Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Liber Seregni
Uruguay: Líber Seregni, el general del cambio
Sus críticos de derecha lo llaman el general rojo. Sus admiradores de izquierda, el general progresista. Líber Seregni (54) es el candidato que levanta el Frente Amplio, que se constituyó el viernes pasado en Montevideo, para disputar las elecciones presidenciales de noviembre próximo. En el frente participan desprendimientos de los tradicionales partidos Blanco y Colorado, el Comunismo, la Democracia Cristiana, independientes. Si triunfase, en el Cono Sur se alzaría una mayoría de gobiernos izquierdistas: Uruguay, Chile, Bolivia y Perú. Para la Argentina, este vuelco tendría consecuencias impredecibles. También para el Brasil: el Uruguay jugó históricamente como Estado Tapón entre ambas potencias del área. El hecho de que Seregni sea un militar, no atenuaría tales efectos. Conrado Ceretti, de Panorama, entrevistó al general-candidato en su sobrio departamento de Montevideo. El atlético oficial, especializado en astronomía, geodesia y ex profesor de inteligencia militar, comandó en 1968 la principal guarnición del país. Hoy en retiro, se lanza a la conquista del mando política Estas son sus declaraciones:

Panorama. —El Uruguay era la "Suiza de América”, con un modelo liberal y socialmente avanzado. ¿A qué atribuye la decadencia del sistema? ¿Se puede volver a él?
General Líber Seregni. —¿Qué pasó en nuestro país? Sí, fue la ‘‘Suiza de América”, sobre todo en el primer cuarto de este siglo, a favor de un orden de reconciliación nacional, después de las contiendas civiles de 1897 y 1904, que supusieron la apertura del nuevo Uruguay, de una construcción real y efectiva del campo nacional, en el cual partidos organizados, excitantes, poseedores de una ideología que los diferenciaba y de una programática precisa, pero además con grandes figuras, con
las figuras políticas mayores que tuvimos en nuestro país, lograron realizar en un territorio pequeño, con una población muy consolidada, etapas de desarrollo económico y social —por sobre todas las cosas—, que lo convirtió un poco (y no es vano patriotismo decirlo) en un ejemplo para América y, en ciertos aspectos, en un ejemplo mundial. Ahora, ¿a favor de qué se hizo eso? Y ¿por qué se perdió esa imagen? Eso es lo que cuenta. Sin que la economía dicte en forma absoluta todo el accionar de una sociedad, es evidentemente uno de los factores fundamentales. Las debilidades de una economía pueden ser superadas por una conducción política superior e inteligente. Eso fue lo que nos pasó. Un accionar nacional, inteligente, con visión de futuro, logró superar deficiencias estructurales de orden económico. Nuestro país es, y va a ser por mucho tiempo todavía, de base agrícola-ganadera. Es así por constitución geográfica, por una serie de razones ecológicas y climatológicas. Es y seguirá siendo así. ¿Qué sucedió además? Nos movimos desde la Primera Guerra Mundial con todos los beneficios que dio la fácil colocación de nuestros productos, lo cual produjo un florecimiento económico, la posibilidad de crecimientos en el ingreso nacional, y por lo tanto, en los ingresos per cápita, que marcaron sensibles avances en el nivel de vida de sus ciudadanos. Sufrimos la crisis mundial de 1929, con las repercusiones políticas consecuentes que son, por otra parte, comunes a esta zona del continente. Nosotros conocimos nuestro golpe de Estado. También empezaron en la Argentina los problemas de 1930. También en Brasil. Cuando se emergió de esa situación política el golpe de Estado plantea, en el terreno político nacional, la división de los partidos tradicionales. El golpe se hace a favor de un ala del Partido Nacional y de un ala del Partido Colorado, y se oponen a ese golpe las alas correspondientes de los dos partidos. En el fondo, no fue puramente una cuestión formal, de apego a una norma constitucional, de violar o no violar la Constitución a través de un gobierno de fuerza. En el fondo, estaba presente ya un enfoque de cuál era la dirección económica —económica y social— que debía seguir nuestro país en el futuro. Cuando se supera el golpe de Estado y se sale de él, con eso de querer volver a esquemas viejos, se recompone el cuadro político del país, pero no se recompone en función de ideologías, incluso demostradas a través del golpe de Estado y de sus consecuencias económicas y sociales, sino que se va a una recomposición tradicional, atendiendo a los factores emocionales que habían dado motivo al Partido Colorado y al Partido Nacional. Ahí es donde empiezan, realmente, nuestros problemas de falta de conducción política en el país. ¿Qué sucede entonces? Los partidos dejan de ser entidades coherentes, compactas, y que siguen una misma ideología y una misma programática. Porque las fracturas que había provocado el golpe de Estado se mantienen. Así, por ejemplo, el Partido Colorado, inmediatamente de recompuesto, empieza a reconocer: primero, 2 fracciones, después 3, después 4, hasta llegar a las 25 fracciones que hay en el momento actual. Pero ¿qué sucede al mismo tiempo? Los partidos políticos crean una serie de disposiciones legales —constitucionales y legales— que aseguran su vida como partidos políticos, con vistas electorales. Son las llamadas "leyes de Lemas” nuestras (doble voto simultáneo), que permiten que integrantes de un partido, o militantes de un partido, sosteniendo distintas ideologías, concurran finalmente, con una misma bandera y con un mismo lema, al evento electoral. Eso que empieza a aparecer a partir de los años 40, no se manifiesta muy crudamente porque sobrevienen la Segunda Guerra Mundial y las guerras periféricas (Corea, etcétera) posteriores, que otra vez ocultan las debilidades de nuestra economía, a favor de una circunstancia mundial muy particular. Precisamente, es a mediados de la década del 50, cuando, superadas esas instancias de la economía mundial, vuelven a niveles normales y consecuentemente decrecen los precios de nuestros productos básicos, que aparecen con toda su crudeza nuestras debilidades económicas congénitas y estructurales. Como la organización política, la estructura política del país, por esas causas, de no consistencia, de no existencia de partidos políticos, y de no consistencias ideológicas y programáticas, es incapaz de trazar líneas de salidas coherentes, comienza a agudizarse el proceso de crisis. Sí, sin lugar a dudas, la crisis originalmente es de nivel económico, de campo económico. Pero, sin lugar a dudas también, inmediatamente influye en el campo social, creando tensión y disturbio social, y es motivada por crisis y deficiencias de campo político. Este proceso se agudiza a partir de 1955. Como respuesta a eso la ciudadanía intenta cambios en los elencos de gobierno. Así, en 1958 pasa de los gobiernos clásicos del Partido Colorado a gobiernos del Partido Nacional. Cuatro años después intenta un nuevo cambio dentro de otra ala del Partido Nacional, y vuelve en 1966 nuevamente al Partido Colorado, en una búsqueda de soluciones que no se produce porque no pueden producirse. Y las razones de que no pudieran producirse se deben —repito— a que las estructuras políticas existentes en nuestro país no se corresponden a su situación actual y no responden tampoco a las características de un partido político, que, de nuevo, debe tener como fundamento y especificación una ideología, una programática y una organización que lo hagan un conjunto coherente.
—Dentro de este deterioro, ¿cómo juzga el papel del presidente Pacheco Areco?
—La agudización de ese problema se produce inmediatamente después del ascenso del general Gestido al poder. El general Gestido fue llevado al gobierno de la República por la ciudadanía, fundamentalmente por sus condiciones de honradez, por sus condiciones de organizador que él había demostrado en cargos de orden público, pero se intentó que él hiciera la consolidación y la unión del Partido Colorado, trasformándolo en un partido como era necesario. El juego político del primer año, su fallecimiento posterior, impidieron esta solución. Un poco porque era imposible realizarla en el cuadro en que estaba planteada. La llegada del vicepresidente de entonces, del actual presidente Pacheco Areco, encuentra al país ya en las últimas etapas de esa crisis generalizada que alcanza una profundidad como nunca conoció el país. El gobierno, entonces, de más en más —y esta es la característica fundamental del gobierno de Pacheco Areco— va dejando de ser progresivamente un gobierno ejercido por políticos, por núcleos políticos, que van quedando de lado progresivamente, no sólo en cuanto al apoyo parlamentario, sino en cuanto a los propios componentes del partido que lo había llevado al poder, para apoyarse en grupos económicos y financieros, que son quienes realmente están realizando y ejerciendo el poder en estos últimos 3 años. A la agudización de la crisis económica, se corresponde una agudización de la tensión social, y esa función social alcanza límites tales que, en su extremo, llega a la aparición de las formas de violencia, de violencia que no es violencia puramente delictiva, de tipo común; de violencia que es —y hay que decirlo— un resultado último, extremo, de condiciones sociales, sociopolíticas, preestablecidas. Es, sí, delincuencia, pero es delincuencia de orden político. ¿Qué contestación da el gobierno a eso? En la defensa de los intereses oligárquicos, de los intereses financieros y económicos del país, intenta la represión de los movimientos que surgen. La contestación que da a la problemática social y económica planteada es la represión. Así, por un lado, la consolidación de precios, el corte del proceso inflacionario brutal que estaba surgiendo en nuestro país, y que evidentemente tenía que ser cortado. Pero se toma la tesis catastrófica, es decir el corte brutal de la inflación, y eso lleva condigno (porque no puede ser de otra manera) una agudización de las represiones en el terreno social. Tanto de la represión sindical y estudiantil, como de la represión de las formas de violencia y delincuencia políticas que aparecen. ¿A qué conduce esto? Bueno, esto conduce a una polarización del país. Incluso el gobierno se escuda e intenta presentar el cuadro del país como la lucha entre el gobierno, que simboliza "el orden”, y la subversión, que simboliza el desorden, la anarquía y la destrucción. Es ficticio. Es una presentación falsa del problema, porque entre el gobierno en un extremo y la sedición en el otro, en el medio de eso, está el país, que ni tiene nada que ver con el gobierno ni tampoco tiene que ver con la sedición, con sus formas extremas.
—¿Cómo reaccionan los militares ante ese endurecimiento?
—En nuestro país, las fuerzas armadas han tenido sistemáticamente una catalogación muy especial y muy distinta de la de otros países del continente. Las fuerzas armadas no son clasistas. Incluso, todos sus cuadros han estado alimentados, desde tiempo atrás, por los sectores de las clases bajas medias y medias bajas de la población. La doctrina en el Ejército fue —sobre todo— facilitar, incluso por esa formación, un respeto religioso a las normas constitucionales. Pretendo que incluso cada uno de nosotros, en la parte que nos tocó, lo llevó al carácter de doctrina impuesta todos los días. La Constitución es un sagrado a mantener y las fuerzas armadas se han mantenido, en todo este proceso, cumpliendo la función qué les cabe dentro del gobierno. Porque lo cierto es que el gobierno sí se movió sobre el borde de la Constitución, incluso saliendo a veces de la parte de letra escrita, pero sin caerse del libro constitucional.
—¿Cree positivas las experiencias castrenses en Perú y Bolivia?
—Las creo altamente positivas. Pasa esto: cada país, con sus características que lo definen como una entidad socio-política particular, en un momento de la Historia tiene salidas, si no óptimas, mejores que las situaciones presentes. Fuerzas armadas que, a través de un golpe, se posesionan del gobierno pero realizan lo que América latina como un conjunto, y cada uno de los integrantes de América latina, está pidiendo en este momento histórico. Es decir, procesos nacionalistas, procesos de efectiva liberación de sus dependencias y procesos crecientes de búsqueda de la justicia social.
—¿Qué papel juega la banca en el régimen?
—En nuestro país, y en estas últimas etapas, hemos asistido a un doble proceso. Es decir, a la injerencia mayor y a la toma de decisiones y al ejercicio del gobierno por los círculos financieros. Pero junto con eso se produce otro proceso, que es el de la progresiva extranjerización de la banca. Esto supone —y no puede ser de otra manera— que las decisiones que se tomen por esos grupos ligados a los intereses bancarios y financieros no responden a las necesidades reales de nuestro país, sino a los puros intereses de los grupos económicos y financieros que son su sostén. Los préstamos que hemos obtenido en los últimos años fueron dirigidos fundamentalmente a refinanciaciones de deudas por un lado, y, por otro, a gastos, pero no a inversiones productivas. La etapa que tiene que vivir nuestro país, la etapa que tiene que vivir América latina, es la etapa de la liberación. Por eso señalamos este momento histórico actual de América latina como la segunda etapa de la Revolución Liberadora. En el siglo pasado cumplimos nuestra revolución de emancipación política, pero hemos visto que eso no alcanza. Tenemos que cumplir ahora, necesariamente. las etapas de liberación económica que nos permitan realizarnos a cada uno de los países latinoamericanos como somos, como queremos ser nosotros. Sólo así, sólo a través de una afirmación de las entidades americanas, como porciones diferenciadas, es que podemos concurrir después a unirnos en la Patria Grande latinoamericana que soñaron todos los fundadores de nuestras nacionalidades. Aunque parezca una contradicción, no es tal. Todos nuestros países americanos deben cultivar en el momento actual un nacionalismo, pero un nacionalismo auténtico, de definición de su ser nacional, de corte de las dependencias, para poder después integrarnos, aportar al conjunto latinoamericano todas nuestras personalidades y todas nuestras capacidades. Ese es el signo del momento actual.
—¿Atribuye al sistema y a Pacheco Areco el auge guerrillero?
—Evidentemente. Hay una primera conclusión, en la cual tenemos que ponernos de acuerdo. La violencia, y la violencia social, no la violencia individual, no surge porque sí. Surge en función de causas existentes. La forma de combatir esa violencia está en atacar las causas, no las manifestaciones. La forma de combatir la violencia en el momento actual es yendo a lo estructural, y no a la represión. Esa ha sido una de nuestras grandes discusiones y de nuestras grandes diferencias con el gobierno actual. ¿Qué sucede? Es un círculo vicioso. Si a la violencia, motivada por insatisfacciones o injusticias de orden social, se contesta no con la comprensión y la anulación de las causas, sino con la violencia de arriba, a lo único que se conduce es a una exacerbación de esas formas de violencia. Es un círculo vicioso.
—¿Usted justifica la rebeldía juvenil en estas condiciones?
—Pues, claro. La juventud actual no tiene vías de salida, no ve su horizonte. No puede, por otra parte, participar, ni ser escuchada, en el quehacer nacional, y eso conduce, necesariamente, a formas de explosiones violentas. Desde este punto de vista, una conducción política equivocada como la que se lleva actualmente respecto de la subversión, es el mejor aliado de la subversión.
—¿Qué opina del apoyo de los Tupamaros al Frente Amplio?
—Lo que ellos manifestaron a través del Comunicado Nº 14, que tan publicitado ha sido y tan tendenciosamente explotado, hay que leerlo en toda su extensión. Los Tupamaros encontraron, de acuerdo con lo que señalan los hechos y sus publicaciones, que la única manera de cambiar la situación del país era el acceso, la conquista del gobierno por la vía de la fuerza, por la vía de la violencia. Es una filosofía, una doctrina, una estrategia. No es la mía, y entiendo que no puede ser la de mi país en las condiciones actuales. El Comunicado 14 señala muy precisamente que ellos mantienen, en todos sus términos, su concepción del momento actual y su estrategia. Reconocen que el movimiento del Frente Amplio ha logrado un orden de movilización popular que es de un enorme valor para el futuro del país. Incluso un orden de movilización y de apoyo que ellos jamás lograron. Desde ese punto de vista, entiendo que lo apoyan y lo reconocen como movimiento. Pero muy bien se cuidan, a renglón seguido, de expresar que, en ese sentido de movilización, apoyan al Frente Amplio. A renglón seguido muy bien que se cuidan de decir, no obstante eso, que marcan sus diferencias de conducción estratégica y táctica del movimiento, que no abandonarán.
—¿Cree que el programa del Frente Amplio bastará para integrar al MLN?
—Bueno, yo creo que si el Movimiento de Liberación Nacional, los Tupamaros, son auténticos, y son honestos (y no tengo por qué no creer que sean así), y si el Uruguay que ellos prescriben como un ideal a alcanzar es tal cual lo han marcado, el programa, la formación, la base del Frente Amplio, les va a permitir llegar, por las vías que nosotros pretendemos —el ejercicio de la política con exclusión de la violencia— a alcanzar esos fines. Entiendo que el MLN no tiene razón de ser como opositor ante una fuerza o un gobierno del Frente Amplio.
—En política internacional, ¿cuál será la línea a seguir y cómo se diferenciará de la actual? Las relaciones con la Argentina y Brasil, ¿serán las tradicionales? ¿Qué reacción espera de ambos países en caso de que el Frente Amplio acceda al gobierno?
—Nuestra política exterior se basa en el respeto a la libre determinación de los pueblos, el principio de no intervención, el derecho de asilo. Esos son tres pilares de la diplomacia uruguaya y de la diplomacia latinoamericana que tienen que pautar cualquier movimiento hacia el futuro. Las relaciones con nuestros vecinos, particularmente con Brasil y con la Argentina, por una simple razón de vecindad, amén de los vínculos ya, creados, no sólo de orden emocional y familiar, sino incluso de orden económico, tienen que ser cultivados y seguirán cultivándose en el futuro. Nuestro país debe mantener relaciones con todos los países del mundo, cuando esas relaciones sean establecidas por acuerdos bilaterales. Nuestro país debe comerciar con cualquier país del mundo, cualquiera sea su régimen. A través del comercio no se importan ideologías. Las mercaderías no vienen contaminadas por ideologías. Sobre esos presupuestos de relaciones amplias con cualquier país del mundo, del más acendrado apego a los principios de no intervención, de libre determinación, en la defensa del derecho de asilo, que ha sido una de las creaciones latinoamericanas particulares, y en el desarrollo de la más integral y compenetrada de las relaciones con nuestros vecinos, fundamentalmente, pero también con el resto del mundo, estará radicada la conducción de nuestra política.
—El Frente Amplio, ¿reconoce influencia de la Unidad Popular chilena?
—Nuestro proceso es distinto. El desarrollo político en Chile ha sido distinto. Hay largas experiencias de frentes populares en Chile y una conformación, sobre todo una ruptura, que se produjo en Chile ya anteriormente, de los esquemas partidarios que emergieron de los procesos de la Revolución Emancipadora. En cuanto a nosotros, recién en este momento el Frente Amplio es el que inicia el proceso de modificación, el proceso revolucionario del cambio de las estructuras políticas preexistentes. Sin lugar a dudas, el triunfo del Frente Popular en Chile ha sido, sí, un aliciente para demostrar que en nuestro continente, y sobre todo en el caso concreto de nuestro país, hay formas de llegar al gobierno a través de procesos de tipo institucional, a través de procesos puramente democráticos, a través del ejercicio del derecho de los pueblos. Es decir, ha sido, sí, una demostración más de que no es el de la violencia el único camino que puede seguirse para acceder al poder y para realizar los cambios que son necesarios.
PANORAMA, FEBRERO 9, 1971.

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