EL MLN NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA
LA GUERRILLA TUPAMARA, por María Esther Gil¡o; La Flor, Buenos Aires; 195 páginas.

Solamente puede explicarse el premio como un acto de solidaridad revolucionaria. El Canciller cubano Raúl Roa, el periodista argentino Rodolfo Walsh y el antropólogo mexicano Ricardo Pozas olvidaron el término "desierto" al otorgar el último galardón de Casa de las Américas, en la rama testimonial. De los veinte aspirantes, La Guerrilla Tupamara abordaba un tema seductor, la aparición del movimiento más ordenado e inteligente desde que Fidel Castro decidiera "exportar la Revolución". Pero ese hecho no justifica los mil dólares distintivos.
El libro, de algún modo hay que llamarlo, alberga una sucesión de inquietantes reportajes —ya publicados en el semanario Marcha—, unidos por un hilo débil, carentes de una columna vertebral. Uno de los más logrados, quizás el que provoque mayor revulsión —una entrevista con nueve jesuitas—, no se incluía en el ejemplar que compitió en La Habana.
"Me enteré del concurso con poco tiempo de anticipación —se excusa la autora—; no sabía cómo intervenir hasta que unos amigos me aconsejaron el envío de varios reportajes. Entonces, los ordené y les añadí un capítulo especial sobre el Operativo Pando, la única parte inédita de todo el libro". Madre de dos hijos (18 y 23), rubia sospechosa, engendró un catálogo que intenta radicalizar a quien lo hojee; pero de la Gilio a Franz Fanón hay un abismo escandaloso. Más bien, la obra es a la organización lo que un folleto del Gobierno al turismo. El MLN, a siete años de su nacimiento, no merecía tanta pobreza argumental, tanta ausencia de prospectiva.
Si uno debe formar su opinión sobre los Tupamaros en base al material publicado, ésta será ambigua, difusa. La primera y escueta información de Antonio Mercader y Jorge de Vera (Tupamaros: Estrategia y Acción) no superada por Tupamaros: la única vanguardia, un panfleto de Carlos Núñez, ni por la apresurada investigación de los argentinos Carlos Aznares y Jaime Cañas (Tupamaros: ¿Fracaso del Che?). Las 195 páginas garabateadas por María Esther Gilio no salvan la falta; su culpa es doble: desde hace años, ella puede alternar con todos los miembros del movimiento detenidos, empresa imposible para el resto de los reporteros.

TOMA DE CONCIENCIA
La Guerrilla Tupamara, título que nada tiene que ver con el contenido, apunta a un costado sentimental, deambula entre el fervor político, la tibieza literaria y la ferocidad periodística. Está lejos de la minucia y prolijidad narrativa de A Sangre Fría (Truman Capote) o de la frescura salvaje del Diario del Che; apenas se advierten algunos ramalazos de Oscar Lewis, a quien la autora le reconoce paternidad. La ternura, el estupor, la rabia o la compasión ganan al lector, adormecen el razonamiento. Esos débiles méritos no son suficientes, sin embargo, en una compilación de antiguallas que pretenden tener vigencia revolucionaria.
Pero sería injusto castigar a la Gilio: hay que respetar su toma de conciencia. De la abogada casada con abogado millonario habitante de rico barrio montevideano, creadora de Protagonistas y Sobrevivientes —charlas con Ringo Bonavena, Isabel Sarli y Aníbal Troilo—, ya no quedan huellas; ahora, suele ponerse el mismo abrigo todos los días para visitar a sus defendidos, jugarse en la denuncia de las torturas, o volar al Nordeste brasileño para detallar las penurias de los famélicos.
Aun así, admitiendo la improvisación de sus pininos, no se justifica el Premio de Casa de las Américas. Las revoluciones no se hacen con amigos ni con sentimientos; claro, tampoco con palabras. Falta saber si los tupamaros, que conocían esa regla de oro, ahora la recuerdan.
ROBERTO GARCIA
5/1/71 • PRIMERA PLANA

 

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