Comenzó cantando sólo por bromear. Hoy su voz y una
guitarra son las armas que emplea para protestar, para
denunciar las contradicciones de un mundo injusto. Ni beat,
ni pop, ni hippie. Pero los disconformes la eligen como
abanderada. "Estamos condenados, pero dentro nuestro está
el amor."
Comenzó a protestar desde que iba a la
escuela, cuando rehusó seguir a sus compañeritos a un
refugio durante un simulacro de ataque atómico. Hoy ha
perfeccionado el sistema: paga sus impuestos "con reserva
mental" y cientos de artistas la imitan, creando graves
problemas al fisco estadounidense. Su utopía es de tipo
evangélico y su misticismo cuáquero. Es intransigente hasta
el dramatismo, pero su voz no renuncia a la dulzura ni
cuando canta Stop in the Name of Love (Deténganse, en nombre
del amor), dirigiéndose a quienes se matan en Vietnam. Joan
Baez se ha ganado ya varios apelativos: pacifista militante,
predicadora de guitarra al hombro, Madonna de los beatniks,
aunque algunos de estos grupos han abjurado últimamente de
su joven sacerdotisa. Los juicios sobre su persona están
cargados de ironía o de aprensión, de solidaridad o de
crítica. Pero hay algo que pocos dudan: que logra expresar
en forma clamorosa un vasto desaliento juvenil, y que su voz
es una de las más claras entre las tantas que protestan hoy
en América. Hay quienes la comparan con Bob Dylan, otros,
con Martin Luther King, algunos más, con los estudiantes
revoltosos de Berkeley. Pero ella no es una joven radical, y
sería equivocado alinearla en la nueva izquierda. Ni
siquiera se la puede tildar de beat: no fuma, no bebe,
prefiere abstenerse de usar minifalda, no consume ningún
accesorio pop. Lo único concreto es que esta muchacha
apacible, hija de una escocesa y de un científico mexicano
emigrado a los Estados Unidos, que canta acompañándose con
una vieja guitarra, vende millones de discos en todo el
mundo. ¿Qué hay detrás de este proceso? Es lo que intentó
desentrañar el periodista Adriano Botta en un reportaje
realizado hace tres semanas, y que SIETE DIAS publica con
carácter exclusivo.
SOLO POR BROMEAR —¿Cuándo y
cómo se le ocurrió ponerse a cantar? —Empecé por bromear,
para vencer el aburrimiento de la escuela. Tenía alrededor
de quince años. Comencé imitando a Elvis Presley, pero mi
ideal, entonces, era Harry Belafonte. Tenía una voz
terrible. Recuerdo que para lograr hacer el vibrato me
golpeaba la garganta con los dedos. Luego intenté sacar algo
de la guitarra... —Y sólo tres años después fue
descubierta por un empresario que decidió arriesgar su voz y
su cara en Newport. —En 1959 vivía en Boston, con mi
familia. Había muchos locales frecuentados por estudiantes,
algunos tan jóvenes como yo. Una noche comencé a cantar
algunas folk songs en el Club '47, uno de los locales más
animados de la zona de Harvard. Cualquiera podía llegar allí
con una guitarra y subirse sobre el escenario. Yo probé
muchísimas veces hasta que Albert Grossman, el empresario
que ya había descubierto a Bob Dylan, fue al local y me
propuso ir al Primer Folk Festival de Newport. —Éxito
inmediato, según dicen sus biografías. Resultó todo muy
fácil, ¿no es así? —Me alentaron mucho, pero no fue un
suceso inmediato. Desde entonces todo fue muy gradual.
—¿Cómo fue la transición de la diversión nocturna en el bar
harvardiano a la calificación de cantante comprometida; de
las primeras folk songs a la canción de protesta?
—Verdaderamente, canción de protesta es un término que usan
sobre todo en Europa. Entre nosotros se dice folk song.
Después está la rick song. Pero también la vieja canción
popular exhumada con gusto moderno termina fatalmente por
estar muy cerca de la protesta. Los motivos populares
siempre expresaron un disentimiento o una polémica. Tengo
que decir que al buscar viejos motivos no seguí un criterio
de elección preciso. Buscaba sólo lo que instintivamente me
gustaba más, y que en mi opinión podía ponerme más
fácilmente en comunicación con el público. —Sin embargo,
en un cierto momento usted comienza a representar algo
preciso. En distintos planos, Baez y Dylan llegan a ser un
símbolo para toda una generación. Millones de discos
vendidos. ¿Qué fue lo que la puso tan directamente en
comunicación con los jóvenes? —Sinceramente, no lo sé. No
sabría decir lo que represento para los otros. Habría que
preguntarle a nuestros amigos que están más preparados en el
plano sociológico. —¿Cuál fue su primer gesto de
protesta? —Fue hace diez años. Iba a la escuela
secundaria. Un día la dirección decidió que debíamos hacer
una prueba general de simulacro de ataque atómico. Era
necesario que todos corriéramos a un refugio ante una señal
convenida. De pronto me di cuenta de que era un cosa
peligrosa, además de estúpida: quiero decir que aceptar así,
pasivamente, una orden colectiva de ese tipo me parecía
contraria a la conciencia individual. También me pareció
terrible por los efectos que podría tener sobre la
psicología de individuos todavía inmaduros. Por eso
desobedecí. Mi gesto creó problemas a la dirección de la
escuela.
PAGAR PERO CON RESERVAS —Después usted se
negó a pagar los impuestos por protesta contra los
armamentos, ¿no es verdad? —No es exacto. Pago todo lo
que debo al fisco. Sólo que no lo hago espontáneamente. Me
dejo cobrar los impuestos con reserva mental, a modo de
resistencia pasiva. —Un gesto a lo Gandhi. Pero, ¿cómo se
pagan los impuestos con reserva mental? —Un día leí en
los diarios que el 75 por ciento de lo que cada ciudadano
norteamericano paga en impuestos está destinado a los
armamentos. Naturalmente, el fisco no me devuelve nada. Lo
que falta me lo bloquean directamente. Pero el dinero no se
los doy yo. Puede parecer ridículo, pero también éste es un
modo de expresar un disentimiento, de decir no. Cuando
adopté esta actitud supe que muchos actores, cantantes,
escritores, directores de teatro y cine dan espontáneamente
al fisco sólo la cuarta parte de lo debido. —¿Qué
diferencia hay entre sus canciones, entre su protesta en
general y la expresada en la década del 50 por toda la
cultura beat? —La misma diferencia que hay entre el
presente y el pasado, aunque sea reciente. Por otra parte,
la forma de ser beat aún está viva. Hay mucha gente que
piensa como yo pero que no se deja comprometer en el
problema. Pero para otros resulta indispensable organizar de
alguna manera su propio disentimiento, comprometerse en un
gesto o en una acción. Actualmente en América, muchos
jóvenes eligen una posición pasiva. Pero en mi opinión es
sólo un modo de replegarse en sí mismo. Yo creo que es
indispensable comunicarse con los otros. —¿Qué es
exactamente la escuela que usted creó en Carmel Valley,
California? ¿Qué significa en la práctica este instituto
para el estudio de la no-violencia? —Hace cuatro veranos
quería hacer algo, además de cantar, para demostrar
claramente lo que sentía. Antes que nada traté de esclarecer
muchas de mis ideas confusas. Me ayudó mucho Ira Sandperl,
que ahora dirige la escuela de Carmel. —¿Qué buscaba?
¿Una alternativa de la violencia que no significara ni la
fuga ni la revuelta? —Ya no quería hablar en privado.
Pensaba en una iniciativa que fuera de ayuda a los jóvenes y
que al mismo tiempo tuviera un carácter de continuidad. Es
decir, una escuela. Dos años después ya son por lo menos dos
mil las personas que han participado en esta iniciativa.
—¿Y cómo funciona esta escuela? —De la manera menos
escolástica posible. Se leen en conjunto ciertos textos, se
discute, se entablan amistades, se reflexiona. No, nada que
se asemeje a un centro zen. Viene gente de todas partes.
También muchos soldados de una base militar vecina. La cosa
comienza a preocupar al comando, aunque no hay razón para
ello. —En su protesta de hoy, y en las obras de un
escritor como Norman Mailer en el pasado, o en las dos
revueltas estudiantiles de Berkeley, hay sólo una cosa que
nos deja perplejos. Basándose sobre viejos ideales, la
protesta se desahoga sobre todo en algunos puntos actuales,
sobre objetivos casuales: la política interna, Vietnam. De
esta manera, el asunto se vuelve muy simple. Si en la paz,
no en la guerra, nosotros somos los buenos, ustedes son los
malos. —Cierto, el mal y los errores tienen raíces
lejanas. No todo ha comenzado cinco años atrás. Y no hay que
discutir sólo de política. Yo no aprobé ni siquiera la idea
de crear un gran tribunal moral para juzgar al presidente.
Por la misma razón no tiene ningún sentido dividir a los
norteamericanos. El problema es oponerse a la violencia y a
sus causas. Busquemos las causas de los errores, no a los
culpables. Si no se sale de la necesidad de abatir
adversarios se marcha hacia el fin. —También usted tiene
todo el aspecto de ser una pesimista que no quiere rendirse
por principio. Resignada pero decidida a no arriar la
bandera. —Hay algo que siempre repito. Pienso que en
términos de probabilidad estamos condenados. Pero dentro de
nosotros está el amor, siempre tenemos esta simple y natural
capacidad de amor contra muerte. Y continúo pensando,
entonces, que hay esperanza. —¿Cuál es su canción
preferida? Joan toma su guitarra adornada con pequeños
motivos mexicanos. Cierra los ojos, canta con su voz tímida
que por momentos es fuerte y firme, como un desafío: "No
seas demasiado duro / porque la vida es breve / y nada se le
regala al hombre. / No seas demasiado duro...".!
Revista Siete Días Ilustrados 10.03.1969
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