A-11 Lockheed
Anatomía de la velocidad

Pocos de los aviones actuales dieron lugar a tantas especulaciones como el A-11 de Lockheed, sobre el cual se ha mantenido un impenetrable secreto durante mucho tiempo. Desde el momento en que el presidente Johnson reveló a medias su misterio, vienen aplicándosele diversas denominaciones, como "casi balístico" y "suborbital" ; hasta se llegó a describirlo como "elemento volante, solo superado por la cápsula Mercury". Algunos, incluso, le adjudicaron un motor de cohete que lo proyectaría fuera de la atmósfera, como el avión de prueba X-15.
La mayoría de las suposiciones se alejan bastante de la realidad, pero, a pesar de todo, subiste el hecho de que el A-11 es un aparato extraordinario, que en lo que a adelantos técnicos se refiere lleva considerable ventaja sobre cualquiera de sus competidores. El célebre proyectista de Lockheed, Clarence L. ("Kelly") Johnson, comenzó su construcción en 1959, año en que los Estados Unidos decidían reemplazar al avión U-2 de reconocimiento a grandes alturas. Si bien en su época nadie le pudo discutir el primado de altura, el U-2 volaba a tan poca velocidad (800 Kmph, a 21.000 metros de altura) que en 1958 los rusos pudieron abatir uno, el de Gary Powers. Por lo tanto, el A-11 se diseñó especialmente para volar a altura y velocidad suficientes como para evitar cualquier problema de ese tipo.

Historia del A-11
Según la revista especializada "Aviation Week", el A-11 fue sacado por partes de los talleres que Lockheed tiene en Burbank, California, para montarlo después, en una base oculta en Nevada llamada "El Rancho". Cuando ya era imposible seguir manteniendo el secreto por más tiempo, el aparato fue descripto evasivamente como "un nuevo avión de intercepción". Lo más probable, sin embargo, es que sea cualquier cosa menos eso, ya que alcanza su máxima velocidad a altitudes extremas (alrededor de los 37.500 m), precisamente donde no hay nada que interceptar.
La mayoría de los expertos en la materia están de acuerdo en que lo extraordinario del A-11 se debe, a su poco peso, a su revolucionaria ala en doble delta y a sus igualmente revolucionarios motores J-58. Su poco peso se debe principalmente a que en su construcción se empleó profusamente el titanio, metal apenas más pesado que el aluminio, pero que soporta perfectamente el calor producido por la fricción con el aire a altas velocidades. Las aleaciones de titanio son muy caras y difíciles de fabricar, pero esas minucias no se tienen en cuenta en la construcción de aviones superavanzados como el A-11.
El ala en doble delta del A-11 es una sagacísima solución para el difícil problema de mantener constante una velocidad tres veces superior a la del sonido y, al mismo tiempo, proporcionar al avión una buena sustentación a las bajas velocidades necesarias para el aterrizaje. La ancha ala en delta de la parte posterior permite al A-11 ganar altura rápidamente a velocidad moderada, pero cuando el avión vuela más rápido, su centro de sustentación se desplaza hacia atrás, a la cola. Si no se equilibrase en alguna forma, este desplazamiento haría peligrosamente pesada la nariz del aparato. El piloto puede utilizar los alerones de cola para mantener la nariz en alto, pero esta maniobra exige un enorme consumo de combustible. En el A-11 se ha solucionado el problema de una manera simple y directa: dotándolo de pequeñas estructuras de sustentación situadas delante de la delta principal. A baja velocidad casi no actúan; pero, a medida que aumenta, entran en juego estas estructuras que soportan la nariz. Otra gran parte de la sustentación a alta velocidad se debe a unas angostas aletas que corren a ambos lados del largo y delgado fuselaje, y que también sirven para conferirle a éste mas rigidez. "Aviation Week" dice que el espacio entre los motores está ocupado, en su mayor parte, por una estructura gruesa, en forma de ala, que sirve de depósito de combustible.
Dos motores notables. Los dos motores Pratt y Whitney al A-11 son tan notables como sus alas. Ambos turbo-jets tienen tomas de aire de 1,80 m de diámetro que, a grandes alturas, absorben grandes cantidades del aire poco denso. Extraordinariamente livianos por estar hechos con aleaciones de titanio, los motores tienen paletas de turbina huecas, de material poroso. El aire, o algún otro gas, introducido a través de los poros, evita que las paletas se ablanden, pese al hecho de que el combustible se quema a temperaturas mucho más altas de lo que puede soportar la mayoría de los motores. La altísima temperatura proporciona al avión varios miles de kilos más de empuje, sin gasto adicional de combustible. El empuje total es de 15.000 kilos.
El A-11 requiere un combustible especial, sobre la base de kerosene, que contiene ciertas sustancias que le permiten seguir ardiendo a altitudes extremas. Está dotado también de un dispositivo para limitar la toma de aire cuando el avión vuela a poca altura, a fin de que los motores no se ahoguen por el aire mucho más denso de la baja atmósfera.
La combinación de poco peso y gran potencia del A-11 le permite aprovechar el hecho de que a grandes altitudes la densidad del aire es tan escasa que ofrece poca resistencia. A medida que el avión se eleva, vuela a mayor velocidad, y sus motores absorben más aire a través de las tomas. Pero llega el momento en que el A-11 alcanza una altura donde el aire es tan poco denso que sus motores no alcanzan a absorber el oxígeno suficiente como para poder continuar funcionando sin peligro. Pasado este punto, el aparato pierde velocidad a pesar de la disminución de la resistencia. La mayoría de los expertos están convencidos de que la velocidad máxima del A-11 supera con mucho los 3.200 kilómetros por hora que se le atribuyen oficialmente, y de que alcanza su máximo rendimiento a unos 21.000 metros de altura. Por debajo de este punto, la velocidad disminuye por la mayor resistencia del aire, mientras que, cuando lo supera, los motores comienzan a sufrir la falta de oxígeno.
Al volar sobre un territorio hostil, el A-11 puede muy bien ser detectado por el radar, pero ningún caza de los conocidos hasta hoy es capaz de alcanzarlo. Según las últimas versiones, lleva detectores electrónicos debajo de las alas, y una gran cantidad de cámaras fotográficas de largo alcance. En el hipotético caso de una guerra nuclear, un avión de las características del A-11 podría sobrevolar territorio enemigo inmediatamente después de un bombardeo, y su tripulación registrar los objetivos que hubieren sido alcanzados y destruidos. Si hubiere alguno sin destruir, el A-11 podría pedir por radio otra partida de bombarderos, que llegaría en 30 minutos para completar su misión. El mismo A-11 podría lanzar una bomba H, aunque no le resultaría muy fácil, ya que cuando un aparato del tipo del A-11 llega lo suficientemente cerca de un blanco para observarlo claramente, ya ha rebasado el punto de lanzamiento. Solo mediante algún control remoto se podría lograr que la bomba retrocediese hasta el objetivo.
Afortunadamente, el valor del A-11 en la paz supera a sus posibilidades militares. Aparte del X-15, propulsado por cohetes, es el avión más veloz que existe, y ya ha acumulado vasta experiencia en vuelos de prueba. No es precisamente un avión de pasajeros: lleva una tripulación de solo tres hombres, y la mayor parte de su fuselaje está ocupada por el combustible. Pero las grandes aeronaves supersónicas que los Estados Unidos están muy cerca de construir, volarán a la velocidad y altitud del A-11. En muchos aspectos vitales, tales aviones son algo así como los hijos de esta creación de Kelly Johnson.

Revista Panorama
06/1964

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