Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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UNA TEMPORADA EN HAITI BLACK Y BLANC, por Jaime Laso. Editorial Universitaria de Chile, Santiago 140 páginas. 700 pesos. Un hombre flaco, torpe, sortea los escasos focos de luz, avanza pegado a las paredes precarias; cruza la esquina y el súbito relumbrón de un farol escondido define el relámpago de su pelo rubio, denuncia su piel blanca; no sabe que eso lo ha perdido pero alcanza a ver las cinco sombras que lo rodean, a contemplar con asombro los impasibles rostros negros, a conjeturar que eso que penetra en su estómago es la hoja de un puñal. Su cuerpo quedará ahí hasta la madrugada, tal vez hasta el mediodía; perros flacos lo rondarán sin sorpresa, niños parecidos a perros lo husmearán sin lástima. Nada habrá cambiado, sin embargo, en Puerto Príncipe, la capital de Haití; por la tarde, un representante de Papa Doc golpeará las puertas de las embajadas, anunciando que su amo quiere verlos a la media hora. Parapetados en sus coches —el anuncio sorpresivo es una medida de seguridad— los representantes de los pueblos libres del mundo llegarán a la conferencia; las miradas apuntarán a un solo punto cuando aparezca el Jefe de la Revolución, el Presidente Vitalicio, François Duvalier; ahí está, con el pelo blanco, los anteojos finos de carey, la trompa de bull-dog. Lo rodean sus ministros —el mismo negro furioso en la piel— y conversa amablemente; de pronto, alguien —un reportero, un visitante rubio, de piel blanca— se adelanta; aparecen cinco sombras, cinco sables. El hombre cae. Los Tontons Macautes, la guardia personal del Jefe, no ha reconocido al visitante. Los Embajadores y sus secretarios murmuran, se prometen hablar con sus Gobiernos, terminan por aceptar las excusas. Nada ha cambiado en Puerto Príncipe. Esas cosas y otras, no registradas por el periodismo, narran la febril telegrafía oral de quienes estuvieron alguna vez en Haití. De esas cosas, muy pocos hombres se han atrevido a escribir. Tampoco lo hace directamente Jaime Laso, un narrador chileno que alguna vez escribió El cepo, influido por Camus y los existencialistas, exhumó una segunda novela también vacilante, recaló en la diplomacia y apareció, un día, en Puerto Príncipe, en la. Embajada de su país. Fueron meses lentos, llenos de rumores golpistas, de invasiones frustradas, de heridos que buscaban asilo en las Embajadas:, hacia el final, Laso tuvo tiempo de escribir su tercera, su última novela: Black y Blanc. De estructura simple, lineal hasta la exasperación o el hastío, el libro no pasará, seguramente, a la historia de la literatura; Laso no es Pavese, no es Hemingway; eso, que parece una simple perogrullada, es —para el caso— una verdadera lástima. Porque Laso contaba con un material inédito, excepcional. A pesar de todo —del poco talento narrativo de Laso., de sus tropiezos con el idioma, de su ingenuidad— Black y Blanc es un testimonio inédito, tal vez único; una suerte de nota periodística exaltada a narración. El libro enmarca el ambiente diplomático de Puerto Príncipe; ridiculiza algunos funcionarios típicos, insinúa la infidelidad de las mujeres de los funcionarios (sus furiosos y culpables amores con los poderosos nativos), amontona detalles reveladores: el clima tropical exacerba los odios y los vicios, hay quienes desprecian a los negros y hablan con rabia de sus olores, hay quienes les temen secretamente; todos terminan por confesar sentimientos raciales, por corromperse o callar. En las noches, cuando los perseguidos políticos golpean a las puertas, muchos prefieren ignorar el llamado; sólo dos funcionarios —el chileno protagonista, y el brasileño— acceden a recibirlos; será por poco tiempo; el brasileño encontrará el modo de eludir compromisos, el chileno —que es quien narra— terminará negociando con los posibles exilados, recibiendo un sobre mensual del Gobierno para delatar a quienes quieren escapar. Sobre este andamiaje, sucederán loa actos cotidianos: cocteles en distintas Embajadas, encuentros en hoteles elegantes, visitas a prostíbulos atestados de negras prietas, conscientes del poderío que les da su color. Entre esos hechos, el narrador urde una primitiva historia de amor: tendrá un hijo con una mulata altiva, displicente; aceptará la parodia de casarse por la iglesia, apagará todo resto de democrática rebeldía. El exotismo es uno de los atractivos del libro: mujeres que bailan extraños ritos, cantinas impenetrables o sirvientes que son a la vez espías del Gobierno, parecen propios de una novela de misterio antes que de una novela latinoamericana actual. La construcción de Black y Blanc acentúa ese peligro; quien no haya tenido noticias de Haití en su vida, quien todavía conserve en su memoria alguna de esas turísticas fotos diseminadas por Life, puede caer en el error de leer el texto con trivialidad; sólo atendiendo las escasas —y alarmantes— versiones políticas, los hechos que pueden colarse a través de las informaciones (ya se sabe que los Estados Unidos toleran la presencia de Duvalier; “allí no hay comunismo y derrocar a Duvalier sería hacerle el juego a Cuba”, han llegado a decir), puede hacerse una lectura que permita al libro alcanzar verdadera significación. Atando cabos sueltos, leyendo libros que informen —aun sin referencia directa de Haití— acerca de los sangrientos ritos vodúes (en cuyas danzas centrales el jefe de ceremonias blande una espada, y las mujeres se retuercen y abren las piernas para ser poseídas por los dioses, y en las palabras hay un odio antiguo y sangriento), repasando algunas noticias de los diarios (las más recientes: Duvalier acaba de nombrar a su hijo como su sucesor en el poder) se tendrá la verdadera noción de la realidad: un pueblo sometido a fuerza de analfabetismo —un mal que cuadra al 85 por ciento de la población—, un pueblo al que se le hace alimentar, como una flor monstruosa, su propia atadura: la religión exagerada hasta un punto tan bestial que convierte a Haití en una aterradora caricatura del mundo occidental. Jaime Laso murió el 15 de diciembre de 1970, cuando su libro todavía estaba saliendo de las máquinas. Rondaba los cuarenta años; algunos hablaron de una falla en el corazón. Sus amigos chilenos narran que en los últimos días sólo tocaba un tema: pensaba que de algún modo lo alcanzaría la venganza de los Tontons, hablaba de los métodos secretos de los iniciados en el vodu. En una palabra: creía, él también, en la magia de Duvalier. Lo encontraron en la cama, sin ninguna señal. 9/11/71 • PRIMERA PLANA N.º 419 • |