Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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EL ECLIPSE DE SUR: ¿EL FIN DE UN MUNDO? “La señora Ocampo no tiene nada que declarar sobre ese rumor”, repetían, con alguna palabra de diferencia, sucesivos intermediarios. “¿También usted oyó hablar de eso?”, preguntaba, con fingida candidez, Enrique Pezzoni a quienes lo interrogaran. La noticia había alborotado, como un guijarro bien dirigido, las estancadas aguas del mundillo literario porteño. La semana pasada era imposible eludir sus versiones más o menos decoradas, las hipótesis que esas versiones segregaban: Sur, la más duradera, famosa, insultada e influyente revista que hayan conocido las letras argentinas desaparecía. Hace poco menos de un lustro que Sur y la editorial homónima pasaron bajo la custodia administrativa, y hasta cierto punto financiera, de la Editorial Sudamericana. Pero tampoco los ejecutivos de esta empresa quisieron suscribir una afirmación o una negativa; a lo sumo, pedían paciencia "hasta que se aclararan las cosas”. Que Sur padezca problemas económicos, en un momento en que la mismísima industria editora argentina vacila al borde de su ruina, no puede sorprender. Fundada en 1931, la revista fue sostenida más de dos décadas por la fortuna personal de Victoria Ocampo; la editorial Sur —un pie de imprenta esporádico hasta mediados de los años 50— se desarrolló y afirmó como un apoyo regular para la revista, pero cada vez que un desequilibrio asomaba entre las ganancias (irregulares, imprevisibles) de la editorial y el déficit permanente de la revista, era la legendaria fundadora quien debía socorrer a su criatura. La situación de Sur fue, en cierto modo, la de toda revista literaria: en los años 30, cuando apareció, sus más exquisitos modelos europeos (Commerce, Bifur) dependían de la generosidad de varios mecenas ilustrados, nunca de uno solo. Después de la Segunda Guerra Mundial, fueron las editoriales más importantes las que respaldaron (y aún respaldan) en Europa toda revista literaria de cierta envergadura, desde las académicas hasta las experimentales. En Estados Unidos, la proliferación de fundaciones y universidades permitió, a su vez, la existencia no demasiado sobresaltada de las revistas más serias. Sur subsistió sin ayuda ajena, o con la ayuda de su propia editorial —una empresa independiente, que no hizo concesiones—, hasta que debió ceder su fondo a Sudamericana y aceptó un 10 por ciento de la venta de sus títulos. EL MOMENTO DE LA VERDAD. La hora del balance no ha llegado. Hacia 1955, Contorno se lo propuso como tarea; ya antes, y después con una regularidad agobiadora, ninguna revista que aspirara al epíteto "joven” dejó de incluir su cuota de hostilidad hacia Sur. A nadie asustan estos desplantes, más allá de su razón o sinrazón, que es sumamente opinable. Los suscriptores podían lamentarse, durante la década recién clausurada, de que la revista ya no fuera la del 30, ni siquiera la del 40 o la de principios de los años 50. Más que la fatiga natural de Victoria Ocampo, o su variable olfato para elegir colaboradores, es necesario admitir que, en la Argentina como en el resto del mundo, el ámbito cultural al que respondía Sur en sus mejores tiempos ya no existe, o existe en forma severamente mutilada. Si un mérito, inasimilable a ninguna categoría utilitaria de las que suelen manejarse en el plano de la sociología de la cultura, corresponde a Sur más allá de cualquier recuento, es el de haber sido un predicado exacto de su animadora. Su disputa, o malentendido, con José Bianco, secretario de redacción desde 1935 hasta 1961, seguirá alimentando las secciones destinadas a cartas de lectores en diarios y revistas; más privado, su distanciamiento de Héctor Murena, cuando la editorial Sur fue traspasada a Sudamericana, sólo mereció la atención de los tribunales del trabajo. Pero, cualesquiera sean las simpatías que esos colaboradores, políticamente tan distantes, puedan despertar en el comentarista, su proximidad o su alejamiento de Victoria Ocampo sólo habla de la voluntad de la directora de manejar su revista, o su editorial, a su antojo. Y los lectores de Testimonios saben que Doña Victoria, tan celebrada y desconfiada por su cultura europea, posee una tozudez de criolla. En el octavo piso de acero y cristal, en San Martín y Viamonte, donde hace una década todavía se alzaba la casa de altos que conocieron Stravinsky y Drieu la Rochelle, se anuncia que el número correspondiente a julio-agosto, demorado, saldrá inminentemente. Dos números especiales, dedicados a literaturas nacionales (práctica inaugurada con los famosos tomos aparecidos en los años 40) quedarían suspendidos: uno sobre México, preparado por Xavier Wiemer; otro sobre Francia, a cargo de Severo Sarduy y del equipo de Tel-Quel (aunque se habla del interés de Sudamericana por editar como antología este último). “La señora Ocampo no tiene nada que decir”. Pero los demás sí, y cabe prever las declaraciones perseguidas por firmas numerosas y las manifestaciones, tan fáciles, de nostalgia o de sorna. Borges declaró alguna vez que más allá de cualquier reparo o elogio, Sur era un hecho histórico, cuya existencia había modificado a la literatura argentina. Será interesante comprobar, o esperar, los frutos de su ausencia. Revista Panorama 20.10.1970 |