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ROGER PEYREFITTE: "La naturaleza del príncipe"
Poesía argentina (diez argentinos de 60 a 29 años)
Primera ordenación de la obra de Kafka

Intimidades del Renacimiento
ROGER PEYREFITTE: "La naturaleza del príncipe"; editorial
Sudamericana, Buenos Aires, 1964; 162 páginas; 160 pesos. (referencia: la revista Primera Plana costaba 40 pesos)
El miércoles 14 de marzo de 1584, a las cuatro y media de la mañana, en Venecia, el príncipe Vicente Gonzaga, hijo del duque de Mantua y Montferrar, rindió ante testigo un extraño examen: demostrar su virilidad. Lo ayudó Julia, una adolescente arrancada de un orfanato florentino; presenció y comprobó personalmente la operación el caballero Vinta, principal ministro del gran duque de Toscana. Una vez cumplido su cometido, el príncipe dijo a Vinta: "Ahora que has tocado y palpado y estás esclarecido, déjame en paz". Tocar y palpar no fueron, aquella madrugada veneciana, dos verbos metafóricos.
La prueba cumplida por don Vicente había sido reclamada por Francisco I de Médicis (el gran duque de Toscana), para poder entregarle en casamiento a su hija Eleonora: sucede que el primer casamiento de don Vicente, celebrado en 1581 con Margarita Farnesio, princesa de Parma, no llegó a consumarse. Por encima de estos episodios flotaron las decisiones del Papa Gregorio XIII: él decretó la anulación del primer matrimonio y consintió en el examen exigido por Francisco I.
No en vano el polémico Peyrefitte señala, al principio de su libro: "He reconstituido, según los documentos originales, esta historia auténtica, cuyos detalles parecen inverosímiles. Es, sin duda, la más picante y la más escabrosa que hayan conservado los archivos italianos del Renacimiento". Tan picante y escabrosa, que un mes después de publicarse en Francia (1963), la editorial Flammarion había vendido 50.000 ejemplares. Pero estas cualidades frecuentan casi toda la obra de Peyrefitte, una veintena de volúmenes que lo malquistaron con la cancillería francesa, el Vaticano, la Orden de Malta, y le valieron triunfos judiciales y fortunas.
Peyrefitte, ex diplomático, 56 años, admirado por André Gide, ha conseguido su reputación gracias a dos condiciones esenciales: una tenaz capacidad de investigador y un desparpajo para dar a conocer sus investigaciones; desparpajo que no es tal si se piensa que la mayoría de sus libros narran hechos auténticos, como La naturaleza. Aquellas dos condiciones, en el plano literario, están respaldadas por un estilo flexible, diestro para la ironía, y cuya mayor virtud habrá que buscar en la manera coloquial y franca con que se envuelve al lector.
Estos elementos juegan de manera brillante en La naturaleza: Peyrefitte es un maestro en la recreación de ambientes y contextos históricos, en cargar cada párrafo con datos e informaciones sobre todos sus personajes; si no contribuye a la literatura, contribuye, en cambio, a la comprensión del pasado (o del presente). Una tarea nada desdeñable.

Poesía
Diez argentinos de 60 a 29 años
VARIOS: "Poesía argentina, editorial del Instituto Torcuato di Tella; Buenos Aires, 1963; 310 páginas, 250 pesos (distribución Emecé Editores).
Es, seguramente, el intento más serio y voluminoso por ofrecer el retrato de un sector de la poesía argentina contemporánea a menudo olvidado o distorsionado en los manuales y las antologías. El único antecedente que puede comparársele es el que publicó la revista Poesía Buenos Aires en su Nº 13/14 (fines de 1953). La diferencia reside en que esta última fue una exposición masiva, apuntalada por notas críticas; la presente edición, en cambio, se decide por la selección de los autores.
Son diez: el de mayor edad, Aldo Pellegrini (60 años); el menor, Rodolfo Alonso (29). Los diez, de alguna manera, reflejan las diversas corrientes poéticas hoy en vigencia en el país. En todos los casos, no son los únicos ni los mejores representantes, pero éste es el riesgo de los florilegios, que el prologuista Enrique Oteiza reconoce y aventa al informar que el Instituto planifica futuras selecciones.
Aquellas tendencias pueden resumirse, esquemáticamente, en tres:
• La que se desarrolla a través de un encendido lirismo y una atención constante a los datos de la realidad exterior; aquí caben las composiciones de Raúl Gustavo Aguirre (nacido en Buenos Aires, 1927), Alonso y Edgar Bayley (Buenos Aires, 1919). Las más firmes son las de Bayley, uno de los mayores poetas contemporáneos: ha llegado a una expresión efusiva, despojada, rica en matices, que contrasta con los brillos imaginativos pero reiterados de Alonso. En cuanto a Aguirre, sus poemas de Señales de vida y los inéditos marcan la conquista de una sustancialidad humana que se ausenta de los aforismos de Alguna memoria.
• La que se emparenta con el surrealismo bretoniano, aunque busque sus propias vías, y de la que participan Julio Llinás (Buenos Aires, 1929), Francisco Madariaga (ídem, 1927), Enrique Molina (ídem, 1910) y, posiblemente, Olga Orozco (La Pampa, 1920). Los testimonios más atendibles provienen de los dos primeros, del vigor de Madariaga, del madurado examen íntimo de Julio Llinás, proyectado en una lengua ceñida, cuya característica es la autenticidad. En los trabajos de Molina y Orozco las palabras parecen vencer por sobre lo que los autores intentan comunicar; en Pellegrini, un incansable batallador de la renovación artística, se observa una oscilación capaz de deparar textos certeros ("Encuentro") o poco elaborados.
• Los dos últimos poetas antologados, Alberto Girri (nacido en 1919) y H. A. Murena (1923), ambos oriundos de Buenos Aires, simbolizarían la tercera corriente: ni lírica ni surrealista,
se inclina por una exhalación literaria, donde la poesía funciona como una inconformista fuerza de choque intelectual. De los dos, Girri es el mejor.
El volumen concede no menos de 20 páginas a cada interviniente, un acontecimiento inusitado en este tipo de obras, que permite una densa visión de los antologados y convalida una frase del prólogo: "El día en que nos reencontremos, encontraremos la poesía o, quizás, el día en que encontremos la poesía, nos reencontraremos".

Procesos
Primera ordenación de la obra de Kafka
El 3 de julio de 1924, cuando la tuberculosis terminó con Franz Kafka en el sanatorio de Kierling, cerca de Viena, comenzó un intrincado proceso literario, casi tan retorcido como el que el propio escritor convirtió en pesadillesca novela. Kafka (nacido en el barrio judío de Praga, el 3 de julio de 1883), que en vida publicó una media docena de libros, había dejado instrucciones a su amigo Max Brod de destruir la mayoría de sus escritos; la desobediencia de Brod puso al mundo en contacto con una de las creaciones más admirables de todos los tiempos.
Pero la labor de rescate y divulgación emprendida por Brod ha sido a menudo vituperada, por la premura y el descuido con que él rodeó la entrega póstuma de los materiales kafkianos. Hace 15 días, en París, comenzó la primera revisión y ordenación de esos materiales que se haya organizado desde la muerte de Kafka, con motivo de la edición en francés de sus Obras Completas: constará de 8 tomos lujosos, ilustrados por el célebre dibujante político Tim, y cada volumen se venderá a 75 francos (unos 2.100 pesos argentinos). La edición corre a cargo del Círculo del Libro Precioso, bajo la dirección de Marthe Robert.

Una larga odisea
La de Kafka ha sido, hasta hoy, una producción de complicada publicación, contra la cual conspiraron desde el autor (originales inconclusos, sin retocar) hasta las autoridades de la Checoslovaquia comunista que sólo ahora decidieron arrancar del ostracismo por ellas decretado a tan formidable representante. Es una suerte de drama que se inicia con los manuscritos.
Preservados por Brod de la destrucción que su amigo exigía, los ocultó en la cripta de la Universidad de Jerusalén, en Praga, cuando las tropas de Hitler ocuparon la ciudad. Tras el fin de la Segunda Guerra, los manuscritos pasaron a manos del editor alemán Schocken, que los depositó en un banco suizo. En 1960, finalizaron su viaje en la biblioteca de la Universidad de Oxford, donde pueden consultarse y a la que recurrieron los editores franceses.
Tan peligrosa odisea habría de perturbar cualquier intento serio de difusión. Sucede que mientras los manuscritos cambiaban de mano, Brod ya había hecho imprimir El proceso (1925), América (1926) y El castillo (1927), con más interés por imponer el genio de Kafka que por mantenerse fiel a los textos. Se constituyó en algo más que un albacea: suprimió trozos incompletos, impuso un orden personal donde —como en El proceso— existía una composición anárquica, amputó capítulos enteros, eligió variantes.
No cabe duda de que Brod era empeñoso. En pleno Tercer Reich consiguió publicar en Berlín, de 1935 a 1937, una primera edición de Obras Completas, que el régimen nazi y su posterior caída sumieron en el olvido, aunque quienes conservan los ejemplares de entonces objetan el criterio seguido por Brod, un hombre incansable: en 1946, en Nueva York, se puso al frente de una segunda edición, en alemán, de las Obras Completas; esta vez se esmeró por aportar un mayor respeto hacia los textos, pero la publicación se interrumpió y fue retomada, en 1951, por la empresa Fisher, de Francfort. No obstante, los expertos en Kafka también la atacan.
El Círculo del Libro Precioso resolvió volver al punto de partida; reunir las versiones ya editadas en Francia, compararlas con los originales, efectuar las correcciones necesarias, añadir los fragmentos desechados, ofrecer todas las variantes que Kafka dejó anotadas, brindar materiales inéditos (por ejemplo, las cartas del autor a su hermana Otla, descubiertas en Praga) y trazar un orden cronológico general.
Así, el primer tomo, América, contiene dos nuevos capítulos; El castillo (tomo 2), comprende el final del capítulo 18 y otros dos hasta el momento ignorados. Las versiones pertenecen a Alexandre Vialatte —el introductor de Kafka en Francia— y a la propia Marthe Bobert. Un periodista de París, al comentar esta operación editorial, copia una frase de los Diarios de Kafka: "Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives".
PRIMERA PLANA
21 de abril de 1964

 

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