Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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LUNA
LA POLÍTICA VA, LA TECNOLOGÍA VUELVE
El impecable ameraje de la cápsula Apolo XI, el jueves 24 a las 12 y 50, con apenas un minuto y 3 kilómetros de diferencias con el último plan de vuelo establecido, señaló la culminación de la más importante empresa tecnológica emprendida por los Estados Unidos. La hazaña de Armstrong, Aldrin y Collins es, obviamente, histórica: por primera vez el hombre pisaba un astro distinto de la Tierra. Pero tiene —además— estos extremos:
•Demostró la factibilidad de la exploración espacial con vehículos tripulados.
•Abre paso a la segunda parte del programa Apolo: exploración sistemática y pormenorizada del satélite.
•Es el pórtico (todavía simbólico) a una empresa colonizadora.
•El hombre tuvo en sus manos —aunque fuera por breves horas— la llave del sistema solar, que es la Luna.
•La implementación del vuelo por los más modernos medios de comunicación y la audiencia masiva y apasionada que éstos obtuvieron equivalieron a un grandioso show (no casual) a través del cual se generalizó la conciencia de que la conquista del espacio es una empresa real, concreta, tangible, en la que está comprometida la humanidad de nuestro tiempo. De ahora en adelante será difícil escatimarle fondos.
La NASA le "vendió” la operación a los Estados Unidos y los Estados Unidos obtuvieron inmenso prestigio aceptándola.
Como contrapartida está el caso del satélite soviético Luna XV. Su lanzamiento casi simultáneo con el Apolo XI pareció a los observadores un intento serio de competir con los Estados Unidos. Si hubiera obtenido muestras del suelo lunar y regresado con ellas a la Tierra, dejando algunos aparatos electrónicos en el satélite, la Unión Soviética demostraba que la misma operación podía ser realizada a menor costo, por medios automáticos y ahorrando imprevisibles riesgos a la vida humana. No fue así y las confusas evoluciones del Luna XV sólo sirvieron para realzar, como en un claroscuro, el éxito norteamericano. Esto no quiere decir que el programa soviético (vuelos automáticos, ver Panorama Nº 117) haya fracasado. La operación norteamericana es fulgurante; la rusa, chata y gris.

Caminos
Pero en el punto en que están las cosas se abren muy pocas opciones. Si se quiere hacer viajes a los planetas hay que disponer de una base de partida fuera de la gravedad terrestre, ya sea una estación orbital artificial que gire en torno de la Tierra o un Cabo Kennedy instalado en suelo lunar. La exploración (y eventual explotación) del satélite requiere expediciones prolongadas, con bases de apoyo en estaciones orbitales o en colonias lunares. En esta dirección han de orientarse, inevitablemente, los próximos trabajos de índole técnica.
Al mismo tiempo se plantea el problema de los costos. Ninguna de las super-potencias está en condiciones de afrontar por sí misma un desembolso del orden del billón de dólares. Esta cifra no es exagerada si se piensa que los once primeros vuelos del Apolo han costado 24 millones de dólares. En algún momento tienen que concertar programas conjuntos, a la manera como Francia e Inglaterra construyeron el Concorde. No sólo en Occidente sino también en la URSS se levantan ya voces significativas reclamando esa cooperación (ver en pág. 48 entrevista al académico soviético Blagonragov).
A medida que estos planes se concreten crecerá el bache tecnológico y de poder que separa a dos países —Estados Unidos y URSS— de las demás naciones (y no solamente del mundo subdesarrollado). En una década más surgirá con fuerza la pregunta de si el Universo está reservado a dos pueblos-gigantes o es un
bien común de la humanidad. Febriles cancillerías europeas consideran ya las posiciones que deben adoptar para negociar su participación en los programas espaciales cuando éstos dejen de ser competitivos para trasformarse en un complejo de esfuerzos económico-tecnológicos.

Infraestructura
La urgencia en consolidar la conquista de la Luna reside en un hecho obvio: hay una diferencia cualitativa entre alcanzar ese suburbio de la Tierra y viajar a los más próximos planetas (Venus, Marte). Esa diferencia puede expresarse en términos de tiempo: 4 días contra 4 meses. Y en términos de tonelaje: el Saturno V puede empujar 40 toneladas hasta la Luna; en cambio, en su viaje a Venus sólo podría llevar 2 toneladas. La solución a este último problema está en contar con una plataforma de lanzamiento fuera de la gravedad terrestre. Con ella se ahorran combustible, etapas del cohete, masa de ferretería y hasta diseño. Una nave lanzada desde una plataforma orbital se diferenciaría del Saturno V de la misma manera que una motocicleta sport de un tanque.
¿Para qué sirve una estación espacial? Para varias cosas. En órbita terrestre sería el punto de trasbordo desde los pesados y costosos vehículos destinados a vencer la gravedad terrestre y los artefactos livianos destinados a recorrer el espacio. En órbita lunar brinda apoyo a una serie de descensos exploratorios sucesivos, previos a la instalación de la colonia. En ambos casos contendría un complejo laboratorio destinado a crear medios de autoabastecimiento en el espacio (electricidad, oxígeno, agua, alimentos frescos, una gravedad artificial). Siempre también es un observatorio astronómico privilegiado (sin interferencias de atmósfera), una base ideal para estudiar la Tierra y la prototipo para estudios de las tecnologías en el vacío.
Suponiendo instaladas dos estaciones orbitales, una en la Tierra y otra en la Luna, estarían unidas por una nave-expreso, que haría su crucero de rutina en un par de días. Toda esta infraestructura extraterrestre-tendería a volverse rápidamente autónoma. Objetivo: reducir al mínimo los costosos despegues contra la gravedad y contra la friccionante atmósfera terrestre, que consumen hoy el 90 por ciento de la energía generada por el Saturno V.
Todo lo anterior es posible con la tecnología existente. Tanto para soviéticos como para norteamericanos.

Temible Luna
La Luna es hostil porque carece de agua al alcance de la mano y también de atmósfera y protección contra todas las inclemencias del Universo: lluvia de meteoritos, exposición a las radiaciones, extremos de la temperatura. Pero éstas no son condiciones rígidas que el hombre no pueda modificar. La energía solar es totalmente aprovechable para producir electricidad, para generar agua y para explotar los minerales lunares. En lugar de caudales de agua hay cataratas de sol.
El calor concentrado sobre una roca cristalina permite obtener, por evaporación, residuos de agua. El vapor, antes de ser condensado en agua potable, sirve para mover turbinas productoras de electricidad. Esa electricidad permite separar el oxígeno y el hidrógeno del agua, creando una incipiente atmósfera.
Una acción similar, ejercida sobre rocas que contengan carbonato de calcio, lleva a la obtención de dióxido de carbono. Este gas, superpuesto a tanques de agua (que pueden ser, incluso, trasladados al satélite), crea las condiciones ideales para el cultivo de algas. Y las algas proporcionarán alimentos, atmósfera y celulosa (de la cual sale una gama infinita de plásticos).
El problema de impedir que la atmósfera se evada será resuelto por medio de cúpulas, túneles sublunares y —en una hipótesis óptima— por extensas sábanas de plástico trasparente, capaces de retener los gases y filtrar el sol.
Casamatas sublunares proporcionarán protección contra radiaciones y micrometeoritos. La precipitación de estos últimos no es un mal absoluto. Por el contrario. Hay ya —a flor de Luna— acumulaciones importantes de estos materiales. En millones de toneladas: 400 mil de hierro, 30 mil de níquel, 10 mil de fósforo, 9 mil de carbono, 6 mil de cobre y 3 mil de cobalto. O sea que están dadas las condiciones para una verdadera “cosecha” de minerales y —también— para la instalación de industrias pesadas a nivel, incluso, nuclear. Con las ventajas de gravedad mínima, la energía más barata e inagotable y el vacío que optimiza los procesos metalúrgicos de alta pureza. Una de las primeras cosas que hará el hombre en la Luna será exportar vacío a su planeta natal, en recipientes ad hoc, absolutamente herméticos.
Todos estos datos permiten comprender por qué la colonización de la Luna distancia tecnológicamente a sus protagonistas del resto de la humanidad.

lunaRecuadro en la crónica______
INFORMACION Y DEMOCRACIA
“Los soviéticos han perdido terreno al rodear de secreto su programa espacial”, dijo el jueves 24 Thomas Paine, director de la NASA y depositario visible de la política espacial norteamericana. Esta afirmación llevaba implícita la idea de que sólo una democracia es capaz de afrontar la difusión —en todas sus etapas— de un lanzamiento tan comprometido como el del Apolo XL El riesgo —naturalmente— era que la operación fallara. En tal caso, centenares de millones de telespectadores habrían presenciado simultáneamente en todo el mundo una “operación desprestigio”. Por grande que fuera la confianza norteamericana en la implementación del vuelo, se necesitaba un gran coraje y una gran confianza en sus propios principios para publicitar sin reservas la misión lunar.

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CIENTIFICOS
Impávido soviético

lunaLas misteriosas circunvoluciones del “Luna 15” en coincidencia con la misión Apolo 11 revivieron en este planeta viejas conjeturas sobre los ocultos designios espaciales de la Unión Soviética. No faltó quien supusiera un súbito astronauta ruso —desembarcado subrepticiamente— dando una humillante bienvenida a los norteamericanos. Estas divagaciones —alentadas en buena medida por el imaginativo Sir Bernard Lovell— son mucho más rémoras de la hoy congelada “guerra fría” que especulaciones basadas en la realidad. Eso es, al menos, lo que se desprende de una de las opiniones más autorizadas de la Unión Soviética: Anatoli Blagonragov, vicepresidente de la Academia de Ciencias. En entrevista exclusiva para Panorama, Blagonragov expone su posición ante la hazaña lunar norteamericana.

Competencia si, frenesí no
Panorama: Buena parte de la prensa norteamericana e inglesa atribuye el programa Apolo a la competencia con la Unión Soviética y al interés por adelantarse a los rusos a toda costa. Ello supondría serios riesgos para los astronautas, ante una supuesta imperfección técnica e insuficiente preparación del vuelo. ¿Cómo valora usted estas opiniones?
Blagonragov: Las conozco y no las comparto. Los vuelos tripulados siempre son un paso a lo desconocido e implican un determinado riesgo. La función de los científicos es. reducir el azar al mínimo —por la preparación minuciosa y la prueba plurilateral—, pero el surgimiento de situaciones imprevistas o la alteración de los regímenes calculados nunca pueden descartarse. No excluyo que las enormes fuerzas y recursos materiales dedicados al programa Apolo fueran en cierta medida consecuencia de la competencia con nosotros. En principio, la sana competencia no es un obstáculo; pero en cambio el frenesí no debe tener lugar en esto. La ciencia es infinita en su desarrollo y no puede semejarse a las carreras hípicas, porque en este terreno no existe el poste de la meta.
P.: También se manifestaron dudas respecto al valor científico del vuelo en las condiciones actuales. ¿Cuáles son sus opiniones sobre las perspectivas del hombre en la Luna?
B.: En principio debe señalarse el gran interés científico de las muestras de rocas lunares y su análisis, la investigación de la actividad sísmica, de los campos magnético y gravitacional, del ambiente de radiación. No obstante, hay que tener en cuenta que todas estas tareas podían resolverse mediante estaciones automáticas, aunque la selección humana de las muestras sea más eficaz en principio. Por el momento, la labor de los astronautas no puede ser prolongada y suficientemente amplia; existen las conocidas limitaciones que hacen a su seguridad biológica, comenzando por las escasas reservas de oxígeno. Es también ínfimo el posible radio de alejamiento del módulo, cuya carga admisible descarta la posibilidad de utilizar gran número de equipos de investigación, alimentación o telemétricos. Naturalmente, en un futuro no muy lejano la situación será otra.

Los autómatas son más baratos
P.: Teniendo en cuenta que la URSS puso en órbita terrestre tanto al primer satélite como al primer hombre, ¿cuáles son las perspectivas del programa cósmico soviético?
B.: Las investigaciones cósmicas en la URSS son muy amplias. Se realizan paralelamente trabajos de gran importancia científica, tanto en el cercano como en el lejano cosmos: hay ya en órbita 300 satélites de la serie "Kosmos”; las últimas estaciones interplanetarias automáticas —"Venera” 5 y 6-— trasmitieron valiosos datos desde Venus, que serán complementados por los aparatos "Zond”, también automáticos y capaces de regresar a la tierra a la segunda velocidad cósmica. Insisto en señalar estos vuelos no piloteados porque les asignamos mucha importancia: utilizamos vastamente los autómatas en el estudio del espacio pues son más prácticos y económicos. Pueden llevar más instrumental que los vuelos tripulados y abren perspectivas más seguras para las experiencias humanas. Las naves soviéticas tripuladas, del tipo "Soyuz”, serán las piezas originales de laboratorios orbitales, gracias a su capacidad de maniobra y acoplamiento. Desde allí se prepararán los vuelos más prolongados.

Todos juntos hacia el espacio
P.: ¿Se puede prever la colaboración soviético-norteamericana en el estudio del espacio, teniendo en cuenta sus enormes costos y dificultades prácticas?
B.: La pregunta es, en cierto sentido, incorrecta, ya que esa colaboración existe desde hace varios años. Aunque, en verdad, no en la escala que sería más útil para ambos países. Nuestros científicos intercambian informaciones teóricas y prácticas y participan de reuniones internacionales. En el campo concreto, en 1964 el primer experimento conjunto fue el satélite norteamericano "Eco 2”. Actualmente, investigadores estadounidenses y soviéticos colaboran en un trabajo sobre medicina y biología del espacio. Debe reconocerse que estas experiencias resultan, por el momento, de carácter limitado. Por nuestra parte, los científicos soviéticos consideramos muy útil la colaboración internacional y queremos desarrollar esos vínculos por todos los medios. No sólo con EE.UU., sino con todo otro país que proponga acuerdos recíprocamente aceptables.
PANORAMA, JULIO 29, 1969
estación orbital

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