Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
Desafío para lectores LeRoi Jones: Cuentos. |
Fue en febrero del año pasado, en las calles de Nueva Jersey
—la misma ciudad donde nació, en 1934—, cuando se lo vio por
última vez en libertad: iba hacia la Corte de Newark, acompañado
por su mujer y por su pequeño hijo, Obalaji. Vestido con una
especie de poncho de vivos colores, con todo el odio del mundo en
la cara, era una imagen insolentemente africana entre el
sorprendido tránsito ciudadano. Cuando llegó al tribunal, no hizo
sino ratificar esa insolencia: “Tengo la impresión de que usted es
un enfermo tanto como un delincuente, y necesita asistencia
médica”, le dijo el juez. “Menos que usted”, contestó él. Por supuesto, el poeta, dramaturgo y activista del racismo negro, LeRoi Jones, fue condenado: tres años de cárcel y una multa de mil dólares, por portación de armas —solía exhibirse con dos grandes revólveres, pendientes de unas pistoleras de cuero— y participación en los disturbios de julio de 1967, donde varios blancos fueron asesinados, o vieron saqueados sus casas y negocios por una desenfrenada multitud de color. LeRoi estaba allí, incitándolos a la revuelta, aconsejándoles que tomasen todo cuanto encontraran sin pagar un centavo, matando a quien se opusiera, si era necesario, para conseguirlo. Parecía fatal que llegase a esos extremos: ya en 1965 se negaba a dar la mano a los blancos; un periodista argentino que lo entrevistó, en mayo de ese año, tuvo que rendir su cordialidad ante el odio y el desprecio segregacionista de LeRoi, admitir que era imposible la elección delante de una víctima que insistía en serlo. Brillante dramaturgo (autor de tres excelentes piezas en un acto: Dutchman, El esclavo, El baño), Jones fue primero conocido como poeta, a través de la revista Yungen, que fundó y dirigió, y de media docena más de publicaciones. Precisamente fueron un par de revistas literarias y la difusión de la antología New Negro Poets (una compilación de 37 autores reunida por Langston Hughes) los que lo hicieron conocer en la Argentina, antes de que Oscar Barney Finn consumara una olvidable puesta en escena de una de sus obras (bajo el nombre de El subte fantasma) en el Teatro del Altillo. Ahora, con la publicación de estos Cuentos, se sabe que este ex estudiante de las universidades de Howard y Columbia, profesor de literatura de la New School de Nueva York, antiguo miembro de la Fuerza Aérea norteamericana y erudito del jazz, es también uno de los mayores acontecimientos de la narrativa de usa en esta década. Ayudado por la esplendorosa, insuperable traducción de Patricio Canto —acaso el más estupendo traductor del inglés con que se cuenta en la Argentina—, Jones se presenta en español con todas sus armas: fuerza a admitir que sus logros dramáticos eran apenas bocetos de una obra más densa, profunda y original (cuya culminación sea, probablemente, El sistema del Infierno de Dante, su hasta ahora única novela en circulación). Pensamiento en acción Desde esa insólita catarata verbal que es “La alternativa”, el libro no deja de suscitar asombros en los dieciséis textos que lo componen. Para Jones, el lenguaje fluye con una anarquía que no debe nada a nadie (aunque algunos de sus críticos hayan querido emparentará con Joyce), que ningún autor había desarrollado hasta ahora como él: a diferencia del Irlandés, el “fluir de conciencia” en Jones carece de toda elaboración, no contiene propuestas intelectuales, no se propone como modelo de una poética o como el cuestionamiento lúcido de los límites de la verbalización de la realidad. Más bien, el triunfo del poeta negro se instala en otro nivel: su capacidad inédita para transmitir el pensamiento en acción, esa franja del conocimiento donde los datos perceptuales aún no han entrado en los ordenamientos lógicos que los convertirán en experiencia (y, obviamente, en lenguaje). Así, la lectura de estos cuentos se transforma en una aventura individual, donde cada lector deberá poner en movimiento su propia capacidad de sorpresa: si se los lee en el estado de atención flotante —que místicos y psicoanalistas conocen tan bien—, si no se los obliga a entrar en la mecánica que supone todo ordenamiento de significantes, es posible reconstruir su temperatura en el momento de ser escritos. El otro camino es extraviarse: esa lectura lineal, que no es en el fondo sino una deliberada renuncia a la poesía (Editorial Tiempo Contemporáneo; 148 páginas, 780 pesos). ♦ Revista Primera Plana 04.02.1969 |