Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Arndt Krupp: El fin de una dinastía

"¿Trabajar? De ninguna manera. ¿Ganar dinero para acumular todavía más riquezas? Un verdadero disparate. ¿Pensar en fábricas, minas, acerías, reuniones de directorio y balances? Me producen un horror indescriptible." Recostado en un deck chair en la terraza de su palacio, en Marrakech, Arndt Krupp von Bohlen und Halbach se empecina en ridiculizar las costumbres de sus antepasados, una familia que, en Alemania, constituyó un Estado dentro del Estado. Es que para Arndt —el último heredero de los poderosos Krupp— nada es más importante que la frivolidad y el despilfarro de su cuantiosa fortuna, una actitud que horrorizó a su padre, Alfried.
Mientras lo masajea un robusto negro, Arndt inclina la cabeza, baja el mentón dividido por un pequeño hoyuelo, y, por último, tamborilea nerviosamente sus dedos. "Personalmente, creo que el dinero está hecho para gastarlo en abundancia y sin historia —señala—. Hay que gozar de la riqueza para aprovechar cada instante de la vida." Las pestañas negras, con mucho rimmel, palpitan con gracia; las cejas, artísticamente depiladas, se fruncen con malicia. "Soy completamente distinto del resto de la familia —advierte pomposamente—; por otra parte, me he quitado el apellido Krupp."
Ese desafío parece regir la vida de Arndt durante los últimos años. Para el multimillonario, su familia recibió una gran lección y su nacimiento presagió el fin de un imperio. A principios de siglo, los Krupp estaban casi extinguidos: la única heredera, en ese momento, era Berta, hija de Fritz Krupp. Su padre se suicidó en 1902 a partir de un escándalo homosexual que protagonizó en Italia.
"En honor de mi abuela —recuerda Arndt— bautizaron en la Primera Guerra Mundial con el nombre de Berta a un espantoso cañón. El ejército alemán, con esa arma, abatía fortificaciones, arrasaba países, mataba gente. Después se casó con mi abuelo, Gustav von Bohlen und Halbach, previa aprobación del Kaiser. Poco después —se espanta femeninamente— construyeron un nuevo cañón que se llamó Gustav: en la Segunda Guerra se encargó de arrasar Sebastopol." No es de extrañar, por lo tanto, que Arndt se haya acogido al apellido von Bohlen und Albach, que era el de su abuelo: el de Krupp, aparentemente, le produce náuseas.

LA OTRA HISTORIA. Sin embargo, los acontecimientos no son exactamente como Arndt los plantea. Se sabe que la fabulosa historia de los Krupp, reyes del acero (famosos por su despiadada falta de sentimentalismo, por su exagerado amor por el dinero) está ligado a la de Alemania. Arndt, apenas pudo, se escapó de la coraza sumergiéndose en la excentricidad. En efecto, en 1964 decidió trabajar en la filial de Krupp en San Pablo, y, en poco tiempo, se convirtió en el personaje más promocionado del Brasil. Pocos olvidan sus incursiones por Río de Janeiro, las costosísimas plumas de faisán que se colocaba en los bailes de Carnaval, la corte de adolescentes que lo rodeaba, y, sobre todo, los escándalos que protagonizó: el administrador del Copacabana Palace Hotel, a pesar de ser tan ilustre, le prohibió la entrada.
Semejantes actitudes quizá lo hicieron reflexionar a Alfried, su padre, que, descontada la pena del tribunal de Nüremberg, se convirtió nuevamente en el más poderoso industrial europeo y uno de los cinco hombres más ricos del mundo. "Mi hijo nació por descuido" —se obstinaba en repetir. Antes de morir cedió su imperio (fábricas de locomotoras, trenes, máquinas industriales, entre otras cosas) al Estado alemán a cambio de una renta vitalicia al heredero. Exactamente, 7 millones de dólares al año.
"Vivo gastándolos para no aburrirme —asegura displicentemente Arndt, mientras arruga su delicada nariz respingada, obra de un célebre cirujano plástico. Pero como cada día me aburro más, voy a pedir un aumento." Claro que la fortuna de Alfried Krupp no se limitaba únicamente a la fábrica de acero de Essen: los otros bienes (entre ellos, una deslumbrante estancia en la provincia de Salta) ascendían a 80 millones de dólares. La administración se la encomendó a Berthold Beitz, director general del complejo Krupp, amigo de la familia y, a la vez, un excepcional hombre de negocios. Pero a Arndt no le interesa que los negocios salgan bien o que su capital aumente; en realidad, está demasiado atareado en viajar por todo el mundo. Vive donde llega por casualidad. Tiene un lujoso departamento en el monumental Palacio Pacelli de Schwabing, en Munich; un castillo (que perteneció a Berta) en Blünbach, cerca de Salzburgo (72 habitaciones y 150 kilómetros de parque y bosques); otro palacio en Marrakech, regalo del rey de Marruecos a Alfried Krupp, y una serie de villas diseminadas en puntos tan sofisticados como Capri, Saint Moritz, la Costa Azul, Porto Cervo y Acapulco. Para completar la parafernalia posee un yacht oceánico, un Rolls-Royce Phantom color amaranto, igual al de la reina Isabel de Inglaterra, un manuable Rolls Royce Silver Shadow, y, por último, cinco autos sport.

IRAS Y ENVIDIAS. Hace tres años Arndt (33) tomó una decisión insospechada: casarse. La elegida fue la algo masculina princesa Enriqueta Hetty von Auersperg, austríaca (su estirpe se remonta al año 1200), cuatro años mayor que él. Desde hace unos años formaron una corte integrada por personajes extravagantes, hasta que, inesperadamente, Arndt la condujo al altar (ella, vestida de aldeana tirolesa) en un fastuoso casamiento en el castillo de Blünbach.
"En determinado momento todas las personas serias se casan para encontrar un equilibrio —sostiene Arndt., mientras se acaricia la mejilla—. Espero tener hijos, tantos como Dios me mande para poder llenar la casa." Desde luego, este imprevisible matrimonio provocó iras y envidias entre los herederos de Krupp de la rama no primogénita, que imaginaron cualquier posibilidad menos una boda, hijos y, en tal caso, una despedida definitiva al río de oro dejado por Alfried y por una dinastía de más de cien años de antigüedad.
La pareja, sin duda, es excéntrica. Arndt es delgado, frágil y rubio ("mis ojos y los de Elizabeth Taylor son los más lindos del mundo", se enorgullece); Hetty es más alta que él, de espalda fuerte y pecho robusto. Por el momento declaran que el matrimonio ha sido un éxito. "Es la mujer que precisaba Arndt" —aclara Berthold Beitz, el administrador—. Además, la princesa tiene otra virtud: controla el despilfarro que en Arndt es un mal congénito. Pero el heredero tiene otros motivos para querer más dinero del que dispone. "En el momento de fijar mi renta vitalicia —analiza Arndt—, el complejo Krupp pasaba por una situación financiera poco feliz. Ahora, después de varios años, los negocios de las empresas han prosperado y pienso que mi posición debe ser reconsiderada."
Y no es para menos si se tiene en cuenta sus gastos. Para pocket money, 150 mil dólares; 300 mil para su mujer y otro tanto para su madre, Anneliese Bahr; 800 mil dólares al año para mantener el castillo de Blünbach y las 70 personas de servicio; otros 900 mil para el yacht oceánico, y, por último, 250 mil dólares para mantener los automóviles con sus respectivos choferes. Indudablemente, con 7 millones de dólares al año Arndt no puede vivir.
"Por zahora prefiero no dramatizar —arguye—. Ya protestaré cuando llegue el momento. Lo único que verdaderamente me preocupa es el tedio." ¿Y qué hace para combatirlo? Se levanta a las dos de la tarde, toma un jugo de naranja y vodka para reanimarse y pasa las horas alegremente con sus amigos, con vinos del Rhin y champagne. A la noche, comidas sibaríticas, parties y su pasatiempo preferido: los concursos de belleza. "Me encanta salir vencedor, y sobre todo ganarle al príncipe Rupprecht zu Langerburg. Lo he logrado varias veces." Pocos saben que el primer Krupp que se estableció en Essen en 1587 se llamó Arndt; durante casi cuatro siglos ese nombre no se repitió en ningún miembro de la familia: curiosamente, el último descendiente lo lleva.
Revista Panorama
04.01.1972


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