Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Los Hippies
la más delirante versión beatnik
Los jóvenes hippies reclaman paz, amor y vagancia. El movimiento nació el año pasado en Estados Unidos, se extendió a Gran Bretaña y ahora amenaza difundirse por toda Europa. Sus miembros caminan descalzos, visten ropas floreadas y bailan danzas frenéticas

"Al fin de cuentas, ¿qué tiene de malo la marihuana?", exclamó el escritor católico Graham Greene, y firmó el manifiesto. A la mañana siguiente, todo Londres se enteraba de las virtudes del estupefaciente: a tres columnas, el Times publicaba el petitorio dirigido al gobierno de S. M. solicitando la legalización de la droga. "La marihuana —rezaba el documento— sienta bien al organismo, no produce hábitos perniciosos, provoca placer y reconforta los sentidos. Pedimos, por lo tanto, que se la excluya de la lista de tóxicos prohibidos y se permita su venta libre". Además del novelista Greene, firmaban Francis Crick, premio Nobel de Medicina; Peter Brook, laureado director de cine; un monje benedictino; un pastor protestante y cuatro nobles del imperio británico: John Lennon, Paul McCartney, Ringo Starr y George Harrison. Seguían más firmas: médicos, psiquiatras, artistas, escritores, en total 65 personalidades de cuya honorabilidad nadie osaría dudar en Inglaterra.
El imperturbable gobierno de Su Majestad, sin embargo, decidió tomar cartas en el asunto. Mientras el diputado laborista Marcus Lipton pedía una investigación sobre el uso de alucinógenos, las ligas de moralidad clamaban su impotencia ante un fenómeno que agita a todo el reino. Las sirenas de alarma comenzaron a sonar el mes pasado, cuando centenares de pies descalzos hollaron el democrático césped del Hyde Park al grito de "¡Queremos marihuana! ¡Libertad para los drogadictos!". Cuando los atildados policemen de Scotland Yard exigieron bajar los cartelones, recibieron por toda respuesta una colorida lluvia de pétalos: las flores son el emblema de los hippies, un movimiento trasplantado de la costa oeste de los Estados Unidos que amenaza difundirse por todo Europa. ¿Quiénes son los hippies?

SOLO PARA NOVICIOS
"Hacemos el amor, no la guerra". Bajo este lema, emergieron hace un año y medio en California y se desparramaron por todo el territorio. Boston, Seattle, Los Angeles, Detroit, Nueva York. Cada ciudad norteamericana tiene hoy su reducto hippie, donde lánguidos jovencitos descalzos bailan el "acid-rock" al ritmo de conjuntos tales como "Las uvas frenéticas" o "Los tiburones liberados".
Sin embargo, el centro emocional de los hippies sigue siendo Haight Ashbury, un elegante barrio de San Francisco. Allí, en su "madre patria", diez mil fervorosos del ácido lisérgico profesan la subversión del mundo occidental por el "Flower Power", o poder de las flores. Su credo está resumido en la filosofía psicodélica, cuyas premisas sagradas son: Altruismo, misticismo, alegría y no violencia. Indudablemente, son hijos directos de la ''generación beat" de la década del 50. Tienen acaparados a sus líderes —como el poeta Allen Ginsberg— y practican los mismos rituales: libertad sexual, predilección por el vagabundeo, marcadas inclinaciones hacia el budismo zen y desprecio por el dinero. Sin embargo, hay algunas diferencias. Los legendarios beatniks ostentaban el blanco y negro como colores dominantes, hacían jazz "cerebral", o cool, y activaban en el movimiento por los derechos raciales. Los hippies, en cambio, se desviven por los colores furiosos, danzan el "acid-rock", de inspiración más bien intestinal, y son prescindentes en materia política.

LOS "PROFETAS"
Para deleite de los sociólogos, los delirantes hippies poseen un complicado sistema de estratificación. El primer grupo o jerarquía lo forman los "Groovers" (Caminantes): tienen de 16 a 19 años. Son los principiantes, que consumen drogas solamente como excitantes. El segundo grupo está compuesto por los "Viajeros de la mente", de 19 a 22 años. Se adornan con flores, practican nudismo y se drogan con fines terapéuticos. Por último, están los "Cósmico-conscientes", mayores de 22 años, introvertidos, místicos y "fuera del espacio", que beben el ácido —según ellos— para encontrar a Dios. El LSD es privilegio para iniciados. La marihuana solo sirve para rendir el examen de ingreso. A pesar de su proclamado odio al dinero, los hippies de San Francisco buscan afanosamente dólares para sobrevivir. Algunos han encontrado una manera elegante de disfrutar comercialmente sus ideas, abriendo locales y boutiques psicodélicas, donde exhiben multitud de artefactos y pinturas surgidas de sus mentes alucinadas. "Muchos diputados y senadores vienen aquí a comprar nuestros objetos, pero luego, en el Parlamento, se oponen a liberar la marihuana", protesta Joe Mc-Callan, un melenudo hippie envuelto en una bandera norteamericana, con anteojos colorados y sombrero australiano con plumas verdes. Lo apoya Jenny Oxman, una desnutrida chiquilla de 18 años, con poncho indígena, collar con 16 vueltas de caracoles y campanillas atadas a los tobillos: "Nos llaman inmorales porque no usamos ropa interior. No entienden que lo hacemos para tener mayor libertad de movimientos cuando bailamos el Acid-rock".
Otro grupo de hippies del Haight Ashbury halló un modo más original para escapar del hambre: a bordo de un destartalado camión modelo 32, empastelado con varios baldes de pintura, recorre cada mañana las calles del barrio pidiendo pan, carne y verduras a los resignados vecinos. La colecta suele alcanzar para brindar almuerzo y cena a un centenar de compañeros famélicos.
Además del barbado Ginsberg, el movimiento cuenta con otros "profetas". El pionero fue Ken Kessey, un oscuro escritor de protesta que cambió la literatura por el ácido. "En lugar de escribir, —pontificó— andaré por las rutas, estudiaré la triste vida de las cárceles y conoceré el mundo entero". Uno de sus deseos se ha cumplido: lo encarceló la policía de California por tráfico de estupefacientes.
Fue entonces que los atribulados hippies de San Francisco encontraron a su segundo profeta: T¡mothy Leary, laureado en filosofía en la Universidad de California y expulsado de Harvard por sus experimentos alucinógenos con estudiantes. Leary sostiene haber lanzado "la primera religión autóctona de Estados Unidos", y explica que, a diferencia de otros estimulantes, como el tabaco o el alcohol, el LSD "nos proporciona un viaje en alfombra mágica, donde los sentidos se desfiguran y la imaginación se puebla de visiones apocalípticas y metafísicas". Para Leary, el LSD es un "detergente mental que cambiará la faz de la Tierra, instaurando el reino del amor y de la paz". Un desconfiado tribunal tejano no lo entendió así y lo condenó a 30 años de prisión por introducir ¡legalmente marihuana de México.
Mientras tanto, a una hora de camino de San Francisco, hacia el norte, una treintena de desarrapados hippies de ambos sexos, se han instalado en una chacra abandonada. Allí, mientras plantan y cosechan papas, tomates y cebollas, cantan al sol sus canciones de protesta y se aseguran el sustento.
El problema hippie, naturalmente, no cesa de provocar dolores de cabeza a las autoridades norteamericanas. Pero son dolores de cabeza menores, ya que los hippies son considerados por sus compatriotas como especímenes envueltos en estrafalarias ropas, ridículas melenas y con una concepción desnaturalizada del amor.
Más allá de esto, esta reedición de beatnik deambula por las ciudades de Europa y Estados Unidos clamando cosas nuevas, Pero son voces en el desierto.
Revista Siete Días Ilustrados
5/9/1967

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