacaciones, sacó un pasaje y anunció a sus amigos que iba a tomar sol a Sicilia. Volvió un mes después, tan pálido como se había ido y con una pila de papeles bajo el brazo. En treinta días, sólo había salido dos veces del hotel para aprovisionarse de cigarrillos. El resto de la estada se encerró en la pieza y escribió 'Tiempo de una soñadora'.
"Trabajaba ocho horas sin parar; llegué al final como en un delirio", relató en el café de la Place de la Contraescarpe, donde suele desayunarse a la una de la tarde. La obra, escrita directamente en francés, es la historia de una mujer, rodeada de miedos y de misterios, que riega sus plantas y el árbol del parque mientras su marido —el cartero auténtico— construye un avión para irse, el vendedor de melones toma el té y los falsos carteros se obstinan en morirse sobre los platos de sopa. Como sus dibujos, los dos actos crecen en medio de diálogos por completo convencionales, que transforman a los hechos más extraños en acontecimientos cotidianos. Pero se encrespa un poco si se le sugiere una estrecha vinculación entre sus dibujos y su teatro; no quiere admitirla del todo, así como tampoco desea ser del todo adscripto al Teatro del Absurdo y se defiende diciendo que no sabe lo que es. Lo importante es que, lector incansable de Beckett y de Alicia en el País de las Maravillas, Copi se pasea entre lo imaginario y lo real, haciéndolos confundir, con óptimos resultados.
Todas las tardes, Raúl Natalio se instala silenciosamente en la tercera fila de platea del Lutèce, asiste a los ensayos ("es fascinante ver cómo van saliendo las cosas") y se queda mudo, antes de hundirse de nuevo en la cartulina blanca para "inaugurar desde cero cada vez" el mundo de la señora sentada y el patipollo, alternativamente víctima y verdugo, según las circunstancias. "El dibujo semanal es una especie de tortura —rezonga—; apenas acabo uno tengo que empezar a pensar en el siguiente, y ahora, con el teatro, es tan difícil..."
La pieza no se sitúa en ninguna parte y tampoco es posible adivinarlo por los personajes. Sin embargo, la dedicatoria al director Jorge Lavelli (que hace la 'mise- en scéne'), a la cabeza de la edición que publicará Christian Bourgois, podría ser una clave:
"Querido Jorge: Te doy esta pieza en recuerdo enternecido de la ciudad de Buenos Aires porque fue, para nosotros también, un poco el parque de nuestra infancia, en una de cuyas esquinas rosadas matamos a golpes de martillo a diez y siete carteros, a un vendedor de melones y a la prostituta del barrio antes de irnos, como unos chiquilines, a serruchar los árboles de los patios de San Telmo. Perseguidos por los granaderos, nos volamos en un bimotor azul, no sin dejar caer, para divertirnos, nuestra valija en las cabezas de nuestros abuelos, que comían tallarines en la pista de aterrizaje. Por tantas otras razones tan misteriosas como Buenos Aires, espero que esta pieza sea tuya=mía. Si sucede, gracias. Copi."
revista Primera Plana 
09/01/1965