Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
Antonin Artaud: El hombre de voluntad pura y sus adeptos ¿Quién soy yo? / ¿De dónde vengo? / Soy Antonin Artaud / Y si lo digo / Como puedo decirlo / Inmediatamente / Verán mi actual cuerpo / Volar en pedazos / Y reunirse bajo / Diez mil notables aspectos /Un nuevo cuerpo / Donde no podrán / Nunca más / Olvidarme. Al alba del 4 de marzo de 1948 Artaud fue encontrado muerto al pie de su cama en el asilo de Ivry; se había pensado a su modo, había tomado diez mil aspectos notables, y ya nadie podría olvidarlo. Si su muerte no hubiera ocurrido en ese amanecer —u otro—, el 4 de septiembre de 1971 habría cumplido 75 años. ¿Con qué ojos hubiera visto el poeta la fama que creció año tras año después de ese 4 de marzo? Imposible saberlo. Sin embargo, se puede afirmar algo que sólo aparentemente es una frase: con su desaparición, se extinguió un época. El fue el último de los malditos. La raza iniciada con el romanticismo, continuada por Rimbaud y Lautréamont, y retomada por Trakl, Crevel y otros, entre los dadaístas y los surrealistas —y algunos de los disidentes de esos movimientos—, murió en las postrimerías de la década del 40. Pero Artaud, en la carta enviada a Pierre Loëb el 23 de abril de 1947, delineó antes de la extinción de su raza el combate que comenzaría en la década del 50 y continuaría hasta ahora, sin que la batalla haya terminado. Aquel tiempo, cuando el hombre era un árbol sin órganos ni función, / Pero de voluntad, Un árbol de voluntad que camina, / Volverá. Ha existido y volverá. / Porque la gran mentira ha sido hacer del hombre un organismo, / Ingestión, asimilación, / Incubación, excreción, / Lo que existía creó un orden de funciones latentes que escapan / Al dominio de la voluntad deliberadora / La voluntad que decide de sí misma en cada instante. La carta finalizaba con estas palabras, con este desafío escalofriante: Los mantenedores del orden del beneficio, / De las instituciones sociales y burguesas / Que nunca han trabajado, / Que han amontonado poco a poco, desde hace millares de años los bienes robados / Y los conservan en ciertas cuevas a la fuerza / Defendidos por toda la humanidad, / Exceptuando sólo a algunos / Van a verse obligados a dar cuenta de sus energías / Y por lo tanto a combatir, / Y no podrán no combatir, / Porque su cremación eterna está al final de la guerra, La guerra apocalíptica que se aproxima. / Por eso creo que el conflicto entre Estados Unidos y La Unión Soviética, / Aunque esté incrementado por las bombas atómicas, / Es poca cosa en comparación con el otro conflicto / Que va a estallar / De un solo golpe / Entre los mantenedores de la humanidad digestiva / Por una parte / Y por otra / El hombre de voluntad pura y sus rarísimos adeptos y seguidores / Pero que tienen la fuerza eterna con ellos. Norman Mailer, en 'Costa bárbara' (1951) también previó una lucha parecida, cuyos términos sólo fueron entrevistos por unos pocos: Marx, Rimbaud, Ernesto Guevara, entre otros. Una lucha donde la conquista social debía estar acompañada de una recuperación del hombre, donde la pobreza de la mayoría de la humanidad debía ser extirpada en su raíz, pero también la miseria espiritual del hombre. ITINERARIO. Antonin Artaud nació en Marsella el 4 de septiembre de 1896. A los catorce años funda una revista donde publica sus primeros poemas con el seudónimo de Louis des Attides. En 1915 es internado por primera vez. Un año después se lo moviliza y destina a un regimiento que se hallaba en Digne, pero a los nueve meses, debido a motivos de salud, es desmovilizado. De nuevo, como consecuencia de sus violentas crisis nerviosas, es internado sucesivamente en cuatro sanatorios. En 1921 Artaud ingresa en la vida cultural francesa participando en el grupo teatral Art et Action junto a Barrault. En 1923 aparece su primer libro de poemas: Tric-trac du Ciel; en ese mismo año se incorpora a la compañía de Georges Pitoeff, en la que interpreta, con gran éxito, el papel principal de El que recibe las bofetadas, de Andreieff. En 1924 se adhiere al movimiento surrealista y publica textos en casi todos los números de la revista La Révolution Surréaliste. Pero en 1927 se separa del movimiento comandado por Bretón y publica A la grande nuit ou le bluff surréaliste, donde proponía: "¿Qué queda de la aventura surrealista? Pocas cosas, salvo una gran esperanza decepcionada. Pero en el campo de la literatura misma quizá en efecto aportaron algo. Esta cólera, este ardiente asco volcado sobre la cosa escrita constituye una actitud fecunda y que tal vez servirá algún día, más tarde. La literatura se encuentra purificada, cercana a la verdad esencial del cerebro. Pero eso es todo. Positivas conquistas, al margen de la literatura, de las imágenes, no hay, y sin embargo era el único hecho importante". Al borde de ese dilema y no de la anecdótica disidencia (la adhesión del surrealismo al partido Comunista), está la legendaria ruptura de Artaud con Bretón. Artaud se sentía limitado en los territorios de la literatura: veía en ella un jardín demasiado precario para el hombre primordial. "En donde los demás proponen obras, yo no pretendo otra cosa que mostrar mi espíritu. La vida es quemar preguntas. Yo no concibo la obra desligada de la vida”, escribió Artaud, y fue el único —entre ese deslumbrante muestrario de audacias que fueron sus contemporáneos— que llevó a sus últimas consecuencias esa consigna: su vida, entrelazada a su obra, como el fuego y su sombra ardiente, no hizo más que quemar preguntas. EL FIN. En 1932 Artaud funda el Théátre de la Cruauté. Tres años después estrena su obra Les Cenci, que apenas dura dos semanas en cartel. La sociedad —en este caso específico la clase media con veleidades intelectuales— se venga de quien la enjuicia y quiere conducirla a un rito espléndido: el teatro de la crueldad, del cual da testimonio uno de sus pocos libros traducidos al castellano, El teatro y su doble. En 1936 viaja a México y convive con los indios Tarahumaras, quienes practican los ritos solares. Luego publicaría Au pays des Tarahumaras, un relato minucioso de sus experiencias. Nuevamente en Francia, es internado en sucesivos sanatorios psiquiátricos donde se intenta doblegar su espíritu profético y subversivo con la psiquiatría coercitiva que se practicaba entonces. Gracias a las gestiones de sus amigos —y a pesar de la negación de su hermana— es puesto en libertad y homenajeado, y prepara una audición radial —Pour en finir avec le jugement de Dieu— que es prohibida. Poco después se lo interna en el asilo de Ivry, donde encontraría la muerte. Pero su cuerpo, sometido a extrañas mutaciones a través de sus textos, mantiene todavía una apariencia carnal, visceral: no es un fantasma. Artaud nunca será olvidado. Marcelo Pichón Riviére PANORAMA, AGOSTO 31, 1971 |