Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Economía
Los caminos que andará Pugliese
"Estoy satisfecho porque creo que ha sido una buena designación." La frase, pronunciada por Ricardo Balbín inmediatamente después de haber jurado Juan Carlos Pugliese como ministro de Economía, pudo haber parecido inmodesta para la mayoría de los asistentes, interiorizados de la influencia decisiva del jefe del partido oficialista en la decisión del presidente Illia.
Durante la semana habían trascendido algunos detalles de una ilustrativa conversación de Balbín con dirigentes empresarios en un local de la calle Hipólito Yrigoyen, coincidente con el anuncio del nombramiento. En aquella oportunidad, el líder radical dio muestras de disconformidad con algunos aspectos de la conducción económica, referidos más bien a determinados funcionarios que al fallecido Eugenio Blanco. Al recoger una crítica acerca de la forma precitada en que se salió a buscar financiación exterior para el Plan de Desarrollo, Balbín dijo que él y Blanco pensaban que en realidad debió haberse completado antes el Plan en todos sus aspectos. Sólo la empeñosa insistencia de Félix Elizalde hizo que estos términos se invirtieran.
La prevención sobre Elizalde y algunos miembros de su grupo quedó luego refirmada cuando Balbín atribuyó algunos errores actuales a la subestimación que los técnicos tienen por los políticos: "El gobierno debe ser conducido por los políticos y no por los técnicos; éstos pueden ser un importante aval para orientar al gobierno, pero no deben tener a su cargo las resoluciones. El gobierno de Frondizi, que fue un neto gobierno de técnicos, no logró resolver en ningún momento los candentes problemas sociales que iba creando en el campo de la conducción económica."
Quienes escucharon esos conceptos no dudaron de que Ricardo Balbín había manejado entonces toda su influencia para que se designara en Economía a un político activo. Otros informantes completaron esta versión asegurando que, dentro de ese esquema, Pugliese no era el único candidato: figuraba también, con igual complacencia del jefe del radicalismo, Antonio Troccoli. Pero Illia, que debía optar en definitiva, optó por el candidato de mayor edad y, por lo tanto, el que mejor correspondía a la imagen que había proyectado en una reunión con sus colaboradores dilectos, de la que dio cuenta PRIMERA PLANA en su edición anterior, "un hombre duro, pero buen negociador, que pueda tener ascendiente para hacer de nexo entre los muchachos".
Acerca de los antecedentes del nuevo ministro fue bastante ilustrativa la reacción de Julio César Cueto Rúa, quien fue informado de la designación en el curso de un reportaje televisado. Los periodistas le preguntaron qué opinión le merecía el nuevo ministro, y Cueto Rúa contestó sorprendido: "No sé. No conozco a ningún economista de ese nombre."
Juan Carlos Pugliese tampoco se considera economista, y él mismo lo puntualizó el día en que asumió oficialmente su cargo. Pero de cualquier manera, a esta altura de su gestión, ya se encuentra convenientemente informado sobre los asuntos que deberá encarar en los próximos meses: reforma impositiva, presupuesto fiscal y negociaciones con el Fondo Monetario Internacional. Estos tres temas se encuentran estrechamente ligados al lanzamiento y ejecución del Plan Nacional de Desarrollo.
En los diez días transcurridos desde que se anunció su designación, Pugliese fue minuciosamente informado por los hombres del equipo económico que se conservan en sus puestos, y particularmente por García Tudero y Roque Carranza, acerca de algunas sutiles interrelaciones de los asuntos en estudio. Esas explicaciones pueden sintetizarse en los siguientes términos:
• El problema clave que afronta el gobierno en el orden económico es la obtención de recursos para financiar el Plan de Desarrollo. Lo que importa es conseguir recursos genuinos, ya sea del exterior o nacionales, y para lograrlos interesa especialmente la reforma impositiva en curso.
• Considerando que los egresos presupuestarios son poco flexibles y no podrán reducirse sensiblemente, sólo resta para la obtención de recursos financieros genuinos en el orden interno, un aumento en la percepción de los impuestos, lo que está previsto en la reforma tributaria; se reducirán la tasa del impuesto a las ventas y el monto de ingresos no imponible, pero en compensación se ampliarán las zonas de imposición en ventas y en el sector agrario, y se incrementará la tasa del impuesto a la herencia.
• La mayor recaudación impositiva tendría que llegar a enjugar una buena parte del déficit presupuestario —que ha llegado a su nivel record con un monto total del orden de los cien mil millones de pesos y una relación del cincuenta por ciento sobre los gastos totales— para tener alguna posibilidad de éxito en la búsqueda de recursos externos, los que deberían representar de un diez a un doce por ciento de la inversión bruta total.
Lo anterior se explica por el hecho de que el gobierno haya buscado que el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (Banco Mundial) actuara como su agente en la recepción de fondos del exterior. El BIRF tiene en estos momentos una misión en la Argentina, revisando cuentas y recabando datos de manera tal que si no lleva la seguridad de que el presupuesto se sanea y el déficit comienza a reducirse, será estéril todo lo que se haga para procurar préstamos.
De que la reforma impositiva tenga visos de concretarse y fructificar y que se evidencien progresos en la contención del déficit dependerá el éxito de la misión que el ministro Pugliese debe realizar en Tokio en el reunión que el Fondo Monetario Internacional iniciará dentro de dos semanas. Allí deberá demostrarse que existe en marcha una política fiscal encaminada a un decrecimiento progresivo del déficit, y que Argentina cuenta con financiación interna adecuada como contrapartida de los recursos externos que se procuran.
De esta manera, el proyecto de reformas tributarias preparado por el secretario de Hacienda, García Tudero, ha pasado, tal vez impensadamente, a convertirse en la piedra angular de la gestión que emprendió hace una semana el ministro Pugliese.
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El dólar que sobe
Por Julio Gottheil
El dólar ya no se cotiza a 138 pesos, sino a 144. El Banco Central ha dejado que suba esos pocos puntos con el simple procedimiento de retirarse del mercado y volver a entrar cuando el precio había llegado a su nuevo nivel. Detrás de todo esto hay mucho que analizar.
Lo más evidente es que una buena parte de la gente está acostumbrada a considerar el nivel cambiarlo estable como indicador de salud económica. Extremando la nota, todavía se oye decir a ciertas personas que habría que procurar volver al dólar que costaba cuatro pesos, como "en los buenos tiempos". Esta atribución de efectos mágicos al nivel estable del mercado cambiario y este amor especial por los cambios bajos han creado una deformación demagógica en los gobiernos (el actual, entre otros), que procuran mantener, de todas las maneras posibles, el cambio de la moneda extranjera artificialmente bajo en lugar de dejarlo fluctuar moderadamente. Así, de tanta artificialidad, el país sufre después sacudones como los de principios de 1959 y de mayo de 1962, en los que el precio de las monedas extranjeras puso al día tan bruscamente que el país padeció largamente sus consecuencias.
Es indudable que si nuestro mercado cambiario estuviera naturalmente estabilizado, podríamos concluir muchas cosas favorables. Sería indicio de una balanza de pagos equilibrada, de un presupuesto razonablemente balanceado, de un equilibrio entre la expansión de la producción y los medios financieros disponibles. En pos de un ideal así hay que ocuparse de influir positivamente en la balanza de pagos, reordenar los gastos e ingresos del Estado, etcétera.
Como nuestro mercado cambiario es inestable y tiene desde hace casi veinte años una tendencia permanente al alza, muchos argentinos prefieren que se lo regule mediante la oferta del Banco Central o dejando de comprar para el fisco todas las divisas que estacionalmente produce el país. Proceden como los neuróticos, que se niegan terminantemente a ver las cosas como son. Cuando después la realidad los golpea —cuando se agotan las reservas de divisas—, el precio de la ceguera lo paga el país entero con recesión, quiebras, desocupación; en síntesis, el efecto cíclico de nuestra economía, que se ha tragado hasta ahora todos los repuntes de crecimiento.
Como no nos gusta el sentido que toman las cosas, reprimimos artificialmente los efectos visibles e ignoramos las causas. Como si el médico descompusiera el termómetro para no darse cuenta de la fiebre, y omitiera tratar la causa desencadenante de la enfermedad. Una medicina más sabia señala que hay que utilizar la expresión de los síntomas para ubicar las causas y atacarlas en su verdadero campo de acción.
Aparte del efecto psicológico negativo sobre los ignaros, el aumento de precio de las monedas extranjeras tiene un efecto regulador sobre todos los procesos económicos vinculados con el exterior. En forma indirecta influye sobre toda la economía. El alza de los precios de cambio estimula las exportaciones y contrae las importaciones; estimula las inversiones y desalienta la salida de capitales. Dado que el alza se produce como efecto de una insuficiente exportación, excesiva importación, insuficiente inversión y alta salida de capitales, tiene un efecto positivo sobre la economía en general. No olvido que los precios internos también suben, por lo que se contraen los consumos, cosa que me parece nociva únicamente en la medida en que afecte a las necesidades esenciales.
La decisión del gobierno de dejar que suba el dólar me parece excelente; en parte porque espero que siga aplicando esta técnica en la medida de lo necesario. Lo grave de un mercado cambiario inestable es que permite la especulación. Si el Banco Central interviene para evitar las fluctuaciones bruscas y orientadas por el mercado especulador, evita el problema. En cambio, si interviene para montar toda oscilación (o más bien, toda tendencia al alza), facilita la gran especulación de los grandes saltos y su contragolpe ruinoso.
Todo esto no tiene mucho que ver con el actual régimen de control de divisas, ya que con o sin él, el Banco Central puede influir en los precios. Distinto sería un control de cambios con tasas fijas y permisos previos.
PRIMERA PLANA
25 de agosto de 1964

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