Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Mayo Francés
Pie de fotos:
-Una estación del metro: "El fascismo al tacho de la basura de la historia"
-Piedras: arma infalible en manos de los estudiantes
-A. Harriman en la sala de sesiones
-X. Thuy, delegado de Vietnam del Norte
-La policía desaloja los estudiantes de una barricada de automóviles montada en pleno centro de París
-Hasta 30 mil jóvenes llegaron a enfrentar a la policía. La represión tuvo inusitada fiereza
Las dos batallas de París
La capital de Francia escenario de la lucha diplomática que intenta pacificar a Vietnam, es también testigo de una cruenta sublevación estudiantil. Estos disturbios son los más violentos registrados desde la ocupación nazi

El río Sena divide a París en dos sectores: el rico y elegante de la rive droite —orilla derecha— y el bohemio y estudiantil de la rive gauche —orilla izquierda—. En el París de la rive droite se yergue un antiguo hotel de lujo, usado alguna vez por la UNESCO, y en este momento lugar de cita de los delegados estadounidenses y norvietnamitas para tratar la solución de la pesadilla bélica en Asia del Sudeste. En el París de la rive gauche se encuentra el barrio Latino, rodeando la universidad de la Sorbona: es el escenario de las batallas callejeras más enconadas que se recuerden desde que acabó la ocupación nazi. El contraste es singular. París, “capital de la paz’’ para el lacerado Vietnam, juega a la vez el papel de ciudad-testigo de una cruenta sublevación estudiantil.
Berlín, Roma, Madrid, Tokio, Varsovia, muchísimas otras ciudades importantes, ya han presenciado la revuelta de los estudiantes contra el orden establecido, contra la sociedad creada por sus mayores. Ahora le toca el turno a la capital de Francia: la oleada es universal, pero en cada país adopta características propias. Todo comenzó en el sector de Humanidades del “anexo” universitario de Nanterre (pobre y triste suburbio parisiense), creado en 1964 para “desagotar” el exceso de alumnos de la universidad de París. La protesta fue canalizada y encuadrada por minúsculos grupos de ultraizquierda, chinoístas, guevaristas, trotzkistas y anarquistas, rivales entre sí pero coincidentes en un similar rechazo, tanto del capitalismo degaullista como del socialismo “occidentalizado”, del revisionismo moscovita y del stalinismo.
Uno de los líderes de Nanterre, Daniel Cohn-Bendit, 23 años, nacido en Francia de padres alemanes refugiados en 1933 del nazismo triunfante, explica el proceso: “Es lógico que el movimiento haya partido de una facultad nueva donde no pesan tanto las tradiciones, y que sean los estudiantes dedicados a las ciencias del hombre quienes formen la vanguardia de la crítica al régimen universitario, producto del hombre. Es lógico también que de la revuelta contra la universidad actual se pase a poner en cuestión la sociedad que la enmarca. Finalmente, es lógico que dirijamos la protesta estudiantil quienes somos lo suficientemente libres como para no rendir pleitesía a la prestigiosa política internacional del general de Gaulle, a imitación de la izquierda institucionalizada, que ha traicionado la revolución para dedicarse a contabilizar votos”.
El “caldo de cultivo” para la revuelta lo da el malestar creciente del estudiantado ante la incontenible explosión demográfica” que hace crujir las aulas universitarias. Hoy, suman medio millón quienes cursan estudios superiores en Francia: un número comparable a los que seguían estudios secundarios antes de la Segunda Guerra Mundial. Así, hechos tan simples como buscar un libro en la biblioteca o un asiento en el anfiteatro de clase, se convierten en una sesión de lucha libre. Ese malestar se agravó por las medidas limitacionistas tomadas por las autoridades, y por la falta de oportunidades reales al término de la carrera elegida. Los jóvenes advierten con ira y escándalo lo que ya percibieron hace algún tiempo sus colegas de Alemania e Italia: no hay lugar para todos ellos en las estructuras nacionales. ¿Reformar completamente la universidad? Sí, pero no como quieren hacerlo las autoridades educacionales, que “buscan un modernismo tecnocrático al servicio del empresariado”, según dicen los estudiantes alzados en lucha.
En un comienzo, la revuelta juvenil fue duramente censurada, no sólo por las autoridades y por el degaullismo —se comprende que la derecha, unánimemente, hizo campaña contra los jóvenes insurrectos— sino muy especialmente por el partido Comunista. Los estudiantes intentaron acercarse a los obreros, pero fueron rechazados. Parecía que se trataba sólo de una minoría bien organizada y activa capaz de meter bulla dentro de un vacío de indiferencia o de repulsa, pero inepta para dirigir un movimiento estudiantil de grandes proporciones.
Durante abril tuvo lugar una escalada de manifestaciones y agresiones en el marco restringido de la facultad de Nanterre. La lucha de los izquierdistas contra los estudiantes ultraderechistas de la agrupación Occidente tomó tales proporciones que el 2 de mayo las autoridades decidieron suspender los cursos y los trabajos prácticos: equivalía a cerrar la facultad. El viernes 3, los estudiantes se reunieron en el patio de la Sorbona para protestar por lo sucedido en Nanterre. Eran apenas 400 jóvenes y su protesta se limitaba a discursos vehementes pero inocuos. Entonces ocurrió lo inesperado: la autoridad universitaria llamó a la policía, que penetró en los recintos de la Sorbona por primera vez en toda la historia de la antiquísima institución; los manifestantes fueron metidos violentamente en camiones celulares y llevados a la cárcel después de enconada resistencia.
Como si se quisiera mostrar mano dura y dar ejemplo, la décima Cámara Correccional del Tribunal de París se reunió insólitamente en sábado y domingo para juzgar y condenar a trece estudiantes, cuatro de los cuales fueron castigados con penas de prisión sin excarcelación. Los jóvenes contraatacaron el lunes 6 con una manifestación que congregó a diez mil universitarios, en apoyo a la huelga declarada no sólo por la UNEF, entidad que agrupa al alumnado, sino también por el SNES., uno de los dos organismos que nuclean a los profesores. La policía intervino para disolver la manifestación con extraordinaria fiereza; los estudiantes contestaron con técnicas de guerrilla urbana, volcando autos e incendiándolos, arrancando adoquines para convertirlos en proyectiles. Las manifestaciones y las batallas campales con la policía duraron varios días; el número de heridos fue creciendo hasta sumar centenares. El Ministro de Educación, Alain Peyrefitte no imaginó nada mejor que unir vagas promesas con amenazas en una alocución televisiva, mientras hacía clausurar la Sorbona.
Entonces se comenzó a advertir que los enragés (los rabiosos) no eran una minoría, sino que la violencia policial les había procurado el apoyo general de los estudiantes. Las manifestaciones llegaron a tener 30.000 jóvenes dispuestos a todo. Pero no sólo ellos protestaban; cinco premios Nobel franceses enviaron un telegrama a Charles de Gaulle solidarizándose con los insurrectos. Las
Occidente tomó tales proporciones que el 2 de mayo las autoridades decidieron suspender los cursos y los trabajos prácticos: equivalía a cerrar la facultad. El viernes 3, los estudiantes se reunieron en el patio de la Sorbona para protestar por lo sucedido en Nanterre. Eran apenas 400 jóvenes y su protesta se limitaba a discursos vehementes pero inocuos. Entonces ocurrió lo inesperado: la autoridad universitaria llamó a la policía, que penetró en los recintos de la Sorbona por primera vez en toda la historia de la antiquísima institución; los manifestantes fueron metidos violentamente en camiones celulares y llevados a la cárcel después de enconada resistencia.
Como si se quisiera mostrar mano dura y dar ejemplo, la décima Cámara Correccional del Tribunal de París se reunió insólitamente en sábado y domingo para juzgar y condenar a trece estudiantes, cuatro de los cuales fueron castigados con penas de prisión sin excarcelación. Los jóvenes contraatacaron el lunes 6 con una manifestación que congregó a diez mil universitarios, en apoyo a la huelga declarada no sólo por la UNEF, entidad que agrupa al alumnado, sino también por el SNES., uno de los dos organismos que nuclean a los profesores. La policía intervino para disolver la manifestación con extraordinaria fiereza; los estudiantes contestaron con técnicas de .guerrilla urbana, volcando autos e incendiándolos, arrancando adoquines para convertirlos en proyectiles. Las manifestaciones y las batallas campales con la policía duraron varios días; el número de heridos fue creciendo hasta sumar centenares. El Ministro de Educación, Alain Peyrefitte no imaginó nada mejor que unir vagas promesas con amenazas en una alocución televisiva, mientras hacía clausurar la Sorbona.
Entonces se comenzó a advertir que los enragés (los rabiosos) no eran una minoría, sino que la violencia policial les había procurado el apoyo general de los estudiantes. Las manifestaciones llegaron a reunir 30.000 jóvenes dispuestos a todo. Pero no sólo ellos protestaban; cinco premios Nobel franceses enviaron un telegrama a Charles de Gaulle solidarizándose con los insurrectos. Las
universidades de provincia presenciaron demostraciones en las que también participaban los profesores. El partido Comunista giró 180 grados y dio pleno apoyo a los rabiosos; también los socialistas de la Federación se declararon en favor de los jóvenes. El apoyo del sector del trabajo no se hizo esperar; las tres centrales obreras (una de ellas cristiana) declararon para el lunes 13 una huelga de solidaridad con el estudiantado.
El gobierno, comenzó a perder pie. Los estudiantes recuperaron la Sorbona y en los carteles que decían “Prohibido fumar” escribieron “Prohibido prohibir”. Llamaron a orquestas para festejar la toma de la universidad y pusieron un pañuelo rojo al busto del filósofo positivista Augusto Comte. La semana pasada, el primer ministro George Pimpido prometió encarar la reforma universitaria consultando a los estudiantes .. . y a sus padres, mientras la policía imitaba a Poncio Pilatos en una declaración que atribuía toda la responsabilidad de la violencia a las órdenes gubernamentales.
Mientras se vislumbraba la derrota de la autoridad, el general de Gaulle viajaba a Rumania, en donde cosechó entusiastas aplausos de la multitud: su invitación a la independencia (frente a Rusia, se comprende, era recibida con beneplácito por los heterodoxos comunistas del régimen de Nicolás Ceausesco. Así se veía palpablemente la contradicción de las “dos caras” del degaullismo: en política exterior, éxitos resonantes de una estrategia original y audaz; en política interior, deterioro de un régimen conservador que ya tiene diez años de vida. Por una parte, el presidente ubicó a Francia, en el concierto de las naciones, en sitio muy superior al que le correspondería si se tiene en cuenta su potencia real. Por otra parte, no recogió en el plano nacional el guante del desafío tecnológico estadounidense y no dio a los jóvenes el campo de expresión y realización que necesitan. El “conservarismo interno” de De Gaulle lo llevaba fatalmente a esas limitaciones: por eso, París es hoy la sede del encuentro de Norvietnam y los EE. UU., y al mismo tiempo el teatro de la revuelta de los adultos del futuro.
Revista Siete Días Ilustrados
23.05.1968

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