Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Oliverio Girondo
OLIVERIO GIRONDO
VIVIÓ, COMO CABAL POETA DE SU TIEMPO, EN PARIS, EN BUENOS AIRES, EN EL MUNDO. PADECIÓ EL CASI UNÁNIME SILENCIO, QUE SOBRELLEVO DURANTE DÉCADAS.
DESPLEGO SU VIDA A LO GRANDE Y MURIÓ CUANDO SUS COMPATRIOTAS RECIÉN EMPEZABAN A RECONOCERLO.
PERO SUS LIBROS CONTIENEN ALGUNOS DE LOS POEMAS MAS PROFUNDAMENTE EXPLOSIVOS QUE SE HAYAN ESCRITO EN ESTA TIERRA. DESCENDIENTE ESPIRITUAL DE MACEDONIO FERNÁNDEZ, CONTEMPORÁNEO DE GÜIRALDES, BORGES, MARECHAL Y OTRAS GLORIAS DE NUESTRA LITERATURA, OLIVERIO GIRONDO SUPO (QUIZÁ ANTES QUE NADIE) QUE SER ARGENTINO ERA, ENTRE OTRAS COSAS, UN DESAFÍO A LAS LEYES DE LA CHATURA, UNA BOFETADA A LA MEDIOCRIDAD. UNO DE LOS MAYORES POETAS DE LA LENGUA, OLIVERIO FUE TAMBIÉN NAVEGANTE INOLVIDABLE DEL ABSURDO, JERARCA DE LA CARCAJADA, HABITANTE DEL ASOMBRO DE VIVIR.
AQUÍ ESTA NUESTRO PEQUEÑO HOMENAJE; ALGUNOS APUNTES ACERCA DE OLIVERIO GIRONDO.

A veces rotundo
a veces muy hondo
se va por el mundo
girando, Girondo

Decían de él, desde el "Martín Fierro", sus amigos. Nació joven, como todo el mundo, pero a diferencia de sus congéneres vivió y murió joven. Desde aquel 17 de agosto de 1891 en que Oliverio berreó por primera vez su disconformidad con el aire que respiraba hasta aquel día de 1967 en que los diarios dicen que murió, se la pasó embistiendo contra la mediocridad, la tristeza, la torpeza. Para lograr eficacia en sus embates afiló hasta el delirio la palabra, su palabra poética, su poesía, una de las más agudas de la literatura de habla castellana. Y con ella de la mano se fue a decir cosas a quien lo supiera oír. Prefirió la boutade a la solemnidad, la carcajada a la autocompasión, la cachetada solar al beso de la sombra. Renunció —él mismo lo dice— a las sociedades de beneficencia, a los ejercicios respiratorios. Vivió en París, en Buenos Aires, en Madrid, en los barcos y en las corridas de toros, en los cafés y en los zaguanes, en las cavernas y en las estrellas. Conoció medio mundo, tal vez todo y mucho más. Pero no de turista, que recorre todo por arriba y a los tropezones, sino de puro metafísico que era: hasta el fondo, hasta el final, hasta que las velas no ardieran. Un día —con toda seguridad— decidió que lo que él veía y vivía no seria verdad hasta que lo hiciera poema y empezó a escribir. La gente — tan realista cuando le conviene— no quiso creerlo, lo que provocó la airada reacción de Oliverio: “Me importa un pito", se dice que dijo. Y siguió escribiendo y viajando y amando y buscando. Un día dejó —al menos parcialmente— de buscar: conoció a Norah Lange y la vistió de sirena, que era lo que correspondía. Vivió con ella hasta que tuvo que morirse.
Amó los banquetes, quizás porque entre tanta gente su risa báquica tendría el eco que merecía. (Como buen martinfierrista que era, sabía que la vida era cuestión de bienvenidas o despedidas, que eso era de lo poco que merecía subrayarse. Y nada mejor que un banquete para bienvenir o despedir a alguien.)
"Surrealista”, rotularon algunos. "Realista”, dijeron, con mayor acierto, otros. Porque ¿qué mejor comentario al tragicómico desorden en que el mundo ocurre que su desordenado, torrencial, tragicómico verbo? Descendiente de Macedonio Fernández, consanguíneo de Apollinaire, Prevert, Breton y Cocteau, Oliverio Girando no le cupo a la Argentina ni al mundo. Tal vez los sueños, tal vez la libertad, tal vez el viento y el mar fueran su territorio, su medida y su cosecha merecida.
Supo del silencio y de la noche. Hasta que un día alguien se dijo "¿Y Girondo? ¿Por dónde andará?” Lo fueron a buscar a su casa y estaba y lo sacaron para que todos supieran. Y algunos supieron que no era cosa de andar mirando lejos. Que aquí no más vivía, medio duende y medio ángel, uno de los dueños del sol, uno de los pocos y cabales poetas que le quedaban al mundo.
Y Oliverio salió a la calle y miró y estalló en una carcajada. Y después, según cuentan, murió.
Hubo alguien que entendió. Y todo tuvo sentido.
EMILIO GIMENEZ ZAPIOLA

SUS REACCIONES, SU TRANSITAR
• Oliverio escolar se caracterizó por las rabonas, los paseos por el puerto, las huelgas estudiantiles —a las que adhería con singular entusiasmo— y el huevo de avestruz que hizo estallar en la persona de don Calixto Oyuela. En Europa, también estudiante, arrojó un tintero al profesor de geografía que afirmaba que en Buenos Aires, capital del Brasil, había antropófagos. Fue expulsado. Oliverio, no el profesor, claro.
• Se recibe de abogado en Europa, lo que le significó la posibilidad de "conocer mundo" y no ejercer jamás la profesión.
• Alrededor de 1925 se incorpora a la revista "Martín Fierro", de la que fue brillante animador. Escribe una obra de teatro, "La Madrastra", con su amigo Rene Zapata Quesada, que estrena Camila Quiroga en el Apolo. Una segunda obra, "Lo de todos los días", no tuvo esa suerte: uno de les actores, dirigiéndose a quienes le acompañaban en el escenario, debía decir “ustedes son unos imbéciles". Luego, dándose vuelta y señalando al público, completaba "como todos ustedes”. No llegó a estrenarse.
• Paleontólogo y etnógrafo aficionado, viajó a Egipto. También despuntó el vicio en nuestro continente. Conoce a Guillén, a César Vallejo. “Pensaba desembarcar en El Callao y había avisado a Vallejo, que me estaba esperando en el muelle. Pero mi barco no pudo arrimarse: una tormenta amenazaba con arrasar con todo. Vallejo se arrimó en una lancha y aunque yo no lo veía —estaba muy oscuro— escuchaba su voz gritando: «Girondo, Girando». Yo le gritaba «Vallejo, Vallejo», pero de ahí no pasamos”.
• Intentan, estando Oliverio en París, contratarlo para hacer el papel principal de una película que debía rodarse en la Sierra Morena. Hubo de encamar a un contrabandista-violinista, pero rechazó el ofrecimiento con una sonrisa. La misma con que había rechazado una secretaria en la Embajada argentina en Washington, la misma con que recibe veinte mil voces que le gritan “chivo" en una cancha de fútbol.
• Se le ocurrió, una vez, afeitarse la célebre barba. El peluquero, todo sabiduría, se negó.
• Por esos años, Norah Lange regresa de Europa. Girondo la conoce, discute, se pelea, pero ya no puede prescindir de ella. “Esta mujer. .." se queja Oliverio a los setenta años, mientras la mira enternecido. Cuando apareció “45 días y treinta marineros", libro de Norah, hacen una fiesta a la que asisten, entre otros, Pablo Neruda y Federico García Lorca. Los hombres asisten ataviados de marinero. Norah —la única mujer— va de sirena. Oliverio le ha cosido el traje con sus propias manos.
• Antes, en 1923, había publicado su primer libro: "Veinte poemas para ser leídos en un tranvía". Don Ramón Gómez de la Serna, obediente, toma el tranvía 8 de Madrid y comienza su lectura. Concluido el recorrido, don Ramón aún no ha finalizado el libro. Saca nuevamente boleto y pide “hasta el último poema”. Un ejemplar del libro llega —vía Jules Superviene— a manos de Pablo Picasso. Este se sorprende, alaba, se entusiasma por los dibujos —de Girando— que ilustran el texto. Pero Oliverio no se sorprende. En 1925 publica “Calcomanías" y en 1932 "Espantapájaros". A manera de presentación del libro alquila una carroza fúnebre, de esas que transportan coronas de flores. Mete dentro un gran espantapájaros con chistera, monóculo y pipa. Buenos Aires logra sonreír.
• “Lugones comía en casa todos los días —contaba Girondo— porque era amigo de mi hermano Eduardo, que es el único maestro que he tenido. A Lugones no creo deberle nada: ninguno de nosotros viene ni directa ni indirectamente de él. Sólo puede haber una coincidencia de época. Nada más. Lugones ha sido principalmente un orador, pero sin posibilidades de expresarse. Cuando lo hizo, en la época de la guerra, dijo disparates. Pero era una figura de verdadero poder verbal e intelectual. Cuando le mostré el manifiesto de la revista «Martín Fierro» me dijo que lo firmaba sin corregir ni una coma. No era una momia. Era un hombre viviente y simpático. No tengo buena opinión de Lugones poeta: siempre me pareció muy influido. El mejor poema de «Lunario Sentimental» es un mal Laforgue; «Las montañas de oro», un mal Hugo".
• “En mi generación —seguía relatando— había hombres de talento, pero se apartaron de las corrientes vivas del pensamiento. La literatura tiene un cauce profundo; quien se aparta de él no sirve para nada. Desde Rimbaud, hay que ser un poco Rimbaud, y esto no quiere decir que haya que pertenecer a escuelas: yo nunca he pertenecido a escuelas, pero he tratado de beber en lo vivo, no en lo muerto. Aquí los vivientes son los muchachos, por eso prefiero tener amigos jóvenes que gente de mi generación. Me siento más cerca de ellos".
• De los franceses: "No hay un francés que no sepa por anticipado lo que habrá de decir en una reunión. Siempre llevan preparado un tema. En cambio los italianos o los gallegos se nos parecen".
• Descubrió España en diligencia y en burro. En cierta ocasión, la diligencia en que viajaba llevaba una muerta sentada. Además, el vehículo rebosaba de paja. “Es por el frío —explicó el cochero—. La paja da calor y además está llena de piojos, lo que obliga a uno a rascarse toda la noche, a entrar en calor".
• Después viene el accidente: un automóvil cuyo conductor no supo que atropellaba a un gigante, a un inmortal de verdad. Tres años de cautelosa y progresiva agonía. Se siente morir y eso le indigna. Hace un viaje a Europa, pero ya no es lo mismo: no puede caminar.
• Murió de prepo, a contrapelo, como mueren los grandes. Nadie supo darle las respuestas que él buscó como pocos. Pero no se lo olvida: aún se ve pasear su sombra contundente por las madrugadas de su Buenos Aires. Aún quedan sus versos, su anacrónico perfil de mago apabullando el siglo que, infructuosamente, trató de ignorarlo.

Revista Gente y la actualidad
13.05.1971

Oliverio Girondo

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