Su historia empezó en el otoño de 1966. 2 mil
hippies desfilaban por el Central Park en son de protesta contra la
guerra de Vietnam. En medio de la ceremonia los manifestantes
arrojaron sus libretas de enrolamiento en una fogata y danzaron
enloquecidos alrededor de las llamas. La policía tuvo que
intervenir, pero se detuvo, pudorosa, cuando 700 jóvenes (200 eran
mujeres) se quitaron las ropas y afrontaron, como Adán y Eva, el
viento de la tarde tumultuosa. La insólita escena (mezcla del
Apocalipsis de San Juan y el Decamerón de Bocaccio) parecía hecha de
medida para despertar el numen de dos escritores jóvenes y
experimentales como Gerome Ragni y James Rado, también ellos
participantes de la ceremonia. Esa misma noche compusieron un largo
poema y al otro día se lo llevaron a Nat Schapiro, un crítico de
jazz. Schapiro derivó los originales a Galt MacDermot (el compositor
de África Waltz) para que destilara ríos de música sobre ellos.
La trasformación del poema en comedia musical fue inmediata. Se la
representó por primera vez en marzo del 67 en un teatrillo del
off-Broadway, con actores vocacionales. Allí la vieron el corso
Bertrand Castelli (ex coreógrafo, ex actor; y, en adelante, por
mandato de Ragni y Rado, padrino de Hair en todo el mundo) y su
amigo Michael Butler, un millonario inglés devoto del polo. Ambos
convinieron en que el espectáculo era potente pero desmañado y
precario. Con algunos arreglos podía saltar a las grandes salas.
Castelli sugirió alargar el idilio central y cambiar a los actores
viejos por adolescentes. Butler propuso una puesta suelta, librada a
la improvisación de los actores. El montaje definitivo se confió a
Tom O'Horgan, un conocido animador del Café La Mama. El 10 de
septiembre de 1967 la pieza irrumpió por fin en el Biltmore Theater
y produjo un disloque de tránsito que duró tres horas. Habría otros,
uno por noche, a lo largo de tres años, hasta hoy. Ragni y Rado
despertaron famosos a la mañana siguiente.
LOS DESNUDOS Y LOS
MUERTOS. Pero ¿qué es, en realidad, Hair? Según sus autores, "uno
de esos dramas eternos que marcan el paso de la adolescencia a la
madurez". Los protagonistas centrales son dos parejas que viven en
un paraíso incontaminado. Los varones, para afirmar su libertad, se
dejan crecer el pelo. De pronto son sumergidos en el mundo y deben
definirse ante problemas concretos como la guerra, la segregación
racial, el dinero. Las respuestas difieren siempre, según el humor
de los actores: abdican, se suman al rebaño o se disponen a la
lucha. Un simple análisis a ras de piel evidencia que Hair está
lejos, muy lejos, de merecer la etiqueta de pecado que le han
endilgado las mentalidades pacatas de algunos países. Sus famosos
30 segundos de desnudo total (en Alemania se cubrían con una
muselina traslúcida; en Brasil usaban, hipócritamente, mallas de
color carne) constituyen una escena castísima, pastoril, casi una
reproducción gráfica de una égloga virgiliana. En esencia es apenas
un colorido y pintoresco musical, apto para familias; una vigorosa e
inocente bacanal juvenil en tiempo de rock, incapaz de herir el
concepto medio del pudor.
"HAIR" EN LA ARGENTINA. Mientras
aquí 30 empresarios —Gallo, Carcavallo, Petit, Romay— disparaban una
carrera loca por los derechos de Pelo, poniendo dólar sobre dólar
encima de la mesa, otro argentino, fuera de Buenos Aires,
silenciosamente, con los bolsillos vacíos, conseguía la exclusividad
de la obra para un área que abarca la Argentina, Uruguay y Chile.
¿Quién es este porteño asistido por la Providencia? Rubén Elena
(25), sin profesión a la vista, actor renegado. Elena nació en
Palermo pero vivió gran parte de su vida en el interior viajando a
dedo más de una vez. Se afincó en Mar del Plata a principios del 68
y allí fundó Che Teatro, un mini-grupo de vanguardia que alcanzó a
hacer dos espectáculos no vistos por más de cien personas. En fin,
todo un ilustre desconocido. En el 69 se casó con Catusha (él 23,
ella 16), juntó unos pesos y se embarcaron a Europa. Su llegada a
Italia coincidió con la puesta que Víctor Spinetti hacía de Capello,
en Roma. Elena alcanzó a hacer un modesto papel de asistente de
segundo orden. A fines del 69 vendió su gastado Fiat 500, dejó a su
mujer en Italia ("No tenía plata para dos pasajes") y viajó a Nueva
York con un objetivo: entrevistarse con los autores de Hair. Rado
y Ragni son personas fácilmente encontrables y más fácilmente
abordables. Uno se puede cruzar con ellos en cualquier barcito del
Village. Incluso en el Central Park, con sus pantalones rotosos y
sus melenas increíbles. Los 70 mil dólares semanales que ambos ganan
desde hace cuatro años por concepto de derechos de autor, no se les
han subido a la cabeza, no han modificado un ápice su condición de
hippies esenciales, su filosofía de la vida. Y menos aún sus teorías
teatrales: nada quieren saber, por ejemplo, de empresarios
comerciales. Hair ha sido siempre representado por actores
desconocidos y esa política se mantendrá hasta el fin. Las cartas de
presentación del argentino Elena eran, entonces: su falta de
curriculum y su ignorancia de todo el engranaje teatral
mercantilizado. Además, claro está, sus potenciales aptitudes de
mando para caciquear a una tribu de 60 personas. Y, finalmente, su
identificación filosófica con la obra. Con la autorización de los
autores en la mano, a Elena no le resultó difícil conseguir un
capitalista: Michael Butler, el productor original
CARAS,
CARAS, CARAS. Durante más de un mes, en el lluvioso diciembre
pasado, el director Elena, acompañado por Marilú Marini (coreógrafa)
y Richard Osorio (productor ejecutivo) paseó por las calles de
Buenos Aires, sorteando charcos y pozos. La tarea era dura, pero
inevitable: buscaban "tipos" para el Pelo porteño. No les
interesaban actores que compusieran un papel, "sino seres especiales
que supieran ser ellos mismos sobre un escenario". Elena explica el
criterio: "Hair es una rapsodia mágica, un mundo al que no se puede
penetrar con preconceptos estéticos. Exige actores de espíritu
virginal. Eso sí, deben creer en Dios y en el amor, porque la tribu
cree en Dios y en el amor". En esas correrías, a veces se mezclaban
Roberto Villanueva (traductor) y Carlos Cutaia (director musical).
Los cinco pares de ojos se detuvieron en no menos de 10 mil rostros.
De ellos, unos 300 fueron sometidos a rigurosas pruebas. Hasta que,
finalmente, quedó completado el cast: unos 30 chicos y unas 35
muchachas. Hair ha conquistado ya su primer triunfo en la
Argentina. Es, antes de haber nacido (se estrenará a fines de
abril), el espectáculo más caro que jamás se haya montado en el
país: 150 millones. Queda, sin embargo, una incógnita: ¿qué opinarán
los censores nativos?
Revista Panorama 16.12.1971
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Cinco millones y medio de norteamericanos han
paladeado el sabor agridulce de Hair. Esa cantidad se
duplica fácilmente si se suman los espectadores de otros
países: Japón, Canadá, Francia, Australia, Brasil. Hasta
la púdica España y la católica Italia le dieron
albergue, y también la socialista Yugoslavia.
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