Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

la hora de los hornos
El realizador Fernando E. Solanas registra el fenómeno obrero del Gran Buenos Aires.
PROHIBIDO PARA INGENUOS El film argentino “La hora de los hornos”, que alcanzó la principal distinción en un festival italiano, inaugura una escuela cinematográfica: la de llamar a las cosas por su nombre, “sin recurrir a alegorías o técnicas de tergiversación o escamoteo”

“Esto no es un film; es un fusil.” La definición del realizador italiano Marco Bellochio sintetizó el impacto causado por una producción argentina La hora de los hornos, en los medios de vanguardia de la cinematografía europea. Su triunfo en la Cuarta Muestra Internacional de Pesaro, a comienzos de junio último, coronó el diluvio de elogios que le prodigaron críticos de todo el mundo.
“Fue lo más excitante del festival; ya lo invitamos a asistir a San Francisco”, enfatizó Albert Johnson, del New York Times. “Es un trabajo —agregó— que despierta el máximo interés acerca de la nueva promoción latinoamericana, la que mira más allá del cine espectáculo y está ansiosa por llevar al mundo una imagen real de los problemas y las emociones de su pueblo.” Según Louis Marcorelles (crítico francés y organizador de la Semana de la Crítica del Festival de Cannes), “es una obra fundamental, sobre todo en su parte dedicada al peronismo: la importancia de la lucha obrera constituye para nosotros una revelación en el plano cinematográfico y político".

EL CINE ACCION
Cuando Fernando Ezequiel Solanas (argentino, 32 años, realizador de films publicitarios) y Octavio Getino (español, 32, escritor y corto-metrajista radicado en la Argentina desde 1952), iniciaron la prolija documentación cinematográfica de la realidad política y sindical que los rodeaba, probablemente no imaginaron que estaban abriendo nuevos rumbos a sus colegas de todas las latitudes. El primer film-ensayo argentino sobre la cuestión nacional demandó dos años de trabajo. Durante ese lapso, los autores recorrieron más de 18.000 kilómetros del país y grabaron en 16 milímetros más de 180 horas de reportajes. El resultado fue una visión panorámica de la Argentina contemporánea, de casi cuatro horas y media de duración.
Precedida ya de un clima de expectativa, su exhibición en Pesara provocó una ovación pública. Fernando Birri, un pionero del cine testimonial en la Argentina, evoca: “No podré olvidar nunca la imagen de Solanas y Getino llevados en andas como cracks de fútbol, por una multitud de estudiantes e intelectuales: es que La hora de los hornos ya no es cine-expresión, ni cine-comunicación; es cine-acción”.
La cita del pensador argelino Franz Fanón, que sirvió de acápite al film, condensa sus intenciones: "Si hay que comprometer a todo el mundo en el combate por la salvación común, no hay manos puras, no hay ¡nocentes, no hay espectadores. Todos nos ensuciamos las manos en los pantanos de nuestro suelo y en el vacío de nuestros cerebros. Todo espectador es un cobarde o un traidor".
Desde que el nuevo cine argentino Leopoldo Torre Nilsson, Fernando Ayala) rechazó las viejas estructuras comerciales para afirmar un cine de autor, los jóvenes realizadores locales intentaron convertir esa búsqueda en una real comunicación con el espectador, recurriendo al testimonio de la realidad cotidiana. Birri, que protagonizó esta etapa con Tire dié y Los inundados, reflexiona: “La hora de los hornos inaugura una nueva etapa, la de la participación, introduce en el séptimo arte el momento de la acción”.

NEOCOLONIALISMO Y VIOLENCIA
La primera parte del film (95 minutos) enfoca con un criterio preponderantemente descriptivo lo que sus autores definen como el 'en sí' de la realidad argentina. La violencia cotidiana, silenciosa, que no necesita ponerse en acto porque rige con solo ser potencial, enmarca la problemática social y sus coordenadas fundamentales: la desocupación, el infraconsumo, el analfabetismo. Son trece notas y un prólogo (La historia, El país. La violencia cotidiana. La ciudad puerto, La oligarquía, El sistema, La violencia política. El neorracismo, La dependencia, La violencia cultural, Los modelos, La guerra ideológica y La opción), que pasan revista a una temática de indudable vigencia desde sus orígenes históricos.

ACTO PARA LA LIBERACION
Antes de iniciarse la proyección de la segunda parte (dos horas) se distribuyen volantes con la Orden del General San Martín del 27 de julio de 1819 (ver grabado). Un relator designado en cada sala de exhibición, interviene en los entreactos y guía los debates libres. La Crónica del peronismo (1945-55) —que sigue a un preámbulo sobre la historia de lo que hoy se denomina Tercer Mundo— contiene diez notas: desde El 17 de Octubre hasta La violencia de la Libertadora.
La Crónica de la Resistencia, por su parte, es un recuento de las luchas sindicales argentinas en la última década, y contiene datos, informes, reportajes, notas que repasan críticamente los momentos más significativos del período. Esta parte del film está conformada por un prólogo y once actos. Por su contemporaneidad, este capítulo de la película ingresa con mayor audacia en el campo de los tabúes, un terreno movedizo que hace peligrar inclusive su posible exhibición en la Argentina.

VIOLENCIA Y LIBERACION
Al igual que la segunda parte de la trilogía, el tramo final de La hora de los hornos (45 minutos) está planteada como un desencadenante del debate. Es un estudio apoyado en testimonios (cartas, reportajes, informes) alrededor de una hipótesis: la violencia como forma de liberación. Tiene un momento abierto para incorporar “nuevos testimonios de combatientes" y destinado a la polémica entre los asistentes al "acto".

LA HORA DE LA VERDAD
Realizado con un magro presupuesto de 10 millones de pesos (unos 30 mil dólares) y por un equipo que no superó las 15 personas, La hora de los hornos se aseguró una amplia difusión en Europa. Además de la carta de recomendación que implica su primer premio en Pesaro, será distribuida en toda Italia (el estreno tendrá lugar en el Salón Margarit de Roma) y se exhibirá por la televisión sueca. Los autores han recibido propuestas para presentarla en un cine céntrico de Buenos Aires y son numerosos los cineclubes que gestionan su programación. El film —cuyo título se inspira en una frase de José Martí ("Es la hora de los hornos y no se habrá de ver nada más que la luz”)— está ante las vísperas de su prueba decisiva: la de su repercusión en la opinión pública, un jurado que puede no compartir la euforia de Pesaro. Pero antes hará falta que su polémica carga de conflictos atraviese ese filtro de malla fina conocido en Buenos Aires como Comisión de Censura.

“EL ESPECTADOR CONTRA LA PARED”
Octavio Getino, cuya primera experiencia cinematográfica fue el cortometraje Trasmallos, tuvo a su cargo, además del trabajo de producción, toda la parte de sonido de La hora de los hornos. Con Fernando Ezequiel Pino Solanas es responsable del tempestuoso éxito obtenido por el film en el Festival de Pesaro, Italia, fuente de agudas polémicas y de más de una perplejidad. Como la que obligó a preguntarse al diario socialista Avanti: "¿Es posible que Perón, Evita y el peronismo argentino no hayan sido lo que hasta ahora creímos, o sea un trasplante latinoamericano de nuestro folklore fascista?”
En sus declaraciones a SIETE DIAS Getino arroja luz sobre éste y otros aspectos de una obra cuyas proyecciones exceden con amplitud el ámbito de lo estrictamente cinematográfico.
—¿Qué se propusieron y qué lograron con el film?
OCTAVIO GETINO: Al principio, nuestra idea era un tanto ambigua. Se trataba de documentar el país, de hacer un relevamiento de sus problemas esenciales en un tono testimonial. Durante el trabajo (recorrimos el interior, grabamos una serie de entrevistas con obreros de los suburbios de Buenos Aires, charlamos con intelectuales en las cuatro ciudades más importantes de la Argentina, con indígenas a orillas del rio Pilcomayo, con sacerdotes en Tilcara, con prostitutas en Río Gallegos) lo documental fue dando paso a un enfoque menos pasivo de la realidad que encontramos, fuente insustituible de conocimientos. Nosotros mismos —cierta visión izquierdeante y "progresista" del mundo— fuimos modificados por el material que elaboramos y llegamos a resultados bastante distintos a los que nos propusimos en un comienzo.
—¿Cuál es para ustedes la problemática fundamental de la Argentina y de qué manera se refleja en la película?
O. G.: Hoy, el principal problema que vive el país, más que cultural, incluso más que económico, es fundamentalmente político. Por eso La hora de los hornos es una especie de ensayo ideológico con un lenguaje muy particular, elaborado y reestructurado durante el propio rodaje, sin un guión previamente establecido. Dentro de los marcos de una objetividad posible, el film aborda en primer término nuestra visión del panorama nacional, que calificamos básicamente como de total dependencia económica, política y cultural. Nos proponemos demostrar que nuestro problema no es el subdesarrollo o el atraso, sino que éstos son directa consecuencia de la dependencia básica en que estamos sumidos y sin cuya eliminación no hay salida alguna.
—¿Ustedes pretendieron exponer didácticamente una determinada tesis político-social?
O. G.: Yo diría que didascálicamente. La primera parte de la película aborda lo que en términos hegelianos podría denominarse el 'en sí' de la Argentina. Utilizamos desde el lenguaje más convencional del cine-crónica hasta elementos tales como la recreación de situaciones con actores profesionales, pasando por algunos efectos sensoriales aportados por el cine y el teatro de vanguardia. Hay secuencias que se reducen a la acción física jugada con elementos meramente simbólicos. En algunos casos, hasta se manejaron recursos del cine publicitario, como el shock-noción.
—¿La temática que toca el film es, de alguna manera, una temática prohibida en el país?
O. G.: En realidad lo que estaría prohibido no seria la temática, que muchos abordan, sino la perspectiva desde la cual se la analiza. No se trata de poner o no el dedo en la llaga; la cuestión es más bien la manera de hacerlo. Nosotros enfrentamos directamente la realidad y creo que por primera vez salimos a decir las cosas por su nombre, sin elipsis, ni alegorías, ni otras técnicas de tergiversación o escamoteo. Muestra de qué manera el pueblo argentino ha respondido en fas dos últimas décadas a la situación que está viviendo. Comienza con un examen critico del peronismo, para nosotros el fenómeno más significativo y trascendente del periodo. En concreto, arrancamos con el 17 de octubre de 1945 y con la marcha de los muchachos peronistas. Ese día se produce la irrupción en la política nacional de las capas más atrasadas y explotadas del país. Es decir: los más incultos y analfabetos empiezan a escribir en los hechos una historia hasta ese momento tergiversada por toda una seudo-intelectualidad porteña cuya principal preocupación era la Segunda Guerra Mundial. Luego de hacer la crónica de lo que el peronismo representó en el poder, entramos a analizar una de las experiencias más ricas vividas por el pueblo argentino en su proceso de emancipación: la última década, a la que calificamos de violenta.
—¿Cómo manejaron los reportajes?
O. G.: Vimos gente que protagonizó acontecimientos del pasado reciente: obreros que ocuparon fábricas durante el gobierno de Illía, militantes políticos y sindicales, dirigentes peronistas del norte, activistas anónimos. Alguna de la gente que reporteamos sufrió ciertos cambios en sus concepciones durante el trascurso de nuestro trabajo y la película los trasmite. Hubo quien comenzó hablando con entusiasmo de las ocupaciones de fábricas, por ejemplo, y terminó elaborando teóricamente no sólo su propio despido posterior, sino el fracaso de toda una operación en la que su destino se confundía con un destino colectivo. Así llegamos a la conclusión de que lo que nosotros y nuestros reporteados estábamos valorizando era el "espontaneismo" de las masas argentinas, sin ver sus profundas limitaciones.
—¿Y la tercera parte?
O. G.: Es un mediometraje que además de los reportajes (hay uno a Julio Troxler, uno de los guerrilleros que perdió la vida en Salta) contiene fragmentos de noticiarios y una serie de cartas de militantes de base. Toda esta parte gira en torno al tema de la violencia política y queda incompleta, abierta, permitiendo la incorporación, en vivo o en imágenes fílmicas, de nuevos testimonios.
—Ustedes hicieron una película que no entretiene, o sea el anticine. El público está acostumbrado, en general, a ver un film para distraerse, satisfacer sus pretensiones intelectuales o justificar un sábado. ¿Y si la gente se aburre?
O. G.: En realidad, La hora de los hornos no solamente no entretiene sino que pone al espectador contra la pared, lo obliga a reflexionar y lo fuerza a asumir una actitud ante su vida concreta. Esta cualidad dinámica es la que incita al debate, al diálogo. Huelga decir que el público que nos interesa no es el que sólo va al cine los sábados, a recrearse. Pero también a éste le damos la posibilidad de elegir: puede no ver nuestro film.
Revista Siete Días Ilustrados
19.08.1968
 
 

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