Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Houssay en pantuflas
DENTRO DE UN MES CUMPLIRA 81 AÑOS. VIVE METODICAMENTE, SE LEVANTA A US 6 DE LA MAÑANA, Y RECUERDA SU VIDA CON ASOMBROSA LUCIDEZ. CONFIESA QUE HACE CINCO AÑOS NO SE HACE UN TRAJE Y QUE LE PREOCUPA ENGORDAR. BERNARDO HOUSSAY, UNO DE LOS CIENTIFICOS MAS IMPORTANTES DEL MUNDO, ABRE LAS PUERTAS DEL SER HUMANO PARA QUE USTED LO CONOZCA MAS ALLA DE LOS TUBOS DE ENSAYO Y LOS INTRINCADOS TRATADOS QUE LO HICIERON FAMOSO. NOSOTROS LO VIMOS COMO UN MILAGRO.

El próximo 10 de abril cumplirá 81 años, pero sigue siendo el mismo niño prodigio que sorprendiera a todos terminando sexto grado a los 8 años, el bachillerato a los 13, recibiéndose de farmacéutico a los 17 y de médico a los 24.
—Empecé a leer a los 5 años. Recuerdo que la niñera de mi hermano le leía en voz alta las cartillas y luego yo hacía lo mismo de memoria. Cuando ingresé en la escuela me pasaron inmediatamente a tercer grado, al mes siguiente a cuarto y cuando cumplí 8 años mis maestros decidieron que ya estaba en condiciones de pasar a 1er. año. Hice el secundario en el "Colegio Británico", en Bolívar 563, pero daba los exámenes en el Colegio Nacional. Creo que para esta meteórica carrera me ayudó mi buena memoria, mi rapidez y mi constancia.
Sí, Bernardo Houssay mantiene mucho de niño en su mirada traviesa, en su risa franca que se le escapa detrás de su tímido bigote que parece terminar demasiado rápido, en la agilidad de su cuerpo pequeño, en la crueldad con que dice lo que siente y después se olvida. Recuerdo que yo llegué unos minutos tarde a la entrevista. Cuando entré estaba sentado frente su escritorio del 3er. piso del
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, donde es presidente Ad Honorem desde hace 10 años. Sin tenderme la mano, sin mirarme, pero con firmeza me dijo:
—Yo soy puntual por dos motivos: primero porque organiza mejor mi tiempo y me alcanza para hacer más cosas, y segundo: porque espero a los demás.
Creo que sólo fue por mi azoramiento y sorpresa que no volví sobre mis pasos y escapé.
—Dr. Houssay, en cuanto al respeto... yo... usted...
No me oyó "La cosa empieza mal" —pensé yo. Pero no tuve tiempo de seguir lamentándome. Con un gesto cariñoso —compasivo quizá— me tendió la mano.
—Venga, m'hijita, siéntese. Vamos a ser buenos amigos a pesar de todo.
Durante un rato no pude hablar. Sólo lo escuchaba y pensaba que quizá la palabra prodigio le quede chica. Bernardo Houssay es un milagro. Es un gigante que se transforma cuando a las 6.30 de la mañana se levanta para iniciar sus tareas que no interrumpe hasta las 11 de la noche, cuando habla del futuro como si recién comenzara a vivir.
—Sólo es viejo quien no puede admirar más, quien no ve todos los días cosas nuevas y se sorprende. Yo siempre vivo pensando en el futuro. Quizá usted piense que soy demasiado viejo para pensar en el futuro, pero si no lo hiciera sería no solamente viejo, sino también estúpido.
—Dr. Houssay, la posición de sus padres, ¿no le ayudó para hacer todo lo que hizo?
—No, creo que lo hubiera hecho igual. Mire, mi padre era abogado recibido en Francia y profesor de literatura española en Burdeos. Recuerdo que en Buenos Aires tenía el estudio en la calle Moreno, al lado de "La Prensa". Cuando terminé mi bachillerato pasé por ahí como lo hacía todos los días, y esa vez me hizo sentar y me habló como un hombre: "Mirá, Bernardo, yo creo que te convendría dedicarte a los negocios." Pero yo tenía una meta.
Y a cualquier precio la cumpliría. "No se aflija —le contesté, yo mismo me voy a costear los estudios". Y así fue como ingresé en la farmacia del Hospital Francés, donde me pagaban $ 10 por mes y me daban casa y comida. Hacía dos veces por día el viaje hasta la Facultad caminando. Caminaba más de 80 cuadras porque el dinero no me alcanzaba.
—¿Usted se considera un ejemplo?
—Sólo parcialmente, porque no llegué a hacer todo lo que pude. Justamente es el gran defecto de los argentinos, no perseverar ni tener precisión en el trabajo.
—¿Y cuál sería su consejo?
—Yo tengo un lema que nunca falla: trabajar con el máximo de intensidad posible en algo que a uno le guste y cree que es útil.
Él acababa de decir que no se consideraba un ejemplo. Pero creo que sólo por su timidez y por su desapego total por todo lo material pudo haber dicho eso. Trabaja sin pausa todo el día y no tiene tiempo de sentirse cansado ni de enfermarse. A lo largo de su larga y fecunda carrera como científico recibió el título de Dr. Honoris Causa de 28 Universidades, es Profesor Honorario de 15 y Académico de 39 Academias. 300 Sociedades Científicas lo cuentan entre sus miembros y, en el año 1947, recibió de manos del rey Gustavo
V, un premio Nobel de Fisiología y Medicina que honra al país.
—Sin embargo me emocioné menos que cuando en 1935 recibí en París una distinción, porque en esos momentos vivían mis padres, y yo les daba por primera vez una gran satisfacción.
Tiene gran sentido del humor.
—¿Quiere que le cuente cómo conocí a mi esposa?
—Sí, claro.
—Ella estaba preparando su tesis sobre toxinas y antitoxinas para recibirse de química. Un día llegó hasta el Instituto Bacteriológico, donde yo trabajaba, para pedirme una muestra de ponzoña de serpiente para trabajar. Nos miramos y ahí comenzó todo. Esta es una demostración más de que desde Adán y Eva el hombre y la mujer no pueden trabajar impunemente con serpientes.
—¿Fue muy feliz?
—Terriblemente feliz. Mi esposa era admirable. Yo sentía verdadera admiración por ella. Tenía una abnegación y una bondad nada común, todos los amigos la adoraban. Tuve tres hijos varones. Ellos siempre se reían cuando su madre, ya en los últimos tiempos, les decía: "Hoy voy a salir con las chicas". Las chicas tenían más de 50 años. Justamente, mi mayor dolor fue hace 6 años, cuando ella murió. No me podía resignar a perder, así, de pronto, la suerte de haberla encontrado, ¿me entiende? Se llamaba María Angélica Catán.
—¿Ahora vive solo?
—Sí, en la misma casona que hice construir hace ya 44 años, cuando estaba por nacer mi hijo menor, en Viamonte 2760. Me acompaña doña Tránsito, la cocinera, que no sabe leer ni escribir, pero que cocina como los dioses, y por un mucamo.
—¿Qué le gusta comer?
—Mire, conozco la comida más refinada del mundo y también los mejores vinos, pero me gusta comer muy poco porque no hago casi ejercicios y no quiero engordar. No tomo vino sino por excepción.
—¿Tampoco fuma?...
—Dejé de fumar a los 30 años, cuando comprobé los inconvenientes del tabaco. Fumar es una costumbre como cualquier otra, que se puede dejar en cualquier momento. El hombre vive sometido a tres estímulos importantes: el alcohol, el tabaco y la cafeína, entre los que podemos nombrar la cola, el mate, el café, el té y la guaraná, una hierba que machacan los indios del Brasil y con la cual hacen una infusión. Los tres provocan acción sobre el sistema nervioso. Pero son estímulos poco dañinos. Quizá el alcohol es el más peligroso, porque se puede llegar más rápido a excesos.
—En los Estados Unidos la juventud consume grandes cantidades de ácido lisérgico. ..
—Gran error. El LSD es más dañino que la marihuana porque puede alcanzar transtornos mentales definitivos, y, sobre todo, porque puede dañar los cromosomas que rigen la herencia.
—¿Qué piensa de los "hippies"?
—No es nada nuevo. Desde que yo me acuerdo existe el spleen, (no hay nada importante) o sea la tristeza y el desinterés en la sociedad por parte de los jóvenes. En la Argentina el movimiento "hippie" no entró con fuerza ni entrará porque nuestra sociedad, aunque no lo reconozcamos, vive adherida a un factor de cohesión familiar muy grande.
—Pero la rebeldía existe. . .
—Es una rebeldía inútil. Creen que todo lo anterior no sirve, entonces desencadenan la violencia como una forma de rebelión. Pero, paradójicamente, se autotitulan pacifistas, y son sólo sucios y parásitos. Lo mejor que podrían hacer es trabajar, luchar, adquirir responsabilidades a tiempo. No hay nada mejor que proponerse un ideal y luchar para conseguirlo.
—¿Dr. Houssay, usted se siente más cómodo como profesor, investigador o médico?
—Soy en realidad las tres cosas. En 1910 empecé a ser profesor de fisiología en la Facultad de Veterinaria. Luego pasé a la Facultad de Medicina como profesor de la misma materia, hasta que tuve el honor de ser destituido en 1943. Dos años después se dejó sin efecto la destitución, pero al poco tiempo me volvieron a sacar, hasta que en 1955 me nombraron de nuevo. Como ve, mi carrera como profesor es muy accidentada. Como médico casi no ejerzo. Pienso que mi verdadera actividad es como fisiólogo. ¿Sabe usted a qué se dedican los fisiólogos?
—No, casi nada. . .
—Estudiamos los fenómenos propios del ser viviente: células, circulación, reflejos, sentidos, sistema nervioso y adaptación del hombre al medio ambiente. Actualmente trabajo con muchos discípulos míos en el laboratorio de la calle Obligado en todo lo que se refiere a glándulas de secreción interna. Ahora está de moda la biología molecular, o sea el estudio de todos los fenómenos que tienen lugar dentro de las células: formación de virus, enzimas, mecanismos de la herencia.
—¿Algún descubrimiento importante logró en sus investigaciones?
—Sí, hubo muchos. Descubrimos, por ejemplo, una sustancia, la angiotensina, de origen renal, que cuando se encuentra en exceso provoca hipertensión, y que regula la producción de una hormona suprarrenal: la aldosterona.
Interrumpe su explicación. Quiere cambiar el tono de la charla.
—¿Sabe cómo nació todo este descubrimiento? Yo visité una vez Londres y una doctora me mostró los trabajos que estaban haciendo con la aldosterona. Eso me dio una idea y aquí seguimos las investigaciones. Ella me seguía escribiendo y un día me comunica que se casa con el médico que trabajaba en el mismo equipo. No hay caso, el matrimonio, como la fagocitosis, depende del número de contactos.
—¿Dr. Houssay, no le gusta la ropa moderna?
—Hace más de cinco años que no me hago un traje. Tengo algunos que son del año 1924 y que aún los uso. Tenía un sastre muy bueno, Del Priore, que ahora se jubiló, así que sería un problema en estos momentos hacerme ropa. Yo todavía recuerdo la época en que un traje de primera calidad, en tela inglesa, costaba $ 170.
—Pero los tiempos...
—Sí, ya sé, cambiaron, pero yo sigo siendo el mismo. Ni aún de joven bailaba, aunque creo que soy muy alegre y me encanta el humor. Mi vida la dediqué a la formación de jóvenes investigadores y a la ciencia.
—¿Dr., cuáles son sus discípulos que recuerda con más cariño?
—Oh, hay muchos. Está, por ejemplo, Virgilio Foglia, que actualmente ocupa la Cátedra de Fisiología que yo tuve durante mucho tiempo. También recuerdo a Eduardo Braun Menéndez, ya muerto, a Luis Leloir, a Oscar Orias, profesor en Córdoba. Tengo alumnos en casi todas las Universidades del país y en machas del extranjero.
—¿Notó alguna diferencia entre los estudiantes nuestros y los extranjeros?
—Sí, por ejemplo en la India me sorprendieron las preguntas insólitas que me hacían. Allí consideran que al maestro hay que escucharlo como un oráculo. ¿Sabe qué me preguntaban?: "¿Dr., qué debo hacer para mejorar mi espíritu?" Aquí nunca preguntan eso... O: "qué cualidades debo perfeccionar para ser un verdadero hombre de ciencia?" Creo que nunca se olvidaron de mis lecciones. También me impresionó el Japón. Tiene una finura, una delicadeza artística impresionante. En realidad, de cada país busco siempre lo más interesante. No hay que fijarse nunca en lo malo. Eso es tonto.
—¿Nunca estuvo tentado de dejar nuestro país?
—No me moví ni me moveré del país. Hay que luchar aquí, aunque se pague 2 ó 4 veces menos que en cualquier país de América latina, incluso. ¿Sabe cuánto gana en Chile, Centroamérica, un profesor universitario?; 800 dólares por mes, y en Brasil 1200 dólares por mes, llegando a 1500 en el caso de los investigadores. En la Argentina el profesor full-time de más sueldo puede llegar a ganar 500 dólares por mes.
—¿Cuál es la asignación con que se maneja este Consejo?
—Desde el año 1963 nos dan 2.000.000 de dólares por año, y no nos han modificado desde entonces. En el Brasil duplican el presupuesto cada año, y actualmente un Centro de Investigaciones tiene 15.000.000 de dólares por año.
—¿Cuál es la función de este Consejo?
—Elegir a los profesionales que tengan condiciones y voluntad para seguir estudios, y becarlos. Actualmente hay más de 300 personas sostenidas por nosotros, 180 becarios en el país y 60 en el extranjero. Nuestro gran problema es que después de tanto esfuerzo tengan aquí condiciones favorables de trabajo.
—¿De qué vive usted?
—Aquí en el Consejo no cobro un centavo. Sólo percibo en el laboratorio mi sueldo como profesor universitario. Vivo modestamente, no tengo coche, no me doy lujos. Mi vida está dedicada a otra cosa, y sólo se paga eso con el gusto de hacer lo que a uno le parece útil. Hacerlo con total dedicación. Sí, vivo modestamente, pero intelectualmente gasto una fortuna. Felizmente, los problemas en la vida no son de dinero.
—¿Tiene muchos problemas?
—Aquí en el Consejo tengo por día 2 ó 3 disgustos grandes. Yo los estudio con tranquilidad y lucho, nunca me doy por vencido. (Sonríe). Y a veces, se arreglan...
—¿Usted sigue aprendiendo?
—Uno nunca se puede detener. Hablar con la gente es una experiencia que deja un saldo muy positivo. ¿Sabe lo que hicieron los japoneses después que perdieron la guerra? Antes de pensar en reconstruirse meditaron sobre las cualidades que habían demostrado
los enemigos y que sus hombres no poseían. Eso se llama aprovechar todo, hasta la guerra.
—¿Tiene muchos enemigos?
—Hago demasiadas cosas para no tener enemigos.
—¿Su mayor defecto?
—No trabajar más.
—¿Su mayor virtud?
—La obstinación.
—¿Se arrepiente de algo?
—Sí, de no haber sido más decidido, atrevido, quizá, en muchos trabajos científicos. ¿Sabe lo que pasa? Que en nuestro país trabajamos con obstáculos. Trabajar, en la Argentina, es un problema de convicción y de obstinación.
Él no lo menciona, pero hace muy pocos días regresó al país después de haber presidido en Venezuela una importante Comisión de Expertos reunidos por iniciativa de los Presidentes de América Latina. La conclusión fue clara: hay que impulsar el desarrollo de la Ciencia y la Técnica y elevar el nivel de las investigaciones. Es quizá lo mismo que, sin congresos previos, él hace en la Argentina desde hace muchos años. De ahí que fuera nombrado presidente. Pero su explicación encuentra una salida humorística: "Cuando se realiza algún congreso o algo parecido, se preguntan: ¿Quién es el "personaje", así, entre comillas, de la Argentina? Y no sé por qué mi nombre siempre cae. Y yo estoy ahí". Sin embargo, prefiere recordar de su último viaje el hecho de que se realizó en la ciudad de Maracai, la misma donde vivió el dictador de Venezuela, Gómez.
—Detesto a los dictadores, porque lejos de hacer progresar a un país le hacen perder un tiempo precioso que luego cuesta recuperar. Tampoco Houssay lo dice, pero en este viaje fue nombrado profesor Honoris Causa de la Universidad de Oriente, en Cumaná. Se lo recuerdo.
—Esa Universidad está en uno de los lugares más lindos de Venezuela: cerca de la boca del Orinoco y frente a la isla Margarita. ¿A usted le gusta viajar?
—Sí, ¿y a usted?
—También, pero no en avión. Lo hago por razones de tiempo, en barco sería demasiado. Yo no puedo perder tiempo. Nadie puede perder tiempo.
A los 81 años, después de acumular menciones que él mismo declara escandaloso detallar, Bernardo Houssay considera que no puede perder tiempo.
Su imagen apacible, su hablar pausado, no condicen con la vitalidad y la pujanza que tiene. Pero lo que más sorprende es, quizá, la seguridad con que habla.
—¿Nunca tuvo miedo? Quiero decir, ¿nunca se sintió inseguro?
—Oh, sí, ¿quién no? Pero a los 5 años tuve mi primera experiencia. Vivíamos en una casa en Lanús, que aún está, a la vuelta de la estación. Enfrente había un tambo. Recuerdo que un día me dejaron solo y me dijeron que esperara. Al rato las vacas empezaron a acercarse y me olían. Yo me sentí muy desamparado y tuve miedo. Pero me convencí que sólo yo podría superarlo. Y con lucidez me quedé quieto hasta que las vacas se cansaron de merodearme. Y otra vez el valor, ¿se da cuenta? No hay nada en la vida que no se consiga si uno se lo propone y trabaja concientemente para lograrlo. ¿Se da cuenta lo que eso quiere decir?
No sé si hasta ese momento lo sabía, pero creo que después de hablar casi dos horas con Bernardo Houssay lo aprendí. Aún ahora, cuando escribo esto, me lo imagino con su delantal blanco, agachado sobre una mesa de operaciones, donde ratas y perros pagan el precio de sernos útiles. Me lo imagino así, trabajando sin pausa, pensando en todo lo que aún puede hacer por el futuro.
Había dicho un rato antes que no se consideraba un ejemplo. No, claro que no. Bernardo Houssay no es un ejemplo. Es un milagro.
Renée Sallas
Fotos: Eduardo Forte
Revista Gente y la actualidad
7/3/1968

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