Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Un criminal de guerra vuelve a su pueblo
No hay epitafio para Willi Lages

Cuando el mundo reaccionó, cuando los hombres de prensa abandonaron su actitud de combate —y se sacudieron, también, el paralizante asombro que siguió a la victoria aliada—, la huella dejada por el régimen nazi en el mapa de Europa empezó a ser transitada por periodistas, sociólogos e historiadores en busca de datos, testimonios, claves. No faltaron los sabuesos lanzados a la cacería de nazis ocultos ni los investigadores empeñados en conseguir el testimonio de quienes no querían recordar. Más humilde, el periodista holandés Hans Smulders se propuso recientemente una tarea compleja pero incisiva: siguió los pasos del ex criminal de guerra Willi Lages —liberado 4 años atrás de su prisión en Holanda— hasta Braunlage, su pueblito natal en Alemania, y no se preocupó demasiado por obtener un reportaje personal —del todo improbable, por lo demás— al ex jerarca. En cambio, obtuvo un curioso test, una suerte de radiografía del alemán medio en lo que hace a su opinión sobre el pasado y sobre los personajes de ese pasado: pocos quisieron definirse, como si prefirieran la amnesia, la amabilidad indiferente; un velo detrás del cual la guerra, Hitler, la vergüenza de la derrota y el temor a las represalias fueran un vago fantasma superfluo. Este es el informe de Smulders, adquirido por SIETE DIAS con exclusividad.

UN PASEO BAJO EL SOL
Esa tarde, a eso de las cinco menos veinte, Lages apareció, finalmente. Llevaba un sombrero moderno y de buen gusto, y un sobretodo prolijo pero que le quedaba un poco grande; quizás fuera de segunda mano. Parecía uno de esos viejos contentos con la vida: la espalda un poco arqueada, su cabeza caída hacia adelante, pero en el conjunto prevalecía cierta elegancia, cierto bienestar. Caminaba como caminan los viejos, cuidadosamente, como si recién acabara de dejar su sillón junto a la chimenea y fuera a tomar un poco de aire fresco, sin apuro. No usaba bastón ni parecía precisarlo; a su lado iba Martha, su mujer, agradable y bien peinada. Lages parecía administrar sus energías cuidadosamente, como si esperara seguir en este mundo todavía un buen tiempo. Era un día de sol, y hay que decir que la tibieza de sus rayos daba un aspecto particularmente apacible al anciano.
En Europa, en general, y en Holanda, muy en particular, recordamos otro rostro muy diferente del señor Lages. Para los holandeses que vivieron durante la guerra ese nombre evoca una cara capaz de hacer temblar al más fuerte, la cara de Willi Franz Paul Lages, también llamado El Reptil de Euterpestraat, el símbolo vivo de la ocupación nazi en los Países Bajos. Los ojos fríos son los mismos, la nariz un poco afilada y la palidez en las mejillas también. Quizás sólo haya cambiado el color del pelo y la expresión en el rostro del jefe del Aussendientsellede der Sicherheitspolizei (Departamento Extranjero de Policía Secreta y Seguridad). Desde su despacho en Amsterdam, cuando era más joven, este venerable anciano firmó la orden de muerte de 70 mil judíos holandeses, cumplió por sus propias manos 372 ejecuciones y cometió, también personalmente, 17 asesinatos de personas que ni siquiera habían sido acusadas por los nazis. También hizo otras cosas, pero sería largo enumerarlas.
Lo que importa es que el sol está tibio y que un viejo se pasea por las calles de su ciudad alemana natal, a ver si entibia un poco sus huesos.
Lages no fue juzgado en Nürenberg, sino en Holanda, ya que durante casi toda la guerra permaneció en ese país. En septiembre de 1949 la Corte Especial de Justicia de Amsterdam lo condenó a muerte, pero la ejecución fue postergada y en septiembre de 1952 se le conmutó la pena por prisión perpetua. Después de 17 años de cárcel, en 1966, Lages era una piltrafa humana, corroído —según suponían los médicos holandeses que no se atrevieron a operarlo— por un cáncer incurable. Cuando ya era un esqueleto de boca torcida —"Parece una de esas fotos de campo de concentración", filosofó un diario de La Haya—, el ministro de Justicia accedió a un pedido de la mujer del reo, permitiéndole ir a morir a su pueblo natal: "Frente a la muerte, cualquier otro castigo carece de sentido", razonó, compasivo, el juez Samkalden.

UN ASUNTO CONCLUIDO
Pero algo raro pasó, y las "pocas semanas de vida" se convirtieron en varios años. Lages volvió a engordar, sus ojos recuperaron vivacidad, su boca se enderezó. ¿Cómo es posible que un hombre que debió ser llevado a Alemania en ambulancia pasee ahora tranquilamente por la calle? Una sola persona en Braunlage puede explicar el milagro, el doctor Wilhelm Utsch: él fue quien decidió correr el riesgo de operar al "moribundo", demostrando que Lages no tenía cáncer sino una enfermedad intestinal grave pero susceptible de curación.
Orgulloso de su éxito profesional, en un principio se preocupó de que toda la prensa europea se enterara de su hazaña. Ahora su actitud ha cambiado radicalmente. Cuando lo visité en la clínica —desde cuyas ventanas se veía la casa de Lages—, Utsch apareció en el hall de espera con un impecable guardapolvo blanco y me gritó: "¡Por el amor de Dios! Francamente, no puedo entenderlos a ustedes los holandeses. Este es un asunto 'erledigt' (concluido). Una vida humana ha sido salvada, un ser humano ha sido arrancado de la muerte. ¿No puede alegrarse de ello? ¿Qué clase de persona es usted, qué más quiere? Herr Lages viene aquí una vez por mes, lo reviso, hago un informe y lo mando a su ministerio (el holandés de Justicia). Si me piden más datos, se los mando. Es mi obligación. Todo esto no tiene ningún sentido. Eso es todo lo que tengo para decir. Buenos días. Que pase el que sigue".
Si bien Utsch fue quien operó, el médico clínico de cabecera de Lages es el joven doctor Jürgen Ebrecht. Cuando voy a verlo, está en cama: "Lamentablemente, tiene una gripe espantosa", me explica la hermosa señora Ebrecht. Accede a cambiar algunas palabras conmigo: "Como usted sabe, Herr Lages está hecho una verdadera ruina humana, tanto desde el punto de vista físico como mental. Mi marido lo visita de tiempo en tiempo. Yo no conozco al señor Lages personalmente". Le comento que he visto a Lages por la calle y que no me parece una ruina ni mucho menos, y promete preguntar a su marido al respecto. Al día siguiente paso a retirar la respuesta y —por supuesto— me hacen llegar una gentil esquela en la que el doctor Ebrecht se excusa de contestar esa pregunta "por razones de ética profesional". Lo mismo me pasó con el químico que le hace los análisis.
Lages y su mujer caminan perezosamente hasta el final de la calle, hacia donde ésta termina en un sendero que trepa por un cerro. Cruzan la cale y entran al taller del zapatero Otto Hühne, quien también tiene un camioncito de reparto de leche y de vez en cuando trabaja como enterrador del municipio. Lages y señora permanecen un rato bien largo en lo de Hühne; no tardé en enterarme de que se trata de un buen conversador y
que le gusta bastante hablar. Cuando había pasado media hora desde que los Lages dejaron su local, entré y mantuve con el enterrador este diálogo:
—Señor Hühne, ¿conoce usted a un caballero de apellido Lages?
—No, no conozco ese apellido.
—Me refiero al señor anciano que vino hoy temprano a este local, con su esposa, y que estuvo un rato largo.
—No sé, viene mucha gente aquí y no puedo recordar a esa pareja en particular. ¿Qué quiere usted saber?
—Señor Hühne, quiero saber si cuando el señor Lages viene a charlar con usted habla de la muerte, de su muerte.
—¿Qué está diciendo? —me mira asombrado, sonriente pero asustado—. Los grandes nazis todavía están en altos puestos. Pero los nazis medianos, como cierto señor Lages de quien alguna vez creo haber oído hablar, fueron atrapados, están muertos o presos. ¿Quiénes fueron encerrados? Los hombres pequeños. Sin embargo, no debe olvidarse que todos somos iguales ante los ojos de Dios. La última camisa no tiene bolsillos, eso lo sé muy bien por mi trabajo. Todo lo que le queda al hombre, al fin de sus días, es una tumba. Lo que pasa es que la gente no lee la Biblia como es debido. En la Biblia alemana está escrito: "Cuídate del peligro amarillo". Deberíamos concentrarnos en eso. El pasado debe ser olvidado.

"KOMISCH, ¿NICHT?"
Hay otra persona en Braunlage a quien puede preguntársele si Lages está viviendo de frente a la muerte, si se está preparando para la eternidad. Esas fueron las preguntas que hice al párroco Smuda, jefe de la pequeña comunidad católica de la región, un hombrecito bajo y canoso. Lo encontré en el jardín de su parroquia, mientras miraba jugar a su perro con un hueso de plástico. Cuando mencioné el nombre de Lages me replicó agresivamente que no quería discutir el tema: "No tengo ganas de hablar ni de la guerra, ni de Lages", fueron sus palabras. A pesar de eso, después de media hora de ablande, me contó que durante la guerra había estado acantonado en Dordrecht, y que había visto tanta destrucción en torno suyo, y que fue allí donde le robaron la bicicleta, "komisch, ¿nicht?" ("divertido, ¿no le parece?"), además de mil otras anécdotas íntimas. También hablamos de la Iglesia Católica, de los turistas y otros temas, hasta que de pronto salió con el asunto que a mí me interesaba: Lages.
"La primera vez que vi a Lages —rememora Smuda— fue cuando lo trajeron al hospital, en el 66. Lo visité, al igual que a los otros pacientes. Me dijo: 'Cuando usted sepa quién soy, y si la gente se entera que estuvo conmigo, usted será repudiado y no querrá volver a verme'. Más tarde me enteré, efectivamente, de quién era, qué había hecho, y que se había convertido al catolicismo cuando estaba en prisión. Nunca volví a verlo después de entonces: no viene a mi iglesia ni me ha llamado para confesarse." ¿No está dentro de sus obligaciones ayudar a ese hombre darle apoyo moral? Su conciencia debe torturarlo ferozmente. "Yo iré —se encoge de hombros Smuda— hacia él cuando me pida ayuda. Por lo demás, no quiero tener nada que ver con él."
Por la calle, Lages casi ha terminado su paseo. Se ha sacado su sombrero) cuatro veces para saludar a otras tantas personas; de regreso a su casa lo ha hecho con otras siete. La gente a la que saluda no parece ni contenta ni molesta: simplemente devuelven el saludo fría y gentilmente, como si cumplieran con una obligación profesional. Pero me repito a cada rato: ¿qué siente realmente Braunlage hacia Lages? Voy a verlo al alcalde, Herr Wickenhagen, un hombre sin partido político, conocido como muy diplomático y amigo de llevarse bien con todos los sectores. Lo primero que me pregunta es si estoy cómodo en mi hotel. (Lo estoy, realmente. A propósito: le pregunté al gerente de mi hotel si conoce a Lages. Parece que no. Recién llegó a Braunlage en 1967. Su comentario: "Los viejos habitantes de la ciudad no se mezclan con los recién llegados, tienden a aislarse y aislarnos".) El burgomaestre Wickenhagen se reclina en su sillón y contesta amablemente: "Conozco a Lages bastante bien, aunque nunca fuimos amigos verdaderamente. Pero lo conozco, porque vivimos en la misma cuadra. Suelo verlo paseando por la calle, siempre en compañía de su esposa. Siempre me saluda, y yo, como alcalde, naturalmente, contesto su saludo. Puede usted quedarse tranquilo: Lages vive pacíficamente, no tiene vida social, no pertenece a ningún partido. Casi no va al cine. A mi entender, es un hombre que está esperando la muerte: ha aceptado el mundo tal como es y no espera nada de él".
¿El municipio ayuda económicamente a Lages de alguna manera, con alguna pensión o cosa así? Wickenhagen hace un gesto de duda, llama por el teléfono interno a Tesorería, me contesta con cierta satisfacción que pretende ser indiferencia: "Herr Lages no recibe de este municipio ni un pfening. Tampoco tiene ningún descuento especial en sus impuestos". ¿Lages es considerado en la ciudad un ciudadano respetable? "Antes de la guerra Braunlage era un pueblito de 3 mil habitantes. En esa época Lages venía por aquí a menudo a visitar a su hermana. Después de la guerra Braunlage creció gracias a la ayuda del gobierno federal, y se convirtió en una de las más importantes villas turísticas y de reposo en esta región montañosa. Esto fue causa de un gran crecimiento en la población: casi la mitad de los actuales habitantes son gente llegada recientemente. Pues bien: los viejos habitantes conocen a Lages del pasado, los nuevos lo conocen por los diarios, y tanto unos como otros no quieren tener nada que ver con él. Les hace recordar una época de la que se avergüenzan, no quieren verse enfrentados con esa parte de sus vidas."
Según los anuncios de las agencias de turismo, las aguas de Braunlage curan todos los males o poco menos. ¿Alcanzan los habitantes de la ciudad una edad particularmente avanzada? "Realmente, tenemos mucha gente de bastante edad. Aproximadamente un 20 por ciento de la población supera los 60 años. Pero no son muchos los que sobrepasan los 90. El mes pasado tuve la grata obligación de felicitar a tres personas que cumplían 90 años: las tres murieron en las siguientes semanas. El habitante más viejo tiene 93 años." ¿También felicitará a Lages cuando cumpla 90 años? "¿Cuándo nació Lages? ¿En 1901? Pues, cuando él tenga 90 yo ya no seré alcalde. Por lo demás, Herr Smulders, me parece que los periodistas holandeses exageran un poco. Comprendo su interés, pero desde que Lages vino aquí hemos sido prácticamente invadidos. También vienen muchos turistas holandeses, y ellos no preguntan por Lages. Me parece que hacen bien: han olvidado el pasado, vienen a gozar del lugar. Eso queremos en Braunlage. ¿Quiere otro dato significativo? Aquí el partido ampliamente mayoritario es el Social-Demócrata, le siguen los democristianos y los demócratas independientes, pero no tenemos NPD (neonazis) aquí."

¡ESTOS HOLANDESES!
El valioso y significativo dato resultó ser, en realidad, falso. Según Herr Backhaus, un neonazi dueño de una pequeña agencia de viajes, el NPD tiene 18 afiliados en Braunlage: "Podríamos tener más, pero la gente de aquí no tiene mucho interés por la política. Todavía no hemos conseguido tener un representante en el Concejo Deliberante. En cuanto a Lages, sé quién es y he leído lo que se cuenta sobre las cosas que supuestamente hizo. Nuestro NPD (Nationale Partei Deutschlands) no tiene nada que ver con el pasado. No queremos a los Lages en nuestro partido. Si quisiéramos a esa clase de gente en el partido nos haríamos puesto en contacto con nos ex nazis que todavía son miembros del Concejo. Pero detestamos esa gente".
Lages y su mujer pasean por la calle, de vuelta a su casa; de vez en cuando se detienen a mirar una vidriera. Un grupo de colegiales, de a dos en fondo, se cruza con ellos —un maestro al principio de la fila, una maestra cerrando la marcha— y Lages sonríe dulcemente a su paso. En el diario Braunlager Zeitung el jefe de redacción, doctor Hans Bonewitz, dice que no tiene tiempo para recibirme, pero me indica que la redactora Gabrielle Richter lo hará por él. Durante dos horas la muchacha me ayuda a buscar en el archivo las ediciones de 1966 —magros comentarios sobre la operación y el dictamen del ministro Samkalden— y luego la invito a tomar un café en el bar contiguo al diario. El affaire Lages, su operación maravillosa, la invasión de periodistas holandeses de hace tres años, su curiosa manera de obtener perdón de su condena ¿no merecían una serie de notas más amplia? "Nuestro jefe de redacción es quien decide. De todas maneras, fíjese en esto: la guerra terminó hace 25 años. Toda Alemania estuvo en el error, todos lo saben bien. Los alemanes no quieren verse todos los días obligados a repetir: 'Sí, estuve, estuvimos muy equivocados', sería humillante. Menos todavía les gusta que quienes los pongan en esa situación sean extranjeros. Ya bastante insisten en la cuestión los diarios como Der Spiegel, o la televisión. Usted dice que cada vez que un alemán charla con un holandés se pone a hablar de la guerra. No creo que sea tan así: se me ocurre que cada vez que un holandés se encuentra con un alemán lo lleva a hablar de la guerra. Es una situación en la que el alemán se siente inferiorizado, obligado a reconocer por milésima vez el gran error nacional. ¿Entiende usted esto? ¿Por qué un diario como el nuestro se va a poner a molestar a sus lectores? Tenemos dos diarios competidores, y si cometemos errores en cuestión tan delicada el resultado será que ellos ganen lectores a costa nuestra."

EL FUGITIVO Y SU MORADA
La esposa de Bonewitz, el jefe de redacción de Gabrielle, tiene una pequeña librería. Los Lages visitan la librería dos o tres veces por mes, conversan con la dueña y nunca compran nada. "Es que Herr Lages es muy pobre", me dice en voz baja la señora Bonewitz. Bueno, pero de algo tiene que vivir, además se ha hecho operaciones muy caras y debe tomar medicamentos con regularidad. El doctor Petersen, director local del Heimkehrerverband, una oficina que se ocupa de amparar a los ex prisioneros de guerra que sobreviven, es la persona a quien hay que ver para recibir una pensión federal, municipal o de quien sea. "¡Dios mío, ese tipo Lages! Es un asunto bastante raro para mí. Hace un mes recibí una nota de nuestras oficinas centrales en las que me hacían saber que Lages había empezado a pertenecer a nuestra organización. ¿Por que no habrá venido a verme directamente?"
De todos modos, la cuestión no es el presupuesto de Lages: parece claro que recibe dinero del Heimkehrerverband, su mujer trabaja en la lavandería de un tal Ehrhardt, ambos ocupan un cuartito en los altos de la propia lavandería, y por lo demás viven tan pobremente que no es difícil entender que se arreglan con poco. Herr Ehrhardt y su familia son los únicos que me tratan con franca hostilidad: desde lo alto de su ventana del primer piso responden a mi timbrazo a los gritos. "¡Váyase de aquí, no sé nada! Lages se mudó hace cuatro semanas." Un viejo —aparentemente el padre de Ehrhardt—, que había entreabierto la puerta, vuelve a cerrarla de un portazo.
Me alejo de la casa y al rato veo acercarse a Herr Lages. Para volver al hogar debe cruzar una de las pocas calles transitadas de la ciudad. Titubea, no se decide; recién cuando no se oye ningún motor a menos de doscientos metros, su mujer toma la iniciativa y él la sigue, dócil, con toda la premura de que es capaz. Llegan a la casa y entran: sospecho que no volverán a salir en todo el día. Antes de abandonar Braunlage me doy una vuelta por el cementerio, donde un enterrador —no Hühne, sino otro— se me queja de que el día anterior ha tenido, a su criterio, demasiado trabajo. El cementerio es prolijo, y desde allí se ven muy bien las cercanas montañas, cuya nieve empieza a disminuir en estas semanas, para desgracia de 300 mil turistas amigos del esquí y beneplácito del medio millón que llegará a la región en el próximo verano. Muy cerca de mí hay una fosa abierta; imagino que es la que espera a Lages. ¿Cuándo llegará su inquilino? ¿Qué dirá su epitafio?
HANS SMULDERS
Revista Siete Días Ilustrados
9/3/1970

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