Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Josette Bauer
La diabólica Josette Bauer
Luego de su casual captura en un pequeño puerto pesquero, la turista Paulette Fallai es juzgada en estos días en USA. Al revelarse su verdadera identidad, Josette Bauer revivió la dramática historia que años atrás conmoviera a Europa. La asesina de su propio padre huyó de la prisión en 1964 y se escondió tras una doble personalidad que recién hoy sale a luz

Los pocos policías que esa fría tarde de setiembre último recorrían el puerto de Everglade, en Florida (USA), no prestaron mayor atención a la escena: en un extremo del muelle, una mujer de frágil aspecto aguardaba inmóvil. Apenas contraía la boca en un gesto intermitente de nerviosidad. Sus ojos estaban ocultos detrás de grandes lentes oscuros. Esperando en reprimida tensión, Josette Bauer (o Paulette Fallai, como se hacía llamar entonces) albergaba el secreto de su doble personalidad. Nadie podía imaginar en aquel momento que ella era la mujer que pocos años antes conmoviera a Europa con un crimen increíble, diabólico. Despreciando elementales sentimientos humanos, Josette había instigado el asesinato de su propio padre. Richard Bauer, el autor material del homicidio, era entonces su esposo.
La “pareja maldita”, como se la llamó, no pudo escapar a la justicia; en 1961 fueron condenados y recluidos. Pero, en 1964, la noticia
estalló como una bomba: Josette se había evadido de la prisión.
1967: Paulette Fallai —elegante en su corto tailleur, cabellos sueltos y rubios; otro nombre, y un rostro distinto, para huir de su monstruoso delito y proseguir una trayectoria que se complacía en violar principios y códigos— estaba esperando a alguien en Port Everglade. En los Estados Unidos, muy lejos del escenario de su prisión y su fuga. Pero, pocos instantes después, los hechos habrían de precipitarse. La tenebrosa historia volvería a desandar sus oscuros, dramáticos capítulos.

EL PASADO REVIVE EN EVERGLADE
La figura de lentes negros se agitó bruscamente: un hombre bronceado por el sol apareció en la planchada y se disponía a bajar por la escalerilla del vapor “Federico”; el mismo del que descendiera minutos antes Josette-Paulette Fallai. Caminaba agobiado, vacilante, como afectado por una parálisis parcial. Pero, cuando el oficial de Aduanas se acercó para ayudarlo, dio un salto felino y echó a correr hasta perderse entre los galpones portuarios.
Reaparecería una hora más tarde, escoltado por agentes policiales. Sus documentos lo identificaron como Willy Charles Lambert, suizo, mecánico, de treinta y seis años de edad. Inesperadamente, ocultos bajo sus ropas en un viejo corsé femenino, aparecieron ocho paquetes cilíndricos: cinco kilogramos de heroína pura. En su cabina del “Federico" se hallaron otros trece kilos de droga; en total, una cantidad equivalente a seis millones de dólares: el mayor cargamento de drogas que haya manipulado jamás un solo hombre.
Paulette Louise Fallai, detenida poco después, se mostró perturbada y sorprendida. Ella “no sabía nada” de las actividades de su compañero. En su equipaje no se encontró ningún elemento sospechoso. El pasaporte indicaba veintiséis años, nacida en París, criadora y domadora de caballos. No podía acusársela sin pruebas y con solo recurrir al consulado francés obtendría la libertad. Sin embargo, y extrañamente, no quiso hacerlo; esa actitud fue la que motivó pacientes y arduas pesquisas, y un cable que sin demora se remitió a Interpol. Todo sin resultado, hasta que las impresiones digitales permitieron conocer la tremenda verdad: Paulette Fallai era Josette Bauer.

LA “PAREJA DIABÓLICA”
Hijo de un cónsul de Austria en Tien-Tsin, China, Richard asombró al público apiñado en aquella sala: sólo la posición de su familia podía haber decidido a Josette a aceptar en 1954 el desigual matrimonio. Un matrimonio del que nació en 1957 la pequeña Dominique. Endeble, inseguro, Richard daba la impresión de ser un hombre desdichado, un juguete en las manos de su mujer. Ella se había inscripto sin convicción en un curso de secretariado, pero abrigaba ambiciones ilimitadas que su padre —pequeño industrial genovés— no tenía intenciones de satisfacer. El mediocre empleo bancario de Richard y la ubicación de Josette como casera de una villa suburbana, alentaban aún más sus resentimientos; al recibir Richard una importante herencia a la muerte de su padre comenzaron a dilapidar millones de liras en lujosos automóviles, viajes y recepciones en las que el whisky corría a raudales.
Cuando la cascada de dinero se . agotó, la mujer definió totalmente su personalidad; y lo hizo con palabras calculadas, frías:
—Si mi padre muriera. . .
Uno y otro sabían que la empresa metalúrgica de Leo Geisser, el padre de Josette, representaría con seguridad una fortuna mayor que la legada por el anciano diplomático austríaco. Y la noche del 8 de noviembre de 1959 Richard pudo anunciar que aquello ya se había cumplido. En su villa "Las Delicias", el industrial de 51 años cayó bajo las puñaladas asestadas por el timorato Bauer, a quien siempre despreció como yerno. En el mismo instante en que se producía el crimen, Josette estaba bailando en un night-club a orillas del lago Leman. Una coartada, sin duda, pero también un signo de su desmesurado cinismo.
Se instalaron en la propia mansión del crimen. En “Las Delicias”, las fiestas y recepciones de gran mundo fueron enhebrándose en su calidoscópico desfile de figuras de las finanzas y la alta sociedad, de artistas y deportistas y —también— aventureros de todo calibre. Los weekends en Montecarlo eran solo una etapa en los viajes por lugares exóticos, prestigiosos; un aviador, amante de Josette, los seguía en todos sus desplazamientos. Richard se había autonombrado director de la fábrica Geisser; el mismo Richard que, cada vez más audaz y confiado, ofreció una atractiva suma para quien ayudara a identificar al asesino.
Hasta que unos pocos indicios (no los suficientes como para imponerle cadena perpetua) vinieron a alterar su dulce vida; tampoco esta vez se había cometido el “crimen perfecto". El público, el fiscal que
presidió aquellas audiencias de Ginebra, los periodistas; todos definieron a la pareja como "dos monstruos”. Pierre Joffroy, cronista francés, no ocultó su estupor: “Él, un hombre con aspecto mediocre, algo gordo, prolijamente afeitado y de expresión triste. . .". ¿Y ella, la inspiradora de todo?: “Una pequeña e ingenua mujer, como esas que llevan un moño colegial, delgada, vestida con ropas negras que le iban demasiado grandes.” Pero en las fotos obtenidas durante el proceso la “colegiala” se reveló tal como era: resaltaban la sombra y la angustia demenciales de su mirada; la boca voluntariosa, dominadora. Y el miedo: Josette Bauer comenzaba a sentir un miedo paralizante.
Sus amantes parecían más abúlicos que el propio Richard; disculpaban a una Josette cada vez más cercada por los testimonios y las contradicciones. Por sus mismas imputaciones contra el asesino: “Richard me había hablado de su proyecto, pero no lo creí. Cierta vez me dijo: Mañana asaltaré el banco de Suiza; yo le respondí con una frase de circunstancias; y, naturalmente, no Jo hizo jamás”. En pleno juicio, Richard quiso saber si su mujer cobraría el seguro en caso de que él se suicidara. Otra prueba de su total sujeción a Josette. Eran, visiblemente, dos seres psicóticos, anormales, tristemente embarcados en un proceso demoníaco. Y la condena fue más que leve: quince años para él; ocho para Josette, por falta de pruebas suficientes. Corrían los últimos días de octubre de 1961.

UN FINAL. ¿Y DESPUÉS?
El 13 de setiembre de 1964, día de visita en la cárcel de mujeres de Hindelbank, próxima a Berna (Suiza), Josette descansaba en la enfermería bajo la vigilancia no muy estricta de una enfermera. Se había provocado una herida en el vientre, que no fue más que el prólogo de su fuga. El vestido que llevaba bajo la bata (y que obtuvo en la visita anterior de un amigo) le permitió una maniobra desesperada y audaz: confundida entre el público, Josette Bauer abandonó Hindelbank.
Tiempo después, amparada por la operación quirúrgica que alteró su fisonomía, reapareció en Argelia oculta con el nombre de Paulette Fallai. Allí, en Constantina, la instructora de equitación hizo creer que era el propio coronel Boudiaff quien la había presentado al círculo hípico local. Deslumbraba con su dominio del inglés y el alemán, con su inteligencia y modales que no desdeñaban mostrarse al lado de los toscos palafreneros árabes, poco amigos de ser mandados por una mujer. . .
En estos días ha de abrirse en Estados Unidos el nuevo juicio, que quizás permita a los tribunales conocer toda la verdad.
Josette Bauer, o Paulette Fallai, ha llegado seguramente a su último puerto en un itinerario que la condujo a vivir una vida aberrante, morbosa, en los límites del delito. Su doble personalidad se resume en ese calificativo unánime: “un monstruo”. Un monstruo que deberá purgar ahora su tremendo delito.

Revista Siete Días Ilustrados
31.10.1967
Josette Bauer
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