Se podría decir que el
título lo dice todo: Intimidades de una prostituta
es, acaso, un rótulo más para la copiosa lista de
films subidos de tono que Armando Bó entregó al
público latinoamericano —y, excepcionalmente,
argentina— desde hace más de diez años. Pero en
este caso, la idea corrió por cuenta de Dalmiro
Sáenz (38), el perplejizante escritor de Setenta
veces siete, Yo también fui un espermatozoide y
otras obras de éxito diverso. Comprometido con Bó
en inesperada sociedad, Sáenz pergeñó (sobre la
base de algunos pasajes de su libro de cuentos NO)
el guión de una película cuyo rodaje está en vías
de culminar, y que incluye numerosas secuencias
filmadas en Bariloche.
Dirigida y
protagonizada por Bó, el principal rol femenino
está a cargo, naturalmente, de Isabel Coca Sarli.
Pero esta vez el elenco se completa con otros
nombres famosos: Mecha Ortiz, Sabina Olmos, Aída
Luz, Guillermo Battaglia y Jorge Barreiro. El
argumento de Intimidades... —producida por
Columbia y el propio Bó— gira en torno a la vida
de una mujer de vida airada, "pero que simboliza
de alguna manera a la mujer actual —Sáenz dixit—;
es decir, educada para el matrimonio y no para el
amor".
La semana pasada, un
redactor de SIETE OIAS conversó con Sáenz a
propósito de su participación en el film, tarea
por la cual el escritor percibió 800 mil pesos. El
diálogo, enigmático y disperso, le sirvió al autor
para explayarse sobre política, erotismo y
literatura.
—¿Quién era y quién es
Armando Bó para Dalmiro Sáenz?
—Un impostor que se
esconde detrás de un empresario. Se pone en
sencillo, en tipo que está detrás de la guita y
nada más ... Y yo creo que no es así. Es el más
artista de todos los directores argentinos, si por
artista se define a quien tiene inquietud
interior. Y pienso que su problema es el de no
haber encontrado su lenguaje. Me hace acordar al
fonógrafo de Blow-Up, un tipo que está desesperado
por hacer y decir cosas, que se desboca y tiene
todos los problemas de un artista total, con una
tremenda voracidad creadora.
—¿De quién fue la idea
de hacer la película?
—De Isabel. Le pareció
que podíamos andar y entonces me vinieron a
buscar. Para mí es una beca, porque yo quiero
hablarle al obrero, al hombre de campo que recorre
muchos kilómetros para ver una película de
Armando. Es lo que me falta y necesito. Ese hombre
con el que quiero hablar no lee a Cortázar ni a
Borges, ni me lee a mí. No lee lo que yo escribo
para el microclima de las clases media y alta,
donde los escritores debemos cuidar imagen,
mantenernos en un pedestal, sin el idioma que el
despotismo ilustrado en que vivimos nos ha negado.
Pero ese hombre sí ve las películas de Bó.
—¿Y ese hombre
entiende su postura?
—No sé si me entiende,
pero no es importante. Armando cree que el arte no
tiene que ver con el intelecto. Es un problema de
piel y no de cerebro.
—¿Bó influyó en usted
para la elaboración del guión?
—Su aporte fue diez
veces más importante que el mío, en lo creativo.
Es un tipo que quiere decir algo y lo dice. Se
larga, se juega, aunque lo haga mal. Es un tipo de
agallas.
—¿Cuánto tiempo le
demandó escribir el guión?
—Quince días. Pero con
Armando nunca nada está terminado. Claro que me
gusta como quedó.
—¿Y cómo quedó?
—Bueno, es la
evolución de la chica empujada a la prostitución
para sobrevivir y que termina de la peor manera:
en el matrimonio.
—¿Y le parece que ese
tema le interesará realmente al obrero, al hombre
de campo?
—Al hombre de campo le
parece mal que su mujer se satisfaga sexualmente.
Pero siente avidez por ver la otra cara de la
moneda. Quiero descubrir si ese interés existe, a
través de la película. Es como en política: está
lleno de dirigentes estudiantiles, pero ninguno
sabe hablarles a los obreros. Un líder es muy
fácil en la universidad; en Villa Lugano no lo es
tanto.
—Sin embargo, el
argumento parece más indicado para las clases
medias, por cuanto el matrimonio es en ella una
institución intocable. ¿Qué pasará si el público
que a usted interesa no lo interpreta?
—Supongo que ellos
verán en la muchacha de la película lo que ellos
suponen que tiene que pasar. Es como el caso de
Eva Duarte: no se disfrazó de obrera, sino de los
sueños de una obrera. Se vistió de princesa, con
tapado de visón y todo. ¿Por qué? Porque la gente
la quería ver así, porque uno es mucho más en lo
que quiere ser que en lo que es.
—¿Cómo se conjugan las
distintas intenciones de Bó y de Sáenz?
—Mi intención es
artística, con un trasfondo político, claro, y la
de Bó aparentemente es sólo económica, aunque
ahora no lo dice tanto. Pero yo sé que, cuando él
habla, sólo quiere largar su inconformismo y el
despiole de todo creador. Se va conociendo a sí
mismo a través de su obra. Y yo creo que no le
gusta su obra, fijate ... Armando no es un
sexópata; yo lo soy más que él. Pero lo que pasa
es que se da cuenta de la tremenda fuerza que
tiene el sexo como puente para llegar al gran
público.
—¿Esta también será
una película con alta dosis de erotismo?
—Hay escenas eróticas,
sí. Lo malo es que si se cortan van a quitar
ilación a lo que se quiere decir.
—¿Qué le parece
Isabel?
—Con ella no tengo
mucho diálogo ... No sé por qué. Pero tiene, sin
duda, todas las características de la estrella.
—¿Hubiera hecho esta
película con otra gente?
—No, de ninguna
manera.
—¿Pero no existe una
suerte de capricho en esa preocupación suya por
hablar con el obrero y el hombre de campo a través
del cine de Bó?
—No. Mi preocupación
viene por mi evolución política. Ahora soy
peronista y me doy cuenta de que todos los
intelectuales se han graduado de exquisitos y
trabajan para sus pares. Los escritores escriben
para escritores y no para el público.
—Y usted quiere romper
con ese esquema...
—Más que nada estoy
investigando por qué no puedo hablarle al sector
que realmente me interesa. Nunca he visto a un
obrero que lea. Creo que lo que pasa es que no
sabemos hablar el lenguaje de ellos.
—¿Y no será que no hay
qué decirles, porque se puede caer en falsos
paternalismos, por ejemplo?
—No. En Cuba vi una
pinacoteca circulante que viajaba por toda la
isla; miles de analfabetos iban a verla y se
llevaban las obras a su casa por todo un mes. Y
buscaban los pintores abstractos; no los
figurativos. Nadie lo sabía explicar, pero les
gustaban más. Creo que se trata de un problema de
lenguaje. Y por eso creo que debería haber también
una literatura para obreros y campesinos.
—Y si estilísticamente
se lograra, ¿cómo harían para leer esa literatura
hombres que van a trabajar al alba y regresan a
sus casas agotados, al anochecer?
—No, el problema no es
ése; es la autocensura desde el punto de vista
estético. Para un escritor, los lugares comunes
equivalen a bajar de categoría. "Oscuro como boca
de lobo", es una hermosa imagen, pero es un lugar
común y está muy usado. Yo no lo tomo en mi
literatura. Pero acaso ése sea el idioma para este
público.
—Sí, pero igualmente
conspirarían el factor tiempo y el económico para
que ese público lea ...
—Pero el obrero lee
historietas, lee Crónica, sabe apreciar una pelea
de Locche y un buen partido de fútbol.
—De eso no hay duda,
lo que ocurre es que por más que exista una
literatura para obreros y campesinos, ni uno ni
otro tienen tiempo para leer ni dinero para
comprar libros.
—Bueno, pero es que
previamente habrá que cambiar el sistema y todas
las estructuras de esta sociedad.
—¿Y hasta que llegue
el cambio?
—No se puede esperar
el cambio. No sirve la alternativa de ser Che o
ser nada. Hay que usar los recursos del enemigo.
En la guerra revolucionaria es lícito usar armas
norteamericanas.
—En la tarea de buscar
ese diálogo, esa literatura, digamos, popular, ¿se
siente solo?
—Terriblemente solo. Y
hasta conmigo mismo, pero más que nada por mis
contradicciones de clase. De todos modos, hace
tiempo llegué a la conclusión de que prefiero
equivocarme en la acción y no frenarme ante la
duda. Por eso no me detengo a buscar la ideología
perfecta para recién entonces actuar. No hay que
inventar campos de batalla.
—¿Y cuál es el suyo?
—El de incitar a la
acción a través del cine, de la literatura. Hay
que luchar para el cambio total.
—¿Qué tipo de cambio?
¿Para lograr qué país?
—Un país socialista.
—¿Con qué líderes?
—Ongaro, por ejemplo.
Es uno de los tipos que más admiro en este
momento. Y Tosco también. Se equivocó quien los
tuvo juntos tanto tiempo.
Revista Siete Días
Ilustrados
14.02.1972
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