JOAN BAEZ
LA MADONNA DE LOS BEATNIKS
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Comenzó cantando sólo por bromear. Hoy su voz y una guitarra son las armas que emplea para protestar, para denunciar las contradicciones de un mundo injusto. Ni beat, ni pop, ni hippie. Pero los disconformes la eligen como abanderada.
"Estamos condenados, pero dentro nuestro está el amor."


Comenzó a protestar desde que iba a la escuela, cuando rehusó seguir a sus compañeritos a un refugio durante un simulacro de ataque atómico. Hoy ha perfeccionado el sistema: paga sus impuestos "con reserva mental" y cientos de artistas la imitan, creando graves problemas al fisco estadounidense. Su utopía es de tipo evangélico y su misticismo cuáquero. Es intransigente hasta el dramatismo, pero su voz no renuncia a la dulzura ni cuando canta Stop in the Name of Love (Deténganse, en nombre del amor), dirigiéndose a quienes se matan en Vietnam. Joan Baez se ha ganado ya varios apelativos: pacifista militante, predicadora de guitarra al hombro, Madonna de los beatniks, aunque algunos de estos grupos han abjurado últimamente de su joven sacerdotisa. Los juicios sobre su persona están cargados de ironía o de aprensión, de solidaridad o de crítica. Pero hay algo que pocos dudan: que logra expresar en forma clamorosa un vasto desaliento juvenil, y que su voz es una de las más claras entre las tantas que protestan hoy en América.
Hay quienes la comparan con Bob Dylan, otros, con Martin Luther King, algunos más, con los estudiantes revoltosos de Berkeley. Pero ella no es una joven radical, y sería equivocado alinearla en la nueva izquierda. Ni siquiera se la puede tildar de beat: no fuma, no bebe, prefiere abstenerse de usar minifalda, no consume ningún accesorio pop. Lo único concreto es que esta muchacha apacible, hija de una escocesa y de un científico mexicano emigrado a los Estados Unidos, que canta acompañándose con una vieja guitarra, vende millones de discos en todo el mundo. ¿Qué hay detrás de este proceso? Es lo que intentó desentrañar el periodista Adriano Botta en un reportaje realizado hace tres semanas, y que SIETE DIAS publica con carácter exclusivo.

SOLO POR BROMEAR
—¿Cuándo y cómo se le ocurrió ponerse a cantar?
—Empecé por bromear, para vencer el aburrimiento de la escuela. Tenía alrededor de quince años. Comencé imitando a Elvis Presley, pero mi ideal, entonces, era Harry Belafonte. Tenía una voz terrible. Recuerdo que para lograr hacer el vibrato me golpeaba la garganta con los dedos. Luego intenté sacar algo de la guitarra...
—Y sólo tres años después fue descubierta por un empresario que decidió arriesgar su voz y su cara en Newport.
—En 1959 vivía en Boston, con mi familia. Había muchos locales frecuentados por estudiantes, algunos tan jóvenes como yo. Una noche comencé a cantar algunas folk songs en el Club '47, uno de los locales más animados de la zona de Harvard. Cualquiera podía llegar allí con una guitarra y subirse sobre el escenario. Yo probé muchísimas veces hasta que Albert Grossman, el empresario que ya había descubierto a Bob Dylan, fue al local y me propuso ir al Primer Folk Festival de Newport.
—Éxito inmediato, según dicen sus biografías. Resultó todo muy fácil, ¿no es así?
—Me alentaron mucho, pero no fue un suceso inmediato. Desde entonces todo fue muy gradual.
—¿Cómo fue la transición de la diversión nocturna en el bar harvardiano a la calificación de cantante comprometida; de las primeras folk songs a la canción de protesta?
—Verdaderamente, canción de protesta es un término que usan sobre todo en Europa. Entre nosotros se dice folk song. Después está la rick song. Pero también la vieja canción popular exhumada con gusto moderno termina fatalmente por estar muy cerca de la protesta. Los motivos populares siempre expresaron un disentimiento o una polémica. Tengo que decir que al buscar viejos motivos no seguí un criterio de elección preciso. Buscaba sólo lo que instintivamente me gustaba más, y que en mi opinión podía ponerme más fácilmente en comunicación con el público.
—Sin embargo, en un cierto momento usted comienza a representar algo preciso. En distintos planos, Baez y Dylan llegan a ser un símbolo para toda una generación. Millones de discos vendidos. ¿Qué fue lo que la puso tan directamente en comunicación con los jóvenes?
—Sinceramente, no lo sé. No sabría decir lo que represento para los otros. Habría que preguntarle a nuestros amigos que están más preparados en el plano sociológico.
—¿Cuál fue su primer gesto de protesta?
—Fue hace diez años. Iba a la escuela secundaria. Un día la dirección decidió que debíamos hacer una prueba general de simulacro de ataque atómico. Era necesario que todos corriéramos a un refugio ante una señal convenida. De pronto me di cuenta de que era un cosa peligrosa, además de estúpida: quiero decir que aceptar así, pasivamente, una orden colectiva de ese tipo me parecía contraria a la conciencia individual. También me pareció terrible por los efectos que podría tener sobre la psicología de individuos todavía inmaduros. Por eso desobedecí. Mi gesto creó problemas a la dirección de la escuela.

PAGAR PERO CON RESERVAS
—Después usted se negó a pagar los impuestos por protesta contra los armamentos, ¿no es verdad?
—No es exacto. Pago todo lo que debo al fisco. Sólo que no lo hago espontáneamente. Me dejo cobrar los impuestos con reserva mental, a modo de resistencia pasiva.
—Un gesto a lo Gandhi. Pero, ¿cómo se pagan los impuestos con reserva mental?
—Un día leí en los diarios que el 75 por ciento de lo que cada ciudadano norteamericano paga en impuestos está destinado a los armamentos. Naturalmente, el fisco no me devuelve nada. Lo que falta me lo bloquean directamente. Pero el dinero no se los doy yo. Puede parecer ridículo, pero también éste es un modo de expresar un disentimiento, de decir no. Cuando adopté esta actitud supe que muchos actores, cantantes, escritores, directores de teatro y cine dan espontáneamente al fisco sólo la cuarta parte de lo debido.
—¿Qué diferencia hay entre sus canciones, entre su protesta en general y la expresada en la década del 50 por toda la cultura beat?
—La misma diferencia que hay entre el presente y el pasado, aunque sea reciente. Por otra parte, la forma de ser beat aún está viva. Hay mucha gente que piensa como yo pero que no se deja comprometer en el problema. Pero para otros resulta indispensable organizar de alguna manera su propio disentimiento, comprometerse en un gesto o en una acción. Actualmente en América, muchos jóvenes eligen una posición pasiva. Pero en mi opinión es sólo un modo de replegarse en sí mismo. Yo creo que es indispensable comunicarse con los otros.
—¿Qué es exactamente la escuela que usted creó en Carmel Valley, California? ¿Qué significa en la práctica este instituto para el estudio de la no-violencia?
—Hace cuatro veranos quería hacer algo, además de cantar, para demostrar claramente lo que sentía. Antes que nada traté de esclarecer muchas de mis ideas confusas. Me ayudó mucho Ira Sandperl, que ahora dirige la escuela de Carmel.
—¿Qué buscaba? ¿Una alternativa de la violencia que no significara ni la fuga ni la revuelta?
—Ya no quería hablar en privado. Pensaba en una iniciativa que fuera de ayuda a los jóvenes y que al mismo tiempo tuviera un carácter de continuidad. Es decir, una escuela. Dos años después ya son por lo menos dos mil las personas que han participado en esta iniciativa.
—¿Y cómo funciona esta escuela?
—De la manera menos escolástica posible. Se leen en conjunto ciertos textos, se discute, se entablan amistades, se reflexiona. No, nada que se asemeje a un centro zen. Viene gente de todas partes. También muchos soldados de una base militar vecina. La cosa comienza a preocupar al comando, aunque no hay razón para ello.
—En su protesta de hoy, y en las obras de un escritor como Norman Mailer en el pasado, o en las dos revueltas estudiantiles de Berkeley, hay sólo una cosa que nos deja perplejos. Basándose sobre viejos ideales, la protesta se desahoga sobre todo en algunos puntos actuales, sobre objetivos casuales: la política interna, Vietnam. De esta manera, el asunto se vuelve muy simple. Si en la paz, no en la guerra, nosotros somos los buenos, ustedes son los malos.
—Cierto, el mal y los errores tienen raíces lejanas. No todo ha comenzado cinco años atrás. Y no hay que discutir sólo de política. Yo no aprobé ni siquiera la idea de crear un gran tribunal moral para juzgar al presidente. Por la misma razón no tiene ningún sentido dividir a los norteamericanos. El problema es oponerse a la violencia y a sus causas. Busquemos las causas de los errores, no a los culpables. Si no se sale de la necesidad de abatir adversarios se marcha hacia el fin.
—También usted tiene todo el aspecto de ser una pesimista que no quiere rendirse por principio. Resignada pero decidida a no arriar la bandera.
—Hay algo que siempre repito. Pienso que en términos de probabilidad estamos condenados. Pero dentro de nosotros está el amor, siempre tenemos esta simple y natural capacidad de amor contra muerte. Y continúo pensando, entonces, que hay esperanza.
—¿Cuál es su canción preferida?
Joan toma su guitarra adornada con pequeños motivos mexicanos. Cierra los ojos, canta con su voz tímida que por momentos es fuerte y firme, como un desafío: "No seas demasiado duro / porque la vida es breve / y nada se le regala al hombre. / No seas demasiado duro...".!

Revista Siete Días Ilustrados
10.03.1969

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