Libros nuevos
(1949)
DE BUENOS AIRES A SHANGHAI
SHUNKO
LA MUERTE EN LAS CALLES
Anuario del Futbol Argentino Año XII 1949
LAS GRANDES ÉPOCAS DE LA PINTURA MODERNA
THEMIS
Libros nuevos (1949)

DE BUENOS AIRES A SHANGHAI
Por José Arce
G. Kraft, 1948.
Libro amenísimo, de lectura ilustrativa es éste en que el doctor José Arce nos ofrece los apuntes de su viaje a Shanghai.
Designado por nuestro gobierno embajador en la China, con la misión de instalar la primera embajada argentina en el lejano país asiático, el Dr. Arce emprendió un largo viaje para llegar a su destino. Los cuarenta días que en tiempo normal le hubieran bastado para arribar a Shanghai por la ruta elegida (África del Sur, India, China) , se alargaron, al cabo, a cuatro meses y medio. No obstante haber ocurrido la rendición japonesa pocos días antes de su partida, subsistía aún el estado de guerra que obstruía el camino del Pacífico y, consecuentemente, las dificultades para obtener pasaje en los barcos. Estas circunstancias obligaron al viajero a prolongadas estadías en varias ciudades de la ruta en que debió hacer escala.
En ningún momento esta demora fué desaprovechada por el autor. Espíritu curioso, interesado por todo lo nuevo que se le presentaba a su conocimiento, se aplicó a aumentar su ya rica experiencia con la que le brindaban los ambientes exóticos.
El largo derrotero marítimo y las escalas en ciudades africanas y asiáticas están minuciosamente registrados en los breves capítulos de este diario de viaje. Notas y apuntes rápidos sobre tipos y costumbres; informaciones sobre la actualidad; descripciones geográficas, se suceden en las páginas de la obra del Dr. Arce.
Durban y las ciudades sudafricanas vecinas, Johannesburg y Pretoria; Bombay y Calcuta, en la India; finalmente, Chung-king y Shanghai, en la China, le han dado al autor un abundante material para el relato cotidiano del viaje. Sin pretensiones literarias, en estilo llano, sencillo, su exposición es objetiva y revela cierta preocupación por destacar exclusivamente el aspecto externo de lo que describe o por ceñirse tan sólo a la escueta mención de lo que narra.
El problema de la minoría india y el sentimiento nacionalista de los sudafricanos; los jardines colgantes, las Torres del Silencio (en las que la comunidad parsi de Bombay coloca sus cadáveres para ser devorados por los buitres) y el año nuevo hindú, en la India; la pintoresca disposición de Chungking, edificada en las laderas de varias colinas, con sus calles superpuestas en diversos planos y las interminables escaleras de acceso a sus casas, son algunos de los numerosos aspectos en que la observación sagaz del autor o su curiosidad informativa se vuelcan en páginas breves, pero ricas en intención y en colorido.
Pero es sobre todo Shanghai la que, lógicamente, proporciona el mayor número de observaciones y notas. En el transcurso
de los siete meses que duró su permanencia, sólo interrumpida por cortos viajes a Nanking y a Peiping, el doctor Arce ha podido captar lo más típico de la populosa ciudad china y de la citada ciudad imperial de la que habíanle dicho que no conocerla equivalía a no conocer la China, aserto que pudo comprobar era exacto.
Con el viaje de regreso, el autor completó la circunvalación del globo. Hasta Shanghai debió recorrer media esfera terráquea, pues la ciudad china está situada en las antípodas de Buenos Aires. De Shanghai a Buenos Aires, se desplazó, luego, en sentido contrario al que tuvo su viaje de ida, para llegar a la costa occidental de Estados Unidos y, después de cruzar el territorio norteamericano, bajar por la costa atlántica. Las pinceladas rápidas, de toques seguros, en que ha reflejado su interesante periplo destacan gráficamente sus alternativas y lo hacen, además, con comunicativa simpatía. — L. H.

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SHUNKO
Por Jorge W. Abalos
Edición del autor.
La búsqueda incesante de formas nacionales de expresión no ha tentado casi nunca a los autores argentinos, especialmente en el campo de la novela. De ahí que, teniendo nuestro país un alto índice de calidad en su producción intelectual, no haya podido forjar aún una novelística nuestra, personal y propia, distinta de las demás y valiosa por sí misma. Sólo algunos novelistas
aislados han pulsado los elementos estéticos que ofrecen la tierra, la historia y el espíritu argentinos logrando obras de perdurable belleza. Pero, en general, se da el caso de que los temas y las formas de la novela argentina salen de moldes extraños y frecuentemente exóticos. Ni siquiera los altos ejemplos de la novelística norteamericana o de la brasileña, poderosas ambas y nutridas directamente por los temas nacionales, han conseguido llamar a la reflexión a la mayoría de nuestros escritores, empeñados en la imitación de los modelos extranjeros. Porque si bien es cierto que solamente los temas universales alcanzan inmortalidad, también es verdad que sólo con formas y espíritu nacionales podremos dar al mundo un estilo dignamente argentino.
De estas reflexiones nace el mérito de "Shunko", vivido relato de niños, mujeres y hombres perdidos en lo hondo del campo santiagueño. Con estilo sencillo y persuasivo, que alcanza a veces verdadera belleza literaria, sin recurrir jamás a la retórica, el autor nos ofrece un libro cuya lectura interesa y emociona por la vía de la exaltación de lo humilde, de lo humano. Observador sagaz y fino, inteligencia sensible al fenómeno del hombre y su medio, escritor de poético vuelo, Abalos ofrece a las letras nacionales esta contribución cuya premeditada modestia no disminuye la eficacia del logro. Para quienes tienen sentido claro de la dimensión nacional, de sus proyecciones en el tiempo y de la trascendencia del material humano en la realización del destino patrio, este libro resultará como un himno de fe, como una certidumbre de que el destino nacional está referido a todos los argentinos, aunque, como estos de "Shunko", estén perdidos en el agreste y paupérrimo paisaje de Santiago del Estero.
Es, en resumen, esta obra un hermoso ejemplo de cómo el hombre, personaje universal de la literatura, puede estudiarse y desmenuzarse con formas y métodos estrictamente regionales, sin perder jamás su profunda universalidad.
Un sustancioso y elegante prólogo de Ernesto Palacio y un vocabulario de la lengua quichua, en la que a veces se expiden sus personajes, completan el libro de Abalos. - F. U.

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LA MUERTE EN LAS CALLES
Por Manuel Gálvez
Editorial "El Ateneo".
Un nuevo libro de Gálvez promueve siempre interés y se lee con presurosa diligencia. No en vano la multiforme obra de este escritor inquieto y laborioso alcanza tiradas no comunes y se renueva constantemente en un insistente afán de hacer y realizar.
"La muerte en las calles" responde a las difíciles formas de la novela histórica. Este género, tan difundido, se presta como ninguno a despliegues de la fantasía, aunque resulte paradójicamente basado en hechos reales acaecidos en tiempo y lugar documentados. Pero la libertad del novelista, que es el resumen de la libertad del escritor contemporáneo, no siempre respeta o acata los sucesos históricos y más bien los subordina a los intereses de sus personajes o al juego convencional de su imaginación.
De ahí que resulte tan difícil escribir una buena novela histórica que no sólo describa y accione con personajes novelescos sino que además los ubique correctamente en el tiempo en que pudieron haber vivido, en relación directa y respetuosa con los hechos ya fijos en la historia legítima.
De todos modos, no resulta lógico exigir en este tipo de creación literaria una subordinación precisa y cronológica a los sucesos históricos. Basta con que no se desfiguren o falseen, para satisfacer los propósitos de la novela. Interesa mucho más que se dé el clima preciso y se reviva en el ánimo del lector, con la emocionante precisión de la historia, los momentos o situaciones que se utilizan en el relato, para que la novela histórica cumpla sus fines sustanciales: los de una verdadera novela ubicada en un sitio con resonancias precisas en el proceso de la formación nacional.
Tal es el mérito inicial de "La muerte en las calles". La dramática lucha de un pueblo con decidida vocación de libertad, contra el invasor que abate y sojuzga, conforma los hechos de las invasiones inglesas, que sucedieron en el Río de la Plata por los años 1806 y 1807. En aquel Buenos Aires colonial y cristiano, pero ya fermentado de intenciones independientes, ubica Gálvez los personajes de su imaginación, mezclados con otros que vivieron y actuaron en la época. Y por su libro desfilan, con viva evocación, aquellos días heroicos y felices en que el pueblo se batió en las calles y derrotó al enemigo con resonancias épicas, dentro de un tono profundamente humano y vital.
Aquellos acontecimientos son revividos en este libro con gran fuerza descriptiva y reiterados aciertos de color y matices. Con su habitual prosa limpia y sencilla, Gálvez logra dar un tono persuasivo y emocionante a su relato de combates, escarceos, preparativos y clima general de la ciudad en ocasión de las invasiones y la Reconquista. Por momentos, la relación cobra altura dramática con la intervención del pueblo en masa, y son particularmente felices las descripciones de los movimientos y de la intervención de todo el pueblo en los palíeles protagónicos. Es tal la habilidad descriptiva del autor, que el gran escenario aparece vivido y resulta fácil seguir los movimientos de epopeya de los criollos empeñados en el logro de la libertad. Paralelamente a esos hechos, se desarrolla un romance atractivo y simpático, en el que la niña y el bélico galán logran por fin la felicidad, no sin sortear alternativas difíciles, tramadas y descritas con certero pulso de novelista.
Las figuras de Liniers, de Álzaga, de los ingleses Beresford, Pack, Whitelocke y de muchos otros personajes que la Historia ha ubicado con precisión, tienen aguda corporeidad en "La muerte en las calles". Escritor incisivo, fino y eficaz, Gálvez los mueve con cómoda digitación y los ubica certeramente en relación con la época y los sucesos.
"La muerte en las calles" es una novela lograda y plena. Hay en ella, no sólo la habilidad del oficio, sino la presencia segura de un proceso de creación depurado y artístico. La visión de Buenos Aires en días tan señalados, las pasiones y flaquezas de los hombres y las mujeres, la lucha, el odio, el patriotismo, la fe y el fervor, se muestran en un panorama amplio y rico en detalles, equilibrado todo por un sentido estético sin retórica ni superficialidad.
Hay aún otro mérito en este libro digno y atractivo: el de haber jugado con un tema noble y sugerente, en tiempos como los actuales, en que la tendencia de la novela se vuelca hacia motivos extraños y enfermizos. Un aliento de patria recorre las inflamadas páginas y promueve en el lector la sensación de lo duro y costoso que fué formar esta Nación tan empinada y grande en nuestra edad. Con un tema profundamente argentino, Gálvez no sólo da una novela espléndida y prieta, sino que prueba las posibilidades que aun guarda la temática nacional, para los escritores que quieran y sepan verla. Y éste no es mérito pequeño. — F. U.

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Anuario del Futbol Argentino Año XII 1949
Hace 12 años que Luis Carlini compila, redacta, escribe, compone a mano, imprime, encuaderna y edita el ANUARIO DEL FUTBOL ARGENTINO, "todo ello a ratos perdidos como mero pasatiempo". Es en realidad una enciclopedia del fútbol y la única que se conoce. El volumen de este año presenta el deporte al día y agrega, como de costumbre, material de comentario y de información sumamente valioso para los aficionados, para los jugadores y para los dirigentes de los clubs.
A. D. S.

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LAS GRANDES ÉPOCAS DE LA PINTURA MODERNA
Por Alfredo Tarruella
Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 1949
La historia del hombre, de su cultura y de su civilización están estampadas en sus obras de arte. La escultura y la arquitectura, principalmente, nos dan la pauta de lo que fué la humanidad en los siglos pretéritos. En las ruinas de los templos, en los bajorrelieves, en las estatuas leemos su historia. Nada refleja tanto el alma, las virtudes y pasiones de los hombres, como la obra de sus manos.
La espiritualidad más exquisita y el materialismo más grosero están reflejados nítidamente en la historia de la pintura. Cuanto más elevado está el espíritu hay más belleza y delicadeza; cuanto más metalizado y descreído, más inferior es su producción artística.
"Las grandes épocas de la pintura moderna", de Alfredo Tarruella, es una síntesis histórica de la pintura desde la Edad Media hasta nuestros días. Este trabajo está escrito con erudición; se advierte que el autor domina el asunto y lo agota, instruyendo al lector acerca de un tema poco conocido en forma agradable.
Llegado el hombre de la Edad Media a la cumbre de religiosidad, produce lo más sublime en pintura. Las obras de arte religiosas de esta edad de oro del espíritu no podrán ser jamás imitadas. Pintores como Memling y Fra Angélico, místicos y poetas, dice el autor, "coexisten con los colores de la ternura, de los que ven con los ojos del espíritu, de la humildad, de la resignación, de la inocencia". Más adelante agrega: "La transparencia, el misterio, la diafanidad de las vidrieras góticas, nos maravillan y conmueven en el mundo ultraterreno del pintor de Florencia. En sus tablas de santos y madonas, florece bellamente la Edad Media".
Pero la humanidad entra en el Renacimiento. El espíritu cede ante la avalancha de la forma y el color. Es el comienzo del endiosamiento del hombre.
"Quien piensa en Leonardo, dice Tarruella, se acerca al intelectual racionalista que, aunque creyente, no es ya el hombre absoluto de otros tiempos. Su obra maestra está lejos de ser, como la de Memling, una Virgen; su obra maestra, es una mujer sensual, orgullosa y enigmática. Es su obra, es su siglo, es su época que anuncia el escepticismo de Montaigne. La antigüedad pagana despierta y los dioses griegos salen de su olvido de once siglos. La Gioconda no es una obra más de la pintura universal, no es otra gran obra maestra del arte formal del Renacimiento. La Gioconda representa una época que desplaza con su nueva filosofía a otra que se oculta, pero que deja vivas sus obras
Con el protestantismo y el libre examen la fantasía del hombre se halla limitada. Esta doctrina, fría y árida, no puede alentar en los espíritus el vuelo de la mente ni el amor en los corazones. Quien no ama no es capaz de grandes hazañas y menos aún de crear obras de arte. La humanidad va cayendo y, con ella, el arte, hasta llegar a nuestros días en lo absurdo del cubismo y en lo grosero del surrealismo.
Gracián dice que "lo bueno y breve es dos veces bueno". Este opúsculo de Tarruella es así, bueno, muy bueno, y, además, breve. Admira que en tan pocas páginas el autor haya podido desarrollar a fondo un tema de grandes proporciones. Si tan preciosas páginas se hubieran completado con las fotografías de los cuadros célebres citados, hubiéramos salido más gananciosos los que tuvimos la suerte de leer tan excelente trabajo. — J. C. M.

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THEMIS
Por Gioconda Bertoia Edición de la autora
Setenta y tres poemas entre los que predomina el romance, componen este libro de versos —el tercero— de Gioconda Bertoia. Son poemas referidos a los temas más dispares y distantes, sin responder a otro plan, que el de cantar las cosas según se las ve o se las siente. Dentro de esta línea, la poesía de Gioconda Bertoia es fina y apreciable. Los hombres y las cosas impresionan su sensibilidad y ella construye sus versos sin desdeñar motivos ni eludir la vocación de canto para la que está indudablemente dotada.
Algunas influencias son sensibles en su modo de expresión, sobre todo en los romances, cuyos maestros han agotado de tal modo sus posibilidades formales y expresivas, que resulta muy difícil realizarlos sin caer en la reedición de esos poetas señeros. Los otros poemas del libro, escritos con sencillez casi siempre respetuosa de las formas preceptivas, tienen un tono uniforme y dan su mensaje límpido y sincero.
Toda la poesía de Gioconda Bertoia está marcada además por el signo del fervor humano. Hay en ello un deseo transparente de que el hombre sea mejor y goce más plenamente de las pequeñas felicidades de que el mundo está lleno. Ese afán bondadoso da un tono tierno a sus versos y caracteriza toda su temática. Pero por sobre toda otra cosa, se advierte en "Themis" una sensibilidad de mujer abierta al mundo y una necesidad de cantar que se vuelca con naturalidad, con llaneza, con los atributos limpios de la verdadera poesía. — F. U.

Revista Argentina
01/11/1949

 

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