La semana pasada, los
cuadernos tomaron la forma de un libro, que fue
puesto en circulación en Italia bajo el título de
Giornale dell'Anima (Diario del alma), en edición
cuidada por monseñor Capovilla. La lectura de
estas notas de Juan XXIII, que antes de fin de año
serán reproducidas en seis idiomas, provee el
acabado retrato de un santo.
El primero de los
textos (o "cuadernitos de pocos centavos", como
les llamaba su autor) data de 1895, cuando Angelo
Roncalli contaba 14 años; el último fue redactado
en 1962. No se conocen antecedentes de otra vida
papal tan larga y tan profusamente documentada a
través de apuntes íntimos, de estilo sereno y
suelto, donde aflora "aquello que tras la sonrisa
y la actitud inocente escondía celosamente: su
plegaria, su alma", según expresa Capovilla en el
conmovido prólogo.
La pía imagen de Juan
XXIII surge ya en las primeras páginas del Diario;
hay reflexiones y pensamientos del seminarista
Roncalli, vertidas en 1902, que dejan entrever al
Sumo Pontífice de sesenta años después; hasta tal
punto que monseñor Capovilla trató, antes de
inaugurarse el Concilio Vaticano II, de lograr la
autorización del Papa para divulgar sus notas.
Juan XXIII dudó y demoró largamente su respuesta:
"Haced, pues —dijo a su ex secretario privado—. Al
principio experimenté cierta repugnancia ante la
idea de publicar o reeditar mis escritos... Pero
comprendo que de un Papa quiera saberse todo, que
todo puede servir a la historia". El Diario sirve,
en sus fervorosas 500 páginas.
"Humildad y amor"
Comienzan recordando
las experiencias iniciales de Angelo Roncalli, la
recepción del hábito clerical, la tonsura. Los
apuntes correspondientes a los ejercicios
espirituales de 1896, en Bérgamo, denotan en el
autor un agudo espíritu de crítica y muchas
características de quien habría de ocupar el trono
de San Pedro; entre ellas, el miedo al pecado de
la soberbia. "Sobre todo, estaré en guardia contra
mí mismo —escribe entonces— a fin de que no se
alce en mí la planta del orgullo. Cuidaré de
mantenerme por debajo de todos, en la piedad y en
los estudios." La preocupación aparece y
reaparece: "Humildad y amor, estas dos virtudes
trataré de conquistarlas durante las vacaciones"
(1898). Y en 1906, ya como secretario de monseñor
Radini Tedeschi, con tono más irónico, señala: "Mi
viejo amigo (el orgullo) ha vuelto a hacerse
sentir esta mañana". La lucha contra el "viejo
amigo" suele adquirir contornos jocosos: "He dicho
hoy un servicio de Vísperas, de manera horrenda.
Todo el mundo rió y eso me hizo mucho bien"
(1914).
También surgen del
Diario precisiones ideológicas; por ejemplo, la
decidida actitud de monseñor Roncalli en 1910,
como opositor a la encíclica Pascendi de Pío X,
que condenaba los errores del "modernismo",
pasajera forma del liberalismo eclesiástico. Ya
antes había asentado en sus cuadernos: "Comprendo
que es necesario mantener íntegro y puro mi
«sensus fidei» y mi «sentire cum Ecclesia»;
comprendo que la infección de los errores modernos
subraya luminosamente la sabiduría, la oportunidad
y la eterna belleza de las disposiciones
pontificias".
Estas líneas de 1906
desvirtúan las acusaciones proferidas medio siglo
más tarde, al extenderse en Italia una campaña de
descrédito contra el entonces Patriarca de
Venecia. El Diario trasluce que la toma de
conciencia de Juan XXIII fue siempre la de un
heterodoxo progresista, enraizado con la tradición
de los Santos Padres de la Iglesia. En 1944, al
descifrar, sin conocer la clave, el famoso
telegrama por el cual se lo designaba Nuncio
Apostólico en Francia, comenta Roncalli: "Cuanto
más vivo, más me esfuerzo por reducir todo:
principios, direcciones, posiciones, tácticas, al
máximo de simplicidad y calma. ¡Ah, la simplicidad
del Evangelio! A ella aspiro, porque creo que ahí
están todas las soluciones".
"Una miserable
criatura"
Una de las constantes
del Diario es "mi humor campesino". Monseñor
Roncalli recurre a él con periodicidad y sutileza.
Dos casos:
• En uno de los
pasajes del libro efectúa un severo examen de
conciencia y analiza las distintas virtudes; al
llegar a la de la caridad, expone: "Es el
ejercicio que menos me cuesta; tan poco me cuesta,
que dudo de que sea una virtud".
• "Siento vergüenza
cuando me llaman por mi nombre, porque siempre
debiera comportarme como un ángel y nunca lo he
sido."
A veces, un arranque
de humor es neutralizado por su misticismo: "Me
gustaría pensar de mí como de un santo; pero
apenas soy una miserable criatura". Sucede que el
humor constituye otra de las manifestaciones del
espíritu abierto de Juan XXIII, el mismo que lo
propuso como "el Papa bueno". En 1902, monseñor
Roncalli pasó un año en las filas del ejército
italiano, como capellán —volvería a vestir
uniforme en la guerra de 1914-18—; una anotación
de entonces marca hasta dónde ese espíritu obraba
como caja de resonancia.
Según Roncalli, el
ejército obliga a "una vida del mayor sacrificio;
es un verdadero purgatorio, el mío. El servicio
militar... es una injusta y bárbara imposición a
los ministros de Dios". Tal vez, aquí comenzaron a
gestarse el tono y la dirección de Pacem in
Terris, su encíclica.
Uno de los apuntes más
reveladores pertenece al 25 de noviembre de 1948:
"Ingreso en mi año 68'. Anoche me confesé con el
padre Germain Barbier. Mi alma está en paz.
Alguien, para ser amable, me habló del purpurado.
No me interesa". El purpurado llegó en 1953, y en
1958 la corona papal, aunque un año después
escribiera: "Soy un Papa infeliz".
"Desde el momento en
que el Señor me ha colocado en este gran servicio,
siento que no pertenezco a nadie en la vida
—familia, pueblo, nación— ni en los deseos al
nivel de estudios y proyectos, aun cuando sean
buenos. El mundo es mi familia", dice Juan XXIII
en los últimos tramos de su Diario, un documento
que ahora ya está en manos de esa familia. En
Italia, la misma editorial que lo publicó, prepara
reediciones de otros tres volúmenes de Angelo
Roncalli (II Cardinale Cesare Baronio, Mons.
Giacomo Maria Radini Tedeschi, Souvenirs d'un
nonce), que junto con el Diario forman las obras
completas del Papa.
PRIMERA PLANA
7 de abril de 1964
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