LOS EMPRESARIOS REVISTERILES OPINAN SOBRE LAS COTIZADAS ESTRELLAS DEL ESPECTACULO
Vedettes, un festival de curvas y pesos
Cincuenta años después de estrenada en Buenos Aires la primera revista, los porteños asisten a un verdadero renacimiento del género: nuevas salas, pimpantes vedettes, fastuosas escenografías, apenas logran ocultar, tras las resplandecientes bambalinas, la agria polémica en que se debaten los empresarios. La historia de un ballet donde refulgen los millones

Ninguno de los solemnes, apacibles porteños que allá por el año 1924 se dispusieron a alegrar el ojo con El Bataclán, una troupe de alegres y esbeltas francesitas lideradas por Madame Rasimí, sospechó por entonces que asistía a una incruenta, rosada revolución. En efecto, a partir de ese entonces comenzó a crecer una especie hasta entonces desconocida en el teatro frívolo de Buenos Aires: la de las bataclanas, un afiatado conjunto de señoritas tan livianas de seso como de ropa, específicamente adiestradas en flexionar las piernas con cierta simultaneidad. Hasta ese año clave de 1924 las verdaderas vedettes eran los cómicos —una dilatada lista que abarca desde Florencio Parravicini a Pepe Arias— en desmedro de coristas y bailarinas relegadas a un inexorable segundo plano. Fue necesario el advenimiento del desenfado francés para que las estrellitas vernáculas se avinieran a actuar a pierna desnuda: hasta ese momento, la pacata moralina de la época les imponía el uso de una malla color carne. Claro que según algunos memoriosos las chicas armaron un revuelo bárbaro, por cuanto calificaron el abandono de la malla como "un verdadero atentado al pudor". Por supuesto, el éxito de taquilla que reportó el nuevo estilo las decidió a abrazar con entusiasmo el novedoso, nudista evangelio.
Ahí nació sin duda el gran espectáculo revisteril "a la francesa", un género que se alzó hasta hoy con las máximas recaudaciones del ámbito teatral. Por espacio de 50 años el culto admitió dos únicos reductos para convocar a la vasta feligresía de noctámbulos —en su mayoría hombres solos— desperdigados entre la fila o el paraíso: El Nacional y el Maipo, intermitentemente acompañados por el Teatro Florida, un tercero en discordia que desde la vieja galería Güemes proponía inenarrables verdosidades. Pero en 1974 —medio siglo después del arribo de las sediciosas francesitas de Madame Rasimí—, el género estalló en un sonoro, denodado boom: los dos colosos revisteriles vieron crecer enderredor nuevas salas que compiten en los millonarios bordereaux; las inolvidables diosas de la pasarela compartieron el cartel con sinuosas recién llegadas provenientes de la televisión y el cine y a favor de la onda nostálgica —la misma que impuso a Humphrey Bogart y Cary Grant en los film publicitarios—, una legión de jubiladas volvió a probar fortuna bajo las candilejas, en una suerte de volver a vivir del espectáculo revisteril.
Para escrutar ese rosado, frívolo universo, Siete Días entrevistó a Carlos A. Petit (verdadero zar del género, ex patrón de El Nacional, actualmente afincado en el Cómico), a Antonio Prats (69, casado, director artístico del Maipo) y a Hugo Sofovich (34, casado, quien con su hermano Gerardo lidera dos nuevas salas, el Astros y el Sans Souci, responsables de una movida de piso a los empresarios revisteriles, en una epopeya que algunos graciosos denominan "la revolución rusa").

LA BATALLA DE LAS CURVAS
Esta revolución revisteril está muy lejos de ampararse en el altruista slogan de "Ni vencedores ni vencidos". Por el contrario, la imprevisible ofensiva de los Sofovich con el tándem Nélida Roca-Susana Giménez, la seducción ejercida desde el Maipo por Nélida Lobato y Katia Iaros, obligaron en buena medida a Carlos A. Petit a arriar su programa del Cómico liderado por Moria Casán y Estela Raval. "Este espectáculo fue pensado para corta exhibición. No teníamos mayores expectativas", se defiende Petit, aunque no tarde en enrostrar a la competencia el empleo abusivo de sus recursos promocionales: "Ellos, Héctor Ricardo García y Alejandro Romay (empresarios del Astros y El Nacional), que manejan dos canales televisivos y un diario, disponen de un aplastante poder publicitario para hacernos retroceder. Pero yo les digo que tengan cuidado: a menudo una hormiguita loca logra hacer tambalear a un elefante", fumiga Petit, quien también vaticina que ese éxito no puede durar. "Las recaudaciones de los primeros meses no son significativas. Acá no hay turismo, como en París o Nueva York. Hay que ver qué pasa dentro de un par de meses: el cachetazo puede ser duro para ellos", sentencia.
Para nada dispuesto a ofrendar la otra mejilla, Hugo Sofovich repelió: "A los que gustan hablar del monopolio teatral quisiera preguntarles qué pasaba siete años atrás cuando sólo había dos teatros de revistas. Si las vedettes no aceptaban el cachet propuesto por una de las salas, estaban inhibidas de trabajar para la otra. La necesidad las obligaba a hacer dobletes en el Tabaris o el Marabú. ¿Esos no eran monopolios?"

EL SALARIO DEL MEDIO
Es un persisten enigma del mundo revisteril saber a cuánto ascienden los ingresos de las máximas divas. "No me lo pregunte porque no se lo voy a decir", dijo Sofovich poco antes de que Siete Días indagara sobre la cotización de los meneos de Nélida Roca y Susana Giménez. Pero entre los jugosos emolumentos de las notorias vedettes (enriquecidos a menudo por un porcentaje sobre las recaudaciones: en el caso de Nélida Roca hay un seguro de no menos de 20 millones mensuales por si el porcentaje no cubre esa cifra, aventura el directivo del Astros), entre esas retribuciones de vértigo y las relativamente modestas cosechadas por el proletariado danzante, hay algo así como un salario del medio, sujeto a la siguiente escala: sueldo mínimo, 250 mil mensuales; si exhiben el busto desnudo, un plus de 20 mil; las bailarinas y segundas vedettes cosechan sumas que van desde los 600 mil al millón mensual. Triste destino el de las sufridas bataclanas de otrora, las que sólo embolsaban entre 120 y 140 pesos por mes, en los tiempos en que el dólar costaba 4 nacionales, claro. Pero esa época —,evocó Prats, del Maipo—, un actor de primera línea ganaba entre mil y mil quinientos pesos por mes.
Naturalmente, para abonar los multimillonarios cachets de la actualidad los empresarios cuentan con ingresos que ningún otro género teatral pudo imitar jamás. Así, el primer mes del Astros (1.147 localidades) cosechó 250 millones de pesos viejos; el recién llegado Sans Souci (pensado para turistas, con capacidad para 300 personas) recaudó en sus 15 primeros días 30 millones, luciendo a las hermanas Ethel y Gogó Rojo y Juan Verdaguer. El Maipo, con 800 localidades, embolsa mensualmente 130 millones. El Cómico, con la ya paralizada Banana mecánica, recaudó igual suma pero en dos meses.
La feligresía que obla estas siderales sumas varía según día y hora: de martes a viernes se concentra un público predominantemente masculino, de buen nivel económico. Los sábados, numerosas familias atosigan las localidades en las dos funciones nocturnas, mientras que la trasnoche suele coronar la módica juerga de la patota suburbana, poco antes de engullir la pizza de madrugada.
Por supuesto, el semillero de las futuras vedettes lo conforman las esforzadas chicas de la pasarela, igualmente oscuras, igualmente anónimas. A veces, un eventual reemplazo abre los ojos del empresario. Según el veterano Petit, una bailarina debe trajinar entre 7 y 10 años antes de convertirse en vedette. "Un ejemplo de esto lo configuran Zulma Faiad, Nélida Roca y Nélida Lobato", aunque admite una excepción: la de Susana Brunetti, " a quien sólo le bastaron cinco días como corista para encaramarse a los primeros puestos".
Todos los consultados del show-business admiten que la venerable Nélida Roca es el gran mito del mundillo revisteril. En tren de comparación con la Giménez, Sofovich aduce que ambas no sólo gustan a los hombres sino también a las señoras. Prats las compara bajo un sesgo más poético: "Una es un hermoso crepúsculo; la otra, un bello amanecer".
Las dos Nélidas —según los consultados— poseen "duende"-"ángel" y otras vaguedades que sirven para definir lo indefinible: ambas son de Géminis; desde que la Roca fue descubierta por Luis César Amadori, cuando cantaba en la confitería Richmond, de la calle Esmeralda, sus gatunos desplazamientos, su caudaloso físico le valieron el pimpante mote de "Venus de la calle Corrientes". Claro que mientras la Lobato es una eximia bailarina y una discreta cantante, la Roca nunca logró descollar en el arte de Terpsícore: como los catalizadores en la química, la Roca actúa por presencia.
Amalia Yadarola José María Jaunarena
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Recuadro en la crónica
CARLOS A. PETIT: "ESTE ES EL PEOR MOMENTO PARA LA REVISTA"
A los 62 años, el que fuera indiscutido amo de la revista porteña, confiesa: "No me asusta un fracaso, aunque creo que no fracasé. Ahora estoy muy ocupado con Yo canto a mi Argentina, un nuevo espectáculo para toda la familia, dedicado al tango y al folklore. Luego haré una coproducción argentino mexicana, con la actriz española María Rivas".
Gran conocedor de este mundillo, CAP afirma que el afrancesamiento de la revista con madame Rasimí duró exactamente hasta 1930: por ese entonces retorna el humor político, que languidece (y desaparece) durante la gestión peronista. "Al no poder usarse el gag de actualidad —recuerda Petit— el humor se vuelca hacia el erotismo. El ambiente es propicio: el cine se vuelve progresivamente escabroso y la revista sale a competir con la pornografía ambiente. Después de 1955 retorna la sátira política: pero no será por mucho tiempo ya que la suntuosidad de las puestas, su alto costo exige una larga permanencia en cartel. Y las largas permanencias están reñidas con el cambiante ritmo de la política. Y así llegamos al peor período de la revista: el actual", se lamenta Petit, quien es también implacable crítico de sus competidores: "El Astros hace un enorme despliegue de lujo y dinero. Muestra una carencia total de sentido en la parte hablada, donde se emplea un lenguaje deplorable.
El Maipo cuenta con la atracción de la Lobato, a la que yo traje de Francia en 1968: no desentona, pero tampoco añade nada a sus anteriores actuaciones. El Sans Souci presenta un music hall brillante, actuación correcta y una temática bien intencionada. Es un espectáculo hecho con bastante fortuna".
Si bien bromea que las vedettes nacen "por generación espontánea", CAP es de los que creen que la metamorfosis de corista en diva emplumada lleva sus 10 años de trabajo. "Yo, a las que vienen recomendadas ni siquiera las miro. Después de todo, no es un tiempo demasiado largo: piense que un médico estudia más y gana menos"

Revista Siete Días Ilustrados
10.06.1974


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